San Jerónimo inconcluso

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La penitencia de las pasiones, apagar esa invasión incesante que maldice las noches, persigue los silencios saturándolos de voces que nada dicen, voces que esperan una réplica que nunca llega, diálogo enmudecido con el alma negra del arrepentimiento. Jerónimo se ocultó en el desierto de Siria, se desnudó, padeció hambre y sed, se golpeó el pecho con una piedra para callar a los Doce Demonios del Infierno. Danza, música, comida, vino, sensualidad, placeres y la promiscuidad perseguían a Jerónimo y lo separaban de sus oraciones, tan fuerte es la carne que desconoce al espíritu, lo calla con la mordaza de un beso.

En el Metropolitan Museum de Nueva York exhiben temporalmente San Jerónimo Penitente de Leonardo da Vinci, en una salita oscura, atascada de turistas ruidosos. Partida en dos piezas y unida en el siglo XIX, la tabla denuncia la torpeza de las restauraciones, la pintura está inconclusa, es una vida suspendida en la atmósfera incierta de los colores. Leonardo pidió piedad con esa obra, Leonardo lloraba mientras la pintaba, es un autorretrato y una confesión. La pintó en el Convento de San Donato de Scopeto, en Florencia, cuando estaba al servicio de los Medici, tenía que hacer un gran fresco para los frailes, que le pagaron y nunca realizó. El arte en esplendor era propaganda, arma y juguete del poder.

San Jerónimo.
‘San Jerónimo’, Leonardo da Vinci (1480).

Colmado del amor que sentía por su maestro y amante, el virtuoso escultor Andrea del Verrocchio, compartían el lecho y la sabiduría, la música y la poesía, discutían de la proporción de la belleza y se divertían diseñando ropajes para deslumbrar como artistas y dictadores de la moda. Los demonios de la envidia los miraban con codicia, la sombra de la violenta hipocresía los vigilaba, y lanzaron la acusación, señalaron al Verrocchio como sodomita. Lo evidente se criminalizó, y el genio fue enlodado por la mediocridad.

En la obra está Jerónimo el sabio, gritando al cielo que contemple su miseria, que tengan piedad de su sacrificio, a sus pies está el león, su amigo, el único ser que le demostró agradecimiento y lealtad, el paisaje fantasmal y mágico que Leonardo llevó magistralmente en la Virgen de las Rocas, es el escenario de la desolación. Jerónimo y el león, Verrocchio y Leonardo. El frágil león encontró piedad y sanación en Jerónimo, y el sabio desesperado pedía lo mismo al cielo en la soledad de la ermita, mientras los demonios gozaban provocando dolor. Jerónimo se curó de sus pasiones trabajando, estudiando la misma voz a la que pidió paz, traduciendo los libros de la Biblia del griego y hebreo al latín vulgar, vulgata, una vez terminada su misión regresó a su ermita, con la sola compañía de su silencio.

Leonardo huyó de Florencia, dejó atrás a los demonios de las plazas, nunca terminó la pintura, no pudo continuar mirando su propio padecer. Lo esperaba la Corte de Ludovico Sforza “el Moro” en Lombardía, dejó inconclusa una obra maestra, abandonó al amor en el cuerpo seco de Jerónimo, en el león que cuidó la tumba del santo hasta morir de hambre y sed.

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