Amazon es, sin duda alguna, una de las empresas más exitosas del planeta. Supera los 100 millones de suscriptores en Amazon Prime, “exhibe” alrededor de 30 millones de productos y sobrepasa los 130 mil millones de dólares anuales en ventas (lo que representa 20% más que el Producto Interno Bruto de Bolivia). Lo anterior ha hecho de Jeff Bezos, su CEO, el hombre más rico del mundo.
En este espacio confiable (no físico), se puede encontrar lo que quieras, al mejor precio y lo más rápido posible. El año pasado recaudó más de 42 mil millones de dólares ayudando a otras empresas a vender sus propios productos, 10 mil millones en venta de anuncios y 14 mil millones más por personas que se suscriben a sus servicios de Amazon Prime.
Cuando el neoliberalismo empezó a abrirse paso, la garantía hacia la libre competencia, como característica fundamental, parecía ser el camino más seguro y rápido hacia la prosperidad, en todos los sentidos. En este sistema se dogmatizó a la libertad y se hizo creer que el éxito era una recompensa al esfuerzo y al mérito.
No obstante, Amazon es también uno de los mejores ejemplos del fracaso del modelo neoliberal. Demasiado grande y poderosa, que incluso reta el poder de naciones enteras. El neoliberalismo, como lo afirma Joseph Stiglitz, en los últimos 40 años no solamente ha tenido consecuencias negativas en la democracia, el medio ambiente, y la mala distribución de la riqueza, sino que además ha generado anomalías empresariales.
Amazon es una de estas anomalías; fallas de mercado. Está acumulando tanto poder que, de no tomarse medidas antimonopólicas globales, se pone en riesgo la propia libertad económica de los individuos (mantra central del modelo neoliberal).
Amazon, bajo el argumento de beneficiar al consumidor final eliminando a los intermediarios para reducir los precios, ha generado efectos perniciosos en la economía y en la sociedad. Steven Mnuchin, Secretario del Tesoro norteamericano, afirma que Amazon “ha destruido la industria minorista en los Estados Unidos, lo cual está afectando negativamente al tejido social”. Se estima que, sólo en 2016, Amazon provocó la eliminación de 150 mil empleos.
Hay quienes aseguran que este titán usa los datos confidenciales tanto de sus minoristas, como de sus clientes, para después sacar a la venta los productos más vendidos bajo su propia marca. Además de tener a la venta productos “dudosos” y que sus empleados no cuentan con las suficientes garantías de seguridad social.
Por si esto fuera poco, tiene gran influencia en las negociaciones con empresas dedicas a la paquetería, como UPS y FedEX, encargadas de entregar sus productos. Tiene acaparado el mercado, eliminando a su potencial competencia. Amazon es quien hace las reglas y no hay manera de regularlo.
Pareciera que Amazon es el paraíso para los consumidores, pero no podemos olvidar que los individuos no sólo somos consumidores finales, sino también productores y vendedores. Eliminar a los intermediarios para convertirse en el gran intermediario global, no puede ser benéfico para ninguna sociedad. Además, corporaciones como éstas dejan de pagar los debidos impuestos en los países donde operan, por no tener domicilio fiscal local.
Para que el modelo de libertad económica funcione de mejor manera para la sociedad, se requieren estados fuertes que redistribuyan y generen redes de protección. Así como esquemas de gobernanza económica global para regular a estos gigantes tecnológicos, sin caer en la tentación de derrumbar el edificio de la “destrucción creativa” y la innovación. No se trata de volver al estatismo fallido de los 70, sino de una gobernanza más efectiva.