Para JAT.
Una de las leyendas de Santa Teresa se cuenta en voz baja. Se trata del niño enterrado en la presa para que su llanto alerte al pueblo en caso de inundación. Como en otros caseríos que comparten historias semejantes, la gente de Santa Teresa depende de un mito para dormir en paz en la temporada de lluvias. Pero ellos no son los únicos que necesitan asideras. Hay quienes duermen con los dedos índice y pulgar formando una cruz para evitar que el diablo se acerque a ellos o quienes cubren los espejos para que los espíritus no traspasen el umbral mientras ellos descansan. Algunos dejan una luz encendida, otros le rezan al ángel de la guardia.
Mientras la mente vaga lejos de lo que sucede en el plano de la vigilia, nuestro cuerpo es tan vulnerable como el de un recién nacido. En las ciudades de la antigüedad se cerraban las puertas de las murallas. En muchas de las modernas, las casas se cierran con doble llave. En el campo, la oscuridad trae con ella sus propias amenazas. Una silueta que corre frente a nosotros, el grito de una lechuza, una puerta que se azota en el silencio…
Gracias a la reclusión por el nuevo coronavirus, la oscuridad en donde nacen leyendas y hace que incluso adultos sigan durmiendo con los dedos en forma de cruz, ha recuperado espacios. Entre las sombras y en el silencio de los humanos, luciérnagas que han sobrevivido al embate de la luz se asoman con timidez y las abejas aumentan el tamaño de sus enjambres. Los grillos mantienen despiertos a los insomnes y aparecen alacranes y sapos ocultos detrás de los muebles. Insectos de un verde fosforescente, chinches multicolores, arañas saltarinas, liebres, zorrillos elegantes que apestan todo a su paso, ocelotes, linces, jaguarundis y un felino semejante a una pequeña pantera conocido como changoleón surgen con la puesta del sol. Hay que estar atentos al movimiento detrás de un árbol o a los ruidos entre la caña. A las sombras olvidadas.
La vida que habíamos dejado de ver necesitaba un respiro; nuestra imaginación, un poco de oscuridad y silencio. Quizás el niño enterrado en la presa de Santa Teresa escuche por fin a los espíritus que lo buscan para llevarlo a casa. Quizá nos acostumbremos a un mundo menos estridente, quizás sea el momento de dejarnos sorprender por el misterio, como niños recién llegados a este planeta viejo y poderoso que, con sólo sacudirse, podría acabar con nosotros y, sin embargo, nos mantiene vivos.
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Me gustó mucho¡ ahora hasta esperaré la noche para escuchar..
Qué bueno que te gustó, Georgina. A mí también me encantan los ruidos de la noche.
Susana es un placer leer tu cuento ,en esta reclusión se disfruta más la lectura,sin el ir y venir a la calle, espero subas pronto otro!
De acuerdo, Paz. Íbamos demasiado deprisa, como desbocados.