“La Clausura del Amor”: “Saqueos de dolor”

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No hay nada más violento que la experiencia teatral porque el cerebro no logra distinguir entre la realidad y la ficción.

No hay nada más violento que la experiencia teatral porque el cerebro no logra distinguir entre la realidad y la ficción. En otros medios, como la televisión y el cine, todo es “seguro” porque la pantalla rectifica la percepción y vemos la historia como una posibilidad lejana. El teatro es un juego de peligro porque no hay mediación: todo es en directo, sin concesiones. Se “siente” muy real.

A las ocho de la noche de los jueves, en el Teatro El Granero, apagan las luces para iniciar un espectáculo con el nombre “La Clausura del Amor”. Al escenario, un piso blanquísimo de pulcritud, llega el director Hugo Arrevillaga para prologar la historia que estamos a punto de ver. El director, no un personaje de la ficción, sale a dar el banderazo de la carrera hacia el peligro. Se “siente” real.

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Este hombre hace varias alegorías en torno a la pareja moderna. No es nada retórico para anunciar que nos hace falta hablar más sobre la práctica del amor; apela a una confusión colectiva sobre compartir, querer y sentir. Las palabras golpean la pureza del escenario y el público no puede sentirse menos intimidado porque Arrevillaga habla de una realidad reconocible y cotidiana. En medio de este impacto, inicia “La Clausura del Amor” con la llegada de dos actores al piso blanco.

Son Arcelia Ramírez que interpreta a Arcelia y Antón Araiza a Antón. El nombre del personaje no es diferente al de la vida real. No hay concesiones en este juego. En la primera escena, vemos a Antón con una voz rasposa y los músculos contraídos; se presume una carga pesadísima sobre sus hombros. Se escuchan groserías, frases propias del coraje e ideas con poca conexión entre sí. Al primer minuto, descubrimos su tragedia: está terminando su relación amorosa.

Desde la butaca vemos al rompimiento como algo parecido a morir. Es amputar una pierna, un brazo, una mano. Y la palabras de Arrevillaga adquieren volumen: vivimos en tiempos donde existe la creencia que la separación no vale la pena sufrirla; las personas se van porque la vida así es y no podemos luchar contra sus leyes. Pero al ver a Antón, no podemos sino contradecir ese gran mito de la “facilidad” de la despedida: cómo separarnos de alguien a quien alguna vez dijimos “te amo”.

¿Existe algún protocolo para decir “adiós”? ¿Sería motivo de alegría o tristeza? Antón se regocija en lanzar insultos sutiles a Arcelia; sus argumentos tratan de justificar los errores de su historia pero ninguno de estos es capaz de aclararle al público la razón del finiquito de la relación. Para este hombre, dejar a la mujer implica hacer una repartición de todos los bienes acumulados al estar juntos: desmantelar la casa, tratar de borrar el pasado y tener un nuevo comienzo.

Durante más de treinta minutos, vemos a este personaje llenarse la boca de valentía para enfrentar la separación hasta que Arcelia lo calla. Ella se presenta ante el público después de estar en silencio para escuchar cualquier tipo de ocurrencias del fracaso y la autocompasión; el impacto de las palabras la hacen reaccionar para defender lo suyo y evitar el saqueo. Decide pelear, planear una estrategia de guerra y lanzar misiles poderosos para destruir la incipiente historia escrita por Antón.

Con las palabras de Arcelia vemos al amor como un juego cruel de percepciones: la compañía se confundía con asfixia, la generosidad con autosacrificio, la verdad con mentira. En esta historia contada a dos voces vemos la destrucción como el final de la pareja; la despedida es dolorosa porque las heridas del pasado no sanan.

Para Arcelia, la frustración llega cuando recibes nada a cambio de entregarte al otro. No hay obligaciones reales con la pareja; sólo podemos confiar en su palabra y, tal vez, sorprendernos con sus actos. ¿Qué tanto el amor es una invención personal? ¿Qué tanto es una realidad vivida por dos personas? ¿Dónde empieza el egoísmo y la posesión? ¿Cuándo las ganas de amar se vuelven terriblemente demandantes para el otro?

“La Clausura del Amor” acaba con el mito de la pareja y deja al público con un sinfín de interrogantes que la cultura se empeña en evadir. Arcelia y Antón dejan el escenario contaminado por el dolor; la tragedia de la separación empieza cuando se siente el vacío y la costumbre se vuelve un recuerdo. Esta obra de teatro, tan real y sin concesiones, nos hace ver uno de nuestros peores miedos: el amor inicia con una ilusión y termina con la muerte.

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“La Clausura del Amor”

De: Pascal Ambert

Traducción: Humberto Pérez Mortera

Dirección: Hugo Arrevillaga

Teatro El Granero (Paseo de la Reforma y Campo Marte s/n)

Hasta el 19 de octubre

Jueves y viernes 20:00 hrs., sábados 19:00 hrs., domingos 18:00

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