El tiempo se detiene: Las eternas despedidas

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Todas las reseñas que hablan sobre “El tiempo se detiene” la ven como un tratado sobre la guerra, de las consecuencias nefastas para los sobrevivientes y su impacto psicológico.

Ciudad de México.- Cualquier divorcio es triste pero lo es más cuando te aferras a la idea de hacer algo para seguir con la pareja a pesar de lo inútil que sea para lograrlo. “El tiempo se detiene” es un retrato fiel (y escabroso) de esta trampa disfrazada de ilusión e inevitablemente el público se vuelve empático a la pérdida y a la prolongación del duelo: las despedidas son pequeñas muertes que cargamos y lloramos toda la vida.

Bob Dylan en su disco “Blood on tracks” (su disco de divorcio) describe la pérdida amorosa con las palabras justas: “Situations have ended sad / Relationships have all been sad / Mine´ve been like Verlaine´s and Rimbaud / But there´s no way I can compare”. ¿Todas las relaciones acaban mal? ¿No hay otra manera de despedirse? Realmente la ausencia del “otro” no duele tanto como la ausencia de esa versión de mí mismo que era con esa persona y es aquí donde la verdadera tragedia sucede.

Donald Margulies, el autor de “El tiempo se detiene”, cuenta la historia de Sarah Goodwin y James Good, un matrimonio que se alimenta de sofisticación y exquisitez intelectual. Los dos trabajan como periodistas de guerra, una es fotógrafa y el otro corresponsal, que regresan de un acontecimiento bélico a casa debido a un accidente de Sarah en un terreno minado. Estar en recuperación, encerrados entre cuatro paredes, los hacen romper los últimos vínculos de la relación para comenzar la despedida.

Lo más increíble es cómo en medio de la cotidianidad se dejan ver las grietas (irremediables) entre los dos . Margulies hace de estos dos personajes unos amantes en función de la adrenalina; en medio de la guerra viven una especie de dopaje para tolerarse y seguir contando un discurso intelectualizado del amor. En la convivencia del día a día, de forma irónica en la tranquilidad, no hay vértigo, no hay vidas al límite y la perorata racional resulta insuficiente para estar con el otro.

El regreso los confronta con la costumbre más recalcitrante con Richard Ehlrich y Mandy Bloom, conocidos de la pareja quienes están a punto de entablar una vida como pareja con los cánones más convencionales del término. James y Sarah los desdeñan por acomodarse en los estándares sociales pero en realidad se aborrecen a sí mismos por no poder dejarse y, en cierta manera, por no cumplir con eso  que ven en los otros.

Y  lo más doloroso de este hecho es que entre Sarah y James sobra el amor. El cariño está intacto pero éste no es suficiente para sobreponerse a las mentiras contadas en años, la discreciones sobrepuestas a los verdaderos deseos y un profundo miedo de abandonarse. Ellos se han construido a través del otro y despedirse de esta autoimagen es el motivo real para seguir en el timón en medio de la tormenta.

Con estos párrafos no estoy vendiendo nada de la historia porque, de hecho, lo interesante de este texto con tintes de pieza chejoviana, es ver la descomposición de Sarah y James para hacer irremediable la muerte. El gancho para el público es ver qué autoengaño sigue, qué mentira se incrusta entre ellos y qué discurso alienta su racionalidad descontrolada. Aquí el público sufre con los personajes porque se anticipa una destrucción total en una aparente calma.

Todas las reseñas que hablan sobre “El tiempo se detiene” la ven como un tratado sobre la guerra, de las consecuencias nefastas para los sobrevivientes y su impacto psicológico. La verdad a mí me parece una conclusión muy reduccionista de la obra porque la guerra sirve de metáfora para el conflicto interno de los personajes.

Y confirmo esta tesis porque Benjamín Cann, el director, llevó a sus actores a construir personajes altamente complejos. No se fueron por el camino fácil, no cayeron en la obviedad sino lograron estar a tono con el espíritu del autor para lograr actuaciones contenidas y sutiles para retratar disputas peligrosas.

El elenco formado por Karina Gidi, Alejandro Calva, Rodrigo Murray y Cassandra Sánchez Navarro es uno de los más atractivos de lo que va en el año en la cartelera mexicana. Cada uno da el “do” de pecho emocional para hacerle justicia a los personajes. Lo único extraño en el montaje es la entrada de gente de producción para cambiar la escenografía a vistas del público; (este comentario es de mero gusto personal y, aclaro, no es por la gente de producción) considero estas intervenciones distractores para construir ficción: al notar la presencia de agentes extraños sobre el escenario algo no se acomoda en el ojo y oído del espectador.

Más allá de esta peculiaridad, “El tiempo se detiene” me obsesionó durante días. El trabajo de dialogación y actoralidad es sobresaliente en todos los sentidos. Y, claro, la despedida del amor es un tema relevante para cualquiera: todos, en un momento dado, pasamos o pasaremos por ahí. Tal vez caigo en el terreno de la especulación al decir que Margulies va un paso más allá con la tesis de la obra: es necesario que te rompan el corazón, por lo menos una vez, para poder crecer.

tiempo

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“El tiempo se detiene”

De: Donald Margulies

Dirección: Benjamín Cann

Teatro Helénico (Avenida Revolución 1500, colonia Guadalupe Inn)

Viernes 19:00 y 21:15 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 17:00 y 19:15 hrs.

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