Arte y Dinero

LAS DOS ORILLAS DEL RIO

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Freud y Jung nos enseñaron algo fundamental: que la descripción, análisis y conjetura de una patología mental son más interesantes que la patología misma.

La literatura médica se regodeó en la recreación de los síntomas. Detrás de cada vida “normal”, hay una disfuncionalidad. Nace el placer onanista de darle sentido a la existencia a través de la enfermedad. El expresionismo nos da las dos miradas de la existencia.

La que está en el contacto con la realidad tangible y la que surge del pensamiento y emociones del artista.

Las obras de Egon Schiele y de Oskar Kokoschka recrean ese cuerpo enfermo en su interior inaccesible, la anatomía se altera con las patologías que lo habitan.

Estos cuerpos sensibles representan a la gran enfermedad social. La Primera Guerra fue una peste que convirtió a Europa en un continente de parias mutilados, enloquecidos de pánico.

El cuerpo de Schiele, frágil y enfermizo, con moretones de tintas verdes y anaranjadas; mujeres con ojeras profundas, delgadez doblegada a sus filias.

En el cartel de una ponencia sobre Bernard Shaw, Egon se autorretrata, gesticula, es un fenómeno, la fealdad nos dice más de él que su belleza.

En la deformación está la revelación. La línea de Schiele no duda, se centra en el punto de degradación y dolor que quiere recrear.

La belleza de una mujer desnuda adquiere un peso filosófico, los síntomas sobreviven a su enfermedad: ella desapareció, pero su sifilítica presencia quedó en una litografía.

En la obra de Oskar Kokoschka la metáfora de la psique, esa ficción que evolucionó de la entelequia del alma, llega a la deformación más oprobiosa. Realizó el cartel y varios dibujos para su obra de teatro Asesino, Esperanza de las Mujeres. Esta obra es la liberación de la esclavitud sexual a través del asesinato.

El hombre es una víctima sexual y la mujer es un apetito monstruoso. La acción escénica es acción plástica. En el cartel una mujer fragmentada en brazos, deja caer la cabeza con el cuello cercenado, los ojos se hunden en círculos negros.

La corporeidad es patología, es la feroz pelea entre Eros y Tánatos.

El deseo sexual se identifica con la dominación y la violación cercana a la muerte. Kokoschka cree liberarse de su pasión si la difama.

Su obra, mal leída como misógina, habla más del miedo que sentía Kokoschka por ceder al placer homosexual.

Mata a su lado femenino. Este crimen es fatal: en la obra está el germen del tormentoso triangulo entre Kokoschka, Alma Mahler y el arquitecto Walter Gropius, la diferencia es que el personaje dramático se libera y Kokoschka siguió atado al egoísmo voraz de Alma que lo resguardaba de sí mismo.

Los grabados y los dibujos de Kokoschka tienen una la línea que corta el espacio en blanco como una pregunta indiscreta y sucia.

El expresionismo avisó del final del mito de la paz social y personal, y dio paso a los dos nuevos ídolos, la histeria colectiva y la psicosis personal.

La Primera Guerra fue el gran asilo en el que Europa se recluyó para verse enloquecer.

Robert Hughes, el oficio del crítico

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“Jeff Koons es el Rose Mary baby de Andy Warhol” Así definió Robert Hughes la obra y la personalidad artística de Koons, como un engendro del gran apologista del consumo y la cultura de masas.

Estas sentencias lapidarias nunca se las perdonaron a Hughes, murió con el odio del departamento de arte de New York Times y con el de miles de artistas a los que desmitificó.

Con su libro El impacto de lo Nuevo realizó un análisis seminal para comprender el fenómeno artístico de validar lo que se considere nuevo o contemporáneo. Colaboró en la revista Time y se convirtió en estrella mediática con sus programas de televisión.

Tal vez eso fue lo que más detestaron sus opositores, que el sentido común, la accesibilidad de sus escritos y la agudeza de su análisis llegara al gran público, cuando la crítica de arte lo que pretende, desde que el urinario irrumpió como obra de la retórica, en ser más oscura que las obras y establecerse como un ente superior ante el espectador.

Mientras que Arthur Danto afirmaba que la crítica del arte tenía que ser filosofía del arte, Hughes veía las obras sin la nebulosa intelectual que las antecede para darles un peso artístico que no demuestran.

Cuando llamó decoración vulgar a los tiburones de Damien Hirst, la directora en jefe del departamento de arte del New York Times, Roberta Smith, le respondió “Querido Robert, es solo arte que tú no entiendes”.

El dogma de si no te gusta es que no entiendes. Como pequeño homenaje, dejo algunas citas del gran crítico inglés.

“El paisaje es a la pintura americana lo que el sexo y la violencia a la literatura americana”.

“El nuevo trabajo del arte es colocarse en una pared y ser cada vez más caro”.

“Odio a todos esos bastardos con caras de tapaderas de teteras de plata de Sotheby´s.

Ese híper marketing que hacen del arte me pone fuera de mí.

Su fatal inclinación a la mojigatería, no me gusta la idea de que el arte tenga que ser una pseudo religión. Amo al arte genuinamente visionario y místico”.

“La presencia de Damien Hirst en una colección es un signo seguro de un gusto ignorante”.

“Jeff Koons hizo por el narcicismo lo que (el financiero) Michael Milken hizo por los bonos basura”.

“El proyecto básico del arte siempre es hacer más completo y comprensible al mundo, restaurarlo para nosotros en su gloria y su ocasional miseria, no a través de los argumentos, si no a través de las emociones, y cerrar la brecha entre nosotros y lo todo lo que no somos, y de esta forma ir de la emoción al significado”.

“En esencia la perspectiva es una forma de abstracción.

Simplifica la relación entre el objeto, el cerebro y el ojo”.

“¿Qué arte preferimos? ¿Un arte que luche por acabar el contrato social, aunque con errores? ¿O uno que busque ser amable, divertido y exitoso?”.

“El museo ha suplantado a la iglesia como foco emblemático de las ciudad americana”.

“Entre más grande es el artista más grande es la duda.

La confianza absoluta es una garantía del poco talento, es su premio de consolación”.

El peor argumento posible

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En la revista Letras Libres del mes de julio, “tres jóvenes intelectuales” hacen un análisis sobre el libro de Mario Vargas Llosa La civilización de Espectáculo, entre ellos “una especialista en arte contemporáneo”. Se me cita en el artículo varias veces y mal, como es costumbre en esa revista.

Los escasos argumentos de la “especialista” son los lugares comunes de la defensa que hacen del arte contemporáneo o VIP (video, instalación, performance), que esto ya sucedió en el pasado con los Impresionistas y la Academia. Que se les acusa de organizar un complot para sacar al verdadero arte de los museos. Que estas obras son más difíciles que el arte que sí se reconoce como tal.

Analicemos. El arte contemporáneo es la Academia. Decir lo evidente y negar que eso sea arte ocurre desde la marginalidad. Las instituciones, los museos, las escuelas de arte, la crítica, las convocatorias de apoyos, están dirigidos a oficializar, legitimar y divulgar esas formas sin inteligencia como arte. La Academia aplaude furiosamente a estas obras, las respalda con retórica y referencias filosóficas y, además, hace de todas sus limitaciones ejemplos a seguir, cada torpeza intelectual es un canon, cada ocurrencia una ley.

El arte VIP es el arte de las clases dominantes y sus instituciones. Los que están fuera de la Academia son los pintores, escultores y grabadores, las formas artísticas de evidente inteligencia y talento. La misma pintura que exiliaron hace cien años de los “salones” sigue hoy exiliada. Entonces fue por diferencias estéticas y hoy es por una imposición ideológica. Por lo tanto, la Academia no necesita armar un complot. Este arte no es inaccesible, ni difícil, al contrario, es de una simpleza apabullante. Es una repetición sistemática y obsesiva de la realidad, falto de invención, riesgo, interpretación y visión crítica.

Desde la publicidad, los objetos cotidianos hasta excrementos, todo se coloca en el pedestal del museo y se protege con burocracia, curaduría y una construcción retórica.

En un siglo de creación han reciclado descaradamente las mismas ideas y los artistas alcanzan la fama con la replicación de una sola obra. Las instituciones trabajan sin descanso en el proselitismo ideológico o la “formación de públicos”.

Hay la obligación de ver eso como arte, no existe disyuntiva. Este es el arte de las contradicciones: cuestiona al mundo pero no le gusta ser cuestionado; motiva el diálogo pero sólo si lo halagan; enaltece la zafiedad y la vulgaridad, pero quiere que le hablen con delicadeza; explota formas digeridas y prefabricadas pero se considera innovador; dice ser crítico pero rechaza que lo vean críticamente; exige la reflexión del espectador, pero si este duda de la obra lo acusan de ignorante. Tal vez si nuestra sociedad se barbariza aun más, si la inteligencia sigue en franco desprestigio y si la facilidad y la mediocridad continúan dirigiendo el lenguaje artístico, entonces en eso sí tendría razón la “especialista”: este es el mejor arte posible.

La rueda de la fortuna

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Por fin termina un ciclo de seis años de política cultural ignorante y caprichosa en el que un pequeño grupo se repartió la bolsa de los privilegios. Si la política cultural que está enfocada al área del arte sus próximos jerarcas la establecen con visión inclusiva y honrada tendrían que tomar en cuenta lo siguiente. El arte no sigue los dictados de la moda ni del mercado. Los museos se radicalizaron y expulsaron a la pintura, la escultura, el dibujo y el grabado y saturaron a las salas con los mismos artistas de galerías que promocionan obras neoconceptuales sin calidad.

Los museos del Estado tienen una misión social, no son de los curadores, ni para promocionar a sus amigos y repartirse los catálogos, exposiciones, viajes e intercambios. Los museos tienen la obligación social, artística y cultural de exponer a las artes plásticas. Establezcan de forma equitativa las exposiciones de artes plásticas y las de pseudo formas del arte contemporáneo, el público tiene derecho a verlo todo, no nada más unas obras y una línea de exposiciones. Las bienales y las exposiciones internacionales deben otorgarlas por concurso abierto y publicar la lista de candidatos, quién es el jurado y los criterios de selección. Estas exposiciones las tienen que mostrar en nuestro país para que apreciemos lo que enviaron, es antisocial que una inversión tan onerosa se haga para el extranjero. Las becas y los apoyos no pueden concederlos cada año a las mismas personas y ejercer un tráfico de influencias digno de un sindicato amafiado. Acaben ya con el centrismo cultural, México no es nada más la ciudad. Los artistas del interior del país están en el olvido absoluto, en los museos de la capital nunca los exponen. Hagan giras en los estados del país con las exposiciones que se montan en la Ciudad de México.

Los recursos que se asignan a los estados para la cultura tienen que estar al margen del egoísmo partidista, no pueden dejar en la inanición cultural a un estado sólo porque lo gobierna otro partido. El interior es fuente de talento y necesita más atención.

La cultura y el arte son consideradas carteras de poca influencia y son el lugar perfecto para ubicar puestos de compromiso, y envían a gente con nula preparación y sin vocación para esta delicada labor. Además utilizan a la cultura para promocionar la imagen del gobierno.

La política cultural no puede ser propaganda, ni refugio de inútiles, no despilfarren inmensos recursos económicos en obras faraónicas, sin cordura y en proyectos para darles trabajo a los amigos. Es una infamia que los museos del interior están sin acervo, que los estados no compren obra a los artistas locales, que las escuelas artísticas trabajan con presupuestos mínimos y se gasten el dinero en obras embrutecedoras.

Y para terminar: la política cultural no es para encumbrar a personas sin méritos artísticos. Consagrar a Gabriel Orozco, Melanie Smith y Teresa Margolles con giras millonarias, son lujos que no tenemos porque pagar con dinero público.

Realidades compartidas

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La realidad no existe en el arte. Lo que el artista lleva al lienzo es invención pura. Que la veracidad de la forma sea tan contundente que nos haga pensar que eso es real no significa que lo sea. 

Cuando el pintor reproduce un paisaje, unos juguetes en un balcón, el rostro de un anciano, se inspira en esa imagen y la recreación la convierte en algo nuevo, inusitado, en una experiencia distinta. La literalidad es una situación imposible en el arte, lo que vivimos como realidad es un material moldeable, una posibilidad que se altera.

La pintura hiperrealista, cuando llega al nivel de arte, es algo más que el momento, el lugar o la persona que la inspiró. No es testimonio fotográfico, la pintura desafía la versión univoca de la imagen para potenciarla y convertirla en otro estado de la verdad. Es el caso de los paisajes urbanos de Samuel Meléndrez, son sitios imposibles de encontrar o reconstruir, existen en su lienzo, el color se localiza en su paleta. La intensidad de la luz que se proyecta en los edificios, las perspectivas de la arquitectura, las tonalidades del muro que destaca la luz neón de un hotel, la composición nostálgica, es fantasía pura. Ricardo Amezcua con su dominio de la anatomía da algo más que la materialidad de un cuerpo, inventa una presencia sensual, que enmarca recurriendo a metáforas, las texturas hacen de las obras pequeños frescos renacentistas influenciados por Rafael. Si creemos en la existencia de la modelo, es por la congruencia de la obra, por la armonía que emana.

Los paisajes imposibles de Diego Narváez no pueden ser más que en su lienzo, los asimilamos porque nuestra imaginación se sirve de la memoria para aceptar que esas arquitecturas existen en alguna parte, tal vez la hemos visto o tal vez las hemos imaginado. Pero lo que es completamente creado son los elementos que contradicen la situación, invitándonos a ver y compenetrarnos con el lienzo. El parecido físico de un retrato no es el objetivo de la pintura. Su reto es captar ciertos rasgos, actitudes y miradas que nos describan quién es esa persona. Los retratos de Luis Miguel Sánchez son entrañables porque se internan en la personalidad y recrea presencias. La realidad para el arte no es suficiente, el arte exige creación, la idea que surge a partir de algo y que convierte ese momento o lugar en otro distinto y extraordinario. Estamos saturados de la obviedad del arte contemporáneo, de su literalidad exenta de imaginación que lleva a la sala del museo objetos de uso cotidiano, imponiéndonos la observación de cosas que fuera de ese contexto carecen de valor.

No necesitamos ver cajas de cartón vacías, ni fotos de cadáveres robadas de la prensa, necesitamos ver algo que la realidad no se capaz de aportar y que el artista con su talento si pueda inventar. La obra de estos pintores nos da la oportunidad de una experiencia estética que se deslinda de la visión cotidiana y nos permite apreciar belleza, esa muestra de inteligencia hoy tan marginada del arte.

 

El relativismo de la crueldad

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Entre la infinita cantidad de objetos y seres que el arte contemporáneo utiliza como readymades están los animales. Después de la discusión acerca de si los toros o los animales de circo son manipulados y abusados, sin que se resuelva esta cuestión, llegan los anti creadores y hacen un uso de los animales que supera con mucho lo que hasta ahora habíamos podido imaginar. Esta crueldad se relativiza porque se supone que, intelectualmente hablando, el arte es una actividad superior. No es el circo o los toros, no es una diversión, es un espacio de contemplación y reflexión. Entonces los animales se toman como objetos que se pueden usar, matar, maltratar y denigrar con el apoyo de los curadores, críticos y galeristas. El discurso de la obra es la justificación máxima, lo que se diga de la obra es suficiente argumento y, además, incuestionable.

En la reciente retrospectiva sobre la obra de Damien Hirst en la Tate Modern de Londres, en una sala la obra son mariposas vivas que embriagan con piñas y naranjas fermentadas, se estrellan contra la pared y los espectadores, caen en el piso, incapaces de volar y las pisan. En las otras salas están varios de sus animales que mete en formol. La alemana Tinkerbell, (nombre infantil que enfatiza su brutalidad) fue reconocida en la Frieze de Nueva York por su obra, un pony disecado con ojos de papel y pelo de uno de sus gatos.

Famosa por asesinar a sus mascotas y hacer un libro con los insultos recibidos, dice que sus obras reflexionan sobre lo que hacemos con los animales. El talento, la creatividad, el dominio de las técnicas se sustituyen por la barbarie, por una demencial maldad y el artista más osado es el que lleva más lejos su capacidad de hacer daño.

Si el arte se ha deshecho de las búsquedas estéticas, si el artista no necesita crear, el siguiente paso para hacer una obra es carecer de ética. Para llamar la atención pueden hacer esto y más, no cabe duda, pero lo más escandaloso es la cobardía de estos actos. El supuesto artista se concentra sobre los más débiles, no diseca a su curador, mata a un ser indefenso.

Es terrible cuestionarse qué clase de sociedad se siente identificada con estas obras, que tipo de personas se involucran en esta obscenidad sin sentir por lo menos un poco de compasión o vergüenza. Estas obras no son arte y constituyen una forma de consumo que sólo está al alcance de unos cuantos.

El consumo abyecto siempre ha existido, para eso es la prostitución infantil, la venta de películas snuff o de armas ilegales. La diferencia es que ninguno de estos comercios indignantes goza de buena reputación social como sucede con el arte.

Que estos artistas sean reconocidos públicamente, tengan exposiciones en museos y sus obras se vendan es una terrible muestra de la degeneración en la que un grupo está sumergiendo al arte. ¿Cómo se van a escribir estas páginas en la historia del arte? Espero que con una profunda pesadumbre. Por lo pronto, ahora mismo, los están protegiendo y promocionando con cinismo.

De la celebración a la vergüenza

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1,110 millones de pesos, para construir un monumento no sólo es un exceso, es un fraude. La Estela de Luz, se han esforzado en llamarla escultura lumínica es materialmente hablando, una torre de lámparas de leds montada en una estructura de metal, sólo eso. Su precio desorbitado no responde al costo real de una estructura de este tipo.

Como los números con la repetición se convierten en una abstracción, contextualicemos esa cantidad en su posibilidad real de aportar algo a la sociedad. Por ejemplo, construir un museo cuesta en promedio en Estados Unidos entre 20 y 30 millones de dólares. En ese rango están el museo de Arte de Tampa Florida, el Discovery Center de Kansas, el Museo de Arte Contemporáneo de la ciudad de Los Ángeles California en Grand Avenue. Estas cifras incluyen terreno, diseño del edificio por un arquitecto estrella, elementos exteriores, gastos generales de construcción y el de Kansas cotizó hasta una escultura lumínica de leds en el lobby. Cito estos casos porque los presupuestos detallados están subidos en internet y no hay que hacer el trámite del IFAI, que la mayoría de las veces niega dar la información.

Si querían un espacio de convivencia un museo es la opción más acertada porque de su existencia surgen diversas actividades, no solo las expositivas, se dan cursos, se crea acervo, se convierte en un generador de conocimientos y propuestas.

Con la cantidad que gastaron en esa torre de lámparas, haciendo la conversión del dólar en 13 pesos, habrían podido construir casi 3 museos de 30 millones ó 4 museos de 20 millones de dólares y exponer el acervo de Bellas Artes que está en bodegas. Dotar a 3 ó 4 ciudades del interior del país de un museo es una celebración con visión social, no el acto de faraónico de plantar esta torre. Teniendo en cuenta, además, de que un museo en parte se auto financia porque cobra las entradas, tiene tienda o cafetería y muchos de los servicios y actividades que ofrece se cobran al público.

Esta torre de lámparas no da ningún servicio y en cambio requiere de una inversión onerosa y constante para su mantenimiento. La oscura decisión de elegir ese proyecto, la evidente malversación de fondos para su construcción y la hasta ahora nula información sobre el costo de su mantenimiento, acaparan más la atención que el objeto mismo. Esto sucede porque no hay un sólo elemento estético que pueda justificar este increíble desperdicio de dinero.

Hablando en términos artísticos la pieza no comunica ninguno de los significados metafísicos que afirma tener. Contemplarla de día carece de atractivo porque está apagada y se muestra en su exacta dimensión: una estructura metálica cubierta de luces. No tiene sentido construir algo que únicamente se ve bien por algunas horas en la noche. El poder se empeña en trascender no por sus méritos, sino por dejar huella de sus arbitrariedades y abusos. Esa torre es testimonio de que si para gobernar no se requiere de talento, la honestidad es definitivamente un estorbo.

De compras en Zona Maco

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El cliente número uno de Zona Maco somos todos nosotros, nos gusten o no las obras que vende. Lo que se ofrecía en los stands era lo mismo que año tras año hemos visto en las exposiciones de los museos del INBA.

Es escandalosa la simbiosis corrupta del Estado con las galerías que protege: exhiben lo mismo y el Estado compra a los artistas que promueven en paquete. Esto no es mecenazgo, es arribismo.

Para celebrar que esta es la última feria que tenemos al amparo proteccionista de un ministerio obsesionado en parecer un magnate sin cultura, no una institución cultural con sentido social, anunciaron que disponían de 20 millones de pesos para comprar arte en la feria. Conociendo que CONACULTA compra para mimetizarse con el mal gusto de los coleccionistas privados, que son los verdaderos directores de los museos del Estado -ahí estaba el área curada por Patrick Charpenel- hice una lista de lo que NO deberían comprar para evitarle al erario público el despilfarro y al espectador la mala experiencia de ver estas cosas expuestas en una sala oficial, desplazando al verdadero talento y denigrando espacios que antes tenían un significado y un prestigio.

Es un divertimento, obviamente nunca han solicitado mi opinión en temas de arte, porque ya la conocen. Cómo sugerir que la próxima vez que vayan a despilfarrar 20 millones los arrojen a la calle desde un helicóptero. Ante lo especialmente deprimente del conjunto que mostraron las galerías, daba miedo saber que un “consejo seleccionador de obras” andaba en el recinto gastando 20 millones de pesos de nuestros impuestos.

Ojalá no hayan comprado lo siguiente. Todos los precios son en dólares, menos cuando lo especifico.

Moris “escultura” de zapatos con troncos, 7,500.

José Dávila, muy productivo para hacer cosas de nula inteligencia estética, bloques de cemento con neón o neón sólo o cemento sólo, de 12 a 30 mil.

Mesa con recortes de papeles rayados de Antonio Vega Macotela, 10 mil euros.

Papel dorado enrollado de Gabriel Kuri, 33 mil.

Zapatos con el tacón invertido de Luis Carlos Urtado, 1,800.

Perro de tela sin ojos de Cosima Von Bonin, 180 mil.

De “Ale” de la Puente, papeles arrugados enmarcados y confeti envasado, de 45 mil a 90 mil pesos.

Cubeta con dos focos y manguera de Sarah Lucas, 95 mil libras esterlinas.

Mandala de corcholatas de refrescos de Emilia Azcarate 22 mil.

Joana Vasconcelos, esculturas prefabricadas de cemento cubiertas de tejido, 470 mil. Cintas para zapatos de Carlos Garaicos 60 mil.

Un alienígena dibujado por Adriana Lara, 18 mil.

Regaderas con pelo humano de Magnus Wallin 28 mil.

Gunilla Klinberg neones, esferas y madalas, muy disco fever delos 80´s, 50 mil.

Esculturas de grasa y sangre de Cristina Piffer, 7,500.

Es increíble que gasten 20 millones de pesos en esta feria, sin convocar a los artistas directamente y que, además, siendo el mejor cliente, no consigan que los alumnos de las escuelas de arte de todo el país entren sin pagar. Arribismo y falta de sensibilidad social.