Hace unos días comentábamos lo complicado que se ve el panorama para el crecimiento de nuestro país. Señalamos que habría de reconocerse que después de la devaluación de finales de 1994, México tuvo la capacidad de mantener los equilibrios macroeconómicos, y esta cualidad permitió que el país pudiera afrontar con mayor fortaleza los efectos de la crisis hipotecaria estadounidense de 2008.
A la luz del magro crecimiento de los últimos años se puede concluir que la estabilidad macroeconómica es una condición necesaria pero no suficiente para crecer. Hacía falta algo más. Durante 2012 y 2013, se aprobaron diversas reformas estructurales que sentaron las bases para un mayor crecimiento económico en el largo plazo; desafortunadamente, estas reformas tardaron mucho en llegar y cuando lo hicieron el mundo se encontraba haciendo esfuerzos importantes para salir de la recesión que ocasionó la crisis subprime en Estados Unidos. Esto limitó el impacto positivo de las reformas estructurales e impidió que el país lograra mayores tasas de crecimiento.
De esta forma, la tasa de crecimiento promedio de México en la administración anterior fue cercano a 2.3%, similar al promedio de los últimos 25 años, lo que en sí es una muy mala noticia si se considera que en el mismo lapso el bloque de países emergentes se expandió 4.5% y China y la India 8.3%.
Desafortunadamente, se avizora una gran cantidad de nubarrones en la esfera del crecimiento económico tanto en el presente año como para el 2020, que harán que esta historia de crecimiento aletargado no sólo no mejore, sino que se profundice. El impacto de la decisión de cancelar los trabajos del aeropuerto en Texcoco, el hostigamiento frontal al sector bancario, entre otros eventos, han mermado la confianza de los inversionistas y esto se traducirá en un menor crecimiento y en una menor generación de empleos.
A la pérdida de confianza habrá que sumarle algunos elementos externos que podrían limitar aún más el avance de la economía mexicana. Uno de los más importantes es la franca desaceleración de la economía estadounidense, con un crecimiento esperado de 2.6% en este 2019, frente a la expansión cercana a 3% de 2018 y de tan sólo 1.8% en 2020. Siendo aún nuestro principal socio comercial, es claro que su desaceleración tendrá un impacto importante en la actividad productiva de nuestro país.
De hecho, el menor crecimiento económico ya se empieza a manifestar en los indicadores de empleo. De acuerdo con el INEGI, la tasa de desempleo en México avanzó hasta 3.6% en diciembre de 2018, cifra superior al 3.3% del mes anterior y el mayor registro de los dos últimos años, lo que augura una disminución en el consumo, así, los dos motores de la economía, el externo y el interno, tendrán un comportamiento flojo.
La tendencia alcista en las tasas de interés en todo el mundo, las tensiones comerciales a nivel global que ya empiezan a tener un impacto significativo en el volumen de comercio internacional, las tensiones geopolíticas, el impacto del shutdown decretado por el presidente Trump, se suman a la cadena de factores que anticipan un escenario externo que poco contribuirá al crecimiento de México.
En la última encuesta de Citibanamex, formada por 24 analistas, se observa un crecimiento esperado para el PIB de México de 1.8% para 2019 con un rango de entre 1.0 y 2.1%, y 2.0% para 2020 con un rango que va de entre 0.8 y 2.4%. Pero no sólo los analistas locales tienen proyecciones desalentadoras para la economía mexicana, desde afuera también nos ven con rigideces que impedirán, de acuerdo con su perspectiva, la expansión económica de México, en los próximos años.
La semana pasada, el Banco Mundial (BM) revisó a la baja las estimaciones de crecimiento para México en 2019 y 2020, como resultado de la incertidumbre en torno a las políticas que imperan en nuestro país. De acuerdo con el BM, la economía mexicana crecerá 2.0% en 2019 desde una predicción de 2.5% que se tenía anteriormente, mientras que para 2020 también se observó una reducción en el crecimiento del PIB de 2.7 a 2.5%.
Con respecto al presente año, el organismo internacional destacó que se prevé que la incertidumbre en materia de políticas públicas y la perspectiva de una inversión aún escasa, mantengan el crecimiento económico en una tasa moderada a pesar de las menores dudas comerciales tras el anuncio de los acuerdos alcanzados en torno al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá.
Más recientemente, el Fondo Monetario Internacional (FMI) también ajustó a la baja sus expectativas de crecimiento para el mundo y para nuestro país, tanto para 2019 como para 2020. Para el año en curso, el FMI recortó el pronóstico de 2.5 a 2.1% debido a la expectativa de una menor inversión privada como resultado de las políticas que está implementando la actual administración.
Para 2020, las previsiones son igualmente conservadoras toda vez que se observa una disminución de un nivel de 2.7% que se tenía en octubre a 2.2% en su última actualización. El argumento detrás de una menor expectativa de crecimiento económico de México es que prevalecerá, de acuerdo con el FMI, un ambiente incierto para la inversión.
Uno de los aspectos más relevantes para impulsar el crecimiento económico es la inversión privada, local y extranjera, y ésta se materializa o no en función de la rentabilidad de los proyectos y de la confianza que se genere en torno al funcionamiento de los mismos. Hoy se tiene como gran reto seducir a los inversionistas para que canalicen muchos más recursos a nuestro país, de manera tal que se catapulte el crecimiento económico y la generación de empleos.