Pez de Oro

“La Muerte y la Doncella”: “Campo minado”

Lectura: 4 minutos

El texto de Ariel Dorfman, habla sobre una mujer quien se enfrenta de nuevo a la vida después de su secuestro y tortura por parte de la dictadura militar chilena durante los setenta.

Ciudad de México.- Es muy difícil hablar de la idea de víctima en este país porque nuestra conciencia nacional es incapaz de resolver las carencias de nuestro sistema político, económico y social. Se hablan de las estadísticas, del motín político que representan o de las supuestas estrategias para ayudarles pero nunca se hablan de las personas.

Existe un abuso de poder y un atropello a las libertades individuales, por cierto, garantizadas por el marco legal, que nunca se quieren enfrentar con todas sus palabras y consecuencias. La clase política y la sociedad civil se refugian en la palabrería y las buenas intenciones para calmar esos “dolores incómodos”; los oprimidos, los sojuzgados, los torturados, los desparecidos o, despiadadamente, los muertos se convierten en fantasmas acomodados en el simulacro de nación.

Más nos vale hablar del petróleo, la dificultad de un proceso electoral, los chismes jugosos de los políticos o para olvidar la política porque en ella “siempre es lo mismo y me deprime”, del fútbol, los titulares de las revistas del corazón o el video de superación personal en Facebook que enfrentarnos a nuestras heridas como país. Si lo hacemos habremos de encontrar tanto dolor que sería insoportable, cuando por tantos años nos ha venido bien el autoengaño y la compasión barata.

Por eso, la productora Tercera Llamada me parece valiente al poner en cartelera La Muerte y la Doncella que nos habla sobre las víctimas con rostro, sueños y miedos. El texto de Ariel Dorfman, habla sobre una mujer quien se enfrenta de nuevo a la vida después de su secuestro y tortura por parte de la dictadura militar chilena durante los setenta.

Paulina no sólo se tiene que enfrentar a la cotidianidad, sino a un marido ajeno, a una transición democrática y sobre todo, a un miedo sigiloso y permanente. La premisa es cómo Paulina se desconoce a sí misma en un ambiente de calma; lo más desconcertante para mí fue ver a la protagonista con un esquema moral roto: la bondad se parece a la maldad y viceversa.

La acción dramática arranca cuando a la casa de Paulina y Roberto, su esposo, llega el presunto torturador quien pone a prueba su ética y justicia (tanto privada como pública). Lo genial de Dorfman está en la ambivalencia de los personajes; nunca se cae en estereotipos y pone todos los ángulos posibles para ser empáticos con cada uno de los personajes.

El autor presenta a la víctima con una historia de vida pero también se la otorga al victimario. Y ahí es cuando las cosas se complican para los ojos del espectador: todo el tiempo el montaje nos hace la pregunta ¿de qué lado estás?. Desafortunadamente, en nuestra atmósfera social, el debate se vuelve más urgente; La Muerte y la Doncella complejiza a la víctima y al victimario sin ninguna concesión. Las respuestas se vuelven lejanas y la imposibilidad de reconocer nuestra miseria golpea, duele.

La acción sucede en Chile a finales del siglo pasado pero no dista en nada de lo que sucede este año en México. Lo más interesante del texto es la manera de dialogar; la mayoría de las frases nunca se terminan, están suspendidas y eso deja un enorme espacio para la construcción de los personajes; el efecto es como si las palabras sobraran, como si existiera un ahogo. La estructura es fenomenal, se agradece la ausencia de maniqueísmos y el sorpresivo final.

Lorena Maza, como la directora, otra vez vuelve anotar un gol por su pertinente conducción de actores. Los lleva a construir el estado de ánimo adecuado para que puedan encarnar la historia; el éxito radica también en la enorme profundidad de las relaciones y un funcional manejo de energía que explota hacia los últimos quince minutos del montaje. La verdad no me encantaron los oscuros para pasar de una escena a otra, sin embargo, reconozco esto como un mero gusto personal porque no resta la eficacia dramática y ayuda a resolver problemas técnicos.

Reencontrarme con Daniel Martínez como Roberto resulta impresionante por manejar, en cuanto a la energía y el ritmo, los contrapuntos más altos de la obra. Arturo Ríos quien interpreta a Gerardo Escobar, el presunto victimario, hace gala de una potente técnica y remarca por qué es uno de los valores más sobresalientes de la actoralidad mexicana.

Arcelia Ramírez como Paulina Salas me dejó sin palabras hasta el día siguiente de ver el montaje. La manera que tiene para empatizar su conflicto con el público es magistral; yo soy un fiel seguidor de su trabajo y cuando la vi en la película Las razones del corazón del gran Arturo Ripstein nunca pensé que podía superarlo. Con La Muerte y la Doncella me trago todas mis palabras; de toda la temporada del 2015, Paloma Woolrich con Wit y Arcelia Ramírez con Paulina han sido los mejores trabajos vistos (y los más emocionantes-dolorosos de ver) en una categoría femenina.

Una actriz que contacta con el dolor de una forma tan valiente, como lo hace Ramírez, es de un profundo respeto a su técnica y poética. Por favor, se los suplico, vayan todos a ver La Muerte y la Doncella porque no serán los mismos al salir de la sala. Ya sé que esta frase puede sonar a cliché pero, en verdad, sales del Foro Shakespeare con la necesidad de debatir, discutir y sobre todo, accionar en torno al dolor colectivo.

P.D. 1 Espero que esta temporada no sea la única; La Muerte y la Doncella necesita ser vista por muchos más mexicanos.

P.D. 2 ¿Qué hace Arcelia Ramírez después de cada función para limpiarse al personaje? Su interpretación de Paulina es tan entrañable que no sólo es un parteaguas en su trayectoria profesional sino, no exagero en lo más mínimo, en la historia del teatro mexicano. Este trabajo actoral merece ser apreciado por todos los que puedan POR FAVOR; dentro de veinte años todos recordarán a Ramírez en La Muerte y la Doncella.

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La Muerte y la Doncella

De: Ariel Dorfman

Dirección: Lorena Maza

Foro Shakespeare (Zamora 7, colonia Condesa)

Hasta el 30 de agosto

Viernes 20:30 hrs., sábados 17:30 y 20:00 hrs., domingo 17:00 y 19:30 hrs.

Muerte y doncella1
La muerte y la doncella. Foro Shakespeare

“Cuerdas”: “Dolores hermanos”

Lectura: 3 minutos

Colio le da al clavo cuando demuestra que el amor entre un hijo y sus padres nunca está dado por hecho, al contrario, se gana y construye como en cualquier otra relación.

Ciudad de México.- Cuerdas en el Teatro Ignacio López Tarso será un éxito. El elenco compuesto por José María Yazpik, Osvaldo Benavides y Luis Roberto Guzmán es el principal atractivo para que esta reposición (su primer corrida en México fue durante el 2011 en el Centro Cultural del Bosque) pueda estar en el gusto del público y hacerlo comprar un boleto.

La obra demuestra a los tres actores en su mejor momento actoral. Tienen la experiencia necesaria para poner a prueba su técnica con personajes complejos e historias ávidas de una gran pericia emotiva. Además, los años les han brindado, en partes iguales, una calidad de “estrellas” en el medio de la farándula.

La producción es impecable. El concepto de escenografía e iluminación (de uno de los mejores escenógrafos de este país: Jorge Ballina) hace un espectáculo disfrutable para el ojo del público con una profunda conciencia del lenguaje teatral. Las transiciones temporales más difíciles se hacen con elementos lúdicos que apelan a la imaginación del espectador. La propuesta estética es congruente con la narrativa dinámica del texto.

La dirección de Antonio Serrano pone el acento en la actoralidad. La relación entre los tres personajes principales (interpretados por Yazpik, Benavides y Guzmán) es verosímil; nunca se caen en momentos melodramáticos gratuitos. Los trazos coreográficos para ayudar a las transiciones temporales son un aspecto sobresaliente del montaje. La inclusión de dos actores para hacer ciertos personajes incidentales es adecuada porque apoya los momentos de humor.

Mi única inquietud viene con el texto de Bárbara Colio. Cuerdas trata sobre el reencuentro de tres hermanos para ver el acto más desafiante de su padre equilibrista en Shanghái. El viaje se vuelve un exorcismo para estos tres hombres, quienes no han podido superar el abandono paterno; su infancia fue marcada por la ausencia y ahora, en sus vidas adultas, tienen un sinfín de mecanismos de defensa para lidiar con el dolor.

Las relaciones con la madre, sus parejas y el trabajo están impregnadas de un resentimiento infantil que no puede ser digerido. Cuerdas habla sobre la búsqueda del amor de los padres; lo más bonito de la anécdota viene cuando surge una guerra entre los hermanos para saber quién es el preferido, quién es el más amado, quién es el protegido. Colio le da al clavo cuando demuestra que el amor entre un hijo y sus padres nunca está dado por hecho, al contrario, se gana y construye como en cualquier otra relación.

El texto corre bien los primeros 40 minutos hasta que existe una resolución precipitada del conflicto. El final se vuelve confuso porque la identidad de los hermanos se diluye y los tres parecen ser el mismo personaje; las motivaciones de algunos cambian sin motivo aparente; varios nudos dramáticos (y claves para el desarrollo de los personajes) no se desatan.

A mí me da la impresión que la historia está a tres cuartas partes. Hay un hueco informativo y dramático para sentir empatía por los hermanos. Aunque lo más urgente es profundizar en el personaje de José María Yazpik (Paul); no me refiero al trabajo actoral, sino a su planteamiento dramático desde el papel porque, en varios momentos, se eclipsa ante los conflictos de los otros dos y no existe una trayectoria clara de su conflicto.

Cuerdas vale la pena por el depurado trabajo actoral y la increíble dirección de Antonio Serrano. El éxito de la temporada lo tienen asegurado por sus intérpretes y lo reconocible de la historia en nuestro contexto cultural.

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Cuerdas

De: Bárbara Colio

Dirección: Antonio Serrano

Teatro Ignacio López Tarso (Avenida Revolución 1733, esquina Francisco I. Madero, Colonia San Ángel)

Viernes 20: 30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 17:00 y 18:30 hrs.

“Hoy no me puedo levantar”: “La ventana opaca de Mecano”

Lectura: 3 minutos

Es una gran paradoja que este trabajo tan bien logrado en escena tenga enormes carencias en el argumento.

 

Ciudad de México.- Hoy no me puedo levantar es un fenómeno extraño. Escribo esta reseña sin entender bien a bien por qué hay muertos y heridos para conseguir un boleto, por qué la gente sale tan entusiasmada o por qué muchos querrían repetir la experiencia. A veces un éxito es inexplicable y más que buscar tres pies al gato, sólo vale la pena reconocer el nivel de impacto en la gente.

Me queda claro que yo no soy la audiencia de este musical de las canciones de Mecano. Sin duda, este grupo tiene uno de los mejores catálogos de la música pop en español porque resiste adornar una historia larga, inverosímil y predecible en todos los sentidos. Dramáticamente, la anécdota fracasa con personajes básicos y por momentos, antipáticos.

Hoy no me puedo levantar cuenta las aventuras del grupo Rulé para conquistar la industria musical en la España de los ochenta. Es la típica historia donde cuatro individuos, que empiezan con un profundo amor a la música, se olvidan de sus ideales por la fama, las mujeres y las adicciones. Todo esto aderezado por el recién ambiente liberal de la sociedad española, después de la represión y conservadurismo de la dictadura franquista.

La anécdota se ha contado millones veces en diversos medios y formatos. En este caso, el lugar común se vuelve superficial y en un sentido dramático, frívolo. Y para colmo de males, la obra es más larga que la Cuaresma. Las escenas no son efectivas para contar la historia, los personajes se desdibujan a lo largo de las casi tres horas del espectáculo y, tal vez ésta sea su mayor debilidad, tiene un tono cómico forzado.

El lenguaje español de los ochenta es adaptado de una forma torpe porque se maneja un vocabulario y localismos que bien podrían suceder en la colonia Narvarte. Por esto, se rompe la convención, las situaciones se vuelven inverosímiles y los pocos momentos donde pueda existir un interés dramático se pierden.

He de reconocer que existen episodios extrañamente conmovedores por las canciones de Mecano, no por el conflicto de los personajes. De hecho, llega un momento donde la historia es lo de menos, sólo importa meter a calzador cualquier canción del grupo para crear un momento vocal y coreográfico.

A diferencia del primer montaje en México, en 2006, ahora tiene un poco más de cohesión. Redistribuyeron el orden de las canciones o quitaron algunas a favor de “agilizar la historia” con muy pocos resultados. Mi hipótesis es que la gente sale tan extasiada de la sala porque Hoy no me puedo levantar le da al clavo de la nostalgia; produce sentido por las canciones extraordinarias; no importa la mal lograda recreación de los ochenta. A nadie le importa realmente Rulé y sus avatares para conseguir la fama.

Lo que yo vi en el escenario, toda la producción para contar esta historia es fuera de serie. Alejandro Gou, el productor, orquestó al mejor equipo de escenógrafos, iluminadores, vestuaristas e ingenieros de audio para hacer un espectáculo sumamente disfrutable. El despliegue técnico de esta obra no se ve todos los días en México y mucho menos, la enorme inversión económica.

Hay una preocupación para que cada cuadro sea interesante al ojo y oído. Todos los recursos técnicos están aprovechados de la mejor manera. Y, gracias a este impactante despliegue audiovisual, entiendo un poco más la fascinación de la gente por el montaje.

Hoy no me puedo levantar es y será un éxito a pesar de sus detractores. Es una gran paradoja que este trabajo tan bien logrado en escena tenga enormes carencias en el argumento. Mecano maquilla cualquier defecto porque, a pesar del tiempo y las modas, su música es entrañable y cualquiera se puede emocionar con las letras y melodías. El espectáculo se vuelve accesible cuando lo piensas como un pequeño concierto y evitas todas las referencias a un musical.

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“Hoy no me puedo levantar”

Libreto: David Serrano

Director: Federico Barrios

Teatro Aldama (Rosas Moreno 71, colonia San Rafael)

Jueves y viernes 20:00 hrs., sábados 17:00 y 21:00 hrs., domingos 13:30 y 18:00 hrs.

Sólo quiero hacerte feliz: Banquetes amargos

Lectura: 5 minutos

El título, Sólo quiero hacerte feliz, me parece fantástico por ser una gran ironía de la vida familiar: ninguno es feliz y ninguno hace feliz al otro.

 

Ciudad de México.- No quería escribir la reseña de Sólo quiero hacerte feliz sin haberla visto por una segunda vez. Mis ojos tenían que comprobar si la primera impresión no fallaba, si mi entusiasmo instantáneo me había cegado de ver ciertos detalles.

En una casa de Cuautla, durante los setenta, Ana se encarga de cuidar a su madre enferma (hipocondríaca mejor dicho) a costa de añejarse, dejar pasar hombres y mutilar experiencias vitales. La hija se sacrifica (¿?) por la madre mientras que para sus hermanos en el D.F., Rey y Raquel, cualquier pretexto es bueno antes de ir a visitar (ya no digamos cuidar) a su madre.

En pleno éxtasis (mezclado con depresión), Ana decide vivir un affair con su cuñado, Mauricio. En la fantasía no existe alguna prerrogativa moral. Raquel castra a su marido sistemáticamente mediante el dinero y una supuesta superioridad intelectual, por lo tanto, el acuerdo les convenía a ambos: una se escapaba de la neurosis, el otro de la dictadura matrimonial.

Y casi en lo que los psicólogos llamarían un acto fallido, Ana convoca a sus hermanos para cuidar a su madre, alias Mamuy, mientras ella tiene unas merecidas “vacaciones en Acapulco”. Con la intención de hacer más verosímil esta mentira, Mauricio esperaría a Ana en alguna plazuela de la ciudad y de ahí se irían a vivir su fin de semana de sexo salvaje.

Todas las fantasías se rompen con la realidad y en mayor medida, las sexuales. Cuando Ana recibe a su hermano y cuñada para darles los lineamientos del cuidado de la madre y la casa, se atora. Es incapaz de salir de esas cuatro paredes. Se refugia en la moral: no va a la cita con Mauricio, se aferra a la profesión (auto) impuesta de enfermera y decide vivir el “hubiera”.

La falsa salida de Ana del entorno familiar hace una especie de llamado a los demás miembros porque, en un sentido casi trágico, Mauricio, Raquel y Neto, el veterinario del gato y eterno enamorado de Ana, llegan a la casa para pasar juntos un fin de semana entero. Y es aquí donde arranca la historia de Alan Ayckbourn con tres obras distintas.

Cada una de ellas, que se explica por sí misma sin necesidad de ver las otras dos, retrata este reencuentro familiar en tres lugares distintos de la casa: la sala, el comedor y el jardín. En cada uno de los espacios se arma el rompecabezas de este fin de semana; en algunos los personajes se desbordan, en otros se contienen; al final, Ayckbourn hace un acercamiento a la neurosis familiar en todos sus ángulos y posibilidades.

El dolor de estos personajes se cuela en cada una de las carcajadas del público; lo mejor del asunto (o triste) es lo reconocible de este hartazgo familiar en la audiencia mexicana. Ya que vi la obra (o mejor dicho las tres obras) dos veces, puedo afirmar la maestría dramática de Ayckbourn para desarrollar tres historias sincronizadas de un mismo conflicto y todo bajo las reglas de la comedia. La estructura es verosímil y en ningún momento se siente forzada; en algunos momentos hace falta información, sin embargo, el trazo de las rutinas cómicas borra esta pequeña irregularidad.

Cuando vi Sólo quiero hacerte feliz me recordó a Escarabajos de Hugo Argüelles. Sé perfectamente las diferencias técnicas, estilísticas y de nacionalidad de cada uno de ellos (Ayckbourn inglés, Argüelles mexicano), pero lo que los hermana es su brillante capacidad para retratar a la familia como un grupo unido por la miseria.

A pesar de que varios reporteros han calificado a la obra como una comedia romántica, el verdadero talante del texto se encuentra en la caducidad de la institución familiar y su necesaria revaloración social. A mí me cautivó el pacto sigiloso de estos personajes para regodearse en la propia miseria y en la del otro; de hecho, es su única manera de relacionarse. Cuando alguno de ellos se trata de salir de esta dinámica, como Ana, la devuelven a su lugar en la maquinaria del dolor.

Por eso el título, Sólo quiero hacerte feliz, me parece fantástico por ser una gran ironía de la vida familiar: ninguno es feliz y ninguno hace feliz al otro. La crítica social propia de la comedia viene de la imposibilidad de los personajes para salirse del banquete de la miseria. Y en una cultura como la nuestra, ñoña y doblemoralina, aferrada a la idea de la familia al más puro estilo de Nosotros los pobres a costa de lo que sea, la historia funciona de una manera efectiva con la audiencia.

Ayckbourn también hace una exploración sobre lo que consideramos felicidad. Y sus conclusiones, nos llevan a pensar en ésta como una gran falacia social. Nadie sabe qué es, nadie sabe con qué se come, cómo se consigue pero cómo morimos por obtenerla. En Sólo quiero hacerte feliz descubrimos que detrás de la felicidad no hay nada y sólo nos quedamos con nuestros deseos rabiosos de que alguien más nos cargue, nos cumple, nos dé.

Amén de que Mariana Garza y Pablo Perroni son unos héroes nacionales por dirigir y mantener el Teatro Milán y Foro Lucerna (ya se ganaron un capítulo en la historia del teatro mexicano con letras de oro), debo aplaudir su gran lucidez para escoger las historias en donde están como actores y productores. Se nota una preocupación porque el público pueda significar la anécdota, así como los conflictos; no hacen alegorías autocomplacientes ni mamotretos intelectuales; hay un verdadero interés por la diversión y entretenimiento del espectador.

La dirección de Juan Ríos Cantú es impecable por dos razones: el ritmo del montaje y la construcción de los personajes. Todas las obras dependen del ritmo pero en Sólo quiero hacerte feliz estamos frente a un Ferrari que si no se sabe manejar a velocidades altas, el resultado podría ser un desastre. Esta obra se necesita hacer a 200 km/h y Ríos aconsejó a sus actores sorprendentemente para nunca desbarrancar el coche.

Me llama la atención la construcción de los personajes porque está llena de sutilezas (en segundo y tercer plano). Ríos le da una entrañable dimensionalidad al texto al propiciar en sus actores ciertos gestos, movimientos y miradas que enriquecen al drama. Mi único comentario urgente sobre la dirección de Ríos está en el planteamiento visual; como el público puede ver la obra desde cuatro frentes, hay ciertas cosas importantes para el desarrollo del montaje (miradas, reacciones) que se pierden en algunos lugares. Sería conveniente ajustar ciertos trazos para disfrutar la obra desde cualquier butaca sin tener alguna pérdida.

Aquí están mis notas sobre la actoralidad: Mariana Garza (Ana) es una actriz sin precedentes porque después de verla en una obra tan densa y oscura como Aquí y ahora (de Hugo Arrevillaga), es increíble verla en un tono de comedia de manera tan efectiva. Anahí Allué (Sara, la esposa de Rey) es el alma del montaje; destaca su maestría para hacer los cambios de tempo más complicados.

Los remates de Yuriria Del Valle (Raquel) en las rutinas cómicas merecen ser aplaudidos de pie; Ricardo Fastlicht (Rey) convence con una de las actuaciones masculinas más entrañables de lo que va del año (gracias a él pude conectar con los momentos más dolorosos de la historia). Con este comentario hacia Mario Alberto Monroy (Neto, el veterinario) no quiero sonar grosero ni descalificar sus años de experiencia: para mí es el actor revelación; su manejo de energía y economía de trabajo corporal son fuera de serie.

Dejé al último a Pablo Perroni (Mauricio) por una situación peculiar. Su eficiencia actoral es indudable; se agradece ver a un intérprete tan arriesgado como él. Sin embargo, la primera vez que lo vi usaba una peluca; en la segunda ya no la traía. No sé si este cambio de caracterización obedece a una contingencia o una decisión permanente. Noto esto: la peluca le ayuda a construir el personaje en la movilidad y ¿por qué no? hasta para atraer la energía necesaria de Mauricio. No soy el director pero le conviene incorporarla a su caracterización después de ver las dos versiones.

Sólo quiero hacerte feliz es el trabajo más osado de esta primera mitad del 2015. Me acabo de enterar de la incorporación de Marú Dueñas en el papel de Sara por dos semanas; muero por verla para ver cómo se redefine el montaje. No se pierdan la oportunidad de ver este trabajo entrañable que seguiré viendo porque, por lo menos a mí, me hace muy feliz.

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“Sólo quiero hacerte feliz”

De: Alan Ayckbourn

Dirección: Juan Ríos Cantú

Foro Lucerna (Lucerna 64, colonia Juárez)

Viernes – Comedor 8: 45 p.m.

Sábados – Sala 1:00 p.m., jardín 6:00 hrs., comedor 8: 30 p.m.

Domingos – Sala 5:00 p.m., jardín 7: 30 p.m.

“El Profesor (Yepeto)”: “Los pecados de juventud”

Lectura: 3 minutos

El Profesor” es una obra disfrutable, pero no por ello menos densa en su premisa y conflictos.

Ciudad de México.- Damián Alcázar es uno de los mejores actores de este país y con su versión de “El Profesor (Yepeto)”, se lleva el corazón del público con una de las actuaciones más entrañables del año. La historia cuenta la vida de un profesor universitario, decadente y energúmeno, que cae en el cliché del amante de la literatura al más puro estilo de un escritor ruso del siglo XIX.

Él, con su experiencia y conocimiento sofisticado, da clases en una preparatoria donde una alumna se obsesiona con él. En una clara referencia al complejo de Electra, o mejor dicho, a la búsqueda del padre perdido, este maestro guía a la joven en el camino del arte. La relación traspasa el aula hasta llegar al departamento del cincuentón que, poco a poco, cae en un perverso juego de seducción.

La alumna se vuelve como una especie de “Lolita” involuntaria. Sin embargo, su novio, el muchacho más cool y deportista de la escuela, irrumpe esta relación al sentirse celoso por las palabras y el pensamiento del hombre mayor. A partir de aquí, Roberto Cossa, el autor, hace una profunda reflexión sobre el amor y la juventud: ¿la edad importa en la pasión?, ¿los años definen una relación amorosa?, ¿hasta dónde es permitido ilusionarse?

El contrapunto del novio da pie para hablar del temor social a la vejez asociada con la soledad y abandono. Lo que realmente se pone en juego en la relación entre la alumna y el profesor es un nuevo comienzo donde los errores y los demonios acumulados por los años parecen desvanecerse. Lo más bonito de la historia es cuando se forma un triángulo amoroso y la joven se da cuenta de los extremos de la cuerda: con su novio tiene la juventud pero no tiene la experiencia; con su profesor tiene la experiencia pero no tiene la juventud.

En una lectura más minuciosa, Cossa habla sobre la visión social del sexo donde un joven tiene derecho a sentir placer mientras que a un adulto se le restringe. Esto da pie para hacer una exploración de la belleza: ¿dónde está?, ¿sólo es cuerpo?, ¿es pensamiento? Todo se vuelve más conmovedor cuando el texto se apega a las reglas de la comedia; la crítica al ideario colectivo del amor, la belleza y la juventud se hace recalcitrante.

La dirección de Luis Eduardo Reyes es sencilla y funcional. En ningún momento busca una propuesta más arriesgada o una alegoría de movimientos escénicos; sólo se concreta en contar una historia con los elementos mínimos que en ningún momento desmerecen. Más allá de hacer un acento en la plástica, se nota un particular interés de Reyes en el trabajo actoral; objetivo totalmente cumplido al tener un ritmo y tempo excepcionales.

Damián Alcázar es el corazón de la obra; su colmillo se nota y la precisión de su técnica se agradece para hacer de este personaje alguien empático con el público. Mariano Palacios, como el novio joven, hace un desempeño efectivo; después de verlo en obras como “Si nos dejan” o “El Principio de Arquímedes” ésta es la primera vez que lo veo en un trabajo complejo con resultados sobresalientes; ojalá se saliera del estereotipo de papeles como el “galán” porque podría ser una gran revelación en otro tipo de personajes. Eleané Puell, el objeto de deseo de estos dos hombres, hace una interpretación decorosa a pesar de sus pocos años de vuelo en las tablas.

“El Profesor” es una obra disfrutable, pero no por ello menos densa en su premisa y conflictos. Al final existe un impacto brutal sobre nuestras creencias del amor y lo que significa ser joven; este sabor agridulce cumple con los objetivos de la comedia y lo oculto nos revienta en la cara para descubrirnos como una sociedad intolerante y represora.

Nota final: Para las personas que quieran ver esta obra, sobre todo el viernes, tomen sus precauciones porque el Foro Cultural Chapultepec, teatro de “El Profesor”, está sobre Mariano Escobedo y a esas horas en ese día puede ser imposible.

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“El Profesor (Yepeto)”

De: Roberto Cossa

Dirección: Luis Eduardo Reyes

Foro Cultural Chapultepec (Mariano Escobedo 665, colonia Anzures)

Viernes 19:00 y 21:00 hrs., sábados 18:30 y 20:30 hrs., domingos 17:30 y 19: 30 hrs.

“La fierecilla tomada”: “La caza de estrellas”

Lectura: 4 minutos

Esta obra no solo vale la pena por la historia, sino también por conocer, en vivo y a todo color, la magia de sus intérpretes.

Ciudad de México.- Carlos Olmos era un extraordinario dramaturgo que cometió el peor de los pecados en el mundo teatral de este país: le encantaba la farándula. El éxito ganado entre el público, la reputación con los actores y el creciente reconocimiento en el extranjero no le valieron de nada para seguir su trayectoria en la escena; el grupo ultraintelectualizado del teatro no toleró su preferencia por trabajar con “estrellas” y disfrutar su compañía.

Olmos, poco a poco, demandaba tener entre sus obras de teatro figuras con gran marquesina. Muchas de ellas trabajaban en la televisión o habían alcanzado la fama en el cine, pero no propiamente eran reconocidos por un currículum teatral. Esto provocó la furia de los encargados de la política cultural, quienes subsidiaban los proyectos de Olmos; finalmente lo expulsaron del medio. El trabajo de este escritor fue recibido en la televisión y creó la telenovela mexicana con mayor éxito: “Cuna de lobos”.

Esto sucedió en los ochenta y ahora, en el 2014, mucha gente del medio teme trabajar con “estrellas”. Piensan que pueden profanar el rito teatral con su sola presencia. Pero, ya en serio, muchas mentes solemnes del teatro pisotean lo sagrado de las tablas bajo el pretexto de “saber más y mejor”.

Es cierto, algunos actores con fama son horrorosos porque no tienen el entrenamiento para estar en un escenario, pero no más horrorosos que algunos de los actores entregados a la escena como monjes tibetanos. La formación de “estrellas” es ineludible en el teatro.

Tarde o temprano, alguien tendrá mayor empatía con el público, lo seducirá con su carisma y tendrá un nombre que atraerá gente a la taquilla. Olmos conocía la dinámica del teatro y lo usó a su favor para lograr un mayor impacto de sus obras. ¿Esto es un pecado? ¿Por qué Olmos fue crucificado por pensar en la diversión de la audiencia?

Al final del día, el escritor mexicano no sólo pensaba en la “estrella”, privilegiaba el bienestar del espectáculo por sobre todas las cosas porque sabía quién tenía la fama y quién podía interpretar de una forma efectiva sus papeles.

Por eso, admiro a los productores que, a pesar del mito, se arriesgan en trabajar con figuras de renombre con una necesaria capacidad actoral. Sin ninguna vergüenza contratan a estos actores para lograr una conexión íntima con el público. El caso más reciente donde se confirma la regla es “La fierecilla tomada” donde más de la mitad de su compañía son “estrellas”. Yo nunca hubiera pensado que este musical se pudiera mejorar en el fondo y la forma por tener a esta particular pléyade.

Sin embargo, este montaje me sorprendió por su sencillez y honestidad para rendir un tributo a los grandes musicales de los cuarenta. La historia empieza cuando un hombre de edad avanzada, sólo en su departamento, pone el disco de su musical favorito, “La fierecilla tomada”, para imaginar cada momento del espectáculo que se reproduce en escena.

Es una comedia enloquecida porque no sólo se burla de las licencias y excentricidades que se toman los musicales para ser efectivos, sino también por la inclusión de las acotaciones de este protagonista-narrador sobre el montaje y los actores. Las canciones son el vehículo para continuar con la acción dramática y poder aterrizar rutinas cómicas sin precedentes.

La fierecilla tomada es un verdadero tributo para las personas que aman al teatro. Existen pequeños guiños sólo para aquellos locos que van a ver 68 veces una obra, saben datos curiosos sobre alguna temporada o compran cualquier tipo de memorabilia de un espectáculo. No obstante, la historia no se cierra a la audiencia experta sino apela a cualquier tipo de público aunque no haya tenido un acercamiento previo al teatro.

Desde que se levanta el telón no existe un momento desperdiciado. El musical cumple con la labor de ser entrañable y recordado por algún número, canción o episodio. El público agradece los rompimientos que hacen varios personajes para incluirlo en el montaje.

Todas las “estrellas” que están en la escena trabajan de la manera más rigurosa posible. No sólo se valen de su encanto (inevitable en todo momento), sino se someten a un ejercicio técnico a favor de la ficción. La voz y el cuerpo están dispuestos para satisfacer las altísimas demandas energéticas de La fierecilla tomada. Yo veo a una compañía que trabaja en una sincronía absoluta, sin importar el renombre de cada uno de los integrantes.

Carlos Olmos fue castigado de una manera injusta por aprovecharse del talento de las “estrellas”. Para hacer teatro importa la disciplina, el esfuerzo y el trabajo y qué mejor cuando existen actores con estrella, como es el caso de La fierecilla tomada. Esta obra no solo vale la pena por la historia, sino también por conocer, en vivo y a todo color, la magia de sus intérpretes. Apuesto por diferentes maneras de entender y abordar el fenómeno teatral, con o sin los encantos de la farándula, y temo por quienes, en pro de sacralizar el teatro, se convierten en unos fascistas del oficio.

 

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“La fierecilla tomada”

Libreto: Bob Martin y Don McKellar

Música y letra: Lisa Lambert y Greg Morrison

Teatro San Rafael (Virginia Fábregas 40, colonia San Rafael)

Sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 17:00 hrs.

Imagen: Facebook.
Imagen: Facebook.

“Criminal”: “Incomodidades en la alcoba”

Lectura: 3 minutos

Este montaje tiene como director a Sebastián Sánchez Amunátegui, uno de los mejores en su área a quien se le recuerda, de forma próxima, por su trabajo en El loco y la camisa.

Ciudad de México.- Los teatreros debemos aprender mucho de Fernanda Borches. Frente a múltiples obstáculos del sistema teatral para interpretar los papeles que le gusta hacer, decidió emprender un camino como productora y levantar proyectos en donde estuviera su interés; el ser argentina no le ha impedido lograr colocarse dentro de la zona más caliente del teatro en México y trabajar para los escritores y directores más importantes del medio.

Fernanda se ha brincado las filas de la autocompasión y trabaja en la obra de teatro que quiere actuar. No sólo tiene el tesón, sino la disciplina y la resistencia de lidiar con todas las vicisitudes de la producción; quienes hemos producido y/o dirigido un montaje, sabemos del viacrucis en el que se puede convertir el proceso por las trabas en la estructura del gremio, los foros, la difusión o políticas culturales; sólo el corazón y las ganas de contar una historia te pueden sacar a flote.

Ahora el deseo y las ganas de Fernanda Borches están en Criminal. Una historia de su compatriota Javier Daulte que cuenta la relación de un matrimonio con sus respectivos psicoanalistas. Carlos y Diana, al verse en una crisis matrimonial, se deciden a exorcizar sus demonios en terapia por separado; el Dr. A y Juan se vuelven confidentes de los secretos más oscuros de la pareja y, a pesar de su misión profesional, los acompañan en un inevitable camino a la autodestrucción.

El conflicto empieza cuando Juan busca a su colega, el Dr. A, para anunciarle que uno de sus pacientes, Carlos o Diana, puede ser asesinado(a) y el otro(a) cometer este crimen. A partir de aquí se desencadenan una serie de peripecias donde Daulte se cuestiona la frontera entre el trabajo del terapeuta y la vida personal del terapeuta; busca explorar la sexualidad humana como un mecanismo de dominio y manipulación; confronta la idea romántica de la pareja con una realidad de codependencia y autoengaños.

Daulte demuestra su maestría técnica al escribir Criminal (no en balde es uno de los dramaturgos argentinos más importantes de los últimos diez años) porque hace del texto un reloj suizo: de una manera muy exacta, hasta cronometrada, se le da al espectador las piezas necesarias para recrear el rompecabezas de esta pareja y saber si alguno de ellos sería capaz de matar al otro. Los giros dramáticos siempre cambian la jugada, en ningún momento la línea argumental es predecible y existe una atmósfera de suspenso sumamente disfrutable.

Este montaje tiene como director a Sebastián Sánchez Amunátegui, uno de los mejores en su área a quien se le recuerda, de forma próxima, por su trabajo en El loco y la camisa en este primer semestre del año en el Foro Lucerna. Sebastián entiende el lenguaje teatral porque sabe economizar sus trazos escénicos y, sobre todo, porque sintetiza lo necesario en un signo para que el público pueda seguir la historia.

Mis inconvenientes vienen con el tono de la obra. La mercadotecnia ve a Criminal como una comedia y, a pesar de entender las razones por las que lo manejan así, esta historia se enmarca mejor en una tragicomedia. Más allá de entablar una discusión sobre el enfoque dramático, veo una disparidad en el manejo de energía y tono en varios momentos del montaje; salta mucho a la vista una intensidad innecesaria o un afán de generar rutinas cómicas donde no las hay. El problema viene de querer sujetarse a las reglas de la comedia.

A nivel actoral, la compañía ha logrado un ritmo adecuado. Aunque no soy fan de que los actores protagónicos usen su acento argentino (más aún cuando los actores quienes interpretan a los terapeutas son mexicanos y la diferencia de acentos se vuelve urgente por explicarse en la ficción) reconozco el efecto dinámico producido por aquél. Se siente una cohesión y simpatía entre los intérpretes. A pesar de tales irregularidades, “Criminal” funciona con el público y el genial texto de Daulte se logra vislumbrar.

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“Criminal”

De: Javier Daulte

Dirección: Sebastián Sánchez Amunátegui

Teatro López Tarso en Centro Cultural San Ángel (Avenida Revolución 1773, esquina Francisco I. Madero, colonia San Ángel)

Viernes 20:45 hrs., sábados 18:30 y 20:00 hrs., domingos 17:30 y 19:00 hrs.

“Made in México”: “Regalo para México y los mexicanos”

Lectura: 4 minutos

La obra descansa sobre Rafael Inclán y Socorro Bonilla quienes hacen un trabajo magistral.

 

Ciudad de México.- A finales del año pasado hablaba de la importancia de montar obras mexicanas. No quería emprender una campaña de compasión por nuestra dramaturgia, ni mucho menos valorarla sólo por su carácter nacional, sino considerar al teatro mexicano como una fuente de identidad (y sentido) para reflexionar sobre nuestra circunstancia.

La cartelera está dominada por títulos extranjeros; la dirección, en un circuito apoyado por grandes capitales, emula a trabajos de los grandes del teatro a nivel internacional, se somete a las reglas de lo convencional o se limita a cumplir con los estándares de una franquicia. Esta situación le otorga muy poco espacio a una expresión teatral desde nuestras referencias, idiosincrasia y forma de sentir.

Más allá del origen nacional de los textos, nos hacen falta historias capaces de hablar de nosotros, de reflejarnos. Con “Made in México” agradecí el encontrarme con una propuesta que podía dar cabida a nuestra voz.

La emoción de estar sentado en la butaca para presenciar personajes, diálogos y escenas propios de nuestra cultura era infinita y un alivio ante la desbordada atención a obras extranjeras.

El tema de “Made in México” es la pérdida de identidad en un país que bloquea la oportunidad de crecimiento integral a la ciudadanía. México es el escenario perfecto para hablar sobre las injusticias económicas, la carencias sociales y la reducida esperanza.

El “Negro” y Yoli representan una familia mexicana con un largo historial de proyectos fallidos debido a un clima social que excluye y propicia una pobreza espiritual. Esta pareja entra en conflicto cuando Marisela, la hermana de el “Negro”, y Osvaldo, su esposo, regresan de Estados Unidos después de no haber visitado el país durante treinta años.

Marisela y Osvaldo tomaron la decisión de abandonar México para encontrar mejores oportunidades de crecimiento. Su desarraigo a este país cuestiona la forma de vida de el “Negro” y su esposa al dejarles al descubierto sus mínimas condiciones para salir de la precaria situación social, económica y política.

El punto de quiebre entre las dos parejas, sus valores tan contrastantes y recursos para enfrentar la vida resulta fascinante en un contexto social convulsionado como el nuestro. En ningún momento la obra es maniquea; no da por sentada la bondad de la sociedad, ni hace verdugos a los poderosos; sólo entiende a la miseria de este país (en el sentido más amplio de la palabra) como resultado de nuestra incapacidad personal y colectiva.

“Made in México” habla sobre cómo las grandes instituciones sociales fallan pero, sobre todo, cuando los individuos se fallan a ellos mismos con falsas esperanzas y deseos ridículos. El arraigo del “Negro” y la Yoli a este país así como el desarraigo de Marisela y Osvaldo no son formas efectivas para solucionar nuestros problemas como sociedad. La respuesta está en el individuo y su capacidad de acción.

Al investigar más sobre Nelly Fernández Tiscornia, la autora de “Made in México”, me llevé una gran sorpresa: su origen argentino. Esta obra se había montado en su país con gran éxito y a partir de su buena reputación llega a nuestra cartelera. Lo más sorprendente del texto es la empatía con nuestra cultura y situación actual. Cualquiera podría decir que fue escrita por un mexicano de esta década.

Las escenas retratan la cotidianidad mexicana de una manera sorprendente. Los diálogos son líneas expresivas infinitamente sofisticadas a partir de un lenguaje sencillo y coloquial. Los personajes están dibujados con maestría al ser congruentes en su circunstancia y tener una justa progresión dramática. Lo más increíble del caso (y escalofriante) es que “Made in México” recuerda a las grandes figuras de la dramaturgia mexicana como Sergio Magaña, Luisa Josefina Hernández y Emilio Carballido.

La estructura dramática es poderosa porque el conflicto evoluciona en cada momento. La cantidad de escenas es la adecuada. El ritmo es propio para las audiencias actuales; apela a la expresión teatral más depurada al privilegiar la palabra mediante diálogos sagaces e irresistibles. Los tonos de comedia son perfectos para romper con los momentos de mayor tensión dramática y así darle un respiro al público.

Doblemente sorprendido me quedé al enterarme de la nacionalidad argentina del director del montaje Manuel González Gil. Éste entiende la cultura mexicana y en la actoralidad dibuja ademanes, referencias y hasta rutinas físicas que conectan con nuestra realidad. Hace lucir a los intérpretes y propone un trazo escénico sencillo pero funcional.

El elenco conformado por Rafael Inclán, Socorro Bonilla, Azela Robinson y Juan Ferrara hace una experiencia escénica sin precedentes. Todos son titanes de la actuación y logran conseguir un ritmo y tempo funcionales. Hacen lucir los diálogos y le otorgan un volumen formidable a los personajes. La obra descansa sobre Rafael Inclán y Socorro Bonilla quienes hacen un trabajo magistral.

Ellos logran una actuación convincente y conmovedora al interpretar al “Negro” y a Yoli. Pocos son los intérpretes que logran hacer respirar al público con su propio pulso y, en este caso, la situación ocurre. Su trabajo es sorprendente, emocionante, indestructible. Su experiencia técnica y poética son de ligas extraordinarias.

Por favor, no dejen de asistir a ver esta magnífica obra de teatro. Con su boleto recibirán a cambio una experiencia fuera de serie, impactante. En efecto, todo esto es curioso al tener una manufactura argentina pero qué importa cuando la historia conecta con nuestra realidad como mexicanos. Seguiremos aplaudiendo cualquier esfuerzo en la dramaturgia mexicana así como trabajos que sean capaces de hacernos vibrar como lo hace “Made in México”.

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“Made in México”

De: Nelly Fernández Tiscornia

Dirección: Manuel González Gil

Teatro Jorge Negrete (Ignacio M. Altamirano 126, colonia San Rafael)

Viernes 20:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs. y domingos 17:00 y 19:00 hrs.

Horarios extraordinarios: jueves 25 de diciembre a las 19:00 hrs., viernes 26 al martes 30 a las 18:00 y 20:30 hrs, viernes 2 de enero 18:00 y 20:30 hrs.