Pez de Oro

“Esta llave ya no tiene puerta (o algo por el estilo)”: “Insólitas entradas”

Lectura: 3 minutos

“Esta llave ya no tiene puerta…” toma como punto de partida una fotografía de La Jornada, donde se hace alusión a un desalojo de 300 familias en cierta zona de la ciudad de México.

Ciudad de México.- Bruno Ruiz llama a su pieza escénica Esta llave ya no tiene puerta (o algo por el estilo) con el firme propósito de mostrar en carne viva una de las heridas más graves que vive nuestra ciudad y país. La “puerta” del título puede simbolizar salida, escapatoria, refugio y cuando la “llave” no se puede encontrar, estamos en medio de una bruma capaz de hacer invisible al otro, hasta a uno mismo.

Casa Actum custodia “esta llave…” y, sin duda, merece ser visto como uno de los trabajos escénicos más interesantes de lo que va del año al yuxtaponer estilos y formatos, romper con una clásica estructura narrativa y empujar a los performers (no actores, no intérpretes) al límite de su sensorialidad. Esto envuelve al público en una experiencia donde se exige de él su vivencia para llegar a un irremediable estado de empatía y conexión con la anécdota.

“Esta llave ya no tiene puerta…” toma como punto de partida una fotografía de La Jornada, donde se hace alusión a un desalojo de 300 familias en cierta zona de la ciudad de México. Ruiz crea el espectáculo para hablar de ese espacio que llamamos “hogar”: ciudad, casa y cuerpo.

En términos estrictos, el director quiere inscribirse en un teatro posdramático, donde el espectador no se puede instalar en la lejanía del hecho escénico; este tipo de experiencias buscan incendiar la reacción del que ve, para participar de una manera comprometida con el viaje de la mente y los sentidos. Quien es visto no representa un papel, ni mucho menos simula ser alguien más; su sola presencia y carga vital bastan cuando encara al otro.

Bruno Ruiz recibe al público en la entrada de Casa Actum y trata de darle pistas de lo que va a ver. Es sigiloso con sus palabras porque la lógica racional es insuficiente para explicar y compartir; después de la bienvenida (en forma de un mapa de vuelo) se inicia un recorrido por todos los cuartos donde se explota la simultaneidad, dramaturgia visual y corporalidad.

El “hogar” se simboliza con signos cargados de múltiples lecturas; ninguna es correcta o incorrecta; todas son legítimas desde la experiencia de vida que cada uno ha sabido sobrellevar con el paso del tiempo. En primera instancia, se podría escudriñar en el terreno fangoso de lo político, sin embargo, “Esta llave ya no tiene puerta (o algo por el estilo)” se instala en lo privado para hablar de la automatización de nuestros sentimientos o, peor aún, de la indiferencia por el “otro”.

El origen necesariamente se revisa para saber en dónde estamos heridos y quién nos puede rescatar (si existe un salvador). Nunca se plantea una redención sino múltiples preguntas que esperan ser contestadas aunque, por momentos, al ser tan dolorosas, se guarden en un cajón. Ruiz trata de lograr una conmoción a largo plazo donde con el sólo hecho de evocar las imágenes del espectáculo se intente seguir en una búsqueda.

El “hogar” se encuentra amenazado por fantasmas que quieren rompernos. Con esta evidencia de nuestra fragilidad, se pueden descubrir las trampas en el lenguaje, el trabajo, el amor y la vida interior: la asfixia se vuelve normal mientras que las “puertas” poco a poco se cierran.

Ruiz hace un llamado ante la indiferencia. “Esta llave ya no tiene puerta (o algo pro el estilo)” hace un statement sobre la ausencia sin caer en discursos odiosos que ya no pueden ser escuchados; es un canto al esfuerzo y al trabajo para reconstruir nuestro “hogar”; rompe la corrección política de las buenas (¿perversas?) conciencias que toman las decisiones de la colectividad.

Dentro del grupo de performers obtiene un apartado especial la presencia de Priscila Imaz, quien me conmovió por la honestidad de su trabajo. Bruno Ruiz es un director contundente en su búsqueda por ampliar los límites de la experiencia escénica y comprometido por remediar esta tragedia social que somos incapaces de ver; esto hace de Esta llave ya no tiene puerta (o algo por el estilo) un espectáculo invaluable.

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“Esta llave ya no tiene puerta (o algo por el estilo)”

Casa Actum (Héroes del 47 No. 9, Coyoacán D.F.)

Sábados 9:00 p.m.

Hasta el 4 de julio

Bright Ideas: Cocina a fuego lento

Lectura: 5 minutos

Bright Ideas cuenta las peripecias de un matrimonio “joven” (lo que sea que eso signifique) por meter a su hijo de tres años y cacho a una de las escuelas de alto rendimiento más importantes del país.

Ciudad de México.- ¡Qué valor tiene Alonso Íñiguez por dirigir Bright Ideas! En “Pez de Oro” le he dado seguimiento a su trabajo y me declaro un gran admirador suyo más aún cuando encabeza un complicado proyecto de toda la cartelera. Este texto de Eric Coble es una maestría para cualquiera que se dedique al teatro por sus amplias necesidades técnicas y entrenamiento ultraespecializado.

Bright Ideas cuenta las peripecias de un matrimonio “joven” (lo que sea que eso signifique) por meter a su hijo de tres años y cacho a una de las escuelas de alto rendimiento más importantes del país. Su atractivo no sólo radica en el modelo pedagógico, sino en las relaciones con gente de élite generadas en ese lugar. Ginebra y Joshua están en la lista de espera para obtener el lugar de su hijo, sin embargo, descubren que si asesinan a una compañera de trabajo de Ginebra, madre de un alumno de “Bright Ideas”, podrían obtener más rápido y seguro el tan anhelado número de matrícula.

El conflicto inicia cuando esta pareja con “buenas intenciones” comete el homicidio. A partir de aquí, la anécdota se vuelve hilarante con una profunda crítica social: me encanta cómo Coble se burla de los enormes esfuerzos de la mercadotecnia por atraer alumnos a las escuelas sin importar los esquemas de aprendizaje y las formas de evaluación.

Yo veía la obra y no dejaba de pensar cómo se pisaban callos con cada uno de los personajes y diálogos, porque el autor, si no tuviera poco con poner el dedo en los grandes mitos del sistema educativo (por lo menos occidental), habla de una sociedad profundamente aspiracional. Esta “cultura del esfuerzo” de la clase burguesa (ya sé, hoy tengo un espíritu muy progre) oculta a seres huecos, superficiales y consumistas.

Ver Bright Ideas en la Condesa (en el Foro Shakespeare para ser más específicos), en el Distrito Federal y en este país donde nuestro sino trágico es el clasismo, me provocaba reír de una manera muy incómoda. Aplausos de pie durante cinco minutos a Orange Row, casa productora del proyecto, por su pertinencia al escoger la historia. Lo he dicho millones de veces en esta columna: si queremos hacer visible al teatro dentro de la oferta de entretenimiento, debemos hacer una apuesta por anécdotas que pasen por un tamiz de realidad y producción de sentido.

Y la crítica no para ahí. Ginebra y Joshua es una muestra representativa de la réplica de dinámicas sociales sin la menor conciencia o el mínimo convencimiento: quién sabe por qué hay que casarse, pero hay que casarse; quién sabe por qué hay que tener hijos pero hay que tener hijos. Y cuando llegamos a la idea de familia Coble es fulminante porque, entre risas y de un modo muy suavecito, casi imperceptible, dictamina el fracaso de la institución social. E insisto, en este país, donde las películas de Pedro Infante y Marga López se metieron a nuestro ADN social, al volver la figura de la “familia” incuestionable, “Bright Ideas” es poderosa.

Todos estos argumentos se potencializan con la forma de abordar y ejecutar la historia, pero he aquí un pequeño-gran problema. El texto de Coble es una trampa porque demanda todo el tiempo una segunda, tercera o las lecturas que sean necesarias para llegar al quid de la anécdota, aunque se puede llegar a un nivel de comodidad en la superficie. Por eso reconocí al principio la valentía de Íñiguez, porque “Bright Ideas” es un toro difícil de domar y no se doma a la primera.

Genéricamente es una farsa y en México existen grandes malentendidos sobre el formato. Me gustaría hablar de nuestras grandes carencias dramatúrgicas como teatreros, pero ésa es harina de otro costal y de otra columna; el gran problema, y porque todo el mundo lo hace, es abordar a la farsa desde la exageración por la exageración misma. El género funciona cuando se le da en el clavo al valor simbólico de los personajes y es ahí cuando vale la pena llevar al límite la actoralidad y el ritmo. Cuando no se tiene claridad de una profunda significación, el espectáculo se vuelve gratuitamente estridente.

La primera parte de la obra tiene un problema de ritmo, la segunda de tono. Y, sin embargo, esto es un cumplido para Íñiguez, porque llegar donde llegaron es muy complicado. Veo en los actores cierta tensión corporal (el diafragma colapsa en algunos casos) por no lograr que ciertos chistes caigan o hacer verosímiles ciertas cadenas de movimiento; sentirse perdido es un proceso normal en un texto de esta índole; los intérpretes deberían relajarse más.

Reconozco el trabajo de Regina Blandón quien carga la obra la mayor parte del tiempo. Tiene la resistencia y el entrenamiento físico para llevar al extremo su personaje; sólo necesita tener más pasadas. Una mención especial merece Majo Pérez, quien recientemente la vi en Bule Bule El Show, porque ella tiene la energía adecuada para construir este tipo de historias; es sorprendente su presencia e intuyo que el equipo debe agarrarse de su energía para tomar impulso.

Veo el resultado final y me imagino las dificultades que vivió el equipo para llegar a esta temporada. Les aplaudo y admiro por estar en el límite de una historia sumamente demandante. Íñiguez debe sentirse orgulloso de su compañía, porque se ve su incansable trabajo por domar al toro. De todo corazón les deseo una segunda temporada, con el mismo elenco, porque será ahí cuando la obra se haya asentado; e, insisto, en este caso es normal.

Hay muchos elementos de los cuales el equipo no puede desconfiar, como una hermosa escenografía (dan ganas de subirse), una iluminación cuidada y un vestuario funcional para las necesidades del montaje. Ahora el proyecto depende del tiempo y el trabajo. Tal vez convenga explotar los efectos sonoros y ponerlos en un primer plano con el objetivo de ayudar a los actores con el ritmo de la primera parte.

Aunque dije todo lo anterior no implica que Bright Ideas no esté lista para el público. Confíen porque, en realidad, es un espectáculo honesto y divertido. Mis comentarios nacen porque aún no se llega a la esencia del texto de Coble; está a un 70 por ciento. La liga puede estirar mucho más siempre y cuando se trabaje con el valor simbólico y no desde la obviedad ni mucho menos desde los recursos efectistas para provocar la risa en el público.

Mi admiración y respeto a Alonso Íñiguez por creer en la historia y trabajar para ella. A Orange Row una mención honorífica por pensar en el público y en la pertinencia de la historia. Me pueden encontrar en Twitter como @pezdeoro1972 para leer sus comentarios en torno a “Bright Ideas” y celebrar su entrega y corazón porque la obra es material de academia y un reto el sector teatral de este país.

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“Bright Ideas

De: Eric Coble

Dirección: Alonso Íñiguez

Foro Shakespeare (Zamora 7, colonia Condesa)

Lunes 20:30 hrs.

Hasta el 29 de junio

“La mujer justa”: “Punto muerto”

Lectura: 3 minutos

Este montaje tiene su éxito en la evolución de estilo de Enrique Singer y el trabajo actoral de todos los intérpretes.

Ciudad de México.- Para el Centro Cultural del Bosque, La mujer justa es uno de los acontecimientos teatrales más importantes del año; la venta anticipada de boletos, los llenos totales y lo atractivo de su elenco fueron algunas de las razones por las cuales el público se siente atraído por esta versión teatral de la novela de Sándor Márai.

La gente del gremio ve en Enrique Singer, director del montaje, un sello de garantía avalado por su trayectoria. La historia cuenta la vida de un hombre quien se relaciona amorosamente con dos mujeres; en diferentes momentos, en circunstancias contrastantes, la anécdota se adentra en la psique de este triángulo amoroso para retratar la fragilidad de nuestras relaciones y, sobre todo, la ineludible necesidad de ejercer poder sobre el “otro”.

Una esposa y la otra amante convertida en esposa, las mujeres son reflejo de las carencias de nuestro protagonista. La verdadera conexión surge mediante las frustraciones escondidas bajo la pasión que poco a poco empieza a ser insoportable. La esencia del texto de Márai nos deja con una reflexión casi existencialista al mirar el horror convertido en costumbre, silencios y dominación. Amar (¿?) se vuelve un punto muerto.

Para los tres personajes centrales, contestar a la pregunta de cómo llegaron a este espasmo emocional es imposible de responder aún cuando en algún momento tenían las decisiones claras y las intenciones contrarias. En ambas relaciones, la comunicación está rota y el desconocimiento personal se hace evidente con el paso de los años.

A nivel teatral, el montaje es alucinante por su capacidad de síntesis y resolución de transiciones con elementos mínimos. Singer pone toda la carne en el asadero para hacer de La mujer justa un ejercicio actoral sutil en la construcción de personaje y potente en la sensorialidad. Cada respiración, cada pausa, cada movimiento está hilvanado en una congruencia sobresaliente.

El trabajo de iluminación es uno de los más sobresalientes de los últimos dos años. Aplaudo a Víctor Zapatero, encargado de hacer la escenografía y de iluminar, quien logra atmósferas difícilmente inolvidables en la cabeza del espectador. Lo más emocionante de la plástica radica en que todos los actores parecen espectros que deambulan en un espacio interior sombrío, así como los personajes abandonados a una suerte caprichosa y sin posibilidad de encontrar otro camino mejor.

Verónica Langer, quien interpreta a la primera esposa, da una cátedra de actuación. Su mayor logro es sacar a la luz del escenario las verdaderas motivaciones de un personaje subrepticio sin caer en lugares comunes. Juan Carlos Colombo, como el protagonista, es encantador. Su ritmo y el manejo de matices es resultado de una cocina actoral a fuego lento.

La participación de Tina French y Héctor Holten tiene brillantez en los momentos de humor involuntario. Me declaro un admirador absoluto de Marina de Tavira, quien hace la segunda esposa, porque logra conectar con el público de manera irremediable. Por primera vez se conjuntó su experiencia y el personaje adecuado para hacer valer una técnica sofisticada. Cuando vean la obra, no se olviden de un momento donde ella está sola en el escenario y habla sobre su matrimonio: es uno de los momentos más estremecedores y mejor logrados que he visto.

La mujer justa tiene una fuerte debilidad en el texto. Por momentos resulta muy narrativo y empantana la acción dramática. El proyecto nace de una novela, sin embargo, la versión teatral cae en muchos momentos que merecen la pena ser vistos que narrados. La dirección de Singer y el grupo de actores desvanecen un poco estas inconsistencias.

Al final del día, este montaje tiene su éxito en la evolución de estilo de Enrique Singer y el trabajo actoral de todos los intérpretes. El espíritu del texto de Márai logra ser representado en el escenario; el público, al salir de la función, será empático con este laberinto de emociones que no tiene salida y donde todos nos hemos perdido alguna vez.

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“La mujer justa”

De: Sándor Márai

Versión teatral: Hugo Urquijo y Graciela Dafau

Dirección: Enrique Singer

Sala Xavier Villaurrutia (Centro Cultural del Bosque. Paseo de la Reforma y Campo Marte s/n Metro Auditorio)

Hasta el 1 de junio

Jueves y viernes 20:00 hrs., sábados 19:00 hrs., domingos 18:00 hrs.

Wit: Despertar a la vida: No hay finales sin puertas abiertas

Lectura: 3 minutos

La obra adquiere una dimensión dolorosa: el camino espiritual requiere hacer conciencia de la enfermedad, la soledad, el miedo y la debilidad como grandes lecciones de la historia personal.

Ciudad de México.- Yo no sabía que la recién estrenada Wit: Despertar a la vida es la misma historia de “Punto y coma” hecha por Susana Alexander hace unos 15 años. Con este montaje, la actriz se consolidó como una de las grandes referencias en el teatro mexicano por la dificultad del personaje y la anécdota.

Ahora, Wit: Despertar a la vida tiene como protagonista a Paloma Woolrich y, antes de ver la obra, sabía que la decisión era la adecuada para representar a Vivian Bearing, una profesora de literatura quien enfrenta la agonía de cáncer e, irónicamente, descubre la grandeza de la vida en la muerte. Woolrich tiene la técnica y trayectoria necesarias al hacer frente a uno de los papeles femeninos más complejos de la literatura del siglo XX.

No sólo se necesita de una caracterización física para mostrar el deterioro de una paciente con cáncer sino también el construir un estado de ánimo propicio (no emoción, no sentimiento) cada función. Lograrlo implica que la actriz ponga su historia de vida al servicio del personaje y volverse vulnerable ante el espectador. Casi diría: es indispensable “encarnar” a Vivian Bearing.

Este montaje también adquiere relevancia por la presencia de Diego Del Río como director. Su juventud, formación en el extranjero y experiencia como docente lo convierten en la “joven promesa” del teatro mexicano contemporáneo, según algunas voces del gremio, aunque los montajes que le he visto han sido más afortunados en un terreno experimental que propiamente canónicos como es el caso de Wit: Despertar a la vida.

Nunca vi Punto y coma; sólo tenía conocimiento de la película Wit dirigida por Mike Nichols y estelarizada por Emma Thompson. Cuando estaba sentado en mi butaca me sorprendí con este texto indestructible: la anécdota y los personajes resisten cualquier propuesta escénica y comunican la redención de Vivian Bearing frente a ella misma y la vida. Siempre se llega al mismo lugar: una profunda empatía y conmoción por el hecho escénico.

La primera lectura de Wit: Despertar a la vida habla sobre valorar la vida y derribar los muros construidos por nosotros mismos que nos impiden conectarnos con el “otro”. Sin embargo, la tesis de Edson va más allá al abordar la espiritualidad como el único camino para reconciliarnos con la vida y la muerte. Y en este sentido la obra adquiere una dimensión dolorosa: el camino espiritual requiere hacer conciencia de la enfermedad, la soledad, el miedo y la debilidad como grandes lecciones de la historia personal.

Edson nunca cae en sentimentalismos baratos o recursos melodramáticos, ni mucho menos en un tono de Paulo Coelho para hablar de superación personal. Edson es directa y confrontativa hasta caer en el extremo de momentos de humor involuntario que nos llevan a un final devastador. La espiritualidad se cuela poco a poco en la vida de esta mujer para llevarla al perdón y liberación.

Diego Del Río toma una decisión acertada al hacer un montaje seco y sobrio. Este calor que se aviva en el corazón de Bearing por aferrarse a la vida contrasta con la atmósfera fría del hospital en donde pasa los últimos días de su vida; la idea escenográfica es funcional porque retrata estos opuestos con espejos y luces frías con una gran resolución técnica. “Wit” me capturó con lo que se irradia desde la sensorialidad.

Paloma Woolrich, como ya lo había previsto, logra la interpretación femenina más entrañable de lo que va del 2015. Su particular forma de manejar el ritmo y los matices es de una maestría técnica admirable. Destaco su trabajo vocal porque drásticamente, y con un gran sentido de facilidad, cambia los resonadores habituales de su voz. Sé que esto no es cine pero si son osados compren lugares de las primeras filas para que puedan apreciar cómo la mirada de esta mujer se transforma del horror al “estado de gracia”. El trabajo de los ojos es impresionante. Como le sucedió a Susana Alexander, Woolrich se convierte en una actriz de altos vuelos.

Para Diego Del Río, éste es su proyecto más congruente entre el fondo y la forma. Sigo pensando que su estilo de dirección es más propicio en espacios alternativos, no obstante, al ver “Wit” y recordar otros montajes encuentro como su mayor talento acompañar a los actores en la construcción de personajes. Su experiencia como docente le ha dado los recursos y las herramientas para darle dimensionalidad al trabajo del intérprete.

Destaca la participación de Concepción Márquez y Marisa Rubio por darle la necesaria réplica energética a Woolrich. “Wit: Despertar a la vida” es un espectáculo confrontativo y profundamente emocionante. Su mensaje sacude las conciencias con una dosis de ternura y alivio frente a la vida que a veces dudamos en valorar. La verdadera empatía con Vivian Bearing surge al encontrar belleza en el momento más oscuro y encontrar el final como un comienzo.

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“Wit: Despertar a la vida”

De: Margaret Edson

Dirección: Diego Del Río

Teatro Milán (Calle Lucerna 64, esquina con calle Milán, colonia Juárez)

12 princesas en pugna: Donde se aprende a soñar

Lectura: 3 minutos

Cenicienta convoca a todas sus amigas princesas, para desahogarse de sus penas de amor y dinero, sin imaginar que todas las asistentes estarían en una circunstancia muy parecida.

Ciudad de México.- Muchos lectores me habían pedido que hablara de 12 princesas en pugna. Con dos años en cartelera y un público cautivo cada jueves en el Teatro Julio Prieto, ahora en el Rafael Solana, no pude resistirme a ver esta obra. Al estar en la función entendí el por qué de su permanencia y convocatoria: el encanto de este montaje se debe en gran medida a una historia muy bien contada.

Es una comedia que conecta con las audiencias actuales, debido a la anécdota y el lenguaje. 12 princesas en pugna reúne a las protagonistas más emblemáticas de los cuentos (principalmente de versiones hechas por Disney), para hablar de su vida después del “final feliz”. Estas mujeres idealizadas por la cultura se enfrentan al amor del día a día, al verdadero, aquél que no resiste los instantes mágicos.

Cenicienta convoca a todas sus amigas princesas, para desahogarse de sus penas de amor y dinero, sin imaginar que todas las asistentes estarían en una circunstancia muy parecida. Sin el “final feliz” y con los problemas propios de la cotidianidad, todas viven las sobras de un sueño.

El planteamiento parece muy fácil de diseñar, los diálogos dan la sensación de una escritura espontánea, de hecho, la construcción dramática de cada una de las princesas es sencilla. Pero desarrollar una obra con estas características tiene una enorme dificultad.

Quecho Muñoz, el escritor, logra tres cosas que cualquier escritor de comedia desearía: personajes entrañables, un ritmo adecuado y una profunda crítica social. La reinterpretación de Muñoz de los grandes cuentos es una magnífica oportunidad para hacer personajes que conecten con la audiencia porque se habla de la crisis cuando no se cumplen las expectativas de una relación amorosa.

Las risas provocan que el público se vea reflejado en Campanita, Bella, Jazmín o cualquiera de las princesas para descubrir sus virtudes y defectos. La lectura de la obra realmente va hasta el tuétano de las formas de amar y ser amado (hasta amarse a uno mismo). Ser princesa es el símbolo perfecto de las expectativas sociales.

Todo esto sucede en un ritmo vertiginoso. Las escenas son eficientes en cuanto a la duración y la forma de dialogar. Cada uno de los doce personajes tiene un momento brillante; las referencias a sucesos actuales o momentos de improvisación están en los episodios adecuados. Lo que Muñoz logra con “12 princesas en pugna” es un cosmos muy personal e irrepetible.

Por eso la decisión que él mismo fuera el director del montaje es acertadísima. Sabe muy bien qué debe comunicar cada una de las princesas, cuáles son las rutinas físicas para provocar momentos de risas y cómo hacer más impactantes los momentos climáticos.

Las interpretaciones mantienen un alto nivel de energía para llevar el pulso del montaje. La corporalidad y el trabajo vocal de las actrices caracterizan a las princesas de una forma inolvidable. Varios gestos hacen más entrañables a todos los personajes y, por lo tanto, más disfrutables para el público. La invitación a varias actrices con marquesina y prestigio para que alternen ciertos papeles hace deseable el espectáculo para un público que casi ha convertido esta obra en algo de culto.

El montaje es un éxito indudable. Las filas enormes de la taquilla que sostienen una temporada de un solo día a la semana (el jueves) lo demuestran. No se pierdan esta divertida comedia de Quecho Muñoz. Con un juego simple habla de lo complejo que puede ser la vida en pareja y la presión social para vivirla de determinada manera. “12 princesas en pugna” es teatro mexicano que está al servicio del público del día de hoy, para divertir con sus alegrías y preocupaciones, para reírse de las verdades y los cuentos donde se aprende a soñar.

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12 princesas en pugna

Escritor y director: Quecho Muñoz

Teatro Rafael Solana (Miguel Ángel de Quevedo 687, colonia Coyoacán)

Jueves 20:30 hrs.

El último teatro del mundo: Where the heart belongs

Lectura: 4 minutos

Para mí, más allá del aspecto escénico, este apartado inmediatamente llamó mi atención porque existe una visión integral del fenómeno teatral,

Ciudad de México.- José Manuel López Velarde tiene una mención especial en la historia del teatro mexicano, por ser el creador de Mentiras; este musical de rocola, con canciones edulcoradas de los ochenta, se estrenó en 2009 y hasta la fecha tiene la sala llena, situación difícil de ver en nuestros días. Es innegable el éxito del montaje: tiene un lenguaje particular, una trepidante manera de abordar el drama y personajes reconocibles en nuestra cultura.

Al ver este trabajo me la pasé muy bien, disfruté la comedia y fui cómplice de la historia de Velarde, sin embargo, no sabía a ciencia cierta qué tanto de la eficacia de su montaje fue “chiripazo” o realmente nació de una propuesta personal y contundente frente al teatro. Mentiras es sencilla, directa, sin pretensión alguna más que la de divertir; esto, en mi experiencia, o nace de una verdadera técnica o de una ganas desbordadas de contar una historia en un momento en específico sin posibilidad de repetirse. Un “garbanzo de a libra” pues.

Después llegó Si nos dejan, el siguiente trabajo del escritor y director, con la misma fórmula de musical de rocola, pero ahora con música vernácula. Se vendía como un homenaje a la cultura mexicana. Sus raíces y folklor; la anécdota hacía referencia a personajes y momentos de las películas del “cine de oro” con la intención de poner un doble acento en el orgullo de ser mexicanos. Yo padecí la obra en todos los sentidos; no podía seguir el conflicto de los personajes, los chistes eran forzados y, sobre todo, había una traición a la línea dramática principal.

Reconocí los valores de producción y la dirección de Velarde por ofrecer una interesante propuesta visual. No obstante, quedé muy consternado: Mentiras era redonda en forma y fondo, genuina y brillante; Si nos dejan tenía una envoltura impecable, pero una historia carente de verosimilitud e identificación con el público. José Manuel López Velarde me generaba más inquietudes: ¿qué tanto se podía sostener su trabajo? ¿qué tanto Si nos dejan era un tropiezo? ¿cuál era su talante como teatrero?

Hace dos meses me enteré que él abrió en la Roma un nuevo espacio teatral llamado “La Teatrería”. Con mi acercamiento a este lugar descubrí que no sólo es un escaparate para darle cabida a montajes y a diferentes equipos jóvenes dentro del gremio, sino también el resultado de una filosofía y una manera muy particular de entender el teatro.

“La Teatrería”, al estar en el corazón de la Roma, tiene como uno de sus principales objetivos la generación de públicos y la creación y mantenimiento de comunidades dentro de la colonia. Para mí, más allá del aspecto escénico, este apartado inmediatamente llamó mi atención porque existe una visión integral del fenómeno teatral, no sólo un capricho artístico o la autocomplacencia de élites culturales. Pensar al teatro como un pretexto para que la gente salga de sus casas y pueda convivir con más gente y así generar interés en esta oferta de entretenimiento es valioso, saludable y urgente en las condiciones culturales de este país.

Rápidamente fui a su cartelera para saber qué se estaba presentando como el primer proyecto: descubrí un musical escrito y dirigido por el propio Velarde llamado El último teatro del mundo. Éste era el momento para despejar todo tipo de dudas respecto a su trabajo, porque en tal situación límite (abrir un teatro y montar una obra al mismo tiempo) no habría manera de tener una percepción equívoca de su propuesta, técnica y poética.

El primer elemento digno de subrayar del montaje es la culminación de estilo de José Manuel López Velarde: ha logrado consolidar un lenguaje muy propio, con temas y mundos que le obsesionan y una dimensionalidad difícil de encontrar en otro teatrero. “Mentiras” y “Si nos dejan” le enseñaron qué caminos seguir y cuáles abandonar para, sin duda, ganar en complejidad de la anécdota, personajes y diálogos.

El último teatro del mundo se vende como un espectáculo con una preferencia por el público infantil. La historia se centra en Pina, la catarina, que tiene como tragedia ser diferente a todas las demás catarinas grises, comunes y apegadas a la costumbre. Pina necesita romper este panorama uniforme y, en un sueño, se le dicta emprender un viaje para hallar un lugar capaz de brindarle los recursos para expresar y comunicarse con el otro de una forma auténtica, sin comprometer su integridad y, mucho menos, sin el miedo de salirse “fuera de la norma”.

Pina, en su camino, encuentra a cómplices para sortear las vicisitudes del camino con la única intención de establecerse en ese paraíso llamado “teatro”, por cierto, el último del mundo. La redención de Pina llega al descubrir que el destino está en su “corazón”, en ella misma y la verdadera forma de “estar” con el otro, de lograr una comunión amparada bajo el nombre de “teatro”, nace de la autoaceptación y el amor.

El primer acierto de El último teatro del mundo es su profundidad: cuenta una historia que tiene múltiples lecturas que van desde los niños hasta los adultos, los teatreros y los no teatreros; cada quien puede optar un camino distinto para llegar a la premisa de Velarde y conmoverse con ella. La anécdota de Pina está atravesada por simbolismos para hablar de nuestra realidad sin caer en complicaciones dramáticas o engolosinamientos.

El montaje apela a un lenguaje propiamente teatral, a recursos donde el espectador completa las imágenes en su cabeza para seguir una dinámica lúdica. La precisión de la dirección es notable porque un paso en falso, un descuido, provocaría romper con la ficción misma o un accidente de los intérpretes. Sobresale la manera de solucionar las transiciones con elementos mínimos y fuerza actoral. Todas las canciones de este musical son entrañables y crean una atmósfera propicia para contar esta historia de fantasía.

Los actores logran algo dificilísimo: todos tienen el mismo nivel energético. Cada quien carga la obra y se luce con su destreza técnica y vocal para dar vida a múltiples personajes en una misma secuencia. Para Paloma Cordero, la encargada de hacer la voz de Pina (no podría revelar más sobre cómo representan al personaje), “El último teatro del mundo” representa la plataforma que la llevará a la categoría de estrella de los musicales en México: su nombre en cualquier marquesina, a partir de este montaje, atraerá a público para verla.

José Manuel López Velarde toma una postura clara frente al teatro con “La Teatrería” y “El último teatro del mundo”. Su camino desde “Mentiras” es el natural para amalgamar un estilo de dramaturgia y dirección inconfundibles en la escena mexicana. Con este proyecto, casi estoy seguro, que Velarde se vuelve Pina porque, al final del viaje, encontró su corazón.

Zoot Suit: Las fronteras que (¿no?) se ven

Lectura: 4 minutos

Zoot Suit habla sobre un juicio hacia unos jóvenes chicanos al imputarles el cargo de asesinato en la década de los cuarenta.

Ciudad de México.- “Al pueblo que fueres, haz lo que vieres” dice el refrán popular para prevenirnos de los peligros al romper las normas de la mayoría. En algunos casos no funciona pero en un 80 por ciento tiene una gran efectividad; en el mundo del teatro es importante saber dónde estás parado para saber las predisposiciones de los demás y seguir la corriente o, en su defecto, cambiar la dirección de la ruta a sabiendas de cualquier enemistad.

Todo este mes hasta el 17 de mayo se presenta Zoot Suit de Luis Valdez en el Teatro Julio Castillo. El montaje provoca la conmoción dentro del mundo de la subvención porque es el “primer musical” que hace la Compañía Nacional de Teatro a pesar de existir cierto escepticismo estético al género.

La versión oficial de todos los involucrados es políticamente correcta: “se respeta cualquier tipo de manifestación teatral”, “somos plurales e incluyentes”, “aquí nadie juzga”. Sin embargo, el musical, en los términos más comerciales del término, causa urticaria entre quienes llevan la política cultural de este país. Nadie hace una obra que huela a este género porque es más fácil hacer “lo que vieres”.

Las verdaderas intenciones se encuentran en las sutilezas del lenguaje entre los teatreros legitimados por el auspicio estatal pero es imposible no darse cuenta de ellas: los musicales son para OCESA, para quienes les importa ganar dinero de hacer teatro, para estrellas rabiosas con ánimo de demostrar sus habilidades histriónicas. No para la subvención, nunca para los proyectos intensos que patrocinan las instituciones culturales (o mejor dicho, los impuestos de todos). Éste es el “pueblo” en donde estamos: ¿será verdad? ¿el musical será tan despreciable? Si nadie se atrevía a hacer una obra de este formato, ¿por qué ahora se atreven?

Estaba sentado en la butaca con mucho morbo para saber cómo abordarían Zoot Suit y dispuesto sorprenderme si las fronteras entre los mal llamados “teatro comercial” y “teatro subvencionado” se podían desvanecer (aunque sea un poco). Y lo que descubrí me parece lógico con las reglas implícitas de este medio, el de la exquisita intensidad: esta obra nunca hubiera sido llevada al Centro Cultural Del Bosque y mucho menos representada por la Compañía Nacional de Teatro si no fuera por el valor intelectual del nombre de Luis Valdez.

El texto del autor se descontextualiza de su medio original, del Teatro Campesino, para colocarse como una pieza de museo y simbolizar la historia del oprimido. Este carácter, el de ser una bandera de las élites culturales para hablar del tema, resta efectividad para que la historia pase a las butacas. Todo se queda en una emoción en “tercera persona”.

Zoot Suit habla sobre un juicio hacia unos jóvenes chicanos al imputarles el cargo de asesinato en la década de los cuarenta. A partir de esta anécdota, se develan las trampas del sistema estadounidense para ejercer prácticas corruptas y racistas en contra de estos mexicano-americanos y hacer contundente el panorama desolador de un grupo marginado y sin redención.

La historia es dolorosísima por todos los lados que uno la quiera ver. Propiamente no es un musical; tiene canciones para hilvanar o adornar la acción dramática más en sintonía con la carpa mexicana. Sin embargo, es interesante ver cómo tienden puentes hacia el género por excelencia de Broadway al hacer una mixtura de estilos y formatos.

Luis Valdez hizo esta obra para hacer un fiel reflejo de la realidad chicana con la firme convicción de “tomar conciencia” a través de mostrarle a la gente su lenguaje, costumbres y demonios. No era una cuestión de intelectualizar sino más bien de conmover. En esta temporada, la del Centro Cultural del Bosque, la falla radica en la atmósfera alrededor del ejercicio escénico al tomar a Valdez como una figura pasteurizada.

No me malentiendan: la obra es impecable en la parte técnica y actoral. La Compañía Nacional de Teatro se lleva una ovación de pie por contar esta historia con una eficacia dramática envidiable. En su elenco tiene a varios de las mejores actrices y actores de este país que demuestran su esfuerzo y entrenamiento específico para el proyecto. No obstante, el espíritu del texto de Valdez no pasa; no por la ejecución sino por las intenciones de ponerlo en escena.

Alguien me podría decir que no somos chicanos ni vivimos su condición social para lograr una identificación total con el montaje. Otro podría afirmar cómo las expectativas “higiénicas y alejadas” del público del Centro Cultural del Bosque se cumplen con “Zoot Suit”. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en lo pertinente de la anécdota para nosotros como mexicanos del 2015 en nuestro propio país, no frente a Estados Unidos. ¿Si esta obra no tuviera este halo de exquisitez? ¿Si estuviera en otro lugar, nos emocionaríamos?

Tal vez estoy siendo exagerado con estas preguntas a las cuales todavía no encuentro una respuesta definitiva. Lo que tengo claro es cómo este montaje no acerca al “teatro subvencionado” y al “teatro comercial”, al contrario, sigue manteniendo las fronteras a pesar de jugar al crossover. Y para este momento del gremio teatral urgen proyectos capaces de unir, dialogar y cooperar.

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Zoot Suit

Dirección y dramaturgia: Luis Valdez

Teatro Julio Castillo (Centro Cultural del Bosque. Paseo de la Reforma y Campo Marte, colonia Chapultepec-Polanco)

Hasta el 17 de mayo

Jueves, viernes y sábados 19:00 hrs., domingos 18:00 hrs

Clausura del Amor: Saqueos de dolor

Lectura: 3 minutos

Clausura del Amor acaba con el mito de la pareja y deja al público con un sinfín de interrogantes que la cultura se empeña en evadir.

Ciudad de México.- No hay nada más violento que la experiencia teatral porque el cerebro no logra distinguir entre la realidad y la ficción. En otros medios como la televisión y el cine, todo es “seguro” porque la pantalla rectifica la percepción y vemos la historia como una posibilidad lejana. El teatro es un juego de peligro porque no hay mediación: todo es en directo, sin concesiones. Se “siente” muy real.

En el Foro Lucerna, cada fin de semana se apagan las luces para iniciar un espectáculo con el nombre “Clausura del Amor”. Llegan al escenario Arcelia Ramírez que interpreta a Arcelia y Antón Araiza a Antón. El nombre del personaje no es diferente al de la vida real. No hay concesiones en este juego. En la primera escena, vemos a Antón con una voz rasposa y los músculos contraídos; se presume una carga pesadísima sobre sus hombros. Se escuchan groserías, frases propias del coraje e ideas con poca conexión entre sí. Al primer minuto, descubrimos su tragedia: está terminando su relación amorosa.

Desde la butaca vemos al rompimiento como algo parecido a morir. Es amputar una pierna, un brazo, una mano. Vivimos en tiempos donde existe la creencia que la separación no vale la pena sufrirla: las personas se van porque la vida así es y no podemos luchar contra sus leyes. Pero al ver a Antón no podemos sino contradecir ese gran mito de la “facilidad” de la despedida: cómo separarnos de alguien a quien alguna vez dijimos “te amo”.

¿Existe algún protocolo para decir “adiós”? ¿Sería motivo de alegría o tristeza? Antón se regocija en lanzar insultos sutiles a Arcelia; sus argumentos tratan de justificar los errores de su historia pero ninguno de ellos es capaz de aclararle al público la razón del finiquito de la relación. Para este hombre, dejar a la mujer implica hacer una repartición de todos los bienes acumulados al estar juntos: desmantelar la casa, tratar de borrar el pasado y tener un nuevo comienzo.

Durante más de treinta minutos vemos a este personaje llenarse la boca de valentía para enfrentar la separación hasta que Arcelia lo calla. Ella se presenta ante el público después de estar en silencio para escuchar cualquier tipo de ocurrencias del fracaso y la autocompasión; el impacto de las palabras la hacen reaccionar para defender lo suyo y evitar el saqueo. Decide pelear, planear una estrategia de guerra y lanzar misiles poderosos para destruir la incipiente historia escrita por Antón.

Con las palabras de Arcelia vemos al amor como un juego cruel de percepciones: la compañía se confundía con asfixia, la generosidad con autosacrificio, la verdad con mentira. En esta historia contada a dos voces vemos la destrucción como el final de la pareja; la despedida es dolorosa porque las heridas del pasado no sanan.

Para Arcelia, la frustración llega cuando recibes nada a cambio de entregarte al otro. No hay obligaciones reales con la pareja; sólo podemos confiar en su palabra y, tal vez, sorprendernos con sus actos. ¿Qué tanto el amor es una invención personal? ¿Qué tanto es una realidad vivida por dos personas? ¿Dónde empieza el egoísmo y la posesión? ¿Cuándo las ganas de amar se vuelven terriblemente demandantes para el otro?

Clausura del Amor acaba con el mito de la pareja y deja al público con un sinfín de interrogantes que la cultura se empeña en evadir. Arcelia y Antón dejan el escenario contaminado por el dolor; la tragedia de la separación empieza cuando se siente el vacío y la costumbre se vuelve un recuerdo. Esta obra de teatro, tan real y sin concesiones, nos hace ver uno de nuestros peores miedos: el amor inicia con una ilusión y termina con la muerte.

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“Clausura del Amor”

De: Pascal Rambert

Traducción: Humberto Pérez Mortera

Dirección: Hugo Arrevillaga

Foro Lucerna (Calle Lucerna 64 esquina con calle Milán)

Sábados 21:00 hrs., domingos 18:00 hrs.