Pez de Oro

Bule Bule El Show: Rock Technicolor

Lectura: 3 minutos

¡Qué bien me la pasé en “Bule Bule El Show”! Además de estar emocionado por el continuo éxito del Teatro Milán, su residencia, me sorprende esta segunda temporada por atraer  al público con una historia sencilla y clara.

Ciudad de México.- ¡Qué bien me la pasé en Bule Bule El Show! Además de estar emocionado por el continuo éxito del Teatro Milán, su residencia, me sorprende esta segunda temporada por atraer al público con una historia sencilla y clara para darle la vuelta a los musicales de rocola con canciones del México de los cincuenta y sesenta.

Uno de los mayores aciertos de este montaje es no tener desperdicio en cada uno de los recursos: el tiempo para contar el conflicto de los personajes es justo; la producción luce y el tono de los actores está medido para resaltar la comedia. Aplaudo a Bule Bule El Show porque todo el tiempo sabe que trabaja para el público mediante una grata anécdota.

Había perdido la fe en los musicales aún más cuando nació esta tendencia de tomar canciones pop para convertirlas en su eje; ahora no puedo recordar un caso exitoso en un sentido dramático. Pero con “Bule Bule…” sentí una clara conexión con esta manera de entender al género y, sin temor a equivocarme, un gusto. No existe una esquizofrenia por interpretar canciones memorables a la menor provocación y, mucho menos, con altos niveles de gratuidad.

Es más, esta obra no necesita de las joyas de Angélica María, Julissa y los Beach Boys (por decir algunos) para tejer el conflicto; éstas son un gran marco de referencia para darle a la gente una experiencia entrañable. No existe la sensación de haber ido a un miniconcierto donde metieron a calzador unos personajes odiosos.

La historia gira alrededor de un concurso musical en México (entre los cincuenta y sesenta) donde participan dos grupos, “Las Bombonettes” y “Los Pillos del Rock”, para ganar un contrato con la eximia disquera Discos Orfeon; es en medio de la rivalidad de los equipos y las intrigas para conquistar el título de ganador donde nace una historia de amor que pondrá a prueba la lealtad de los equipos.

Hay un claro homenaje a revistas como “Orfeon A Go Go” que sirvieron de pauta para hacer programas musicales en la televisión mexicana. No obstante, lo más entrañable de “Bule Bule El Show” es la atinada recreación de la cultura juvenil de este país en el nacimiento del rock mediante sus referencias, miedos, formas de divertirse, vestuario y lenguaje. Para mí, gran parte del éxito del espectáculo radica en la posibilidad de identificarnos como cultura a través del tiempo y revisar los basamentos en los que ahora se funda la idea de “juventud”.

En la butaca de a lado había una adolescente de no más de 17 años que cantaba los éxitos de “Los Rockin Devils”, “The Temptations” y Enrique Guzmán y no necesitaba más para ver la promesa cumplida de “Bule Bule…”. El éxito del montaje se debió, en gran medida, al “de boca en boca” de la primera temporada, formadora de fanáticos de culto y de un fenómeno comparable con El Show de Terror de Rocky en los Estados Unidos.

El espectador se vuelve parte de la ficción porque funge como público del programa de televisión; al final puede votar por su grupo favorito para hacer el dictamen del ganador en escena. Cada función depende de la recepción de la gente que asista y se vuelve más poderosa la experiencia cuando hay varios ya aficionados a los estilos de “Las Bombonettes” y “Los Pillos del Rock”.

Los arreglos musicales son excepcionales y las interpretaciones fuera de serie. Los actores y las actrices que interpretan esta guerra de pandillas es uno de los elencos mejor articulados de lo que va del año porque no sólo tienen un indiscutible talento vocal sino los recursos actorales necesarios para sostener una comedia vertiginosa.

Los boletos de Bule Bule El Show se están agotando y con esto confirma, no exagero, un lugar especial en la historia de los musicales en México. Venden el disco en el lobby del teatro y, a título personal, recomiendo que lo compren, amén del tesoro musical, porque en varios años será oro molido.

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Bule Bule El Show

Libreto: Joserra Zúñiga

Dirección: Anahí Allué

Teatro Milán (Calle Lucerna 64 esquina con calle Milán, colonia Juárez)

Martes a las 20:30 hrs.

Cuando Simba hizo sonar el río

Lectura: 4 minutos

El Rey León merece todas las funciones llenas y, puedo asegurarlo, el montaje mexicano será impecable en todos los sentidos.

Ciudad de México.- Con la preventa de boletos de El Rey León se ponen de manifiesto muchos de los conflictos en el circuito teatral de este país. Se armó el alboroto cuando un numeroso grupo casi estaba a punto de poner su queja en Profeco (ja) porque este espectáculo tiene los boletos más caros de toda la cartelera; superó a los de la temporada de Wicked que terminó hace dos meses (los boletos más caros eran de mil 500 pesos aproximadamente, entre cargos extra de famosa boletera) y dejó muy atrás a los de Los Locos Addams en el Teatro Insurgentes, con los números más altos de la oferta actual, mil 100 pesos la zona preferente de la sala.

Ver una función de El Rey León en la primera sección del Teatro Telcel cuesta dos mil 90 pesos, sin contar con la intervención de la boletera (se suman 440 pesos de cargo). Unos cuantos salieron a la defensa de estas tarifas: argumentos como “es más barato que ir a Londres o Broadway” o “toda la producción es igual a la del extranjero” se pudieron leer por redes sociales de teatreros con buenas intenciones de defender el trabajo de OCESA, productora que trae este musical.

A decir verdad, El Rey León no puede costar menos; las tarifas son las adecuadas para que el negocio sea redituable. OCESA no vive de la subvención estatal y mucho menos de la caridad de patrocinadores; varios en contra de los números tan elevados, se me pueden ir a la yugular porque me acusarían de no mencionar las alianzas de OCESA con varias empresas para hacer un plan de negocios más fuerte.

Hay muchas organizaciones “amigas” con esta productora, para hacer un desarrollo sustentable de las finanzas, sin embargo, la ganancia sigue estando en la taquilla. Es fácil: si no se venden boletos, la gente que trabaja en esta producción no gana. No hay un dinero de respaldo, ni en el colchón de los productores hay miles de pesos por si las cosas salen mal. Y ganar dinero con una producción de estos vuelos no es ningún pecado.

El Rey León es carísima por todos los frentes que quieran revisarla; por otra parte, con la experiencia de Wicked, producida por la misma OCESA, se hizo evidente una audiencia capaz de sostener una temporada de un año como mínimo. No en vano la residencia de Simba y su pandilla será el Teatro Telcel, regido por los límites de Polanco. Nadie y mucho menos en las ligas de Disney se arriesgaría a invertir dinero y prestar su nombre si el negocio no estuviera asegurado; la primera semana de funciones está totalmente agotada y, a forma de pronóstico, en un mes encontrar un boleto será imposible.

Aquí el problema excede el precio de los boletos y cae en el terreno de la percepción: de cómo los teatreros vemos al teatro en un plan de negocios y nuestra incapacidad para crear alternativas de producción fuera del amparo de transnacionales. Las familias que pagan tres boletos (mamá, papá, hijo) por ver “El Rey León” están pagando por tener una experiencia Disney (equivalente a ir al parque de diversiones) y, bajo esta óptica, no hay ningún argumento en contra de la tarifa. Ver la botarga hecha por la gran directora Julie Taymor pero licenciada, a final de cuentas, por Mickey Mouse hace justificable la cotización, la demanda y la compra.

Si se hiciera una versión mexicana libre de El Rey León en teatro sin la marca Disney ¿el público estaría dispuesto a pagar dos mil 90 pesos? ¿se agotarían los boletos en una preventa? La verdad yo lo dudaría. A los teatreros mexicanos se nos achaca la mala fama de no tener “perspectiva de negocios” y eso es un gran problema a resolver: ¿cómo lograr una estrategia de venta adecuada para esa obra en un foro de Coyoacán que a duras penas puede llenar la mitad del teatro una vez a la semana? Si no ofrecemos la marca Disney, ¿qué estamos ofreciendo? ¿Contra qué estamos compitiendo? ¿Qué experiencia estamos dando? ¿Es equiparable a un concierto o un partido de fútbol?

Evidentemente, en el caso del foro de Coyoacán, no se puede seguir la misma fórmula de OCESA, Disney y El Rey León, porque está en una liga con presupuestos y audiencias diferentes. El Rey León con sus boletos tan altos no se está comiendo el público de nadie ni desprestigia al gremio por hacer del teatro un negocio: está claro qué está vendiendo y quién es su público. Lo único que queda expuesto para todos los demás es una falta de estrategia de mercadeo, para sostener diferentes formas de hacer teatro en este país donde la subvención estatal se ve amenazada (casi aniquilada) y la crisis educativa se vuelve recalcitrante.

El Rey León merece todas las funciones llenas y, puedo asegurarlo, el montaje mexicano será impecable en todos los sentidos (aunque para mí el mejor momento de la obra está en los primeros quince minutos). El público no saldrá defraudado de la sala. Pero este “León” se irá y los teatreros seguiremos con muchas asignaturas pendientes para resolver el “cómo” atraer el público a la sala con obras que no sean musicales de gran escala. Apuesto por modelos de producción alternos a los de todos (en el gremio) porque, en una dimensión más grande, pagar por un boleto de teatro es muy diferente a pagar por la última versión del Iphone.

El tiempo se detiene: Las eternas despedidas

Lectura: 4 minutos

Todas las reseñas que hablan sobre “El tiempo se detiene” la ven como un tratado sobre la guerra, de las consecuencias nefastas para los sobrevivientes y su impacto psicológico.

Ciudad de México.- Cualquier divorcio es triste pero lo es más cuando te aferras a la idea de hacer algo para seguir con la pareja a pesar de lo inútil que sea para lograrlo. “El tiempo se detiene” es un retrato fiel (y escabroso) de esta trampa disfrazada de ilusión e inevitablemente el público se vuelve empático a la pérdida y a la prolongación del duelo: las despedidas son pequeñas muertes que cargamos y lloramos toda la vida.

Bob Dylan en su disco “Blood on tracks” (su disco de divorcio) describe la pérdida amorosa con las palabras justas: “Situations have ended sad / Relationships have all been sad / Mine´ve been like Verlaine´s and Rimbaud / But there´s no way I can compare”. ¿Todas las relaciones acaban mal? ¿No hay otra manera de despedirse? Realmente la ausencia del “otro” no duele tanto como la ausencia de esa versión de mí mismo que era con esa persona y es aquí donde la verdadera tragedia sucede.

Donald Margulies, el autor de “El tiempo se detiene”, cuenta la historia de Sarah Goodwin y James Good, un matrimonio que se alimenta de sofisticación y exquisitez intelectual. Los dos trabajan como periodistas de guerra, una es fotógrafa y el otro corresponsal, que regresan de un acontecimiento bélico a casa debido a un accidente de Sarah en un terreno minado. Estar en recuperación, encerrados entre cuatro paredes, los hacen romper los últimos vínculos de la relación para comenzar la despedida.

Lo más increíble es cómo en medio de la cotidianidad se dejan ver las grietas (irremediables) entre los dos . Margulies hace de estos dos personajes unos amantes en función de la adrenalina; en medio de la guerra viven una especie de dopaje para tolerarse y seguir contando un discurso intelectualizado del amor. En la convivencia del día a día, de forma irónica en la tranquilidad, no hay vértigo, no hay vidas al límite y la perorata racional resulta insuficiente para estar con el otro.

El regreso los confronta con la costumbre más recalcitrante con Richard Ehlrich y Mandy Bloom, conocidos de la pareja quienes están a punto de entablar una vida como pareja con los cánones más convencionales del término. James y Sarah los desdeñan por acomodarse en los estándares sociales pero en realidad se aborrecen a sí mismos por no poder dejarse y, en cierta manera, por no cumplir con eso  que ven en los otros.

Y  lo más doloroso de este hecho es que entre Sarah y James sobra el amor. El cariño está intacto pero éste no es suficiente para sobreponerse a las mentiras contadas en años, la discreciones sobrepuestas a los verdaderos deseos y un profundo miedo de abandonarse. Ellos se han construido a través del otro y despedirse de esta autoimagen es el motivo real para seguir en el timón en medio de la tormenta.

Con estos párrafos no estoy vendiendo nada de la historia porque, de hecho, lo interesante de este texto con tintes de pieza chejoviana, es ver la descomposición de Sarah y James para hacer irremediable la muerte. El gancho para el público es ver qué autoengaño sigue, qué mentira se incrusta entre ellos y qué discurso alienta su racionalidad descontrolada. Aquí el público sufre con los personajes porque se anticipa una destrucción total en una aparente calma.

Todas las reseñas que hablan sobre “El tiempo se detiene” la ven como un tratado sobre la guerra, de las consecuencias nefastas para los sobrevivientes y su impacto psicológico. La verdad a mí me parece una conclusión muy reduccionista de la obra porque la guerra sirve de metáfora para el conflicto interno de los personajes.

Y confirmo esta tesis porque Benjamín Cann, el director, llevó a sus actores a construir personajes altamente complejos. No se fueron por el camino fácil, no cayeron en la obviedad sino lograron estar a tono con el espíritu del autor para lograr actuaciones contenidas y sutiles para retratar disputas peligrosas.

El elenco formado por Karina Gidi, Alejandro Calva, Rodrigo Murray y Cassandra Sánchez Navarro es uno de los más atractivos de lo que va en el año en la cartelera mexicana. Cada uno da el “do” de pecho emocional para hacerle justicia a los personajes. Lo único extraño en el montaje es la entrada de gente de producción para cambiar la escenografía a vistas del público; (este comentario es de mero gusto personal y, aclaro, no es por la gente de producción) considero estas intervenciones distractores para construir ficción: al notar la presencia de agentes extraños sobre el escenario algo no se acomoda en el ojo y oído del espectador.

Más allá de esta peculiaridad, “El tiempo se detiene” me obsesionó durante días. El trabajo de dialogación y actoralidad es sobresaliente en todos los sentidos. Y, claro, la despedida del amor es un tema relevante para cualquiera: todos, en un momento dado, pasamos o pasaremos por ahí. Tal vez caigo en el terreno de la especulación al decir que Margulies va un paso más allá con la tesis de la obra: es necesario que te rompan el corazón, por lo menos una vez, para poder crecer.

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“El tiempo se detiene”

De: Donald Margulies

Dirección: Benjamín Cann

Teatro Helénico (Avenida Revolución 1500, colonia Guadalupe Inn)

Viernes 19:00 y 21:15 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 17:00 y 19:15 hrs.

Extraños en un tren: Obsesión de sangre

Lectura: 2 minutos

El Teatro SOGEM Wilberto Cantón tiene la oportunidad de reactivarse en la escena mexicana. Extraños en un tren es la obra ideal para atraer a un público numeroso y poder comprometerlos con otras experiencias teatrales. 

Ciudad de México.- El productor Sergio Gabriel se destaca por escoger historias que atraigan a una audiencia numerosa y proveniente de diversos ámbitos. No sólo piensa en el público especializado, sino también en aquéllos quienes la experiencia teatral les resulta ajena o hasta desconocida.

Él no tiene miedo de formar a sus elencos con estrellas a pesar de moverse en un medio donde existe la creencia que los actores con este status no sirven para el teatro. Sergio Gabriel tiene el ojo para encontrar al actor detrás del ídolo y aprovechar su fama como gancho publicitario.

Esta vez se arriesga con Extraños en un tren, la versión teatral de la película de Alfred Hitchcock y de la novela de Patricia Highsmith (ambas con el mismo título). La conjunción de estos elementos hacen uno de los espectáculos más sorprendentes de toda la temporada. En primer lugar, porque aborda uno de los géneros dramáticos poco abordados en México: la tragicomedia. La historia es la siguiente: Carlos Bruno conoce a Paul Heines en un tren y se obsesiona de tal manera con él, que es capaz de matar a su esposa para iniciar una relación de (auto)destrucción.

El tema es la obsesión. Carlos Bruno representa ese amor emparentado más con el deseo y la compulsión que arruina la vida del héroe Paul Heines. El vínculo trágico de los dos personajes los orilla a revelar sus principales miedos y sus peores formas de dominación.

Tanto en el trabajo de Highsmith y Hitchcock se deja entrever una tensión homosexual (el escándalo de estas dos obras en su tiempo se debe a esta razón), sin embargo, la obra supera esta posible interpretación para hablar de las relaciones humanas como un juego de poder y posesión.

La versión teatral es impecable. Para el público se vuelve interesante la experiencia porque trata de descubrir en los personajes, las escenas y los parlamentos, el gran secreto que esconde la historia. Toda la estructura provoca interés porque poco a poco se complica el estado emotivo de Bruno y Heines y nos acerca más a descubrir la gran verdad.

La dirección de Manuel González Gil se preocupa por conducir a los actores hacia una caracterización en los mínimos detalles corporales y vocales. Se ve una interesante propuesta de relación entre todos los personajes. El ritmo se logra y la atmósfera recreada se acerca al suspenso. El mayor logro del montaje es aterrizar en un final poderoso que no se puede lograr sin las dos horas anteriores de un justo trabajo energético.

El Teatro SOGEM Wilberto Cantón tiene la oportunidad de reactivarse en la escena mexicana. Extraños en un tren es la obra ideal para atraer a un público numeroso y poder comprometerlos con otras experiencias teatrales. Sergio Gabriel vuelve a tener el ojo para formar a su elenco y contar una historia que está a la altura de los gustos, las expectativas y la oferta mediática.

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“Extraños en un tren”

De: Craig Warner

Dirección: Manuel González Gil

Teatro SOGEM Wilberto Cantón (José María Velasco 59, colonia San José Insurgentes)

Jueves 20:30 horas, viernes 21:15 horas, sábados 19:00 y 21:00 horas, domingos 19:00 horas

Locos por el té: Susana Alexander: la valentía de ser actriz

Lectura: 4 minutos

Cualquier obra en la que esté Susana Alexander merece la pena verla. Ella es una mujer con una técnica fuera de serie y una experiencia emblemática en la vida artística de este país.

Ciudad de México.- Cualquier obra en la que esté Susana Alexander merece la pena verla. Ella es una mujer con una técnica fuera de serie y una experiencia emblemática en la vida artística de este país; si no fuera por Alexander, varios capítulos de la historia del teatro mexicano no se pudieron haber escrito.

Su tenacidad y perseverancia por apoyar las “tablas” es un ejemplo para todos los que nos dedicamos a este negocio. Ahora Alexander se presenta en un proyecto producido por OCESA llamado “Locos por el té”; esta obra pertenece al área de teatro de cámara de la productora y, como si fuera una norma, vuelve a ser una comedia amable para el público.

No estoy convencido si la inclinación de OCESA por producir historias de este género sea la mejor porque, a excepción de La caja que se montó como hace dos años en el Centro Cultural Manolo Fábregas, ninguna ha logrado un impacto relevante en el público; entiendo la facilidad de la estrategia de marketing para mover este tipo de obras, sin embargo, pongo en duda su conexión y trascendencia.

En fin, más allá de mis inquietudes operativas, Locos por el té es una obra que habla de cómo se vive el teatro por parte de quienes lo hacen. La anécdota la hemos visto millones de veces en otros montajes (y hasta películas) en donde podemos adentrarnos en la preparación de actores para llegar a un montaje: sus miedos, intrigas, éxitos, maledicencias para lastimar a sus compañeros.

No necesitas ser un experto del medio ni mucho menos trabajar en él para identificarte con las situaciones porque lo que importa, al final del día, es como este grupo de trabajo se desquicia para llegar a la meta: el estreno. Locos por el té intenta ser una comedia de rutina física, donde el público no deja de reír durante las dos horas del espectáculo. Los personajes dependen de los enredos de la acción dramática y, por supuesto, de las peripecias que afectan su integridad corporal.

A todas luces, hay guiños a la última parte de Sueño de una noche de verano de Shakespeare, donde unos pueblerinos deciden hacer una obra de teatro sin tener conocimiento de la profesión y experiencia; las gracejadas producto de la inocencia e inexperiencia se vuelven hilarantes para la audiencia, sin importar en qué lugar del mundo se monte. Ahora bien, Locos por el té tiene una gran irregularidad que reside en la adaptación.

Me sorprende demasiado que la dramaturgia resida en los ganadores del premio Molière (premio nacional de teatro de Francia) del 2011, Patrick Haudecoeur y Danielle Navarro Haudecoeur, porque tres cuartas partes de la historia tiene intentos fallidos de chistes. El problema, intuyo, está en la adaptación: los diálogos están forzados y los personajes todo el tiempo se justifican con sus palabras; esto provoca que el público pueda pensar en las motivaciones de todos en escena y se pierda el efecto de la comedia.

La dirección tiene un problema de encasillar en arquetipos a los personajes y esto impide fluidez y verosimilitud. La acción dramática por sí sola tendría que demostrar, por ejemplo, el personaje de una actriz neurótica y abusiva sin la necesidad de hacerlo obvio. Si estuviéramos en otro género, como la farsa, se permitirían estas licencias pero Locos por el té es estrictamente una comedia.

El grupo de actores se ve atado de manos por cumplir una dirección acartonada y un texto redundante. La última parte de la obra es chistosa por sí sola y cumple el cometido con el público, sin embargo, esto tendría que suceder desde los primeros diez minutos.

No obstante, este montaje vale la pena verlo por Susana Alexander, quien su colmillo y años de oficio mejoran al personaje de la “diva” de la compañía. Ella supera los problemas de la dramaturgia y dirección para hacer una creación refrescante, verosímil y llamativa. No devalúo el trabajo de sus demás compañeros, están en lo que están y se nota su precisión por cumplir órdenes, pero la presencia de Alexander los lleva a un nivel de energía fuera de serie.

La obra cae en el ritmo y tono en los últimos veinte minutos. Susana Alexander es una fiera que no le teme a nada y, tal vez, la siguiente aseveración sea el valor más importante de la obra: ver una actriz enfrentarse al toro y tomar todo los riesgos del mundo.

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“Locos por el té”

De: Patrick Haudecoeur y Danielle Navarro Haudecoeur

Dirección: Vanessa Vizcarra

Teatro Fernando Soler (Velásquez de León 31, colonia San Rafael)

Jueves 20:00 horas, viernes 19:30 y 21:30 horas, sábados 18:00 y 20:30 horas, domingos 16:30 y 18:30 horas.

Un corazón normal: cuando llega el final (o la vida vuelve a comenzar)

Lectura: 3 minutos

“Un corazón normal” es efectiva con las audiencias actuales porque habla de las despedidas personales.

Ciudad de México.- Todas las reseñas que leí sobre Un corazón normal cuando se estrenó en Broadway, enfatizan la temática gay. Para muchos esta obra de Larry Kramer es una apología de la diversidad sexual en medio de la aparición del SIDA en la primera mitad de la década de los ochenta. Pero Un corazón normal no se puede reducir a eso.

La historia es la siguiente: Ned Weeks es un escritor que dirige la defensa de los homosexuales enfermos de SIDA ante la discriminación del gobierno de Ronald Reagan. Con la ayuda de la doctora Emma Brookner, la primera en atender casos de este tipo, y un grupo de activistas, Weeks emprende una batalla en contra del sistema para lograr atención social, política y mediática.

El personaje público es un hombre duro, combativo y radical. El hombre en privado vive una relación amorosa que lo descontrola en todos los sentidos. Su novio, Felix Turner, lo hace enfrentarse a su incapacidad de amar y conectarse con el “otro” más allá de un nivel físico.

Larry Kramer escribió esta obra en 1985 a modo de panfleto para la fracción gay en los Estados Unidos y contribuir en el levantamiento en contra del gobierno de Reagan. Para las audiencias actuales, la obra es discursiva, sin embargo, Kramer pone ahí una trampa.

Fue muy hábil en usar su obra como un vehículo político, pero esto sólo es un recurso dramático para construir personajes altamente complejos. Ned Weeks trata de enfrentar su incapacidad de amar a través de la lucha social.

Busca frenéticamente el respeto y el reconocimiento social para los enfermos de SIDA de Nueva York pero, en realidad, lo que busca es reconocimiento y respeto para él y su estilo de vida. El subtexto de cada uno de sus parlamentos indica una profunda necesidad de ser aceptado por la sociedad.

Su incapacidad de amar viene de un profundo temor de no tener la aceptación por quién es y por lo que hace. Ese Ned Weeks contestatario oculta a un niño asustado en el mundo y con unas inmensas ganas de ser querido. “Un corazón normal” no pone el dedo en la llaga social del reconocimiento gay, en realidad, habla de buscar la aceptación de los demás para construir nuestra identidad.

Pero Kramer va al fondo de este punto para conmocionar al público. En realidad, el viaje emocional de Weeks empieza con un hombre que quiere ser aceptado por los demás y termina cuando toma conciencia que esa aceptación no vale nada sin tener primero la propia. Ese gran estandarte de la defensa gay no tiene sentido cuando no existe la defensa por quiénes somos. Cada uno, en privado.

Él no puede amar, relacionarse con otro a nivel más profundo, porque él no se acepta. Y no hablo de su preferencia sexual; Weeks se asume como un hombre gay dese el principio de la obra, más bien me refiero a una aceptación total de nuestros demonios y virtudes.

“Un corazón normal” es profundamente conmovedora porque retrata los pequeños y personales duelos de la vida cotidiana. En abandonar lo que fuimos para darle entrada a lo que queremos ser y cambiar así el mundo que nos toca vivir. Las verdaderas victorias sociales se ganan en lo privado no en las calles. Las renovaciones culturales sólo se alcanzan cuando nos transformamos en nuestra “habitación” y tenemos la posibilidad de volvernos a construir.

Y no sólo el protagonista se enfrenta a esta lucha. Todos los personajes, tarde o temprano, se dan cuenta que el discurso político no tiene sentido si no conecta con su víscera, si no existe una transformación personal. En esa gran lucha se les cuela el corazón y es imposible distanciar la vida personal de la pública.

Hay un gran momento de la obra donde la doctora Emma Brookner, interpretado magistralmente por Pilar Boliver (¡aplausos de pie!), se da cuenta de la estafa gubernamental al apoyar la cura del SIDA y abandona su figura política para poner el corazón y la piel en la lucha porque ella, al igual que sus pacientes, se siente marginada por tener polio.

Deja morir a esa persona que creía ser para darle la bienvenida a una nueva: más personal, más auténtica. Un corazón normal es efectiva con las audiencias actuales, porque habla de las despedidas personales. De los lugares que abandonamos para encontrar quiénes somos y cómo queremos ser vistos por los demás.

Un corazón normal habla sobre vencernos a nosotros mismos. Habla de tener la frente en alto para solucionar los problemas de allá fuera dentro de nosotros. Cada uno de los involucrados en el proyecto tiene un corazón normal, que sólo busca conmocionar en un mundo sordo y necio ante el dolor, donde las palabras y su inherente compromiso carecen de sentido. Ellos, como dice Cecilia Toussaint en Hogar, seguirán “soñando a solas (…) a ciegas con mi fe”, seguirán “esperando”.

[box type=”shadow” ]Un corazón normal

De: Larry Kramer

Teatro Milán (Calle Lucerna 64 esquina con calle Milán, colonia Juárez)

Miércoles y jueves a las 20:45 p.m[/box]

“Los Locos Addams”: “La familia que todos quieren comprar”

Lectura: 3 minutos

Le auguro un año de funciones llenas al Teatro Insurgentes. No obstante, veo aquí una situación peligrosa: esta obra tiene los boletos más caros de toda la cartelera.

Ciudad de México.- Nadie puede detener el éxito de “Los Locos Addams” en el Teatro Insurgentes. Me sorprende cómo el poder de la nostalgia y la posibilidad de ver a “estrellas” en vivo, y a todo color, hacen olvidar que este musical tiene una de las peores historias del género. Ninguna de las canciones es entrañable y ninguna escena se volverá icónica en el inconsciente colectivo.

En esta reinterpretación de la familia Addams, Merlina es una adolescente quien está convencida de casarse con un joven fuera de los estándares de su oscura y exótica familia. Cuando Morticia se entera de las intenciones de su pequeña, todo el mundo pega el grito en el cielo porque no quieren mezclarse con alguien fuera de su clan, sin embargo, aceptan tener una cena con el novio para conocer a sus pariente políticos.

El evento se vuelve un desastre cuando ambas familias se enfrentan y tratan de convencer a sus respectivos hijos de abandonar la idea del matrimonio. La anécdota se ha contado miles de veces en diferentes tonos e historias. La incorporación de guiños al programa de televisión son efectivos aunque ninguna de las rutinas cómicas sorprende. El conflicto se acaba a la media hora; hay partes poco contundentes y reiterativas.

En Broadway fracasó, pero las enormes filas en la taquilla cuentan una suerte diferente en México. Todo el público está ansioso por chasquear los dedos al ritmo de la música del programa de televisión; los niños son orillados por los padres a reconocer a Merlina y al Tío Lucas. El espectáculo funciona porque el público recrea una experiencia más divertida en su cabeza que en la realidad.

A lo largo de las dos horas y media de función, se hace gala de una manufactura impecable. Tina Galindo y Claudio Carrera tienen el know how y la sensibilidad para atender las expectativas de la audiencia, quien compra un boleto en el Teatro Insurgentes. Cada cuadro está planteado para impresionar, ya sea por un gusto estilizado o por los millones invertidos en cada elemento de la escena.

Susana Zabaleta juega entre su personalidad y la de Morticia para atrapar al espectador; este papel será el más recordado de toda su trayectoria. Jesús Ochoa, quien interpreta a Homero, es un caso particular entre los actores del país, porque se le perdona todo: no importa que no tenga el entrenamiento vocal y corporal para hacer un musical, al final de la función, él recibe la mayor ovación del público. Y, a decir verdad, si no fuera por su carisma y espontaneidad, la obra se volvería pesada.

Para Gloria Aura, Merlina, es el momento que la catapulta como una estrella y le dará el reconocimiento peleado por años. Todo el ensamble es una muestra de precisión y técnica depurada; ellos sostienen a los actores con renombre y los cuidan en todo momento. Un reconocimiento especial merece Marisol del Olmo, la madre del novio advenedizo, porque es un talento fuera de serie; ella necesita estar más en el género y obtener el reconocimiento popular. Con su trabajo se pone en el radar para lograr una carrera como actriz prestigiada.

“Los Locos Addams” cumple con el objetivo de entretener a pesar de una historia fallida y canciones sosas. Le auguro un año de funciones llenas al Teatro Insurgentes. No obstante, veo aquí una situación peligrosa: esta obra tiene los boletos más caros de toda la cartelera y, a pesar de que el espectáculo lo vale, con el paso del tiempo, el gremio teatral saldrá perdiendo porque poco a poco se polariza.

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“Los Locos Addams”

Libro: Marshall Brickman y Rick Elice

Música y letra: Andrew Lippa

Teatro Insurgentes (Insurgentes Sur 1587, colonia San José Insurgentes)

Jueves y viernes 20:30 hrs., sábados 18:00 y 21:00 hrs., domingos 18:00 hrs.

El Síndrome Duchamp: Miedos privados

Lectura: 3 minutos

La obra me remite al juego de un niño que se siente indefenso en el mundo y su única manera de exorcizar el miedo es a través de esconderse en personajes.

Ciudad de México.- El capítulo del 40 aniversario de Saturday Night Live, el mejor programa de comedia de todos los tiempos, hizo el recuento de los actores y comediantes que han pasado por sus filas; no dejo de admirarme por las vidas tormentosas ahí reunidas: severos problemas de adicciones, violencia, estrepitosos fracasos matrimoniales, rivalidades entre padres e hijos. ¿Para hacer comedia se debe sufrir en el camerino? ¿Para hacer reír debo llorar en privado?

Recuerdo la película Lenny, dirigida por mi ídolo Bob Fosse, que a través de contrastes entre una rutina de comedia sobre el escenario y la cotidianidad, cuenta la trágica vida del cómico en stand up Lenny Bruce; en una escena este personaje recurre al cinismo para describir su profesión: “Si, por algún milagro, el mundo entero se volviera sereno, puro, yo estaría parado en alguna fila de desempleados”. Tal vez sea una coincidencia y yo vea “moros con tranchetes”, pero el acto cómico es un duelo entre la vida y la muerte.

Si mi premisa fuera cierta, hay una vida caótica detrás de quien hace reír, estar en el escenario se vuelve doblemente complicado. En la comedia no hay medias tintas: o la gente ríe o fracasas (“mueres”); el público se convierte en un kraken en espera de algo más sorprendente, más ingenioso, más gracioso (en una batalla permanente contra el tiempo). ¿Qué es mejor: una vida tormentosa o querer hacer reír? ¿Realmente vivir es menos peligroso que hacer una rutina de cinco minutos?

Por ello, me resulta fascinante El Síndrome Duchamp de Antonio Vega, porque pone sobre la mesa los sacrificios para arrancar una carcajada del público. La historia se centra en Juan, un mexicano en los Estados Unidos, que sueña tener un acto de stand up como los maestros del género, delante de una pared de ladrillos y un reflector para él solo. Ser conserje no le impide imaginarse como Redd Foxx o Flip Wilson; ha memorizado bien los trucos, las pausas, los gestos no sólo para llegar a quien se sienta en la butaca, sino también para honrar a su madre quien vive en México.

Juan no puede olvidar su país, su familia, su amor platónico. Vive en Nueva York, pero su cabeza sigue viviendo en los tormentosos recuerdos de la infancia. Él sólo quiere buscar el reconocimiento de su madre quien le manda cassettes donde graba soliloquios para olvidar la distancia de su hijo. No es conocido, es torpe en escena y nadie ha creído en él; El Síndrome Duchamp habla sobre cómo no decepcionar a los recuerdos, a la familia y, sobre todo, a ti mismo.

La comedia es el vehículo perfecto para hacer que Juan esté en la cuerda floja; es una metáfora sobre el miedo a la muerte y al abandono. Hacer reír es el único remedio para no desconocerse entre la miseria encerrada en un cuarto de escobas y cubetas. Imaginar una vida diferente, como mecanismo de defensa, se vuelve un remedio conocido por la infancia: jugar a ser feliz aunque sea por un instante.

El trabajo de Antonio Vega en la escritura y dirección (en este último rubro comparte el crédito con Ana Graham) es alucinante en un sentido lúdico. El texto tiene un sinfín de posibilidades expresivas que apelan a los recursos propiamente teatrales; en cada escena se aprovecha la experiencia en vivo para impactar al público con la imaginación, así como lo hace Juan, y el trabajo del actor, el del propio Antonio Vega, Miguel Pérez Enciso quien interpreta su “sombra” y la voz en off de Conchita Márquez, su madre.

En lo personal agradezco un espectáculo que rinda tributo a la escena y no trate de reproducir lo que se hace en otros medios. El Síndrome Duchamp apela a una exquisita desnudez para concentrarnos en la actoralidad de Vega, quien suda en cada poro su amor por el teatro. A riesgo de sonar pretencioso, este montaje tiene “alma” y mis esfuerzos por encontrar las palabras adecuadas para explicar esto son en vano: sólo se puede vivir, estar en la función, hacerse presente frente a la historia. Este montaje es indeleble en la memoria del espectador.

La obra me remite al juego de un niño que se siente indefenso en el mundo y su única manera de exorcizar el miedo es a través de esconderse en personajes. Tal vez ese niño esté en cada uno de nosotros y por eso la conexión con Vega es innegable, al contar una historia en apariencia lejana por retratar ese mundo “oscuro” de la comedia” pero tan familiar a nuestros miedos privados. Sólo para cumplir la profecía de los Beatles en Blackbird: “You were only waiting for this moment to arise”.

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El Síndrome Duchamp

Espectáculo de Antonio Vega

Dirección: Ana Graham y Antonio Vega

Teatro El Galeón

Hasta el 1 de marzo

Viernes 20:00 hrs., sábados 19:00 hrs., domingos 18:00 horas.