Pez de Oro

La inútil solemnidad

Lectura: 3 minutos

En esta época, en este país, se ha vuelto intocable la idea de la diversidad en diferentes ámbitos; la más recurrente es la relacionada con lo sexual, pero también se refiere a lo cultural, educativo, religioso, político, entre otros ámbitos más. En los discursos donde la diversidad es el eje central existe un dejo de masificar al individuo a partir de estas categorías; si eres gay lo más importante de tu persona – personalidad, si algunos lo prefieren – es ser gay y esto, sólo esto, te permite relacionarte con los otros; si eres de izquierda lo esencial de tu identidad es ser de izquierda y a partir de este atributo puedes relacionarte con los demás.

La diversidad, tomada como estandarte político y social, no ha hecho una sociedad más diversa, al contrario, la ha atomizado en múltiples categorías desconectadas entre sí. El peligro de esta situación reside en el origen de un velado fundamentalismo. Los que pertenecen a la derecha se sienten superiores a otras opciones políticas sólo por ser de derecha; los judíos tiene supremacía sobre cualquier otra comunidad religiosa precisamente porque no son de otra comunidad; así podría seguir enunciando varios ejemplos. Lo diferente ha provocado una neurosis social; nos ha alejado del respeto, de la solidaridad e, irónicamente, de una visión compleja de la vida.

Sobre este tema, es interesante encontrar “Venenos Cotidianos”, una obra de teatro que no tiene ni el más mínimo respeto hacia la diversidad. No la endiosa, no la venera y tampoco la defiende de forma compulsiva; se burla de ella al extremo para demostrarnos cómo el mundo no puede seguir girando a partir de las diferencias, al contrario, deberíamos funcionar con base en las semejanzas.

A través de cuatro presuntos estereotipos, el escritor Adriano Numa escribe una comedia de enredos; una nerd con ansias de conseguir reconocimiento social, una mujer obsesionada por su considerable peso y virginidad y una sadomasoquista que trabaja como maestra en las mañanas luchan por conseguir el amor de, por si no fuera poco, un stripper con un gran talento literario.

Todos los personajes responden a causas intocables (o perseguidas) por grupos mojigatos y que se dan golpes de pecho para luchar en pro de la diversidad, sin embargo, el autor no tiene ningún empacho en construir personajes multidimensionales, para resaltar cómo los estandartes políticos, los grandes atributos de la diferencia, nos han alejado de una mirada más profunda del ser humano. Y es ahí donde la comedia funciona y cumple su misión: ser una crítica social.

Mediante un montaje con pocos recursos plásticos, el director propone un espacio donde el espectador completa las imágenes visuales con su imaginación. La dirección de Javier Ibargüengoitia lleva al actor a dinámicas corporales exigentes y con tintes de clown; es un acierto rematar ciertos chistes con acciones físicas para hacer más vivo el espectáculo.

Los actores Alejandra Ley, Gloria Aura, Melina Robert y Felipe Sánchez se enfrentan a la dificultad de llevar el montaje a un ritmo vertiginoso; como están en el inicio de su temporada, todavía falta ajustar ciertos momentos donde los intérpretes dependen del estado del público para conducir la obra a su máxima velocidad, sin riesgo de fallar en el intento. Es una situación comprensible por su reciente estreno pero que en ningún momento demerita el trabajo final.

Uno de los aspectos que más funcionan en escena es el vestuario; las tres mujeres simulan ser unas muñecas exóticas de juguetería, mientras el objeto de su deseo, el stripper, oscila entre la caracterización de un ratón de biblioteca y un sexoservidor. Estos diseños funcionan porque hacen un contraste entre los estereotipos marcados por la sociedad y la complejidad de cada uno de los personajes alejados de los anteriores.

La diversidad es importante reconocerla sin olvidarnos de la semejanzas; somos diversos pero también nos parecemos y, cuando encontremos eso, existirán vínculos de respeto y diálogo y no de intolerancia y odio. “Venenos Cotidianos” es una obra necesaria en estos tiempos de una asfixiante solemnidad; rompe los estandartes inútiles de la diversidad que, de forma triste, ha sido secuestrada por grupos fundamentalistas para negociar con ella. Se compromete con la risa del público para llevarlos a reflexionar sobre su propia vida, sobre cómo somos capaces de rendirnos ante la sociedad por ideas estrechas y totalitarias.

“Venenos Cotidianos”
De: Alejandro Numa
Dirección: Jorge Ibargüengoitia
Teatro Xola Julio Prieto (Eje 4 Sur Xola 809 esq. Nicolás San Juan)
Martes a las 20:30 hrs.

http://mexicolegendario.blogspot.mx/2012/08/venenos-cotidianos… 

http://www.horacero.com.mx/londres2012/noticia/?id=NHCVL79309 

http://www.pezurbano.com.mx/mexico-df-ponte-cent/ofertas/teatro… 

Fragilidad

Lectura: 3 minutos
Desde la semana pasada se presenta en el Teatro Rafael Solana “La Madriguera” de David Lindsay- Abaire; este montaje cuenta la historia de Sofi y Alex, unos padres que acaban de perder a su hijo de cuatro años en un accidente automovilístico; los personajes rondan una espiral de tristeza y resentimiento, de incertidumbre y vacío. La historia es un retrato perfecto sobre las pérdidas y el duelo; conmueve al espectador no sólo por la desolación propia de la muerte, sino por la manera de seguir viviendo a pesar de esta circunstancia.

La adaptación de este premio Pulitzer está a cargo de Guillermo Wiechers y Juan Torres (productores también de la puesta en escena). Tenían dos retos: el moldear la trama en los límites de la cultura mexicana sin perder profundidad en los personajes y líneas argumentales; por otro lado, hacernos olvidar el mal sabor de boca que dejó la versión cinematográfica estelarizada por Nicole Kidman y Aaron Eckhart. En ambas intenciones fueron exitosos.

En esta reinterpretación de la historia se logra una cercanía a la idiosincrasia mexicana a través de una justa medida del lenguaje coloquial. La construcción de los personajes es compleja, contradictoria, interesante desde cualquier arista; estos develan experiencias emotivas en su más pura expresión que empatizan con el público sin importar la nacionalidad.

Es un melodrama con una fuerte de dosis de comedia. La historia es un vaivén de momentos tensos y de humor involuntario; el sufrimiento se cuela por las risas y las lágrimas. La cotidianidad se vuelve el escenario perfecto para llevar a los personajes a situaciones límite donde no existe más alternativa que enfrentar el dolor.

La dirección de Iona Wiessberg está enfocada en lucir el trabajo actoral; se enfoca en el despliegue de los recursos del actor para demostrar la vida interna de sus personajes. Ludwika Paleta, quien interpreta a Sofi, da una cátedra de actuación; se ha vuelto una actriz madura, completa, con un extraordinario manejo de energía para el escenario. Se notan sus últimos dos años de experiencia teatral para sostener la obra en sus hombros sin desfallecer en el intento. Por otro lado, Mario Iván Martínez, como Alex, confirma por qué es uno de los mejores actores de su generación; con una simple mirada, con un pequeño gesto representa una serie de emociones evidentes para el espectador; como los grandes siempre trabaja a partir de la sutileza.

Es una enorme alegría ver en los escenarios a Isela Vega. Su trayectoria se puede identificar como la de una actriz extravagante, no obstante, es indudable su prestigio. Es interesante su caso porque el mayor reconocimiento de su carrera se encuentra en trabajos cinematográficos, a lado de grandes directores como Arturo Ripstein, pero no por su experiencia con otro medio y lenguaje se encuentra sin recursos y habilidades para trabajar en el teatro de manera excepcional . Ella representa a la madre despistada y divertida de Sofi; en su personaje recae la mayor cantidad de momentos cómicos del montaje, sin embargo, existe una escena con su

hija que es uno de las momentos melodramáticos más difíciles de interpretar; todo el montaje se complejiza a niveles insospechados por este escena.

Es digno de destacar el trabajo de Dominika Paleta como la hermana de Sofi. Es una gran revelación para la escena mexicana; muestra un sólido entrenamiento corporal y escénico. Con su participación en este montaje comienza un asegurado ascenso en su trayectoria teatral. Por último, Luis Arrieta, quien interpreta al joven que provocó el accidente automovilístico, es preciso en cada una de sus intervenciones; no desmerece ante el trabajo colosal de sus compañeros.

La escenografía y la iluminación son mesuradas en su despliegue técnico. No opacan en ningún momento el trabajo actoral, por el contrario, sirven de plataforma para darle más brillo. La única debilidad de la obra está en el manejo de la música; aparece en momentos donde la acción dramática habla por sí misma sin requerir de otro tipo de apoyo auditivo; se vuelve redundante.

“La Madriguera” es uno de los mejores montajes de la cartelera mexicana. Es una muestra del lugar dónde debe dirigirse el teatro contemporáneo occidental. El verdadero éxito de la obra de Lindsay-Abaire radica en provocar una experiencia escénica que nos lleva a una de las obsesiones humanas más reconocibles: la fragilidad de la vida, la irremediable fragilidad.

“La Madriguera”
De: David Lindsay-Abaire
Dirección: Iona Wiessberg
Teatro Rafael Solana (Miguel Ángel de Quevedo 687, colonia Coyoacán)

Viernes 20:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs. y domingos 18:00 hrs.


Vestuario de morbo

Lectura: 4 minutos
Una obra de teatro funciona por la historia que cuenta. Algunos atribuyen la solidez escénica a la actuación, a la dirección, a la escenografía, al vestuario o a la mezcla de los anteriores; no niego la importancia de los elementos mencionados pero estos obedecen a una necesidad mayor, a un orden superior concentrado en el texto. El argumento lo es todo; Pez de Oro siempre dedica un apartado especial para analizar el rubro y, sin duda, no es para menos: con una buena historia, se gana más de la mitad de terreno para crear una obra capaz de conectarse con el público; con una mala historia, ningún director, actor, escenografía o vestuario logra un gran montaje.

En los últimos tres meses, se ha comentado mucho en la comunidad teatral sobre la obra Vestuario de hombres. Ha llamado la atención no sólo por todas las funciones agotadas, sino por una exitosa estrategia de difusión en las redes sociales debido a un bajo presupuesto para invertir en la publicidad formal. La plataforma de internet brinca a la recomendación de boca en boca; por ser un proyecto con bajas inversiones no creo que el éxito se traduzca en ganancias financieras, más bien en un teatro lleno cada función.

El fenómeno es más interesante cuando se analiza de qué historia se trata. “Vestuario de hombres” es una adaptación de una obra argentina escrita por Javier Daulte; cuenta el momento previo y posterior que vive un equipo mexicano de lacrosse cuando se enfrenta a una final en el extranjero; pretende (sí, pretende) ser un tratado sobre la derrota: de todas las expectativas generadas en torno al triunfo y la frustración que surge cuando no se logra. El fenómeno es digno de analizar cuando todo se queda en pretensiones y la historia contada no se sostiene por sí misma. ¿Por qué “Vestuario de Hombres” tiene localidades agotadas con un argumento tan débil? ¿Cómo se pudo dar una recomendación de boca en boca de un espectáculo con poca solidez? ¿Si la historia no llama la atención, qué sí lo logra para generar funciones agotadas? Vamos por partes: la adaptación es débil. El primer problema radica en la ausencia de un personaje que logre empatizar con el público. Todo el argumento se apoya en jóvenes ansiosos de ganar el torneo en el extranjero, el entrenador y el coordinador del partido; ninguno de ellos da una muestra clara de sus motivaciones, necesidades y deseos.

Todos se drogan y no entiendes por qué lo hacen; todos son violentos y no entiendes por qué se comportan así; todos son maliciosos y no hay razón aparente para comportarse de esta forma; parecen más niños esquizofrénicos y rabiosos que repiten y repiten la idea de querer ganar sin una convicción. Frente a esta construcción tan débil ningún personaje produce interés, al contrario, causa aversión. Y esto se aleja de un asunto moralino; podrían hablar de la drogadicción, violencia y maldad pero de una manera más ordenada, más profunda. De hecho, en esto consiste la dramaturgia.

Otro gran problema: si no existen intenciones claras, no existe una forma de hablar característica para cada joven. Da la sensación que el mismo personaje se repite pero con diferentes nombres; de una manera muy fácil te puedes perder para saber quién es quién. La esquizofrenia se multiplica y todo se convierte en un lodazal. Esta situación aleja al espectador de comprometerse con la historia, de interesarse.

La estructura dramática es inexistente. Todo el argumento parece recopilaciones de anécdotas un poco simpáticas, un poco aterradoras, sobre el deseo de ganar. No existe un conflicto claro y mucho menos un desarrollo de conflicto verosímil.

Hago la misma pregunta: ¿si la historia no llama la atención, qué sí lo logra para generar funciones agotadas? La respuesta está en un montaje exhibicionista. Se nota que el director quiere provocar de cualquier manera y a toda costa. El argumento, eje rector del espectáculo, no puede sostener actos excesivos y espontáneos. Todos los actores gritan, atropellan su voz con la del compañero, se desgarran la voz en cada parlamento; así es imposible escuchar lo que dicen; hay momentos donde todo es ruido.

Todos los actores manejan una corporalidad excesiva, burda, poco cuidada; hay escenas de golpes donde, de forma muy clara, se puede ver que no están controladas por los actores, de tal modo que se lastiman de manera real. No lo actúan, lo viven. Algunos han calificado a la obra como impactante; sin duda coincido con ellos porque en un foro tan pequeño, como en el que se presentan, ver a dos actores que se pelean, más no la representación de ese pelea, causa impacto. El espectador se desconecta de la ficción y le preocupa más cómo el daño y el descontrol se producen entre los actores.

El exceso físico, en el cuerpo y en la voz, no hace un mejor trabajo actoral, de hecho, lo entorpece. Los actores son sometidos a un burdo experimento escénico; están vulnerables en su técnica. Tal vez este método para abordar la actoralidad funciona para medios como el cine y la televisión pero no para el teatro. El intérprete en el escenario NO tiene que vivir la situación del personaje; la representa, en todo caso la encarna, pero jamás llega a estímulos reales. Un trabajo actoral siempre implica procesos psicológicos y físicos más sutiles.

Todo esto se adereza por desnudos de los jóvenes. El escenario simula ser el vestidor del equipo; tiene regaderas que cada cinco minutos se usan para justificar la desnudez de los actores. Pero esto hace a la historia más inverosímil y alejada de un estilo claro. En ningún momento hay una intención erótica o simbólica con esta decisión.

La escenografía, el vestuario y la iluminación quedan empobrecidos ante el exhibicionismo. En un balance final, estos tres elementos resultan menos urgentes a tratar en comparación de los anteriores. El final es inverosímil e incomprensible. No me gustaría ahondar en él porque sería quemar el gran truco del montaje; lo único que puedo decir es que con éste se confirma el exceso.

La historia lo es todo. Vestuario de hombres confirma la regla: de una historia débil no puede surgir un sólido montaje. Los desnudos, las agresiones y la violencia en un sentido real hacen del espectáculo un exquisito platillo para el morbo. El impacto surge de la realidad y no de la misión del teatro: el retrato de esa realidad.

 

“Vestuario de hombres”
De: Javier Daulte
Dirección: Eric Morales
Foro del Círculo Teatral Contemporáneo (Veracruz 107, colonia Condesa)
Lunes y martes a las 20:30 hrs.

Re-hacer es volver a vivir

Lectura: 3 minutos
Hacer una obra de teatro que ya se había montado implica una gran responsabilidad; si una compañía repite la experiencia de trabajar con un mismo texto, el reto consiste en complejizar el trabajo actoral para enriquecer el espectáculo; si, por el contrario, otra compañía había hecho esa obra, el nuevo director, junto con su equipo creativo, debería explorar nuevas posibilidades expresivas para no caer en una copia del pasado.

“Las obras completas de William Shakespeare abreviadas” es una cátedra de cómo se debe tratar el remontaje de cualquier historia. Esta obra se estrenó en el año 2002 con un elenco multiestelar en el Centro Cultural Helénico; había muertos y heridos por conseguir un boleto en cada función. El éxito financiero de la puesta en escena se debe, en gran medida, a una serie de decisiones adecuadas a nivel de dirección.

Antonio Castro, el director de esa temporada, logró conectarse con el público por tres razones: un ritmo vertiginoso del montaje; pocos recursos plásticos para concentrar la atención del público en el trabajo del actor y, por último, una adaptación de la obra para la sociedad mexicana de aquel tiempo. “Las obras completas de William Shakespeare abreviadas” es un recorrido por diferentes episodios de las 37 obras del autor inglés en un tono cómico, por momentos satírico por otros fársico, en donde se revela la grandeza de su producción literaria y, de forma muy velada, se invita a conocer los textos originales.

La empatía del público hacia el trabajo de Shakespeare se debía a que se desmitificaba su figura. No se presentaba como un objeto de museo, inalcanzable; tampoco se enfrascaba en una sofisticación para caer en la incomprensión absoluta. El mayor acierto del montaje, apreciado en la adaptación, radica en cómo demostraba la conexión entre el trabajo de Shakespeare y la cultura mexicana; se ponían a la luz las coincidencias en pasiones, traumas, formas de comunicación, idiosincrasia. Y estas similitudes no tienen nada que ver con una lógica histórica; este autor, al ser el gran hito de la literatura dramática occidental, podría identificarse con cualquier cultura.

En el 2012 Castro se atreve a hacer un reestreno de la obra. Retoma los mismos elementos que le dieron éxito en la temporada pasada con la diferencia de tener una nueva adaptación apropiada a las circunstancias culturales de la época. El resultado, de forma sorprendente, supera a su predecesor; la obra captura el interés del público para dejarlo satisfecho, complacido, extasiado.

El trabajo actoral es titánico. Rodrigo Murray, Osvaldo Benavides y Arath de la Torre conforman un elenco fuerte en cuanto a técnica; ellos poseen el talante necesario para conducir el veloz ritmo del montaje durante dos horas; el desgaste a nivel físico y mental es brutal. El mejor símil que puedo encontrar con el espectáculo está en la lucha libre; el placer que causa la pelea se parece al placer de ver a un actor en un esfuerzo de mil revoluciones por segundo.

Rodrigo Murray, único actor que estuvo en la temporada pasada, complejiza su trabajo y brinda al espectador momentos renovados con sátira política. Arath de la Torre se consolida como uno de los mejores actores de su generación; tiene la energía y habilidades necesarias para la escena; su buena reputación en la televisión se confirma en el teatro. Por último, Osvaldo Benavides destaca por su más brillante intervención en la comedia. Estos tres actores merecen una ovación de pie.

Cabe mencionar que “Las obras completas de William Shakespeare abreviadas” se presenta en un nuevo espacio teatral en la Ciudad de México: el Teatro Ignacio López Tarso. Este acontecimiento siempre es digno de celebrarse a pesar de la crisis y disminución de público de este año.

El montaje de Castro complejiza la escena y encuentra nuevas posibilidades expresivas. Demuestra la madurez del teatro mexicano, fomenta nuevos públicos y comprueba cómo la comedia es necesaria en tiempos sociales tan turbulentos como los que vivimos. Vaya a comprar sus boletos ahora porque, sin duda, como en su temporada pasada, habrá muertos y heridos para disfrutar el gran trabajo de Murray, De la Torre y Benavides.

“Las obras completas de William Shakespeare abreviadas”
De: Adam Long, Daniel Singer y Jess Winfeld
Adaptación: Flavio González
Dirección: Antonio Castro
Teatro López Tarso (Avenida Revolución s/n esquina Francisco I. Madero, colonia San Ángel).
Viernes 19:00 y 21:30 hrs., sábado 18:00 y 20:30 hrs., domingos 17:15 y 19:45 hrs.

Un abandono, un diamante

Lectura: 4 minutos

Estoy convencido que los musicales atraviesan por una fuerte crisis. Esta situación se debe, en gran medida, al trabajo de Bob Fosse; éste fue un coreógrafo y director de teatro estadounidense capaz de revolucionar la estructura convencional del género para proponer un esquema de acción e interpretación más cercano a las audiencias de su momento. Fosse experimentó con la música, la estética, la coreografía y la actuación para ofrecer espectáculos complejos en el argumento y profundos en la construcción de personajes. La sofisticación lograda por él no ha sido superada por alguien más.

Llevó a la expresión máxima las cuatro raíces de los musicales: la opereta, la tradición musical negra, la línea argumental judía y la plástica ostentosa del circo y vodevil. Desde los sesenta, década que vio nacer el trabajo de Fosse, este tipo de obras se contagiaron por un espíritu de vanguardia; de esta corriente nacieron nombres importantes como Andrew Lloyd Webber y Tim Rice; asimismo se logró la consolidación de figuras con una enorme trayectoria capaces de reinventarse ante el trabajo de las nuevas generaciones; un ejemplo de ello es Stephen Sondheim.

El público acogió con gran receptividad esta nueva manera de entender y hacer los musicales; el éxito de las producciones de Broadway y Londres (sin duda alguna los lugares de origen del género) se debió a la audacia en las historias expresada por canciones entrañables. Sin embargo, estos nuevos bríos se detuvieron a finales de los ochenta. Las audiencias cambiaron y estas obras no pudieron seguirle el paso a la nueva realidad social. Todos los esfuerzos quedaron reducidos a gustos kitsch de épocas pasadas.

La crisis ha sido tan severa que el único gran éxito escénico y financiero desde los ochenta fue Mamma Mia estrenado en 1999 con canciones de Abba. La relación de México con los musicales ha sido (y sigue siendo) como la enfermiza idolatría de un niño a su hermano mayor: quisiera ser como él, copia sus gustos y disgustos, trabaja para buscar su aprobación. Desde los setenta, la cartelera mexicana presenta los títulos más importantes de la escena de Broadway con la fantasía de tener su nivel técnico y calcar sus formas y estilos. El costo es un desinterés de sus hacedores por el público. Como el niño al hermano mayor, un sector teatral en México siempre se compara obsesivamente con Broadway; para aquél lo importante es “parecerse a”, no “conectarse con los asistentes”.

Esto ha provocado que la mayoría de los musicales que se presentan en México sean huecos, con una poca conexión genuina con el público. Hay casos donde sucede lo contrario pero, en la generalidad, el público sale de una función sin importarle en lo más mínimo la historia o el espectáculo. Para muchos este tipo de obras se enfrascan en lo superficial, predecible y cursi.

Es así que los esfuerzos por levantar un musical 100% mexicano siempre es digno de celebración. Este comentario no es xenófobo. Es tan importante presentar “Jesucristo Superstar”, “Los Miserables”, “Chicago” y “Amor sin barreras” como montajes mexicanos. ¿Qué tenemos que decir los mexicanos a través de los musicales? La respuesta siempre será fascinante.

El Teatro Polyforum presenta en su marquesina “Placer o no ser. Un misterio musical”. Diría que es un musical con mucho misterio. Cuenta el pasaje psicológico de una mujer al vivir el abandono de su pareja. La premisa suena fácil pero, el verdadero misterio, radica en cómo la complejidad invade el argumento para mostrarnos la radiografía de esta mujer en sus emociones más profundas y salvajes.

La historia fue escrita por José Joaquín Blanco y Jaime López; todo el argumento es un guiño a la vida y el trabajo de la escritora estadounidense Dorothy Parker. El mayor logro literario radica en cómo un musical puede ser representado por un solo personaje tan exquisito en sus matices, tan contradictorio en sus decisiones, tan humano. No se necesitan más tramas, la exclusiva presencia de esta mujer impacta al público de una forma bestial.

La mancuerna Blanco-López comprueba una vez más que la unión entre los musicales y el rock siempre genera proyectos interesantes (recordemos The Wall de Pink Floyd). La presencia de José Joaquín en el texto se manifiesta en un cuidadoso tratamiento de las palabras y frases; convierte cada parlamento en un exquisito juego lingüístico. Jaime, uno de los mejores cantantes y compositores mexicanos (su trabajo destaca en el rock), hace gala de su maestría musical al revestir las canciones con una belleza cruda.

Maru Dueñas interpreta a la mujer ahogada en el abandono, en la tristeza, en su más profundo temor. Complace a los espectadores con un trabajo corporal y vocal cuidadoso en extremo; en cada función emprende un viaje emocional con matices adecuados y justos. Su participación luce más cuando Jaime López y Cheko Zurita están en escena como acompañamiento musical. El trío logra momentos inolvidables.

El director, Sergio Zurita, propone un montaje donde todo depende de la responsabilidad del intérprete. No hay una escenografía costosa, un aparato de iluminación complicado o un vestuario sofisticado, a diferencia de los grandes musicales de Broadway y los importados a México; sólo está el alma de Maru, Jaime y Cheko para excitar la imaginación del público con sus palabras, música y cuerpos. El gran acierto de Zurita es nunca caer en maniqueísmos para entender el corazón de esta mujer; consigue un tono alejado del melodrama o de un recurso burdo; se ha pulido tanto como director que éste es su mejor trabajo.

La obra vale la pena por ser el ejemplo de cómo la cultura mexicana resuelve el género del musical; da pistas de cómo debe evolucionar para no estancarse en la nostalgia. La mejor definición de “Placer o no ser. Un misterio musical” es un canto a la vida. Es de esos montajes que al salir te reconcilias con tus problemas cotidianos y te das cuenta del sentido de tu propia circunstancia. Esta mujer demuestra cómo en el dolor más profundo siempre habrá un instinto, un pequeño instante tal vez, que nos conduce al placer y, por lo tanto, a luchar por la vida, a no rendirnos.

“Placer o no ser”
De: José Joaquín Blanco y Jaime López
Dirección: Sergio Zurita
Polyforum Cultural Siqueiros (Insurgentes Sur 701 esq. Filadelfia, colonia Nápoles)
Martes 20:30 hrs.

Promesas, promesas

Lectura: 4 minutos

 

Se estrenó “Amor, dolor y lo que traía puesto” en el Teatro de los Insurgentes. La promesa al público es grande: un extraordinario suceso comercial; un elenco con grandes nombres (de hecho estrellas); uno de los hombres más destacados en la historia del teatro en México ocupa la dirección… en fin, podría seguir enumerando millones de motivos que seguro la mercadotecnia ha sido capaz de definir mejor.

La pregunta correspondiente sería: ¿este montaje es capaz de cumplir sus promesas? ¿Más allá de los adornos publicitarios esta obra de teatro vale la pena o no? Yo tenía cierta garantía por el lugar donde se presenta; en los últimos dos años el Teatro de los Insurgentes ha hilado éxitos con un afortunado balance entre el aparato publicitario y la propuesta escénica; hace un mes hablaba de la gran obra “Pasiones peligrosas” con Angélica Aragón y Jaqueline Andere que tenía temporada en este lugar.

Sin embargo, “Amor, dolor y lo que traía puesto” no alcanza el nivel de trabajos pasados. El principal error está en la selección del texto, en su poca identificación con el público. En este caso, un problema de los que se dedican al teatro se aprecia a detalle; entre la mayoría de los productores se sigue creyendo una gran mentira: una obra extranjera siempre será mejor a una mexicana.

Falsedad de todas las falsedades; no todo lo que se presenta en Broadway, Off-Broadway, Londres o cualquier país del extranjero es bueno; por otra parte, se debe tomar en cuenta la distancia cultural con el público, es decir, qué tanto existe una identificación con la historia. Por eso cuando se quiere hacer un montaje del extranjero hay que ser muy cuidadosos en qué texto elegir para mostrar un argumento interesante y, al mismo tiempo, producir sentido en cada uno de los asistentes en la sala.

“Amor, dolor y lo que traía puesto” es una obra escrita por las hermanas neoyorkinas Delia y Nora Ephron; ésta última ha tenido obtenido interés mediático por su trabajo como guionista de cine y su vida personal; mantuvo una relación muy tormentosa con el periodista Carl Bernstein que sacó a la luz pública el caso Watergate.

Las hermanas Ephron hacen recopilación de relatos donde las mujeres explican la relación que tienen con la ropa: cómo la usan, para qué la usan, qué recuerdos provocan. Y aquí es el problema: el compendio de monólogos es congruente con una sociedad neoyorkina, de primer mundo, avant-garde; no en un contexto femenino en México, con nuestra particular situación económica y cultural.

La encargada de la adaptación es María Reneé Prudencio; ella es una actriz (la recordarán como Adriana, la hija mayor de Angélica Aragón en la telenovela “Mirada de mujer”) que en los últimos años se ha dedicado más a la escritura cinematográfica. Su trabajo siempre es sólido, interesante y técnico. En esta obra, sólo puedo externar mi compasión hacia ella por hacer historias medianamente dramáticas donde no hay nada dramático; olvidémonos de la enorme distancia cultural, el texto de las Ephron es para leerlo en un libro, no para llevarlo a escena. Se nota el trabajo colosal de Prudencio en los mínimos detalles del argumento para logar identificación y cierto ritmo; pero de unas historias tan antidramáticas, tan narrativas, tan poco interesantes para la escena, no se puede hacer mucho. Subrayo, esta situación no es culpa de la adaptadora, es responsabilidad de quién eligió esa obra.

Por otro lado, el espectáculo tiene a grandes estrellas en su marquesina. No puedo hablar mucho del aspecto actoral porque no existe un trabajo como tal; son las estrellas que leen (sí, aparte de todo es lectura dramatizada) con sus propios encantos de estrella. Susana Zabaleta lee como Susana Zabaleta; Diana Bracho encanta como Diana Bracho.

Hay tres casos dignos de comentar: la actriz con un renombre en el teatro musical, Mariana Treviño, saca mucho brillo en sus relatos; su ritmo ayuda a que los textos sean menos pesados. Por favor, Gabriela de la Garza merece otra oportunidad en esta exposición comercial para lucir todos sus recursos y posibilidades como actriz; ella tiene todo para ser una estrella.

Por último, Silvia Pinal. No se puede decir mucho de la GRAN actriz Silvia Pinal. En ella se nota un trabajo actoral consistente, una preocupación por construir un personaje. Verla en escena es un deleite; no en balde trabajó con Luis Buñuel; ella está a la altura de Catherine Deneuve, Elizabeth Taylor y Vanessa Redgrave. Casi podría decir que todo el espectáculo vale la pena sólo por ella.

La dirección de Francisco Franco es pequeña, predecible, por momentos muy poco funcional para las actrices. Me sorprende porque siempre él se había destacado por propuestas más innovadoras e interesantes. La sensación que genera el montaje es muy parecida a la de una obra en la mitad del proceso de ensayos.

La iluminación y escenografía son muy pobres en comparación de los últimos montajes del Teatro de los Insurgentes. Hay mucho dinero invertido en la producción, sin embargo, no se nota. El vestuario es tan bonito como cualquier vestido de tienda departamental; no más, no menos; y este punto sí resulta preocupante cuando toda la historia gira en torno a la ropa.

A pesar de estos argumentos, estoy convencido que el montaje será un rotundo éxito. El público comprará su boleto para ver a las luminarias; y con toda la razón del mundo lo hará porque en estos días es muy difícil consolidar un elenco de esta altura; el fenómeno se parecerá mucho a “Los monólogos de la vagina” que tenía una gran marquesina y un texto irregular.

Y puedo decir una aseveración más fuerte: los asistentes saldrán complacidos del espectáculo; insisto, por ver a sus ídolos leer historias, no por las historias en sí mismas. Es un show para ver en vivo y a todo color a las estrellas. El Teatro de los Insurgentes tendrá un éxito financiero, no escénico. ¿Vale la pena o no ver esta obra? Yo contestaría que sólo por ver a Silvia Pinal. ¿El montaje cumple todo lo que promete? La respuesta es no.

montesinos
“Amor, dolor y lo que traía puesto”
Historias de Nora y Delia Ephron basadas en el libro de Ilene Beckerman
Dirección: Francisco Franco
Teatro de los Insurgentes
(Insurgentes Sur 1587)

Jueves 20:30 hrs., viernes 19:00 y 21:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs. y domingos 17:00 y 19:30 hrs.

“Oscuro” encanto

Lectura: 3 minutos

 

Oscuro es pecado. Oscuro es maldad. Oscuro es castigo. Todo esto es “Oscuro”, la nueva obra de Édgar Chías dirigida por Marco Vieyra. Como en una paradoja, al ver el montaje me sentí iluminado por la belleza de un acto escénico enraizado al peligro y a los riesgos. Ahora la palabra oscuro tiene un nuevo sentido para mí;  es vanguardia, aventura, fantasía.

El espectáculo se presenta como una intervención libre del texto de William Shakespeare “Otelo”; sin duda el nombre de este juego dramático es modesto ante los colosales resultados. “Oscuro” es una re-creación de una de las grandes historias de pasión de todos los tiempos; hace poesía con la semilla  que engendra celos, y los celos odio, y el odio muerte.

Con un lenguaje cinematográfico, la trama es ágil, entretenida; es un gran ejercicio de síntesis. Aquí Otelo es Otter, un hombre, quien a pesar de ostentar el máximo poder de un grupo de sicarios, busca reconocimiento y aceptación. Yago es Jako, el subordinado que envidia a Otter y su fortuna. Desdémona es Des, una tentación imposible de contener por los dos hombres.

Como una nube que envuelve a este triángulo amoroso, se muestra una sociedad deshecha, carcomida por el abandono y la desolación. El único trabajo posible se hace con la muerte; se compra, se provoca y se evita por dinero o por falta de éste.

El panorama se parece a México en sus dolores más profundos. En las esperanzas rotas que nunca volverán a infundir alegría a quienes las poseían. Detrás del argumento central, se vislumbra un sistema político con una estructura podrida en todas sus paredes. Sin posibilidad de redención.

Las actuaciones de Ricardo Esquerra y Luciana Silveyra como Otter y Des hacen gala de una disciplina envidiable; destacan por un gran sentido del ritmo al convertir cada parlamento en una siniestra sinfonía. Transforman a los personajes más deplorables en una atracción exquisita para el espectador.

Vale la pena subrayar, aplaudir,  el trabajo magistral de Plutarco Haza como Jako (por cierto, su regreso a los escenarios mexicanos). No tiene ningún empacho es mostrar todos sus rangos actorales y demostrarnos que es uno de los mejores actores de México. De hecho, Haza es el corazón de esta obra. El resto del elenco tiene en sus manos interpretar papeles simbólicos de la destrucción humana; no desmerece ante la grandeza de los tres protagonistas.

El montaje de Vieyra huele en todo momento a peligro. Desde que se entra al espacio se siente una atmósfera propicia para contar la historia de muerte y dolor; logra rompimientos escénicos precisos para mantener la atención del público. La presencia de un caballo en escena vuelve toda la composición en un ambiente surrealista; al principio, el animal me parecía una exageración, un capricho sin contenido, pero al transcurrir la trama me di cuenta cómo éste es el símbolo perfecto de la contención de las emociones y la manera en cómo se manifiesta en escena es adecuada. La grandeza de “Oscuro” radica en ser uno de los ejemplos más exactos de cómo no desperdiciar ningún recurso escénico.

La escenografía de Philippe Amand simula una aplanadora que sepulta todo a su paso; la maquinaria se acerca y aleja del público para dar una sensación de terror. Por momentos la intimidad del público se encuentra invadida; gracias a esto, se permite la conexión con la obra sin posibilidad de escaparse de ella. En colaboraciones pasadas había hablado ya de escenografías hermosas, pero ésta, aparte de poseer esta cualidad, se ajusta a las necesidades del montaje, al discurso del texto. La iluminación y los elementos sonoros apoyan a la escena en medidas justas, sin un protagonismo absoluto.

El único detalle a replantear sería el final de la historia; faltarían tal vez dos o tres escenas para dar una conclusión definitiva a la relación de los tres personajes protagónicos. Sin embargo, este punto no derrumba la grandeza del espectáculo.

No se pierdan por ninguna manera “Oscuro”. Es una de las obras más bellas que haya visto en mi vida y, sin duda alguna, se perfila como uno de los mejores montajes del 2012; sentado en la butaca pude observar la magia inexplicable del teatro, dejarme llevar por ella. “Oscuro” es encanto, un fascinante viaje por el corazón del drama.

montesino
“Oscuro”
Intervención libre sobre “Otelo” de Shakespeare
Autor: Édgar Chías Dirección: Marco Vieyra
Teatro El Galeón. Centro Cultural del Bosque
(Reforma y Campo Marte s/n Metro Auditorio)

Jueves y viernes 20:00 hrs., sábados 19:00 hrs., domingos 18:00 hrs. 

Apuestas ambiciosas

Lectura: 3 minutos

  

La cartelera mexicana sigue arriesgándose en presentar textos que requieren un gran compromiso escénico. En la colaboración pasada había hablado de  la obra de un autor en este nivel de exigencia, “Panorama desde el puente” de Arthur Miller, y cómo el montaje mexicano salía bien librado en la técnica y el estilo.

En esta ocasión comentaré “Temporal”, una adaptación de la célebre obra “La Tempestad” de William Shakespeare. Así una vez más, estamos en grandes ligas.

La historia cuenta cómo Próspero, un hombre exiliado en una lejana isla, al recurrir a cierta magia, provoca el naufragio de un barco donde tripulan los responsables de condenarlo a vivir de esa manera. Al encontrarse desprotegidos en la isla, los náufragos comienzan a responder a sus instintos más primarios para salvar su vida, mientras Próspero prepara un reencuentro con ellos y así manifestarles su perdón.

El director del montaje, Flavio González Mello, es una de las figuras más reconocidas de la escena teatral  no sólo por sus trabajos de dirección sino por ser un emblema de la dramaturgia contemporánea mexicana.

Debido a su experiencia en esta área, González Mello decide hacer una adaptación del texto de Shakespeare y ubicar la trama en los esquemas de un ensayo teatral: Próspero simula un director que conduce los destinos de sus enemigos en la isla como si fueran actores de una obra escrita y reescrita por sus deseos.

Y es aquí cuando comienzan los problemas. La historia se convierte en algo incomprensible para el espectador. El montaje amalgama diversos temas que, de manera desafortunada, no son hilvanados: el amor al teatro y el perdón de Próspero a sus enemigos; los peligros de la isla y las vicisitudes de un ensayo para cualquier actor; la búsqueda de la verdad en la vida y la verosimilitud en escena. La apuesta es ambiciosa pero poco funcional para contar una historia.

Uno de los grandes problemas de cualquier director al trabajar con “La Tempestad” de Shakespeare radica en su calidad de obra anticlimática, es decir, el protagonista no debe resolver un conflicto máximo sino todos los personajes viven acontecimientos que muestran diferentes caras de una misma situación; en este caso, el perdón y la toma de conciencia de los errores. Este punto es delicado porque sin una lectura audaz del director para captar la atención del público, todo se podría convertir en algo aburridísimo al dar la sensación de “no pasar nada”.

“Temporal” en ningún momento logra conectar con el público para acercarlo a ver diferentes ángulos de una misma situación. Todo se hace más denso cuando en la adaptación de González Mello no existe personaje por el cual el espectador podría sentir empatía.

A excepción de Ariel, el espíritu cómplice de Próspero para ejercer su plan, todos los personajes resultan toscos, con motivaciones poco verosímiles, con una mínima identificación en el público. Es importante señalar cómo Ariel brilla más por la interpretación precisa de la actriz Olivia Lagunas. En esta circunstancia de la historia, la idea del perdón se diluye, cuesta trabajo creerla.

Alejandro Calva, quien interpreta a Próspero, se pierde en el ritmo de la obra; pareciera que está en un montaje diferente al de todos sus compañeros cada cinco minutos: por momentos está en un melodrama, por otros en una pieza, por unos cuantos en una comedia. El resto de la compañía muestra gran disciplina corporal al desplegar movimientos casi acrobáticos a lo largo de toda la función; acierto para Ruby Tagle al comandar esta área. Sólo valdría la pena cuidar la calidad auditiva, hay momentos que es imposible entender lo que están diciendo; y no es por falta de capacidad en los intérpretes sino de una adecuada guía.

La escenografía y la iluminación es uno de los trabajos más impactantes que he visto en los últimos meses. No escatimaron nada en la producción, sin embargo, la propuesta de ubicar la acción dramática en una biblioteca decadente se aleja más de la compresión de la obra para el público. No hay un momento contundente donde se pueda empalmar la sensación producida por la escenografía y la originada por la historia.

Pilar Boliver, encargada de maquillaje y caracterización, hace un trabajo magnífico (detallado) en cada uno de los personajes; sin duda alguna, estos son de los pocos elementos capaces de contar la historia al público ante una inmensidad de dudas.

“Temporal” es un gran esfuerzo para llevar el texto de Shakespeare al teatro mexicano de hoy. Hace falta claridad y conexión genuina entre todos los elementos de dramaturgia y dirección para cumplir la ambiciosa propuesta de González Mello.

montesinos
“Temporal”
Paráfrasis de La Tempestad de William Shakespeare
Dirección y adaptación: Flavio González Mello
Teatro Julio Castillo (Centro Cultural del Bosque.
Reforma y Campo Marte s/n Metro Auditorio)

Jueves y viernes 20:00 hrs., sábados 19:00 hrs. y domingos 18:00 hrs.