Hay dichos populares que dan a entender de alguna manera la dimensión que puede alcanzar una persona cuando adquiere poder como, por ejemplo, “¿a qué hora sale el sol? ¡Cuando usted lo permita!”; “¿qué horas son? ¡Las que usted diga!”. O bien, cuando nos referimos a alguien que obtuvo un puesto con algo de poder, decimos “¡se subió en tres ladrillos y, luego, luego, se mareó!”.
No sé si en todos los países del mundo suceda pero, en general, en México, a la gente que tiene los grandes puestos de poder se les magnifica sus cualidades y a veces se les llega prácticamente a venerar.
Especulando un poco, tratemos de imaginar la metamorfosis que logra el presidente de México y los que ostentan los principales puestos de poder.
De repente, es guapísimo, adelgaza, su inteligencia es superior a la de todos, sus chistes son buenísimos, su carisma como el de nadie, y un largo y pedante etcétera.
Al principio todos aseguran que a ellos no les va a pasar, que están preparados y muy conscientes, que no se les va a subir, pero es tan fuerte la sumisión de su círculo más cercano que poco a poco se la creen y se sienten infalibles.
Por eso, son tan importantes los contrapesos en este país, y siendo tal la veneración de la gente que los rodea, los errores nunca son aceptados y la culpa se le echa al pueblo en general, así como a sus críticos que no logran entender la genialidad de su pensamiento y sus acciones.
La gente que ha tenido un puesto de poder, sabe lo que significa terminar con la gestión, pues de pronto el celular deja de sonar, y de cada diez amigos a la mejor queda uno; quienes antes eran incondicionales ahora son los que juzgan y critican; los regalos ya no llegan; la pérdida de poder es dolorosa y entre más prepotentes y alejados de la realidad fueron, resulta más duro el aterrizaje.
Es muy triste, por ejemplo, haber sido presidente de México, gobernador o secretario de Estado, y no poder salir a cenar a un restaurante porque te van a chiflar, así que de plano la mejor opción es emigrar a otro país.
Por eso creo que sería muy sano que la gente que empezará a gobernarnos platique entre sus grupos y, como dicen, aprendan en cabeza ajena con los que ya han perdido el poder, con quienes lo hicieron bien y se rodearon de gente que no tenía miedo de contradecirlos y criticarlos, y con aquellos que se han tenido que esconder y sufrir el repudio generalizado hacia ellos y a sus hijos.
Les garantizo que el sentimiento de ser reconocidos por la ciudadanía, después de haber perdido el poder, no hay dinero que lo pague.
De acuerdo, Don Salo
Muy buen artículo Salomón. Deberían los muy poderosos tener obligatoriamente cada semana una reunión de 30 minutos con un opositor, para escuchar sus argumentos y puntos de vista. Esto contrastaría con lo que les dicen los sumisos de su equipo. Saludos,
Saludos Vicente, un abrazo
Raúl, buena idea, saludos
Muy buen artículo Salo te felicito hay que mantener el equilibrio.
Te mando un abrazo Doc
Super importante lo que dices. El viernes hablaba con un economista muy reconocido y le pregunté que si el fuera nombrado Secretario de Hacienda sabría que hacer. Me contestó que para nada. Que lo primero que haría sería hablar con los ex secretarios del ramo para que le guiaran en lo que tendría que hacer, ya que es un puesto que va mas allá de la teoría y de la práctica en otro tipo de actividades. Ojalá y los nuevos gobernantes hicieran eso para aprender de lo bueno y malo que han hecho los anteriores. Un país no puede darse el lujo de “echando a perder se aprende”, ya que de ser así la pagaremos todos.
Saludos
Muchas gracias por tu comentario Ian