No tuve decisión para abandonar mi observatorio y presencié aquella escena brutal con la razón extraviada y los ojos fascinados. Aquellos furibundos arrebatos me enloquecieron: ya no había en mí más sangre encendida, revuelta con lujuria y desenfreno.
Alfred de Musset, Gamiani.
La orgía es una catarsis de cuerpos. Esa masa que se retuerce en la búsqueda de la unión ciega, nunca selectiva, el accidente promiscuo, el azar del contacto, es una desaforada purificación, una revolución personal, la depuración a través de la degradación. El Marqués de Sade hace de la orgía una tesis de lo necio e inoperante de mantener vínculos con cualquier persona, incluidas las que proporcionan placer, “ningún vinculo es sagrado a ojos de personas como nosotros”, si la orgía llega a su apoteosis encontrando en el crimen su orgasmo colectivo, eso está fuera de cualquier cuestión, es parte del acontecimiento de sacar de control lo más primitivo de la naturaleza humana, esa que se mitiga con leyes y que en la orgía es un rio de energía que no encuentra límites. Eso lo podemos ver en las grandes revoluciones cuando la masa sale furiosa y febril para sacrificar en el paroxismo de sus ideas, que es una gran copulación, y desahogarse y alcanzar el clímax en el asesinato de sus tiranos. El Terror de la Revolución Francesa, el fusilamiento de los zares en la Revolución Bolchevique es el mismo orgasmo del crimen con el que Juliette del Marqués de Sade llegaba a sus más delirantes eyaculaciones. La guerra, las manifestaciones, los partidos de futbol, los conciertos de rock son orgías aceptadas por la sociedad, comunión multitudinaria que comparte pasiones, sudores, insultos y contacto para que el evento llegue a la cúspide y después la furia de una multitud excitada que rompe automóviles, escaparates, destruyendo lo que hay a su paso. Se asiste a la orgía como a un ritual que exorciza la verdadera naturaleza del individuo que en el anonimato de la masa hace los que en su vida cotidiana jamás haría.
Esta metáfora de la orgía ha sido recreada por el arte, desde las composiciones de Rubens en las batallas, en donde los cuerpos se retuercen entre caballos, sudor, sangre, fuerza, histeria y miedo, hasta el Juicio Final en la Capilla Sixtina de Miguel Ángel que es una multitud que se reúne para mezclar sus cuerpos, en el ritual previo para una gran sodomización colectiva. El cuerpo desnudo en la orgía, en la batalla o en el Juicio Final está despojado de la armadura que lo protege, que lo hace civilizado, que lo define como persona, para hacerlo uno más en la masa de cuerpos. Sin ropajes el pobre, el rico, el deforme, el hombre, la mujer son uno, nada los distingue, es el azar el único que gobierna.
Esta anónima multitud es lo que el artista Ángelo Musco reconstruye en un trabajo de increíble virtuosismo y composición, sus collages fotográficos son delirantes remolinos de personas que se entremezclan descendiendo en abismos de inenarrable entrega. Flotantes en un océano de fluidos, nadando en un líquido que los contiene como una gran bolsa amniótica, los cuerpos descienden en agujeros negros que los arrastran a un pozo de placer. Las composiciones son obras monumentales, murales que cubren habitaciones. La avalancha de cuerpos desnudos es desconcertante, porque en el líquido que nadan y flotan podemos verlos acostados, en ovillos, estirados, es una danza, se conectan, se tocan, miran al frente, el agua, ese medio que soporta y deja que el cuerpo se mueva en absoluta libertad, proporciona la oportunidad para que los modelos realicen toda clase de posiciones, que los llevan en una dantesca unión a crear muros de personas. Musco, fotografía bajo el agua a cada uno de sus modelos, los dirige como un coreógrafo, hace composiciones de varias personas, bailan bajo el agua. Posteriormente toma estas imágenes las recorta y las reacomoda en una vorágine de seres bellos, suaves, húmedos. La fotografía en blanco y negro hace a los murales épicos, irreales y aun más desmesurados, les confiere esa fantasía que es leer los libros del Marqués de Sade. La belleza de estos murales fotográficos, de estos collages, trastorna por la fabulosa posibilidad de que esto lo puede inventar el arte, hacerlo realidad. Ulises en su viaje por los mares poblados de semidioses, monstruos y leyendas, tendría que haber descubierto a estos desenfrenados seres acuáticos que emanan y mezclan sus propios fluidos con el gran mar que los contiene.