Hace unas semanas, un joven estudiante del Tecnológico de Monterrey se suicidó en el baño de su escuela preparatoria. El hecho es más que lamentable y me parece que tiene raíces más profundas de lo que creemos. No es mi hijo ni tengo relación alguna con él, pero la muerte de un joven, siempre es dolorosa, siempre es algo que nos atañe a todos.
Se ha dicho que probablemente uno de los factores que influyó en su decisión, fue que sufría de acoso, de eso que ahora llamamos bullying. Puede ser, pero como adelanté, creo que hay o puede haber otras razones más profundas, más de todos, razones en las que todos como sociedad tenemos algo de culpa.
En este contexto, cómo explicarles a nuestros jóvenes que la violencia por la que pasa mi país ni es normal ni siempre ha sido así. Cómo explicarles a nuestros jóvenes hijos, que esa violencia desbordada con la que ellos “han vivido” desde que nacieron, no podemos, ni debemos normalizarla.
Siento pena como ciudadano de decir a estos hijos míos, a estos jóvenes de hoy, que yo conocí un México diferente, uno en el que más o menos, los ciudadanos nos respetábamos, uno el que se podía transitar libremente sin mayores sobresaltos. Hoy sin embargo, al caminar por una calle todos tenemos miedo, le tememos a ese México violento, a ese monstruo de mil cabezas llamado violencia, que ha causado estragos en mi sociedad. Hoy yo tengo miedo del otro, pero el otro también tiene miedo de mí.
Hace poco, por un mero accidente, terminé siguiendo a una muchacha (quizá de unos 18 años) en su trayecto, en realidad no la seguía, simplemente nuestra ruta era la misma. Ella iba en su auto y yo en el mío, al pararnos en un semáforo en rojo, volteé y la vi; ella también me observaba y me di cuenta en su mirada que tenía miedo, que estaba aterrada, percibí en su mirada que ella creía que yo la iba siguiendo.
Tomé la decisión de detener mi marcha para alejarme, para darle espacio y consecuentemente tranquilidad, para que pudiera sentir que ya nadie la seguía. Mi decisión, sin embargo, no era más que un paliativo, ese miedo que percibí en la mirada de la joven tiene una razón lógica. ¿Cómo no temer a “un viejo” cincuentón con barba y en una pickup (de esas que usan los narcos) y que además en los últimos diez o quince minutos la ha seguido? Lo que, como mencioné, era realmente un mero accidente porque nuestras rutas coincidían.
No sé qué habrá pasado con ella, probablemente llegó a su casa pensando que efectivamente alguien la seguía; probablemente pensó que en esa ocasión había tenido suerte; probablemente nunca usaría la misma ruta.
Cómo te explico querido hijo, que sí hubo una época en la que estas cosas no sucedían, una época en la que no había noticias de desaparecidos, de decapitados, de fosas clandestinas. Hubo y yo fui testigo de ello, un México diferente, un México en paz.
¿Que nos pasó? No sé. Desconozco en qué momento nos volvimos una sociedad irrespetuosa con el otro y lo peor, una sociedad violenta. Cómo explicarle a todos esos jóvenes para quienes, desde que nacieron, han visto actos atroces como parte del paisaje, como parte de la cotidianeidad.
Cómo te explico querido hijo, que este México con cientos de miles de muertos y desaparecidos, por cierto, muchos de ellos jóvenes, es un México contemporáneo que no siempre fue así.
Lo peor del caso, cómo le explicamos a todos esos jóvenes hijos nuestros, que les estamos heredando un mal país, uno que ellos tienen que corregir, porque a los cincuentones o sesentones de hoy, la vida ya no nos da para hacerlo.
….. Que gran verdad nuestra realidad!!!, es verdaderamente trágico no tener elementos suficientes para explicarlo. lo triste y preocupante es lo que aún nos espera por vivir. Quizá y mejore la actitud del ser humano para un cambio radical por el bien de todos!!!
Felicidades al Dr. Héctor Mendoza por esta gran reflexión!!!