Es invierno en el cono sur de América y las cosas no están particularmente soleadas en estas latitudes, hace frío, llueve y hasta nieva. Llevamos meses de cuarentena, el cansancio y la incertidumbre no son una moda, son un estado mental que se ha instalado en nosotros en forma permanente. Cada cierto tiempo, en todo caso, miramos, con no poca envidia, lo que ocurre en Europa, Asia y en algunos países de Oceanía; aspiramos a estar como ellos luego, y cruzamos los dedos. Le pedimos a cuanta deidad que conozcamos que esto termine de una vez, que el invierno emocional en que estamos pase pronto.
Y mientras la pandemia y sus secuelas cotidianas nos distraen, el populismo se nos cuela por las rendijas; lo hace en nombre de los desposeídos de siempre y de la clase media que pende de un hilo. Presidentes y políticos hacen de las suyas, venden soluciones rápidas, vacunas exprés, bonos y subsidios varios, rebajas de impuestos, planes de empleo de urgencia, endeudamiento infinito del Estado y de los ahorros de todos nosotros.
Promesas. América Latina es la eterna tierra prometida, por todos y para todos. Tierra de derechos vociferantes y deberes escasos. “Ahora será distinto”, nos lo aseguran, ¿habrá dicho eso alguien en el pasado? “Gobernaremos para todos, como nunca antes se ha hecho.” “Esta vez sí haremos el cambio que nuestra patria necesita.”
A falta de coherencia siempre es buena la patria, el nacionalismo ramplón, el discurso fácil, la oferta, la ganga populista. De izquierda o derecha, a ritmo de bolero, salsa, tango, ranchera, reguetón, balada, samba, joropo, cueca, vals o merengue, el discurso populista se prepara, una vez más, para hacer bailar hasta reventar a nuestro continente.
¿Hay escape?, desde luego que sí, ¿estamos dispuestos a hacer algo para evitarlo? Ésa es la parte compleja de la ecuación política, sociológica, psicológica y cultural a la que nos enfrentamos.
Tenemos puesto los ojos en la economía y en la salud pública, y está bien que así sea, pero no por eso debemos descuidar el mañana. Si nos seguimos dedicando sólo a paliar la crisis actual, si nos quedamos en este filamento del tiempo llamado presente y nos seguimos negando a aprender del pasado y a pensar y planificar el futuro, inevitablemente seguiremos siendo el espejismo que nos hemos vendido durante cientos de años.
Sinceremos las cosas, es más, confesemos un par de verdades: en política nada es gratis y en psicología tampoco. Los verdaderos cambios, la madurez se construye con coraje, generosidad, imaginación y, sobre todo, rigor. Responsabilidad personal y coherencia, esos atributos tan escasos por estas tierras, ¿sabrá alguien dónde conseguirlos pronto?
Es invierno en el sur del planeta, los árboles no tienen hojas, los días son cortos y las noches largas. Encerrados, ensimismados y asustados, muchos le piden a Dios, y otros a “papá” Estado que los saque de esto rápido, en forma fácil y, desde luego, sin dolor. Lo que casi todos olvidan es que no hay prácticamente ninguna tradición religiosa ni política que no opere con una lógica muy particular de reciprocidad. Ya Sui Generis lo cantaba con desgarradora lucidez hace 47 años: “Dios es un empleado en un mostrador, da para recibir”.
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Muy bien Gonzalo, gracias