¿Cosa de mujeres?

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La página gris de la computadora que me reta a escribir una nueva nota para publicar en El Semanario, me motiva hoy a hacerlo sobre el creciente relato asociado a la moda. En los recientes salones en París que presentan las colecciones del verano, llama la atención el empoderamiento de lo considerado tradicionalmente como femenino en la moda masculina.

Las largas y variadísimas chemises de algodón con pequeñas costuras que ciñen a nivel del pecho para resolverse más tarde por el peso de una caída en holanes vaporosos hasta el nivel medio del bíceps femoral, reminiscencias de vestidos infantiles de niña de los años cincuenta, son claras en las colecciones mas vanguardistas de este año y que extreman y diluyen el género, y acentúan una masculinidad revisada.

Otra forma de verlos es como si se tratase de blancos batones de bautizo bordados con seda del mismo color. Crepés, plisados collares de perlas, maquillajes. Los modelos que los portan inauguran también una nueva forma de representación del male-self. En Nueva York y San Francisco, en México a veces, en Berlín y París son cada vez más cotidianas estas referencias. No sorprende mirar ya en la calle a perchas masculinas ufanas llevando con soltura éstas y otras prendas de orientación esquemática y reductoramente femenina.

No son travestidos sino vestidos portados, en ocasiones, con elegancia nueva por hombres heterosexuales que se abrogan con indulgencia el gusto por estos diseños que no dejan de ser todavía provocadores y que, sin duda, están a la búsqueda de la construcción de una nueva estética masculina, rompiendo con lo tradicionalmente considerado como femenino.

Quizá, en algún lugar, esté el ejercicio de responder dialogando entre iguales al porte del traje sastre, del terno italiano llevado con garbo por mujeres ufanas e independientes, trabajadoras y profesionales, desde los años 30 y 40.

“¿Qué vestido te vas a poner esta noche para el cocktail en el banco?”, podrá en algún tiempo decirse entre amigos varones independientemente de sus preferencias sexuales, iremos encontrando nuevos atrevimientos y las prendas dejarán de diseñarse sólo para cuerpos esculturales y conquistarán etaria y corpóreamente toda la masculinidad.

Los postmillenials de la generación alfa, no quieren que se regale a sus hijes nada que pueda connotarlos como niña o niño antes que ellos mismos, independientemente de su biología, hayan decidido sana, voluntaria y expresivamente su género.

Lo femenino está en todas las discusiones políticas, sociales, intelectuales, artísticas, científicas. Se quiera o no, se acepte o inhiba, hay hoy un nuevo orden de los géneros, al que resulta insuficiente el cada vez más ampliado acrónimo LGBT+.

Ya se trate de la joven primera ministra finlandesa, Sanna Marin, y su gabinete mayoritariamente femenino, de la patrona senegalesa del masculino futbol Fatma Samoura, de las innumerables primeras ministras y alcaldesas, comenzando por la gobernante de una de las tres ciudades más pobladas del mundo, la mexicana Claudia Sheinbaum, en la industria las cada vez más poderosas mujeres, en la ciencia las inspiradas por Marie Curie y galardonadas con el L’Oreal-UNESCO, en lo asociativo y la lucha por la sostenibilidad, Greta Thunberg, la más joven sin duda, la cada día más poderosa representante demócrata Alejandra Ocasio Cortes (AOC) o de la Alcaldesa de Bogotá Claudia López, cuyas preferencias sexuales no le impidieron una significativa victoria en la literatura; constituyen todas ellas, muy elocuentes ejemplos inspiradores.

La lucha femenina no lo es más, no en los mismos términos que cuando nos motivaba Susan Sontag en los años 70, cuando las entonces sí feministas se liberaron del sostén. No hay hoy deporte, ciencia, industria, materia cualquiera, donde el mundo no sienta una intervención refrescante de lo femenino.

En los 90, Frei Betto, ese sacerdote brasileño que supo reunir en sus homilías a más de un millón de brasileños, escribió una nota para su momento incendiaria y que le mantuvo al borde de la excomunión “Mi yo mujer”.

Tenemos como humanidad en este orden un largo camino por recorrer, pero la ruta es hoy más larga para los hombres que nos hemos rezagado en la presentación de nuestra identidad en la vida cotidiana, nos anquilosamos con las formas decimonónicas algunas, o del gran siglo otras de la cortesía galante y el manierismo sin fondo.

Años, décadas, eras, de machismo, están abriendo las puertas a un nuevo matriarcado. Pero no debemos los hombres descansar en él para recibirlo pasivamente y esperar un paradigma nuevo de dominación.

Podemos vestirnos con prendas connotadas como femeninas si el gusto nos lleva a ello, pero sin dejar de reconocer e inspirarnos de nuestra genética, nuestra biología, sociedad y cultura. El me too no debe inhibir nuestra especificidad erótica, pero sí reflexionarla, desde la óptica de la alteridad, no, es no y sí, es una corresponsabilidad. Las nuevas generaciones serán guía para entender las implicaciones éticas, morales, incluso, de las formas de asumir la sexualidad y sus relatos asociados.

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Imagen: The New York Times.

Reaprender la identidad de género a través de la observación y la reflexión deberá llevarnos a un estadio más emancipado de humanidad. La generalmente secular y anquilosada iglesia católica está dando un ejemplo importante con lo acordado, a poco en el sínodo amazónico en relación con la posibilidad, para en algunos casos, para que los sacerdotes puedan contraer matrimonio.

Hombres que llevan el estandarte de amazonas, vestales y mujeres que defienden su feminidad desde la templanza y el orgullo. La sexualidad decidida sin atavismos es propia de una humanidad ansiada de nuevas hibridaciones que expresen intersticios de libertad. Es la sexualidad, quizá, la que pueda políticamente oponerse a los neo-nativismos postcoloniales europeos señalados por Piketty, tan refractarios a la migración y que, sin embargo, se hacen cada vez más cercanos a los poderes hegemónicos de nuevas oligarquías racistas y mutiladoras de la identidad.

Es cierto lo que expresa el filósofo y teólogo protestante Olivier Abel, en entrevista exclusiva para el periódico católico La croix: debemos conducirnos hacia una hospitalidad narrativa donde cada uno se sienta libre de contarse y dar al mismo tiempo, lugar a otros relatos.

Poner a la moda la tolerancia, la inclusión, el diálogo, el afán de alteridades, la igualdad de posiciones y de géneros es dejar que lo humano avance y se decante, sin prisas, sin pausas.


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