Pocos podían imaginar ese mes de abril de 2012 cuando el rey de España se rompió la cadera en una cacería en Botsuana, y que este accidente marcaría el principio del fin de su reinado, así como el empañamiento de su legado. Algunos, no obstante, sitúan ese declive en el famoso exabrupto contra Chávez; aquél “¿Por qué no te callas?”, si bien causó las delicias de mucha gente de diversos países, no deja de ser un rompimiento del protocolo de estos eventos. Muy cansado tenía que tener Chávez al rey, para que un experto en encuentros internacionales como el monarca español tuviera esa salida de tono. Eso se pensó entonces, pero hay quien cree que podría ser signo de un hartazgo por tantos años en el cargo. En cualquier caso, salió bien librado del desplante.
Hasta el mes de abril de 2012 prevalecía una historia oficial que convertía a Juan Carlos de Borbón en el héroe de la democracia española. El hombre que había devuelto la soberanía al pueblo y había defendido la democracia la noche del 23 de febrero de 1982 cuando un grupo de nostálgicos del antiguo régimen intentaron perpetrar un golpe de Estado de opereta. Cuando una de sus amistades caía en desgracia y se veía envuelta en un proceso judicial por fraude u otro, la prensa servil inmediatamente desvinculaba al monarca de toda relación. Yo llegué en 1996 a Madrid y recuerdo que, a las pocas semanas, el rey asistió a un evento en la Real Academia de la Historia que está a dos pasos de mi morada, de aquél entonces, en la calle Amor de Dios. Recuerdo que la gente se agolpó lo más cerca que pudo de la entrada y, cuando llegaron los monarcas, aplaudieron de forma muy entusiasta. El único chismorreo acerca del rey era sobre sus relaciones extramatrimoniales, pero nadie hablaba mal de él por ello. A fin de cuentas, sabido es que los borbones al igual que los Kennedy, no son muy devotos de la fidelidad conyugal.
Aquél día, a mediados de abril de 2012, nos enteramos de que el rey se había roto la cadera en tres fragmentos en presencia de su amiga Corinna Larsen, quien posteriormente sería conocida como la “amiga especial”. Aquella caída marcó el principio del fin de su imagen vigorosa y saludable. Se supo entonces que el rey padecía artrosis y, desde entonces, su declive físico fue cada vez mayor, así como su imagen en el conjunto de la sociedad. De nada valió que se humillara por primera vez en la historia de su reinado y quizá de toda la historia de la monarquía española, y pidiera perdón al pueblo. El momento en el que ocurrieron los hechos fue el menos propicio. A principios de 2012, la galopante crisis económica devoraba empleos y muchas familias se veían abocadas al desahucio de la noche a la mañana. Al igual que ocurriera en México en 1994, decenas de personas se tiraban al metro porque lo habían perdido todo. Además, día sí y día también, los españoles amanecían con noticias de políticos corruptos enjuiciados. Todos estos hechos generaron un fermento de desprecio a la clase dirigente por considerarlos unos privilegiados. En aquella época, en las encuestas de población, los políticos eran vistos como uno de los principales problemas del país. Ahora si hay alguien privilegiado en este país, ése es el rey. No se le puede juzgar durante su reinado; así lo dice la Constitución. Es inviolable.
El siguiente paso para calmar el clamor popular fue la abdicación. Para ello, PP y PSOE se pusieron milagrosamente de acuerdo para sacar una ley exprés al respecto, ya que no estaba previsto en el ordenamiento jurídico esa posibilidad. Se consideraba que un rey debía dejar de ejercer hasta el día de su muerte. Eso sí, al dejar de ser rey, Juan Carlos de Borbón pierde su inviolabilidad. No obstante, la ley de abdicación ya se encargó de aforar al que entonces pasaría a ser rey emérito, de forma que sólo el Tribunal Supremo podría juzgarlo por aquellos delitos cometidos fuera de su reinado. Y todo eso tras un engorroso trámite de desafuero. Parecía que con la abdicación no sólo se salvaba a la monarquía, sino que el emérito podría gozar de sus últimos años sin preocupaciones.
Sin embargo, nadie se imaginó que su “amiga especial” acabaría contando todos los detalles de su relación a un comisario de dudosa moral y que éste, al verse enjuiciado, acabaría filtrando dichas revelaciones. Tradicionalmente, los escándalos de las monarquías suelen estar relacionados con las infidelidades de los nobles. Sólo hace falta recordar el triángulo compuesto por Carlos de Inglaterra, Diana y Camila Parker. Eso alimenta a la prensa rosa y el morbo de los lectores en tiempos de bonanza, pero no ahora que estamos nuevamente en una crisis económica. En los últimos 12 años, los españoles han visto cómo sus salarios y condiciones laborales eran devaluados sistemáticamente en aras de la productividad. La simple sospecha de cobrar comisiones ilegales y evadir dinero al fisco por parte de una persona cuyo salario es pagado por el conjunto de la sociedad vía impuestos, ha bastado para volver a irritar a la sociedad española. Algunas de las acusaciones de Corinna Larsen parecen fantásticas: los supuestos viajes con maletas cargadas de dinero o el simple hecho de que el rey se regodearía en su solaz, contando los billetes con una máquina ad hoc que tendría en la zarzuela, cual niño chiquito con juguete nuevo, dan una imagen muy deplorable de quien fuera considerado como un héroe por toda una generación de españoles. Sin embargo, eso es lo de menos. Lo grave radica en las fundaciones en paraísos fiscales, el movimiento de dinero que nunca habría sido declarado al fisco, etcétera.
Las últimas encuestas acerca de un hipotético referéndum sobre el régimen que debe imperar en España, dan a la República como victoriosa sobre la Monarquía, aunque por un estrecho margen. La salida de Juan Carlos de Borbón de España pareciera el último intento por salvar a la institución, una vez que la imagen del rey emérito ha sucumbido. Sólo el tiempo dirá si esta medida fue acertada.
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