Llegar al Teatro López Tarso es una experiencia sui géneris. Está situado en una de las zonas más bonitas de la Ciudad de México, San Ángel, pero no tiene una ubicación privilegiada y, para colmo de males, está más escondido que Drácula al sol. Entiendo la necesidad de convertir este lugar en una casa de cultura pero ¿por qué para llegar a la taquilla en los fines de semana hay cientos de puestos de comida orgánica? ¿Por qué nadie ha puesto la señalética para indicar dónde está la taquilla? ¿Por qué no existe un módulo bien establecido de valet parking?
Sólo los realmente interesados por ver una obra encuentran este lugar; cualquier otro se va cuando hay demasiadas pruebas de resistencia. Después de estar desorientado, un buen samaritano te hace el favor de decir dónde puedes comprar los boletos; entras al edificio y te encuentras con una galería de pinturas y esculturas sin una referencia al foro. A nadie le importa tener un teatro. Lo más triste es que cuando te sientas en la butaca reconoces la comodidad y lo acogedor del lugar: ¿por qué el viacrucis para estar en un teatro? No debe ser manda.
En fin, con todos los obstáculos, el López Tarso tiene el estreno más importante del mes de abril: “Duele”. Lo más sonado de la obra a nivel mediático es la participación de Ludwika Paleta y Osvaldo Benavides. Para el gremio teatral la dirección de Diego Del Río y la escenografía de Jorge Ballina hacen del montaje algo imperdible.
Aplaudo al productor ejecutivo, Pedro Ortiz de Pinedo (hijo de Jorge), por no tener miedo de llamar a estrellas para tener visibilidad mediática y un gancho en la venta de boletos. Hay personas incapaces de llamar a famosos de televisión para estar en su obra por considerarlos una profanación al rito teatral. Nadie tiene fórmulas aseguradas y la presencia de estrellas tampoco determina el éxito; se aplaude el riesgo económico con esos actores que se han preocupado por incrementar su músculo actoral.
“Duele” cuenta la historia de una pareja durante treinta años: desde la infancia conectan por ser las únicas personas que conocen las heridas del otro. Con el paso de los años se perciben como un refugio ante la soledad, las exigencias sociales y las compulsiones. Amar implica sanarse mediante el otro. Rajiv Joseph, el autor, hace el hincapié de mostrar el cuerpo herido como una metáfora de las emociones; cuando estos niños, adolescentes y adultos comparten las cicatrices y enfermedades en realidad se simboliza lo roto que están por dentro.
Mi primer problema con el texto está en la falta de contundencia dramática: en la hora y media de función yo no veo una toma de conciencia de los personajes y mucho menos momentos de poner en duda su Fortuna. Los niños atormentados se convierten en adultos súper atormentados; no hay conflicto que propicie una empatía en el espectador. Falta profundizar en la motivación de los personajes, en sus resortes como individuos y pareja. La virtud de la historia está en el desarrollo de momentos entrañables y su extraordinaria capacidad de síntesis en la dialogación.
No entiendo por qué la estructura tiene alteraciones temporales: de los niños se brinca a los adultos, de los adultos se brinca a la adolescencia y, finalmente, se regresa a los adultos. Percibo que esta decisión obedece más a una imposición de estilo que a una precisión dramática. La forma de llevar el planteamiento resta complejidad en los personajes y dificulta el seguimiento de la historia.
En esta columna he alabado en innumerables ocasiones el talento de Diego Del Río de conducir a actores en la creación de personajes y establecer relaciones en escena. En “Duele” demuestra estas habilidades una vez más, sin embargo, el concepto del montaje yo no lo pude seguir en fondo y forma. Hay una ligera alusión infantil en la escenografía y el vestuario que no me permitió sentir el drama de los protagonistas; yo no tengo problema con esta idea donde los problemas del adulto son el signo de los problemas del niño pero si esto se lleva a una plástica naive le resta peso a los personajes. Sobre todo, esta decisión deja al descubierto la falta de tensión dramática desde el texto.
La escenografía de Jorge Ballina es una hermosura (no en balde él es un prócer del gremio teatral) pero, en varios momentos, se desconecta del rumbo de la obra. Por otro lado, las transiciones de las escenas elongan el montaje; se musicalizan en vivo y este tiempo “muerto” le da la oportunidad a los actores de cambiarse el vestuario a vistas del público. ¿Es necesario? ¿Si no se cambian de ropa la historia no se cuenta? La música es coherente pero no fundamental. Todo el tiempo me perturbaba cómo Osvaldo y Ludwika corrían para cambiarse la falda o la camisa.
Diego Del Río cayó en blandito por tener a Paleta y Benavides en este montaje. En muy pocas ocasiones me he topado con actores tan carismáticos; son hipnóticos, demasiado guapos y verlos como pareja es un dulce a la vista. Su calidad de estrellas es orgánica y esto le otorga al montaje la empatía que le falta al texto. No todo sale a flote por este halo de celebridad: veo a dos actores disciplinados, contundentes y sutiles con una necesidad de salirse del lugar común. En lo particular, Ludwika Paleta está en su mejor momento como actriz y lista para enfrentarse a historias más complejas de autores titánicos, tal vez algo de Chéjov o del realismo estadounidense.
El espectador no saldrá defraudado de la sala. La ventaja de tener este texto es hacer un montaje políticamente correcto con episodios conmovedores. Sin duda sus intérpretes cargan las carencias; si no fuera por ellos la obra se perdería en sus propios cuestionamientos y en la falta de datos, momentos y, por sobre todas la cosas, complejidad.
Traspunte
¿La preventa de boletos de un estreno, con descuentos y beneficios, realmente será efectiva para atraer más público?
“Duele”
De: Rajiv Joseph
Dirección: Diego Del Río
Teatro López Tarso, Centro Cultural San Ángel (Avenida Revolución esquina Fco. I. Madero, colonia San Ángel)
Viernes 19:00 y 21:00 hrs., sábados 18:00 y 20:00 hrs., domingos 17:30 y 19:30 hrs.
@dueleteatromx