CONACULTA cerró su ciclo del sexenio anterior con la edición en español del catálogo de la exposición que le patrocinaron a Gabriel Orozco en el museo MoMA de Nueva York. En los interiores apuntan que la exposición es una iniciativa y patrocinio del Estado mexicano en alianza con la Fundación Televisa para hacer de “México una potencia cultural internacional”. Este catálogo reúne casi en su totalidad la obra de Orozco y lo evidencia como un artista que hace de su insignificancia una virtud, sin valor para tomar riesgos, refugiado en la pasividad de ser insustancial, inexistente.
En sus objetos y fotografías, Orozco hace un enorme esfuerzo, dentro de sus limitaciones estéticas y creativas, de ser simpático, ocurrente: acomoda sus cositas, enfila las piedritas, pone cáscaras de limones en un tablero de ajedrez impreso en una mesa, y además, los bautiza: Meada de perro, es una meada de perro en la nieve. Repite una y otra vez las mismas ideas: basura, círculos, manchas, intervenciones “chistosas”. La presencia anodina de estas obras les permite a los curadores y a los especialistas escribir textos como los de este catálogo. Es la relación perfecta: algo sin valor estético urgido de un discurso teórico que lo sustente y teóricos que necesitan salir del closet de la academia y ser parte de la creación artística. Orozco les deja el trabajo de argumentar que la banalidad de su obra es aparente y que su masa para pizza es una obra de arte. Analizaré algunos de los textos del catálogo.
Ann Temkin habla del artista sin estudio, y lo que en realidad es un artista sin obra, sin trabajo, y que por lo tanto no requiere de un estudio, se traduce en: “derrocar a las tradiciones artísticas”. Orozco hace su obra en la calle, nos explica, porque recoge desperdicios u objetos diversos, los acomoda, los fotografía, los define como “esculturas tipo readymade”. Que Orozco pretenda que es arte su moto estacionada en diferentes calles, significa “la cotidianeidad como una plataforma lista para el arte”.
Al abordar las pinturas Samurai Trees, Temkin se disculpa de que existan en el cuerpo de obra de Orozco, nos dice que no las hace él, que las manda hacer a dos estudios y que ni va a ver el proceso, que para nada pensemos que él es pintor. Benjamin H. D. Buchloh se concentra en decir que la basura seleccionada constituye: “El cuerpo escultórico que puede encontrarse en las acumulaciones aleatorias de objetos disfuncionales o dispersos”. Recurre al readymade para sentenciar que el objeto prefabricado tiene categoría de escultura. En su esfuerzo por enaltecer nimiedades cae en inconsistencias. Estas corrientes parten de la negación de lo que llaman “arte tradicional” y para legitimarse toman los parámetros de lo que niegan.
Si Orozco pudiera hacer arte de verdad, lo haría, si coloca naranjas en una ventana es porque eso puede hacer, ese es su nivel creativo y de factura. Una naranja no es una escultura realizada para aportar algo distinto, es una coartada que oculta la incapacidad creadora, técnica, manual y poética de Orozco. Llamarla escultura es un intento infructuoso para darle valor estético a un gesto evasivo que desemboca en un chiste, la obra se llama Jonrón.
Orozco busca ser gracioso y Buchloh solemniza sus obras haciéndolo caer en el ridículo. Lo hace cursi. Briony Fer escribe sobre los cuadernos de trabajo. En una labor casi de psicoanálisis se pone a descifrar hasta las palabras que Orozco anota de forma repetitiva, y llega al extremo de compararlos con los diarios de Darwin. Ahora, este trabajo, el de las instituciones estatales, de las empresas privadas, de los expertos, para presentar esta obra como algo memorable y trascendental, ¿dio sus frutos? El mercado tiene la última palabra. En Art Basel Miami 2012 las fotografías de Orozco no alcanzaron los 60 mil dólares. No llegaron a los niveles de Cindy Sherman, que después de exponer en el MoMA sus fotografías se cotizaron en 250 mil dólares cada una.
Entonces, esta obra ni nos posiciona como “potencia cultural”, ni es arte. Es un producto, como hay miles, de esta deformación estética e intelectual a la que llaman arte contemporáneo y que permite consagrar a la insignificancia.
Gabriel Orozco
Producido por el departamento de publicaciones del MoMA de Nueva York
Edición: Dirección general de publicaciones de CONACULTA
Textos de Ann Temkin, Briony Fer, Banjamin H.D Buchloh, Paulina Pobocha, Anne Burd. Traducción de Gabriela Jáuregui
255 páginas
2012