Para mí, más allá del aspecto escénico, este apartado inmediatamente llamó mi atención porque existe una visión integral del fenómeno teatral,
Ciudad de México.- José Manuel López Velarde tiene una mención especial en la historia del teatro mexicano, por ser el creador de Mentiras; este musical de rocola, con canciones edulcoradas de los ochenta, se estrenó en 2009 y hasta la fecha tiene la sala llena, situación difícil de ver en nuestros días. Es innegable el éxito del montaje: tiene un lenguaje particular, una trepidante manera de abordar el drama y personajes reconocibles en nuestra cultura.
Al ver este trabajo me la pasé muy bien, disfruté la comedia y fui cómplice de la historia de Velarde, sin embargo, no sabía a ciencia cierta qué tanto de la eficacia de su montaje fue “chiripazo” o realmente nació de una propuesta personal y contundente frente al teatro. Mentiras es sencilla, directa, sin pretensión alguna más que la de divertir; esto, en mi experiencia, o nace de una verdadera técnica o de una ganas desbordadas de contar una historia en un momento en específico sin posibilidad de repetirse. Un “garbanzo de a libra” pues.
Después llegó Si nos dejan, el siguiente trabajo del escritor y director, con la misma fórmula de musical de rocola, pero ahora con música vernácula. Se vendía como un homenaje a la cultura mexicana. Sus raíces y folklor; la anécdota hacía referencia a personajes y momentos de las películas del “cine de oro” con la intención de poner un doble acento en el orgullo de ser mexicanos. Yo padecí la obra en todos los sentidos; no podía seguir el conflicto de los personajes, los chistes eran forzados y, sobre todo, había una traición a la línea dramática principal.
Reconocí los valores de producción y la dirección de Velarde por ofrecer una interesante propuesta visual. No obstante, quedé muy consternado: Mentiras era redonda en forma y fondo, genuina y brillante; Si nos dejan tenía una envoltura impecable, pero una historia carente de verosimilitud e identificación con el público. José Manuel López Velarde me generaba más inquietudes: ¿qué tanto se podía sostener su trabajo? ¿qué tanto Si nos dejan era un tropiezo? ¿cuál era su talante como teatrero?
Hace dos meses me enteré que él abrió en la Roma un nuevo espacio teatral llamado “La Teatrería”. Con mi acercamiento a este lugar descubrí que no sólo es un escaparate para darle cabida a montajes y a diferentes equipos jóvenes dentro del gremio, sino también el resultado de una filosofía y una manera muy particular de entender el teatro.
“La Teatrería”, al estar en el corazón de la Roma, tiene como uno de sus principales objetivos la generación de públicos y la creación y mantenimiento de comunidades dentro de la colonia. Para mí, más allá del aspecto escénico, este apartado inmediatamente llamó mi atención porque existe una visión integral del fenómeno teatral, no sólo un capricho artístico o la autocomplacencia de élites culturales. Pensar al teatro como un pretexto para que la gente salga de sus casas y pueda convivir con más gente y así generar interés en esta oferta de entretenimiento es valioso, saludable y urgente en las condiciones culturales de este país.
Rápidamente fui a su cartelera para saber qué se estaba presentando como el primer proyecto: descubrí un musical escrito y dirigido por el propio Velarde llamado El último teatro del mundo. Éste era el momento para despejar todo tipo de dudas respecto a su trabajo, porque en tal situación límite (abrir un teatro y montar una obra al mismo tiempo) no habría manera de tener una percepción equívoca de su propuesta, técnica y poética.
El primer elemento digno de subrayar del montaje es la culminación de estilo de José Manuel López Velarde: ha logrado consolidar un lenguaje muy propio, con temas y mundos que le obsesionan y una dimensionalidad difícil de encontrar en otro teatrero. “Mentiras” y “Si nos dejan” le enseñaron qué caminos seguir y cuáles abandonar para, sin duda, ganar en complejidad de la anécdota, personajes y diálogos.
El último teatro del mundo se vende como un espectáculo con una preferencia por el público infantil. La historia se centra en Pina, la catarina, que tiene como tragedia ser diferente a todas las demás catarinas grises, comunes y apegadas a la costumbre. Pina necesita romper este panorama uniforme y, en un sueño, se le dicta emprender un viaje para hallar un lugar capaz de brindarle los recursos para expresar y comunicarse con el otro de una forma auténtica, sin comprometer su integridad y, mucho menos, sin el miedo de salirse “fuera de la norma”.
Pina, en su camino, encuentra a cómplices para sortear las vicisitudes del camino con la única intención de establecerse en ese paraíso llamado “teatro”, por cierto, el último del mundo. La redención de Pina llega al descubrir que el destino está en su “corazón”, en ella misma y la verdadera forma de “estar” con el otro, de lograr una comunión amparada bajo el nombre de “teatro”, nace de la autoaceptación y el amor.
El primer acierto de El último teatro del mundo es su profundidad: cuenta una historia que tiene múltiples lecturas que van desde los niños hasta los adultos, los teatreros y los no teatreros; cada quien puede optar un camino distinto para llegar a la premisa de Velarde y conmoverse con ella. La anécdota de Pina está atravesada por simbolismos para hablar de nuestra realidad sin caer en complicaciones dramáticas o engolosinamientos.
El montaje apela a un lenguaje propiamente teatral, a recursos donde el espectador completa las imágenes en su cabeza para seguir una dinámica lúdica. La precisión de la dirección es notable porque un paso en falso, un descuido, provocaría romper con la ficción misma o un accidente de los intérpretes. Sobresale la manera de solucionar las transiciones con elementos mínimos y fuerza actoral. Todas las canciones de este musical son entrañables y crean una atmósfera propicia para contar esta historia de fantasía.
Los actores logran algo dificilísimo: todos tienen el mismo nivel energético. Cada quien carga la obra y se luce con su destreza técnica y vocal para dar vida a múltiples personajes en una misma secuencia. Para Paloma Cordero, la encargada de hacer la voz de Pina (no podría revelar más sobre cómo representan al personaje), “El último teatro del mundo” representa la plataforma que la llevará a la categoría de estrella de los musicales en México: su nombre en cualquier marquesina, a partir de este montaje, atraerá a público para verla.
José Manuel López Velarde toma una postura clara frente al teatro con “La Teatrería” y “El último teatro del mundo”. Su camino desde “Mentiras” es el natural para amalgamar un estilo de dramaturgia y dirección inconfundibles en la escena mexicana. Con este proyecto, casi estoy seguro, que Velarde se vuelve Pina porque, al final del viaje, encontró su corazón.