El debate continúa entre los partidos políticos. Unos ya renunciaron a la mesada del INE por el tiempo que resta para el fin de año, pero otros más no la sueltan so pretexto de que, si renuncian, ese dinero sería administrado por el gobierno y los precandidatos del PRI. Casi todos los mexicanos sabíamos que finalmente unos darían el dinero y otros se negarían a hacerlo. El PRI trataría de tirar el balón al tejado más alto y quizá en la negociación ganar parte de lo mucho que ha perdido. Aún falta ver cómo resultan sus esforzados intentos por abrirse paso.
El frente integrado por el PAN, PRD y MC, todavía parece un grupo de dos hermanos y su papá que salen de paseo. ¿A dónde irán de paseo? Nadie lo sabe, porque no se ha definido el rumbo. Es terriblemente débil el argumento de que las coaliciones no pueden integrarse por partidos de ideologías opuestas. Alrededor del mundo hemos visto estos casos ‒dignos de una tesis doctoral– amasando grandes éxitos electorales y otros éxitos más en el ejercicio de gobierno. El secreto está en pactar acuerdos permitidos por la ley y debidamente registrados ante los órganos electorales, con el propósito de construir una oferta política (o plataforma política) común que seduzca al electorado, que pueda convencer a la ciudadanía, que en la eventualidad de ser favorecidos con el voto mayoritario, dicha oferta política se convertirá en ejes de gobierno. Lo más fácil es invitar a tres amigos y firmar un oficio. Lo difícil es generar pactos y acuerdos trascendentales para dar certidumbre a la ciudadanía y coherencia a la actuación de un gobierno surgido de un frente pluri-ideológico.
En el plano legislativo, las plataformas políticas deben de expresar las prioridades para un grupo parlamentario, basadas en las más sentidas preocupaciones sociales, porque en realidad lo que le interesa al pueblo es la calidad de nuestras leyes y no las grandes cantidades de iniciativas de ley hechas sobre la rodilla y llenas de trampas. Una plataforma política legislativa debe concurrir en propuestas con las del poder ejecutivo, con la previsión de que las legislativas se conviertan el soporte jurídico y político de las del ejecutivo.
Actualmente contamos con una Ley que obliga a los partidos a registrar una plataforma política, como documento ideológico que sustenta las propuestas de campaña y posicionamientos sobre determinados temas sensibles para el electorado. Esos documentos son tan largos y tan poco didácticos que ni los candidatos los leen jamás y tiene muy pocas probabilidades de convertirse en un plan de desarrollo nacional, estatal o municipal. Por ello, es necesario que la plataforma electoral se convierta en una auténtica antorcha que brille por la calidad de sus propuestas, que sea constantemente debatida y contrastada con otras más, surgidas de partidos o coaliciones opuestas. Ante un panorama como ese, la ciudadanía sabe distinguir cuál de todas esas propuestas le puede convenir e intuye cuáles son las que son hijas de la fría retórica y la omnipresente mentira.
Hablar de una coalición e incluso sentarse a la mesa para realizar algunas lecturas y hacerse tomar infinidad de fotografías, es un teatral absurdo de Ionesco, una pieza sin sentido carente de sustancia. Un frente político conformado por partidos cuyas ideologías sean diversas, sólo pueden encontrar coherencia en pactos trascendentes de campaña con miras a conformar un gobierno, el cual genere confianza en el electorado y certidumbre en el futuro de un país.
Es una tarea de titanes mover una coma de nuestras leyes electorales y cuando éstas pueden realizarse, es al costo de terribles concesiones políticas. La democracia electoral mexicana, quizá haya avanzado, pero la democracia social, laboral, de salud, educativa, van a una velocidad mucho más reducida. Por ello, es preciso que justamente en el escenario político-electoral diseñemos nuevos esquemas de participación que establezcan reglas exhaustivamente claras para hacer avanzar una coalición. Que una coalición no se cuaja con una mesa de diálogo y un par de oficios dirigidos al órgano electoral. Coligarse para gobernar es quizá, el máximo reto que tiene cualquier partido político, no sucede sólo con expresarlo para que se publique a ocho columnas. Coaligarse para gobernar es mucho más. Significa crear el ambiente propicio para un diálogo político con la mano abierta; hacer un esmerado ejercicio de diagnóstico y detección de puntos concurrentes; construir una oferta política posible; recuento de aspiraciones; coalición propiamente dicha; selección democrática de candidatos; campaña y elección, pero aún falta gobernar, y luego conservar el poder para la coalición. Crear una coalición no es como contar un cuento…