Algunos actores con fama son horrorosos porque no tienen el entrenamiento para estar en un escenario pero no más horrorosos que algunos de los actores entregados a la escena como monjes tibetanos. La formación de “estrellas” es ineludible en el teatro.
Carlos Olmos era un extraordinario dramaturgo que cometió el peor de los pecados en el mundo teatral de este país: le encantaba la farándula. El éxito ganado entre el público, la reputación con los actores y el creciente reconocimiento en el extranjero no le valieron de nada para seguir su trayectoria en la escena; el grupo ultraintelectualizado del teatro no toleró su preferencia por trabajar con “estrellas” y disfrutar su compañía.
Olmos, poco a poco, demandaba tener entre sus obras de teatro figuras con gran marquesina. Muchas de ellas trabajaban en la televisión, o habían alcanzado la fama en el cine, pero no propiamente eran reconocidos por un currículum teatral. Esto provocó la furia de los encargados de la política cultural quienes subsidiaban los proyectos de Olmos; finalmente lo expulsaron del medio. El trabajo de este escritor fue recibido en la televisión y creó la telenovela mexicana con mayor éxito: “Cuna de lobos”.
Esto sucedió en los ochenta y ahora, en el 2014, mucha gente del medio teme trabajar con “estrellas”. Piensan que pueden profanar el rito teatral con su sola presencia. Pero, ya en serio, muchas mentes solemnes del teatro pisotean lo sagrado de las tablas bajo el pretexto de “saber más y mejor”.
Es cierto, algunos actores con fama son horrorosos porque no tienen el entrenamiento para estar en un escenario pero no más horrorosos que algunos de los actores entregados a la escena como monjes tibetanos. La formación de “estrellas” es ineludible en el teatro.
Tarde o temprano, alguien tendrá mayor empatía con el público, lo seducirá con su carisma y tendrá un nombre que atraerá gente a la taquilla. Olmos conocía la dinámica del teatro y lo usó a su favor para lograr un mayor impacto de sus obras. ¿Esto es un pecado? ¿Por qué Olmos fue crucificado por pensar en la diversión de la audiencia?
Al final del día, el escritor mexicano no sólo pensaba en la “estrella”, privilegiaba el bienestar del espectáculo por sobre todas las cosas porque sabía quién tenía la fama y quién podía interpretar de una forma efectiva sus papeles.
Por eso, admiro a los productores que, a pesar del mito, se arriesgan en trabajar con figuras de renombre con una necesaria capacidad actoral. Sin ninguna vergüenza contratan a estos actores para lograr una conexión íntima con el público. El caso más reciente donde se confirma la regla es “La fierecilla tomada” donde más de la mitad de su compañía son “estrellas”. Yo nunca hubiera pensado que este musical se pudiera mejorar en el fondo y la forma por tener a esta particular pléyade.
Héctor Bonilla, Chantal Andere, Jacqueline Andere, Ari Telch, Mauricio Martínez, Roberto Blandón, Moisés Suárez, por decir algunos actores, le dan brillo a la sensación de Broadway del 2006. Yo tengo muy poca paciencia con obras de este género porque pienso que están superadas y la fórmula para su ejecución desgastada.
Sin embargo, este montaje me sorprendió por su sencillez y honestidad para rendir un tributo a los grandes musicales de los cuarenta. La historia empieza cuando un hombre de edad avanzada, solo en su departamento, pone el disco de su musical favorito, “La fierecilla tomada”, para imaginar cada momento del espectáculo que se reproduce en escena.
Es una comedia enloquecida porque no sólo se burla de las licencias y excentricidades que se toman los musicales para ser efectivos, sino también por la inclusión de las acotaciones de este protagonista-narrador sobre el montaje y los actores. Las canciones son el vehículo para continuar con la acción dramática y poder aterrizar rutinas cómicas sin precedentes.
“La fierecilla tomada” es un verdadero tributo para las personas que aman al teatro. Existen pequeños guiños sólo para aquellos locos que van a ver 68 veces una obra, saben datos curiosos sobre alguna temporada o compran cualquier tipo de memorabilia de un espectáculo. No obstante, la historia no se cierra a la audiencia experta sino apela a cualquier tipo de público aunque no haya tenido un acercamiento previo al teatro.
Desde que se levanta el telón no existe un momento desperdiciado. El musical cumple con la labor de ser entrañable y recordado por algún número, canción o episodio. El público agradece los rompimientos que hacen varios personajes para incluirlo en el montaje.
Todos las “estrellas” que están en la escena trabajan de la manera más rigurosa posible. No sólo se valen de su encanto (inevitable en todo momento) sino se someten a un ejercicio técnico a favor de la ficción. La voz y el cuerpo están dispuestos para satisfacer las altísimas demandas energéticas de “La fierecilla tomada”. Yo veo a una compañía que trabaja en una sincronía absoluta sin importar el renombre de cada uno de los integrantes.
Carlos Olmos fue castigado de una manera injusta por aprovecharse del talento de las “estrellas”. Para hacer teatro importa la disciplina, el esfuerzo y el trabajo y qué mejor cuando existen actores con estrella como es el caso de “La fierecilla tomada”. Esta obra no sólo vale la pena por la historia sino también por conocer, en vivo y a todo color, la magia de sus intérpretes. Apuesto por diferentes maneras de entender y abordar el fenómeno teatral, con o sin los encantos de la farándula, y temo por quienes, en pro de sacralizar el teatro, se convierten en unos fascistas del oficio.
“La fierecilla tomada”
Libreto: Bob Martin y Don McKellar
Música y letra: Lisa Lambert y Greg Morrison
Teatro San Rafael (Virginia Fábregas 40, colonia San Rafael)
Viernes 19:00 y 21:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 17:00 y 19:30
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