Los adultos mayores, esos que antes llamábamos senectos, luego le bajamos a ancianos, pero nos siguió pareciendo rudo el término y nos inventamos otros más suaves como: adultos mayores, personas de la tercera edad y ahora, hay quienes cayendo en el ridículo, pretenden denominarles (o quizá debería decir, denominarnos) personas con juventud acumulada.
Somos hipócritas como sociedad, igual que hacemos con los viejos, pretendemos pasar por la vida pensando que no existen los indigentes, los niños y niñas hambrientos, los que carecen de oportunidades. Nos gusta pensar que no hay prostitución, ni balazos, ni muertos por la delincuencia.
Así y en esa lógica, algunas las empresas coludidas con nuestra hipocresía, dicen ser empresas incluyentes, porque “les dan oportunidad a nuestros viejecitos” –así lo dicen ellas‒ y en realidad, en la mayoría de los casos, son empresas explotadoras, precisamente de ese grupo vulnerable denominado adultos mayores.
Todas esas tiendas de autoservicio ahora se visten de gloria y se dicen solidarias –que no se nos olvide‒; ahora explotan a los viejitos pero hace un tiempo lo hacían con los niños.
Hace poco me puse a platicar con un adulto mayor, empacador de una de esas empresas, y me platicó la serie de abusos de que son objeto. Sus mandiles deben de comprarlos a la misma empresa que los “contrata”, y eso como un requisito de ingreso. Trabajan sin descanso, y en turnos que establece la “empresa incluyente” en función de sus propias necesidades, no hay ningún tipo de prestaciones y, de hecho, como sucede igual en restaurantes y gasolineras, no son, ni nunca serán empleados formales. Ellos viven de la propina, disfrazada de caridad.
Visto así, la empresa no pierde nada y gana mucho, a la empresa poco le importa si el clima es primaveral de 22 grados centígrados o si el día está de mal genio y hace un frío de los demonios. En todos los casos, es necesario ir a recoger “los carritos” que los clientes dejamos desperdigados por todo el estacionamiento.
Y nosotros, los clientes hipócritas, hacemos como que no vemos, damos unas monedas a esas personas y en algunos de los casos ni siquiera volteamos a verlos a la cara para darles las gracias. Esas personas –adultas mayores‒ subsisten de nuestra caridad, ésa que no resuelve gran cosa pero es mejor que nada, dicen algunas de esas personas que laboran en dichos lugares.
Recuerdo que cuando fui empacador, me trataban como empleado, y yo era un niño, y al igual que sucede ahora, era necesario comprar un mandil para poder “trabajar” también como ahora, existían horarios, jornadas específicas para desempeñarte como “cerillito” y poder así ganar algunos pesos gracias a la caridad de las personas, pero por conducto de esas “empresas incluyentes”.
De la misma manera que sucede en la actualidad, la sociedad normalizaba esas situaciones, en el grueso de los casos las personas ni siquiera reflexionaban sobre esos menores que, bajo la apariencia de “empresa responsable”, explotaba a la niñez.
Mientras no cuestionemos como sociedad esas y muchas otras prácticas, mientras sigamos creyendo que es normal tal y cual cosa, no podremos avanzar. El problema es que hemos normalizado tantas cosas, la pobreza, la desigualdad, el racismo o la discriminación, y cada vez nos resulta más difícil ver la realidad por encima de dichos fenómenos.
Casos como los aquí planteados hay muchos, y lo más triste es ver cómo es que llegan empresas extranjeras y se tropicalizan rápidamente, adquieren estos anti-valores y los implementan en mi país, cuando en sus países de origen serían impensables dichas prácticas.
Excelente articulo, la verdad es cruda, pero es verdad la mal llamada “inclusion” de las personas de la tercera edad es una forma de explotación, disfrazada que se ha normalizado y se visualiza como una “buena practica laboral” de incorporar un sector de la sociedad que ya cumplió su ciclo “productivo”
Totalmente de acuerdo estimado Rogelio
gracias por compartir este articulo. muy buena reflexion.
Gracias por su comentario Marcela. Saludos
Espero que el propósito de tu artículo no sea negar el derecho al trabajo, solo señalar qué hay ofertas laborales que no atiende las necesidades ni preferencias de las personas mayores.