La mujer en el arte

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El 8 de marzo se conmemoró el Día internacional de la mujer. Leo en mensajes de distintas redes sociales que “felicitan” a las mujeres en este día. Quien me conoce sabe que no trato de juzgar a las personas por sus acciones, y mucho menos por su condición de género. Puedo equivocarme, pero trato de observarme a mí misma de forma constante. Un maestro de vida siempre me ha dicho que el respeto a mí misma es la base del respeto al otro, sea hombre o sea mujer. Me preocupa que algunos hombres y también mujeres, no se percaten del verdadero significado de “ese día”.

Hoy no recomendaré ninguna exposición. Hoy escribiré sobre las mujeres artistas y cómo han sorteado numerosos obstáculos no por ser artistas, sino por ser mujeres.

Comienzo por una de las primeras mujeres pintoras en la historia del arte: Artemisia Gentileschi. Su padre Orazio, conocido pintor de la época barroca en el siglo XVII, le permitió aprender el oficio, siempre con las restricciones propias de la época, pues el espacio del taller sólo estaba permitido para el hombre. No le era permitido practicar el dibujo de la figura humana –en este caso, el desnudo masculino–, porque atentaba contra la educación y costumbres de su tiempo. Su obra refleja cierta incorrección en el dominio de la proporción, no por falta de talento, sino de oportunidades para perfeccionar la técnica. Aun así, podemos observar en las varias obras que se conservan, la maestría para representar el tratamiento de las telas, sus texturas y sobre todo es notable el equilibrio de las formas en cuanto a su composición. A pesar de las múltiples adversidades que acontecieron en su vida, la hacen ser un ejemplo de tenacidad y disciplina en el mundo del arte.

Artemisia Gentileschi
Artemisia Gentileschi, Autorretrato como alegoría de la pintura. Óleo sobre tela. Royal Collection, Inglaterra. Siglo XVII.

Otro caso es Clara Peeters, pintora flamenca del siglo XVII, de quien poco se sabe. Los temas de su obra son naturalezas muertas y bodegones, género pictórico de poca valía frente a la pintura religiosa, mitológica o el retrato. Sin embargo, su obra revela aspectos atrayentes. Representó numerosos rostros ocultos en los reflejos de las jarras, los cubiertos y los candelabros. Estas imágenes ocultas, sobre todo de mujeres, se convierten en metáfora de la condición femenina en ese momento.

Poco más tarde, en el siglo XIX, la mujer tuvo un lugar importante en la conformación cultural de las distintas naciones. Ellas se convirtieron en transmisoras de la educación y la alta cultura más allá del ámbito doméstico. Varias de ellas dominaron la interpretación de instrumentos como el piano, el arpa o de la propia voz humana. Pensemos en María Malibrán y Pauline Viardot, también hijas de un célebre cantante de ópera; o de la italiana Luisa Tetrazzini que incluso se presentó en los teatros mexicanos; o como Ángela Peralta, para el caso mexicano.

En la pintura, tenemos casos como Mary Cassat y Berthe Morisot que, bajo la influencia del impresionismo, nos brindaron bellas estampas de la vida familiar, más allá del carácter de “aficionadas”. Y que siguieron con su carrera, aun cuando contrajeron matrimonio (era usual que la mujer, en este periodo, se dedicara por entero al cuidado del hogar). Morisot incluso participó en varias exposiciones a la par que el género masculino. La crítica que se les hace fue la temática que representaron: su entorno familiar. Situación paradójica si hoy esas obras nos brindan una estampa maravillosa de lo que fue la vida cotidiana en ese momento de la historia del mundo.

Berthe Morisot
Berthe Morisot, La cuna. Óleo sobre tela. Museo de Orsay, París, Francia. 1872.

Sin duda, es a partir del siglo XX cuando el papel de la mujer en el arte se hace más evidente, a la par que la crítica se vuelve más virulenta. Los primeros 50 años de ese siglo, que vio tantos avances científicos y tecnológicos y también los desastres de la guerra, la brindó un espacio para la mujer que ya no pudo detenerse. Me gustaría escribir que fueron numerosas, pero en realidad, no fueron tantas mujeres en esta primera mitad que llegaron para colocarse y convertirse en escalones, para ahora sí, muchas otras.

Pensemos en Frida Kahlo, con la que podremos estar o no de acuerdo con su ideología, pero incluso hoy en día cierto sector la juzga e incluso señala que Diego le “arreglaba” sus obras –igual como se decía de Artemisia con respecto a su padre, en el siglo XVII–. La técnica puede ser una dificultad, pero la obra siempre será un medio para expresar ideas, emociones, formas de sentir…

Pintoras como Remedios Varo, Leonora Carrington, Agnes Martin, Georgia O’Keeffe y Lee Krasner –a la que se nombra más por comercializar la obra de su fallecido esposo Jackson Pollock que por su propia labor–; compositoras como Guadalupe Olmedo, María Grever, Alicia Urreta, Leticia Armijo, María Granillo y Gabriela Ortiz; pianistas como Martha Argerich y Alicia de Larrocha; arquitectas como Julia Morgan, Lina Bo Bardi y Zaha Hadid, por sólo citar una minoría, son muestra del talento de personas –más allá de mujeres u hombres– que nos dan la oportunidad de maravillarnos con la capacidad de lo que puede llegar a realizar un ser humano.

Zaha Hadid
Zaha Hadid, Museo de Riverside. Glasgow, Reino Unido. 2011.

No olvidemos que el Día de la mujer no se celebra. Es un recordatorio de que todos, mujeres y hombres, hombres y mujeres, tenemos derecho a las mismas oportunidades, no por una condición de género sino por capacidades individuales de inteligencia y talento. Que, en el acontecer de la historia, hemos sido muy poco visibilizadas. A veces por otras mujeres, pero casi siempre por otros hombres. Estemos atentos a nuestras actitudes, no por las mujeres sino por el género humano y el bien de nuestra sociedad.

“El arte de Clara Peeters”. Museo del Prado. Video de presentación de la muestra. Madrid, 2017:

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Aurea Maya

Gracias Celia, y es una pena que, en algunos lugares, las barreras se sigan presentando pero seguiremos dejando huella. ¡Saludos!

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