Una de las situaciones más difíciles de lograr en el teatro mexicano es la consolidación de compañías independientes. En las condiciones de la escena mexicana un grupo de directores, actores, escenógrafos, iluminadores, vestuaristas, entre otros más, se reúnen para la culminación de cierto proyecto; cuando éste se acaba, el equipo se disgrega y vuelve a la búsqueda de otro trabajo con personas y objetivos distintos.
Si alguien tuvo un buen sabor de boca de trabajar con cierto grupo, es una suerte compartir de nuevo el trabajo con alguien que participó de esa magnífica experiencia. La falta de continuidad en las compañías teatrales provoca una ausencia de propuestas escénicas contundentes, un juego perverso de la oferta y la demanda en el terreno profesional y una saturación de espectáculos con cierto perfil.
El factor económico es determinante para llegar a estas consecuencias: la gente del medio se va donde haya dinero y quien tiene dinero puede dominar la cartelera con ciertas obras. El verdadero problema viene cuando esta concentración de producciones no puede dar cabida a una pluralidad de voces, a diferentes maneras de pensar y entender el teatro.
Al no encontrar variedad en la cartelera, ciertas audiencias no se ven reflejadas ahí y descartan al teatro como una oferta de diversión y entretenimiento real y contundente. En México tenemos miedo a la pluralidad; en otros países existe un montaje de “Romeo y Julieta” representado por diversas compañías con diferentes montajes al mismo tiempo, en cambio, aquí los productores pegan el grito en el cielo cuando se enteran que su obra se está representando por otro grupo en la misma cartelera.
El teatro, como fuente de sanación social, debe fomentar la expresión de diversas voces; provocar contrastantes miradas de un mismo fenómeno para hacer una mejor sociedad y mejores seres humanos.
Es cierto que la ausencia de compañías independientes se debe a un aspecto cultural: en México estamos acostumbrados a vivir en la incertidumbre, en la contingencia, en la perversión y, frente a esto, nos da miedo confiar en el otro. Es más fácil confiar en uno mismo porque si confío en el otro se necesita apelar al diálogo, entendimiento y acuerdos. De forma evidente, México necesita aspirar a estos tres lugares.
Por ello, encontrarse con voluntades reunidas para y por una compañía independiente siempre es digno de celebrarse. Esta colaboración está dedicada a Parafernalia Teatro: un grupo de tres actores dispuestos a buscar nuevas audiencias, dar cuerpo a diferentes expresiones escénicas y comprometerse con el momento social que les toca vivir para convertirlo en un horizonte mejor.
Erica Islas, Ana Laura Ramírez y Mariano Ruiz son tres jóvenes actores quienes encuentran en el cabaret su voz para, irónicamente, dar voces que en México generalmente se callan u ocultan. Construyen espectáculos donde sus temas principales van desde el amor hasta el complicado panorama del narcotráfico, pero siempre lo hacen con la consigna de lograr catarsis mediante la risa.
Con presentaciones ya sea en el Teatro de la Ciudad o en El Vicio, cumplen a cabalidad el género de la comedia porque las carcajadas del público nos hacen mirarnos con nuestros defectos y virtudes a gran escala. Logran la crítica social. Cada sonrisa le da a los espectadores la lejanía necesaria para hacernos conscientes de quiénes somos sin ningún tipo de mentira. A nivel individual y colectivo, Parafernalia Teatro nos enfrenta a la parte más reflexiva del teatro pero, a la vez, a la parte más lúdica.
Con títulos como “La Novia” y “Del amor al odio sólo hay una canción” se presentan espectáculos con un ritmo vertiginoso, diálogos agudos en forma y fondo pero, sobre todo, con una gran complicidad con el espectador. El cabaret les da las herramientas necesarias para hacer propuestas escénicas que apelan a la imaginación y redefinen los espacios para privilegiar el trabajo actoral, a veces compartido con intérpretes invitados.
En estos tiempos debemos reír y Parafernalia Teatro ofrece un gran número de motivos. Nunca busca la risa gratuita, provoca aquélla que desemboca al mar de la reflexión. Aplaudo cómo Ana Laura, Erica y Mariano conjugan sus voluntades para pisar el escenario y, al mismo tiempo, contribuir a la construcción de un teatro fuerte, sólido. Ellos son una invitación para el medio profesional a apostar más por los grupos, a olvidarnos del miedo y dejarnos seducir por los encantos del cabaret.
Parafernalia Teatro
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