Pocos destinos en México ofrecen la oportunidad de contemplar el paisaje de valles y planicies nevados como la Sierra Tarahumara, y qué mejor lugar para empezar la travesía y la aventura que el pueblo mágico de Creel, Chihuahua.
El pueblo de Creel, también conocido como la “estación Creel”, debido a su paraje y función para el tren que recorre desde Los Mochis hasta ciudad Chihuahua en sus dos modalidades: Chepe Express con un recorrido seguido de seis horas, o el Chepe Regional con pernoctaciones sobre la ruta que recorre el mismo y salidas por la mañana.
Creel es la puerta a la Sierra Tarahumara Occidental y a las maravillas de la naturaleza que se despliegan en ella, el invierno y sus nevadas abundantes dan una nueva pincelada y un blanco aspecto que impactará a quien lo visite.
Si bien las temperaturas durante una nevada pueden bajar hasta -15°, no hay nada más bello que contemplar el paisaje con un cielo azul cristalino después de haber caído la nieve.
Recorrer el Lago de Arareco, el Valle de los Hongos, el Valle de los Monjes, la Misión de San Ignacio, la cascada de Cusárare, las aguas termales de Recowata, el Cañón de Humira sobre el río Urique, El Divisadero y la boca de las Barrancas del Cobre, o pasar un día dentro de la comunidad menonita, son algunas de las opciones a realizar en esta temporada de nieve, haciendo realmente la experiencia única.
No sé si hay alguna memoria genética que me vincula de manera muy especial con esta área de nuestro bello México, la cual no deja de sorprenderme y que trato de visitar en diferentes ocasiones.
Justo ahora, mientras les escribo estas líneas desde la comodidad y calidez de mi habitación, un antiguo aserradero hoy convertido en un Eco-Hotel, entorno de lo que fuera la nave principal del entonces aserradero.
A pesar de la fuertísima nevada de lunes y martes, mi habitación decorada en un estilo mexicano contemporáneo, mantiene una temperatura ideal gracias a la calefacción radial.
Por la noche contrabandeo a dos perros que encuentro acurrucados a fuera de mi habitación y que saludan pelados de frío a quien entra o sale del hotel.
El lobby-bar-restaurante de la estancia, nos ofrecen los platillos preparados con la sazón de doña Crucita; yo no como carne desde hace 33 años, pero me dicen que los cortes son de magnífica calidad.
Tras una larga caminata primero al lago de Arareco, luego a la cascada de Cusárare, nada como regresar a la sensación de hogar enfrente de la chimenea, donde los huéspedes nos convertimos en familia y convivimos durante nuestra estancia.
El cielo es azul, azul como el de Carlos Fuentes: ese azul que se ve y se siente sólo en las regiones más transparentes.
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