Una de las cosas más difíciles de hacer dentro de la dramaturgia es la adaptación de un texto extranjero. Las referencias culturales, el manejo del lenguaje y el contexto cotidiano del lugar donde se produjo la obra se pueden sustituir por elementos propios del país donde se va a presentar, explicarlos de manera detallada para acercar al público a la situación o, en el último de los casos, eliminarlos de la nueva versión.
Existe una tradición enfermiza donde el texto debe respetarse a cabalidad; no pueden existir alteraciones a las líneas y a las situaciones porque la esencia del trabajo del autor se perdería. Sólo se traducen los diálogos. Sin embargo, esta manera de entender la adaptación provoca grandes pérdidas escénicas y, sobre todo, fallas en la relación del espectáculo con el público.
Adaptar una obra no es tarea fácil, de hecho, implica el mismo esfuerzo técnico y poético que necesitó el autor original. Todo depende de la historia y si el argumento está plagado de circunstancias alejadas del público, éste se va a alejar, encontrará misterios sin resolver o saldrá de la sala con una sensación incompleta del contenido expresivo.
Esta semana hablaré de “El chofer y la señora Daisy” donde se pone de manifiesto cómo la adaptación de una obra determina las condiciones de la experiencia escénica. Ésta es una historia de 1989 del estadounidense Alfredo Uhry que cuenta la amistad entre Daisy Brooks, una judía dominante y caprichosa de la tercera edad, y Jack, un hombre negro apacible con una edad semejante a la de su jefa.
Esta obra de teatro, que también tiene una versión cinematográfica donde actúan Jessica Tandy y Morgan Freeman, retrata la relación entre sus protagonistas por un poco más veinte años. Empieza a principios de la década de los cincuenta para finalizar en los setenta; el corazón de la historia es la empatía, el descubrir al otro con una infinidad de semejanzas a pesar de ser tan distintos en la superficie.
La primera característica compartida entre Daisy y Jack es la edad, la segregación de la sociedad a los adultos mayores; sin embargo, la lista aumenta para descubrir más puntos de contacto como el amor, el racismo, la soledad, la solidaridad, entre otros.
Si comparamos el texto que se presenta en México con la obra de teatro original y la película, descubrimos una insuficiencia para caracterizar la amistad entre los protagonistas. Si analizamos el argumento por sí solo, sin ninguna referencia a trabajos previos, hallamos una estructura dramática incompleta, precipitada, débil.
La adaptación no pudo hacer personajes con volumen; la versión mexicana resalta la empatía sólo por la edad y cuando trata de abordar diferentes temas queda sin sustento dramático. No hay un tratamiento para las audiencias mexicanas para abordar el amor, el racismo, la soledad porque se manifiestan las referencias estadounidenses. Y en estos temas todo se vuelve un misterio. Es una historia muy estadounidense que necesita de más cercanía con el público.
En México existe el racismo pero no se da en las mismas circunstancias que como se presenta en Estados Unidos. La obra habla de la discriminación pero en este país se vive con características muy peculiares. En fin, hace falta profundizar en los personajes y las acciones enfocadas a nuestro contexto. No obstante, el argumento tiene momentos sumamente conmovedores (y poderosos) que parecen borrar estas deficiencias.
La dirección se enfocó a trabajar con actores. Se nota un trabajo meticuloso de María Rojo (Daisy Brooks) para caracterizar su cuerpo y dosificar la energía para presentar el incremento de edad. Ari Telch quien es el hijo de Daisy, un personaje sólo para detonar ciertas acciones dramáticas, tiene el cuerpo y la voz necesarios para orquestar los momentos entonados en comedia.
Un reconocimiento especial para Salvador Sánchez quien interpreta a Jack porque da muestra de sus años de experiencia en teatro y su enorme colmillo técnico para manejar la voz. Todas sus acciones son interesantes para el espectador y logra una progresión energética poco vista en los actores. Sánchez es uno de los mejores intérpretes de este país y, en este montaje, se vuelve el personaje más entrañable.
El trazo escénico es confuso y complicado; las entradas y salidas de actores de escena restan efectividad a la escena. El coche donde conviven Daisy y Jack la mayor parte del tiempo se resuelve de una manera muy teatral, con sillas y un volante improvisado, no obstante, las convenciones de movimiento no tienen una exactitud para ubicar al público de una manera organizada.
El vestuario de Daisy y Jack es adecuado para la época, sin embargo, el del hijo de la señora está descuidado y desentona con el tiempo que trata de plantear el montaje. La escenografía y la iluminación son sencillas y funcionales para la escena.
Los espectadores se conmueven; en un balance general hace falta apretar las tuercas en la dramaturgia para profundizar en los personajes con referencias para nuestro contexto. La obra, al final del día, funciona con el público por ciertos momentos conmovedores y la adecuada interpretación de María Rojo pero, sobre todo, por la enorme generosidad y destreza técnica de Salvador Sánchez para estimular y contagiar a sus compañeros con las mejores posibilidades poéticas.
“El chofer y la señora Daisy”
De: Alfred Uhry
Dirección: Diego del Río
Teatro Rafael Solana (Miguel Ángel de Quevedo 687 colonia Coyoacán)
Viernes 20:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs. y domingos 18:00 hrs.