Son tiempos de reflexión, de recogimiento, de la mexicanísima posada, con sus multicolores y festivas piñatas, tamales, ponche y pachanga, tan atractivas y útiles para hacernos olvidar los problemas vividos en el año agonizante y retornar a la siempre presente esperanza en la ventura del nuevo ciclo, cargado de buenas y nuevas intenciones.
Son tiempos de celebración, de meditación y ocio que ofrecen espacios, también, a las ideas vulgares sobre asuntos terrenales que volverán a estar presentes en nuestra vida cotidiana una vez pasada la embriaguez periódica del encanto navideño.
Se dice que el ocio es la madre de todos los vicios, pero es también un espacio propicio a la contemplación, a la generación de ideas e interrogantes, íntimas o externas, y, una de ellas es, bajo los acontecimientos que definen indefectiblemente el año que pasa a formar parte entre los muertos.
¿Qué factores definieron el triunfo electoral, el arribo al poder de la controvertida 4T y la razón de tan apabullante triunfo?
Incertidumbre, desconfianza, miedo, propaganda y sutilezas estuvieron siempre presentes durante los 18 años de campaña del empecinado candidato, hasta que la perseverancia hizo su tarea y lo colocó en la ambicionada silla del águila. Sus argumentos: la desmedida corrupción y la mafia del poder que, poco a poco, se van corroborando.
Desconfianza, miedo e incertidumbre fueron rebasadas y dejadas a un lado por el electorado. El hartazgo se hizo patente y finalmente triunfó. La razón fue lo evidente, la descomposición del sistema político, la frivolidad, los escándalos y la impunidad con que fueron manejados los asuntos al interior del aparato público, pretendiendo ocultar lo expreso y manifiesto con el discurso protector, apostando a la jerarquía del poder, la manipulación mediática y la ingenuidad supuesta del contingente popular.
No fue Andrés Manuel quien ganó abrumadoramente la elección de 2018. Los mejores promotores de la alternancia y el arribo de AMLO al poder fueron precisamente sus adversarios, sus voraces antecesores, la soberbia de sus acciones, la opacidad, el encubrimiento, la inmoralidad de la clase política, la falta de respeto y sujeción a la ley, la ambición y rapacidad, encubiertos en el manto de la legalidad y de la honestidad de la investidura uniformada y togada, que hoy se exhibe desnuda y mancillada. Lo que no es otra cosa que el origen de nuestra tragedia, bañada en sangre y descrédito.
No fueron, ni el tesón del candidato, ni sus señalamientos a la oligarquía, a la cleptocracia, a la mafia del poder, a los funcionarios corruptos y tramposos enquistados en espacios prominentes, sino el hartazgo del pueblo y su esperanza de solución de esta perniciosa situación, exigiendo castigo a los culpables, evidentes pero solapados.
Fue el anhelo de paz, una paz secuestrada durante tantos años por la violencia, prohijada desde el poder, por ambiciones económicas que hoy se ventilan, tristemente, desde el exterior y que, esperamos, aún deben dar muchos frutos.
Fue la demanda de mejores condiciones de justicia –lo que ello represente– de seguridad, de convivencia pacífica, estado de derecho, progreso, certidumbre, equidad, trato justo y, en general, felicidad, de quienes firmamos en la Constitución, un pacto, un contrato en el que todos convivamos alegres, confiados y prósperos, que nos de certidumbre de vida al amparo de nuestro designado Leviatán, justo, amoroso y honorable, eso es lo que colocó, en el máximo trono de esta nación, a una personalidad como el actual Presidente de la República, al que cedimos, indefectiblemente, nuestra confianza y del cual reclamamos resultados en contraprestación.
No debe obviarse que, indudablemente, la expectativa, la esperanza del pueblo sabio, del pueblo justo, del pueblo bueno, que en estas fechas se disipa, prende veladoras y se coloca prendas íntimas para la ventura, es de un futuro inmediato, 2020, de salud dinero y amor, pero, fundamentalmente, de respuesta a los agravios lacerantes y ominosos que nos han sumido en la desesperanza, en la desvergüenza y en la confrontación.
La incertidumbre lacera más que la tragedia. La desconfianza más que la deshonra.
Que la paz sea en vuestras mentes y la caridad en vuestros corazones.