Que una marcha debería ser pacífica. En eso creo que todos estaríamos de acuerdo, pero eso sucedería (como sucede) en escenarios de racionalidad, en escenarios en donde la dignidad de las personas se respeta.
Que no me gustan los actos violentos, creo que a nadie le gustan (de aquellos que nos decimos gente de paz) y lo entiendo.
Que la violencia engendra más violencia, también creo que en ese punto todos estaríamos de acuerdo.
Sin embargo, seamos honestos y dejemos de ser hipócritas (sobre todo los hombres) en este país, hemos fallado al ignorar no los primeros e incipientes signos de violencia contra las mujeres, sino los más evidentes y degradantes acontecimientos (no signos) en contra, precisamente de ellas. Cómo ignorar que en mi país casi un 70% [1] de las mujeres han sufrido agresiones de tipo sexual en la calle, tales como: piropos denigrantes u ofensivos, intimidación, acoso y/o abuso sexual, intento de violación, o peor aún, violación y muerte.
Me da vergüenza, por ejemplo, que tengamos una Ley cuyo título nos exhibe como sociedad, Ley general de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia (2007), me parece irracional que se haya tenido que legislar para “pretender” algo que en principio debería de ser obvio, “una vida libre de violencia”.
Parece que ya nadie recordamos a las niñas Angélica Luna Villalobos y Alma Chavira Farel, la primera de 16 y la segunda de 13 años, quienes fueron de las primeras asesinadas y abandonadas en lotes baldíos en Ciudad Juárez, esto por allá de 1993, hace ya un cuarto de siglo. La historia de estas dos niñas es quizá (y para su desgracia) el inicio de una larga batalla por reconocer el fenómeno que ahora llamamos feminicidio.
También hemos olvidado a Paulina del Carmen Ramírez Jacinto, la niña violada en 1999 en Mexicali, a quien se le obligó a ser madre. Tanto Angélica como Alma o Paulina (y todas las que les han seguido) sufrieron una violencia que fue doble o triple, padecieron a sus violadores y/o asesinos, a unas autoridades retrógradas, y a una sociedad indiferente. Y, lamentablemente, la historia se repite ad infinitum.
Las muertas de Juárez o las del Estado de México, o las de Nuevo León o las de cualquier otra entidad de la República –tal parece– ya no pueden esperar más. Hoy tenemos alertas de género a lo largo y ancho del país: Campeche, Colima, Chiapas, Durango, Estado de México, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Morelos, Nayarit, Nuevo León, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, San Luís Potosí, Sinaloa, Veracruz y Zacatecas. Más de la mitad de la República está en alerta, este dato en sí mismo es aterrador y vergonzoso.
Las niñas (y adultas) violadas, las desigualdades salariales, los golpes y el mal trato intra y extra muros, las alertas de género y, en concreto, las estadísticas –que las hay– y que nos exhiben como una sociedad violenta en general y en muchos casos híper violenta en particular. Híper violenta en contra de la mitad de la población, una sociedad sorda, ciega, hipócrita, arcaica y absurda, que parece gustarle negar la realidad.
No soy mujer, jamás sentiré las múltiples formas de violencia que mis hijas, mis hermanas, mis primas, mis sobrinas y mis amigas mujeres han tenido que soportar a lo largo de una historia machista y misógina.
Puedo salir a la calle con el torso descubierto sin sentirme en riesgo, puedo usar pantalones cortos sin sentirme agraviado por las miradas, que en el extremo esto sería lo de menos, pues el riesgo menor (y no por ello no censurable) es que se intimide a las mujeres con la mirada. El riesgo real se llama violación y en el peor de los casos acompañado de homicidio o feminicidio si se quiere.
Como sociedad hemos vulnerado radical y sistemáticamente los derechos de nuestras compañeras, de nuestras conciudadanas y tal parece que no pasa nada… hasta que pasa.
No me gusta lo que pasó en la última manifestación de mujeres, pero no me gusta porque me avergüenza que todos de una manera u otra hemos contribuido a que se llegue a tales extremos. Es cierto, las protestas deberían ser pacíficas, pero todo indica que en mi irracional país las protestas pacíficas se quedan en el olvido.
No me gustan las imágenes que la prensa nos presenta, pero más coraje me da cuando la prensa antes que informar pretende rating, y así, buscando el rating, usa dolosamente ciertas imágenes en particular para captar público y no para concientizar, para hacernos ver que han pasado siglos y seguimos igual, intolerantes con nuestras madres e hijas. Me duele hasta los huesos seguir escuchando expresiones denigrantes de los varones para con las mujeres, siempre pensando, por ejemplo, que todas las mujeres son putas (excepto su madrecita santa) y su esposa, que no es puta porque es sabiamente oprimida por un varón, porque si no fuera por esa “sabia opresión” también lo sería.
Eran infiltradas, dicen algunos. Pero en el fondo de mi conciencia me asaltan una serie de preguntas: ¿qué tal si no había tal “infiltración”?, ¿qué tal que lo que vimos hace unos días es la rabia desatada, la furia reprimida, la desesperanza llevada al extremo?
¿Qué tal si lo que vimos es a la vez una manifestación de muchas mujeres que, guardando las formas, no se atrevieron a sacar su ira y su rabia? ¿Qué tal que todo esto no es en sí mismo una expresión de violencia, sino la manifestación violenta (si) de un hartazgo por el dolor sufrido? Quizá lo que estamos viviendo es como la lava de un volcán, en el que poderosas fuerzas reprimidas llegaron a su punto de ebullición máxima.
Es cierto, no me gusta ver cómo dejaron el Ángel de la Independencia, pero siendo honesto, menos me gusta (y mucha menos difusión tiene) cómo quedan los cuerpos inertes de mujeres asesinadas, previamente vejadas, violadas, ultrajadas, humilladas y desvalorizadas. Esos cuerpos nadie los quiere ver, esos cuerpos-testimonio quedan rápidamente en el olvido. En mi país pasan tantas cosas (malas) todos los días, que estamos intoxicados, no somos capaces de digerir tanta maldad (al menos yo, no soy capaz).
México se ha vuelto un país extremadamente violento, extremamente misógino y casi inhabitable, particularmente si eres mujer. No me agrada la violencia, pero no puedo menos que solidarizarme con mis hermanas mujeres, que tal parece, han tenido que llegar a tales extremos a fin de que una sociedad pasiva e hipócrita voltee a verlas, que les escuche, que se asuste y se asombre de lo que son o pueden ser capaces.
[1] http://www.cic.mx/los-tipos-de-violencia-hacia-las-mujeres-mas-silenciosos-y-como-evitarlos/
Excelente artículo Héctor!
Gracias Asunción. Un abrazo
No pensé nunca que un hombre hiciera una reflexión de este tipo. Gracias por dejarnos ver que la mentalidad puede abrirse a una realidad que debe ser la misma para todos.
Gracias por su comentario Elena. Saludos afectuosos
EL PROBLEMA DE RAÍZ ES EL MACHISMO LACERANTE DE NOSOTROS LOS MEXICANOS. HEMOS SIDO MAL EDUCADOS DURANTE SIGLOS. PERO ESTE MACHISMO TAMBIÉN HA SIDO ALIMENTADO, DESGRACIADAMENTE, POR LAS MISMAS MUJERES. YA QUE PARA QUE HAYA UN HOMBRE MACHO NESECITA UNA MUJER AGACHONA Y TONTA, QUE , MUCHAS VECES POR CONVENIENCIA ECONÓMICA SE DEJA HUMILLAR Y MALTRATAR. EDUQUEMOS A NUESTRA HIJAS A NO SER AGACHONAS Y A SABER VELERSE POR SÍ MISMAS, Y A NUESTROS HIJOS A NO SER MACHOS Y A SABER REPETAR, VALORAR Y HONRAR A LAS MUJERES, QUE SON LAS QUE NOS HAN DADO LA VIDA.
Y no solamente por eso si no también por que somos personas y como tal se debe respetar
Gracias por su comentario Lili. Saludos afectuosos
Gracias por su comentario Armando. Saludos afectuosos
Gracias por escribir así, se necesitan más como tu
Gracias por tu comentario Cristina. Saludos afectuosos