En los procesos de construcción de negociaciones, México ha acumulado un rico caudal de experiencias que contribuyen a cimentar los acuerdos de nueva generación, tanto de carácter político, colaboración, intercambio comercial, seguridad, migración, y un largo etcétera; sin embargo, las circunstancias ejercen una influencia decisiva en los resultados.
Nuestra relación diplomática y nuestro ejercicio consular, así como nuestro dinámico intercambio comercial con Estados Unidos, siempre han tenido niveles importantes de estrés, tensión, condiciones álgidas, pero las hemos afrontado como oportunidades y no como calamidades.
Nuestros vecinos también tienen su historia donde muchas veces han vencido, pero también han salido derrotados. El espíritu de un acuerdo comercial es generar una sinergia donde las fuerzas económicas de dos o más países puedan converger para fortalecer regiones determinadas o sectores especializados de la industria.
En un acuerdo se inscriben mecanismos de perfeccionamiento permanente y de integración gradual, sobre todo cuando los lazos de confianza maduran y de los sectores productivos surgen verdaderas simbiosis. El caso del TLCAN parece tener días difíciles debido a la patología psicótica que acusa con sus rampantes maneras el presidente de Estados Unidos.
Hace varias semanas comenté en esta misma columna, en un artículo titulado “Tiempo de Líderes”, que justamente era el momento para emprender una enérgica cruzada para integrar un nuevo Pacto por México, con estrategias inteligentes, dinámicas y agresivas, para activar nuevas rutas de mercado y definir un mejor destino para nuestros productos y socios más confiables. Dejemos que el gobierno de Estados Unidos tome decisiones unilaterales porque finalmente se morderá la cola. Prácticamente estaremos resistiendo estoicamente un vendaval de 4 años, pero esos nos servirán para afinar habilidades que hasta ahora nuestros gobiernos no habían explorado por pereza, por haber engullido la idea de que Estados Unidos era un paraíso, y poner su corta visión y con ello nuestra estabilidad en manos hostiles.
Ante el acicate que representan estos nuevos paradigmas, es justo que nos crezcamos al castigo y descubramos nuevas oportunidades inexploradas. En los momentos críticos, pueden emerger nuestras mejores ideas y aptitudes. Empecemos dando un repaso profundo y consciente a nuestros tratados comerciales y de colaboración que hemos logrado y desarrollado durante más de dos décadas para hacerlos brillar como sólo nosotros sabemos hacerlo.
Si pensábamos que con actitudes flemáticas y a golpes de extrañamientos amanerados íbamos a corregir la afrenta del gobierno gringo para suavizar el discurso de Trump, estábamos equivocados. ¿Qué ventaja tenemos? Quizá la primera y la más importante sea la de saber de antemano que en su actitud no hay dobleces, simplemente hay hostilidad; y entretanto sepamos cómo reacciona, sabremos qué estrategias detonar.
Insisto que es el momento para recuperar el Pacto por México, integrando acciones y estrategias basadas en liderazgos ciertos. México es fuerte cuando se une. México es invencible cuando toma una determinación. Dejemos atrás la recurrente y casi instintiva autoflagelación con la que nos herimos como Nación.
Detonemos lo mejor para nuestro provecho como sociedad. Construyamos un nuevo Pacto por México, donde el interés central sea defenderlo.