La pregunta correspondiente sería: ¿este montaje es capaz de cumplir sus promesas? ¿Más allá de los adornos publicitarios esta obra de teatro vale la pena o no? Yo tenía cierta garantía por el lugar donde se presenta; en los últimos dos años el Teatro de los Insurgentes ha hilado éxitos con un afortunado balance entre el aparato publicitario y la propuesta escénica; hace un mes hablaba de la gran obra “Pasiones peligrosas” con Angélica Aragón y Jaqueline Andere que tenía temporada en este lugar.
Sin embargo, “Amor, dolor y lo que traía puesto” no alcanza el nivel de trabajos pasados. El principal error está en la selección del texto, en su poca identificación con el público. En este caso, un problema de los que se dedican al teatro se aprecia a detalle; entre la mayoría de los productores se sigue creyendo una gran mentira: una obra extranjera siempre será mejor a una mexicana.
Falsedad de todas las falsedades; no todo lo que se presenta en Broadway, Off-Broadway, Londres o cualquier país del extranjero es bueno; por otra parte, se debe tomar en cuenta la distancia cultural con el público, es decir, qué tanto existe una identificación con la historia. Por eso cuando se quiere hacer un montaje del extranjero hay que ser muy cuidadosos en qué texto elegir para mostrar un argumento interesante y, al mismo tiempo, producir sentido en cada uno de los asistentes en la sala.
“Amor, dolor y lo que traía puesto” es una obra escrita por las hermanas neoyorkinas Delia y Nora Ephron; ésta última ha tenido obtenido interés mediático por su trabajo como guionista de cine y su vida personal; mantuvo una relación muy tormentosa con el periodista Carl Bernstein que sacó a la luz pública el caso Watergate.
Las hermanas Ephron hacen recopilación de relatos donde las mujeres explican la relación que tienen con la ropa: cómo la usan, para qué la usan, qué recuerdos provocan. Y aquí es el problema: el compendio de monólogos es congruente con una sociedad neoyorkina, de primer mundo, avant-garde; no en un contexto femenino en México, con nuestra particular situación económica y cultural.
La encargada de la adaptación es María Reneé Prudencio; ella es una actriz (la recordarán como Adriana, la hija mayor de Angélica Aragón en la telenovela “Mirada de mujer”) que en los últimos años se ha dedicado más a la escritura cinematográfica. Su trabajo siempre es sólido, interesante y técnico. En esta obra, sólo puedo externar mi compasión hacia ella por hacer historias medianamente dramáticas donde no hay nada dramático; olvidémonos de la enorme distancia cultural, el texto de las Ephron es para leerlo en un libro, no para llevarlo a escena. Se nota el trabajo colosal de Prudencio en los mínimos detalles del argumento para logar identificación y cierto ritmo; pero de unas historias tan antidramáticas, tan narrativas, tan poco interesantes para la escena, no se puede hacer mucho. Subrayo, esta situación no es culpa de la adaptadora, es responsabilidad de quién eligió esa obra.
Por otro lado, el espectáculo tiene a grandes estrellas en su marquesina. No puedo hablar mucho del aspecto actoral porque no existe un trabajo como tal; son las estrellas que leen (sí, aparte de todo es lectura dramatizada) con sus propios encantos de estrella. Susana Zabaleta lee como Susana Zabaleta; Diana Bracho encanta como Diana Bracho.
Hay tres casos dignos de comentar: la actriz con un renombre en el teatro musical, Mariana Treviño, saca mucho brillo en sus relatos; su ritmo ayuda a que los textos sean menos pesados. Por favor, Gabriela de la Garza merece otra oportunidad en esta exposición comercial para lucir todos sus recursos y posibilidades como actriz; ella tiene todo para ser una estrella.
Por último, Silvia Pinal. No se puede decir mucho de la GRAN actriz Silvia Pinal. En ella se nota un trabajo actoral consistente, una preocupación por construir un personaje. Verla en escena es un deleite; no en balde trabajó con Luis Buñuel; ella está a la altura de Catherine Deneuve, Elizabeth Taylor y Vanessa Redgrave. Casi podría decir que todo el espectáculo vale la pena sólo por ella.
La dirección de Francisco Franco es pequeña, predecible, por momentos muy poco funcional para las actrices. Me sorprende porque siempre él se había destacado por propuestas más innovadoras e interesantes. La sensación que genera el montaje es muy parecida a la de una obra en la mitad del proceso de ensayos.
La iluminación y escenografía son muy pobres en comparación de los últimos montajes del Teatro de los Insurgentes. Hay mucho dinero invertido en la producción, sin embargo, no se nota. El vestuario es tan bonito como cualquier vestido de tienda departamental; no más, no menos; y este punto sí resulta preocupante cuando toda la historia gira en torno a la ropa.
A pesar de estos argumentos, estoy convencido que el montaje será un rotundo éxito. El público comprará su boleto para ver a las luminarias; y con toda la razón del mundo lo hará porque en estos días es muy difícil consolidar un elenco de esta altura; el fenómeno se parecerá mucho a “Los monólogos de la vagina” que tenía una gran marquesina y un texto irregular.
Y puedo decir una aseveración más fuerte: los asistentes saldrán complacidos del espectáculo; insisto, por ver a sus ídolos leer historias, no por las historias en sí mismas. Es un show para ver en vivo y a todo color a las estrellas. El Teatro de los Insurgentes tendrá un éxito financiero, no escénico. ¿Vale la pena o no ver esta obra? Yo contestaría que sólo por ver a Silvia Pinal. ¿El montaje cumple todo lo que promete? La respuesta es no.
Historias de Nora y Delia Ephron basadas en el libro de Ilene Beckerman
Dirección: Francisco Franco
Teatro de los Insurgentes
(Insurgentes Sur 1587)
Jueves 20:30 hrs., viernes 19:00 y 21:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs. y domingos 17:00 y 19:30 hrs.