SERGIO GARVAL Y LA MISERIA HUMANA

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POR AVELINA LÉSPER.

En la obra de Garval no existe la utopía, ni un camino optimista, su obra es para una sociedad que se destruye con sus propios vicios. Su cuerpo de obra es una acusación y un juicio en el que nadie es inocente, en el que todos somos susceptibles de culpa. Su análisis es cruel pero es capaz de cautivarnos, de seducirnos la mirada, nos deja presenciar largamente lo que somos y de lo que debiéramos estar avergonzados. Este fenómeno sucede porque Garval tiene un dibujo extraordinario y una paleta pictórica abultada, rica, decidida, que nos obliga, nos ata al lienzo. En el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara se expone su obra grafica, grabados en placa de cobre de gran formato. Las piezas tienen una factura rebelde, furiosa, las placas están rayadas, maltratadas, las tintas aplicadas con preciosismo y con dolor. Son escenas que podrían continuar la serie de los grabados los Caprichos y los Disparates de Francisco de Goya. Parias que se ahogan en una sociedad delirante y enloquecida, derrotada por su propia violencia y decadencia. Escenas inusitadas, gente que pelea, otros que defecan y orinan creando un rio de excrementos que se chorrea por el papel. Las tintas de color están aplicadas en diferentes placas, la línea dibuja con certeza rostros, cuerpos, personas que cargan su pasado y su locura en maletas. En una pieza se pelean, y golpean, podrán salir disparados del dibujo y correr por el pasillo del museo, pero no es necesario, esos seres somos nosotros, basta que reconozcamos nuestras propias miserias, que aceptemos que ese estado de degradación no está lejos, al contrario, convivimos en él, los habitamos. La museografía es impecable, sin esas distracciones visuales que imponen muchos curadores que no comprenden a las artes plásticas. Al fondo de la exposición hay una pieza de gran formato, bella y misteriosa, un Minotauro que porta una maleta, con la ropa desgarrada, poderoso y solitario. Se va del laberinto de Dédalo, se va y deja sola a Pasifae, deja abandonada su historia de canibalismo y sacrificios. Esta pieza lleva al espectador a recorrer lentamente la sala, a buscar a esa cabeza de toro, a interrogarlo. Algunas piezas escultóricas, bronces de leyendas que se quedan estáticas, que suspenden su locura en el infinito del arte. La obra de Garval hace décadas que sufrió una transformación estética portentosa, hizo de su propia misión pictórica algo que marcara la existencia de él como artista y de la obra como objeto de trascendencia. Este cambio trajo piezas comprometidas con el artista, que no tenían porque complacer fácilmente para llegar al espectador, al contrario, es con un enfrentamiento visual y humanista con el que está respondiendo a su propia presencia. Ver esta serie de grabados es un espectáculo, no sólo por las escenas que describen, es la experiencia de contemplar trabajo que no mide los riesgos, que se deja ir en la necesidad de crear.

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