A Sergio Escobedo, Octavio Mondragón, Fernando Salmerón, Marcela Orraca, Leonardo Beltrán,
Ricardo Nudelman, Guadalupe González, Rodolfo Córdova, Manuel Gameros y
Fernando Delmar, de quienes tanto aprendí en nuestras reuniones mensuales.
A Luis Herrera-Lasso, a quien agradezco haberme invitado a participar.
En el 2017, la editorial Siglo XXI publicó Fenomenología de la violencia. Una perspectiva desde México. El promotor de la obra invitó a representantes de diversas disciplinas a formar parte del proyecto y nos reuníamos una vez al mes para compartir puntos de vista en torno al tema que uno de los integrantes exponía. Como lo aclara Luis Herrera-Lasso en la introducción, “ninguno de los autores, ni la obra en su conjunto, buscamos conclusiones o recomendaciones explícitas de política pública. Como alguno de ellos mencionó, más bien buscamos bordear el tema de la violencia desde distintas aristas sin pretender dominarlo o resolverlo. El título obedece a la observación de un mismo fenómeno desde distintas ópticas”.
El capítulo a mi cargo fue el último: La literatura como testimonio. Excepto por la introducción, los textos surgieron de conversaciones con víctimas o victimarios que decidieron salir del anonimato. Las personas que narran los relatos me los contaron para que quedara evidencia por escrito. Antes de publicarlos, les pedí permiso para hacerlo. Las anécdotas son reales, pero cambié los nombres y los lugares porque la palabra escrita perdura más allá de los sentimientos momentáneos. Todos estuvieron de acuerdo.
La primera persona que me pidió escribir acerca de su vida fue el hombre al que llamé Braulio. Había cumplido una condena en la cárcel en el lugar de su hermano a cambio de que le donara su casa, y quería que sus hijos conocieran la verdad de los hechos para que pudieran defender su nombre cuando muriera. La segunda historia, El niño que nació maldito surgió de conversaciones con una familia en una ranchería. Uno de los protagonistas me pidió que narrara los sucesos en caso de que lo mataran. Josefina es casi una transcripción de lo que me contó una mujer que trabajaba en la casa de unos amigos. “Sólo en días me acuerdo de lo que sufrimos mi mamá y yo y me dan ganas de platicarlo. Y como usted escribe, le quise contar mi historia”, me dijo al final. Fausto, Los niños del viejo chacuaco y Ángel, nacieron de hechos que suceden o sucedieron cerca de mí.
Al releer los textos para armar La literatura como testimonio, me enfrenté con nuevas dudas acerca de la naturaleza humana. Entiendo que las víctimas o las personas arrepentidas quieran que se conozca su pasado, lo que me confunde es la razón por la cual un hombre dispuesto a asesinar a un niño me pidió que, si llegara a pasarle algo, escribiera el relato, sabiendo lo odiado que le sería a los lectores. Era un hombre complejo: por un lado, despiadado. Por el otro, cariñoso con su mujer y con su perro. En él, la oscuridad y la luz eran siempre visibles. La historia de su familia fue la que me causó mayor conflicto. Incluso poner el título, tomado de una frase del abuelo, me costó trabajo.
A.S. Byatt opina que una tendencia de la literatura actual es darles voz a los que no la tienen. En el caso de El niño que nació maldito, más que al hombre que me pidió escribir la historia si lo asesinaban, quise darle voz al niño que maldijeron desde el día en que llegó al mundo, a su madre y a la mujer que desafió a su pueblo para cuidarlos. Ahora me doy cuenta de que es también un homenaje, aunque ésa no haya sido mi intención al integrarlo al libro coordinado por Luis Herrera-Lasso.
Antes de involucrarme en el proyecto, escribía sin cuestionarme si mis libros tendrían una utilidad práctica. Fenomenología de la violencia. Una perspectiva desde México me hizo replantearme el papel de los escritores en un país como el nuestro. ¿Es válido no comprometerse?