En el catálogo de la exposición de William Kentridge en el MoMA hace énfasis la curaduría en algo que le parece inusual, que Kentrigde se empecina en hacer él solo toda su obra. Kentrigde es grabador, dibujante, escenógrafo y creador de cortos cinematográficos. Los cortos son animaciones con cientos de dibujos y grabados que él mismo hace y que imprime en su taller, que una vez reunidos y musicalizados, en muchos casos con piezas de Dimitri Shostakovich, son historias que se desarrollan con la poesía de la imagen, al ritmo de la música.
En esta época del arte basura ready-made, en todas sus formas, es relevante que en el catálogo hagan énfasis que el artista hace su obra, y lo afirmen con extrañeza y con nostalgia de algo ya en desuso. Me pregunto por qué el arte se deshizo del placer de la creación.
El trabajo de hacer es intelectual, no es algo puramente manual, es decir los seres humanos no somos maquinas programadas para meter tornillos, en cada punto de la factura de una obra el artista va tomando decisiones, de forma, tema, dimensión, materiales, texturas. Ya inmerso en el proceso mismo involucra sensibilidad, emociones, historia personal, experiencia y sentir, sentir lo que hace, se involucra y se deja llevar como en una marea. Eso es placer.
Experimentar la confrontación con los materiales y las ideas, con la aventura del realizar lo que la pasión y la imaginación exigen. Por qué privarse de eso, por qué evitar tan grande privilegio. Sólo por un dogma, sólo porque la teoría del arte dice que las ideas son más importantes que la obra y que no tiene sentido hacer, que, como dice Duchamp, debemos deshumanizar al arte.
¿Y eso es suficiente para dejar de sentir la enorme satisfacción orgánica, casi sexual de crear? Es demencial, es absurdo mutilarse de esa forma para darle la razón a una ideología destructora de la esencia humana y para pertenecer a una moda que cuando caduque va dejar tras de sí objetos sin valor y generaciones de personas que no supieron revelarse eligiendo la comodidad del sistema.
En el arte la devastación de las artes plásticas es un crimen políticamente correcto, pero pensemos en la música, que para Nietzsche era el único arte capaz de amarse a sí mismo, por qué un músico se mutila del placer de componer y de interpretar, si para eso eligen la música, para sentirla, para poseerla, y la cambia por la instalación sonora del tráfico de automóviles, afirmado que estos ruidos tienen valor musical si nos adherimos a un contexto teórico. Entonces no hay creación y no hay placer.
Las teorías de la apropiación o las que dan un valor metafísico a un objeto para concederle el estatus de arte están encausadas a castrar a aquellos que sí desean involucrarse físicamente con su obra, a hacerla realmente, a vivir el arte.
La vida del arte, es la vida del artista y es sólo una. Teóricos que deseen la extinción del arte, curadores que se aprovechan de este relativismo irresponsable y coleccionistas sin escrúpulos y sin cultura no pueden tener un peso específico en la vida de un artista, porque no vale la pena empeñar la creación por seguir una moda.
El que somete su obra a las modas se somete a sí mismo.