El pecado de hibris para los antiguos griegos era la falta que se comete por arrogancia y que retaba o disgustaba a los dioses.
En el equilibrio universal, los seres humanos, mortales sin las cualidades de un dios, no deberían buscar igualarse a lo divino o destacar más allá de su terrena condición. Entre los deseos y fantasías de la humanidad volar fue un privilegio inalcanzable, una virtud de los dioses y de los animales.
En un dios se justificaba por su superioridad y en un animal, justamente por la irracionalidad que le impediría usar esa magnífica posibilidad para hacer daño.
En los seres humanos esto sería distinto, nuestra intrínseca arrogancia nos empujaría a abusar de ese don.
La tragedia de Ícaro: las alas de cera y plumas que se derriten porque vuela demasiado alto, acercándose al Sol, un dios natural que con su calor castiga la osadía del joven, el placer de sentirse en el aire, de extender sus brazos y contemplar el mundo desde donde únicamente los dioses pueden verlo.
La pintura de Rubens en el que Ícaro cae semi desnudo, mostrando el torso al cielo, aterrado porque sus alas se han deshecho, ante la mirada de su padre el ingeniero e inventor Dédalo, es una obra conmovedora. El cuerpo descompuesto de Ícaro, sin la elegancia y la ligereza del vuelo, sin dónde asirse o estabilizarse.
Al fondo vemos un paisaje con el que Rubens nos da una noción de la altitud a la que vuelan para que imaginemos la terrible caída. La ciencia avanza y la mitología se desvanece, volar es una realidad que sigue provocando un placer que no tiene que ocultarse a la ira divina.
Leonardo en sus máquinas voladoras se concentra en la construcción de las alas, en recrear las formas animales. Parte de la misma idea que Dédalo: la imitación de la naturaleza. Establece el canon científico de la observación y la reproducción para entender y comprobar cómo la naturaleza inventa y crea una ingeniería perfecta.
El pragmatismo científico demuestra que el pecado de hibris no existe, que el ser humano debe aprender de la naturaleza. Las alas, el vuelo independiente y libre es una fantasía que aún no cumplimos a pesar de la tecnología y sus avances.
Esa sensación que vivieron Ícaro y su padre Dédalo es una experiencia que se perdió en la profundidad de los tiempos. En el arte la imagen de Ícaro nos remite a la nostalgia de esa irrealidad que necesitamos satisfacer.
En la pintura de Sokolov, (1777) Dédalo le coloca las alas a un orgulloso Ícaro, que se mira a sí mismo con todo el poder que está por conocer, con la aventura ya en los ojos, su desnudez aporta ligereza, esa imagen anuncia su desenfreno, el grito de éxtasis que avisó al sol que dos seres humanos estaban volando.
El descenso fue trágico, proporcional al placer que vivió, pero es justo, es preciso vivir más allá de nuestras limitaciones. Tal vez necesitemos convertirnos en nuestro propio Dédalo, crear nuestras alas y perder el miedo al vértigo de vernos suspendidos en el aire, con nuestra voluntad como único destino.