Voyeurismo

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La transgresión de la intimidad fue un invento de los pintores del siglo XVIII. Las escenas galantes del rococó francés de Fragonard, Boucher y Watteau, entraron en la intimidad que sólo podemos vivir si pertenecemos a ese entorno. Para ellos el desnudo no se justifica en una mitología, es la negación del concepto del pudor y la intromisión en un acto íntimo que se consagra en su exhibición pública.

Con esta revolución se asumió la curiosidad del mirón o del voyeur como un vicio social compartido y como un detonador del exhibicionismo. Los diarios personales y las cartas amorosas se escribieron para la posteridad, la vida privada se convirtió en una vía de conocimiento y excitación. A pesar de la naturalidad de las escenas de Fragonard, con mujeres que duermen con las sábanas arrugadas, enredadas entre las piernas, como sustitos de otro cuerpo, con la piel brillante de sudor, la situación es artificio creado.

El arte abrió la puerta se metió adentro de nuestra cama, de la suciedad de la casa y no se salió de ahí. Para los Impresionistas hasta Lucian Freud, la privacidad deja de existir. El artista es un provocador de nuestro voyeurismo que manipula las posibilidades estéticas del interior, de la luz, la composición y la construcción narrativa.

Esta intromisión crea una comunicación emocional con el espectador, la representación liberadora de lo que tendríamos que ocultar y proteger, cerrar los círculos de la existencia hasta el límite de nuestra esencia más impura, hermana a la contemplación estética con la satisfacción sensorial: gozamos, espiar es un placer. La destrucción de la vida como propiedad privada no es consecuencia de internet ni de los reality shows, es una aportación de estos pintores.

Tres siglos después, el arte contemporáneo, que llega tarde con la mayoría de sus propuestas, cree que inventan algo con videos de la vida del artista minuto a minuto, con performances en los que se llevan media casa al museo y viven ahí. Imitan los reality shows, que son su inspiración filosófica y estética, para romper fronteras que ya fueron derribadas hace siglos. El artista asumido él como obra de arte, nos da su vida aburrida e insulsa como pieza artística. Destrozan el sentido de la emancipación del espectador que entra de la mano del artista a un sitio que tiene vedado.

La desacralización de la intimidad no se logra con la exhibición vigilante y homologada de una vida, se alcanza con la captura de un instante fugaz privilegiado.

La muestra documental de la vida diaria pone una barrera moral puritana al evitar el tratamiento estético. La recreación idealiza, sus elementos visuales mitifican los detalles íntimos, los hace imborrables.

El voyerista no quiere presenciar verdad o realidad, quiere ser testigo de algo que sobrepase a su propia cotidianeidad y que lo haga sentir que rompió una barrera, que violó un espacio, una vida. El arte levanta la maldición y el castigo por una actividad perversa y nos deja aflorar a nuestro pequeño libertino.

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