En varias publicaciones he comentado que el partido MORENA y sus aliados, tienen altas probabilidades de alzarse con la victoria en la carrera por la silla presidencial. No se han hecho esperar los cuestionamientos formulados en contra de su abanderado y caudillo, así como en contra de quienes aspiran a obtener un cargo de elección popular portando esas siglas. Ninguno de ellos aguantaría el escrupuloso análisis de un pueblo ecuánime, con el suficiente tiempo, y bajo el ejercicio de contraste de ideas y propuestas.
Todos los nombres que están en una lista de candidatos, hombres y mujeres, no están ahí por casualidad, ni por su capacidad profesional, sino que se posicionan de acuerdo a la importancia de los intereses que representan. Esto es, los intereses de grupos dentro de los partidos o dentro de facciones de interés económico. Siempre he opinado, aunque de forma muy rústica, que en política cada perro tiene dueño; así, unas veces les toca ser dueño, y en otras ocasiones deberán ser perros. Lo que les importa es que aun están vigentes y que su influencia aún decanta las decisiones, de acuerdo a sus intereses y a los de sus verdaderos dueños.
Es posible que atrás hayan quedado las ideologías, o que éstas jamás hayan existido. Los que alguna vez persiguieron altos objetivos en aras de un ideal, quizá hoy ven menguados aquellos ánimos que otrora bullían en su pecho, y finalmente aceptaron que suban o bajen —tirios o troyanos— sólo mirarán por los intereses de unos cuantos, y no por el bienestar general.
Si el resultado de las elecciones se pareciera a la mayor parte de las actuales encuestas, veríamos a una nueva camada de protagonistas poderosos pontificando ante los medios de comunicación, blandiendo las banderas de las viejas tesis ideológicas que nunca prosperaron.
Heredarán todas las responsabilidades hasta donde sus miradas puedan llegar ante la vastedad del territorio mexicano. En sus manos, temblorosas por la impresión, se acunarán y modelarán los anhelos y aspiraciones de los mexicanos. Es muy posible que también observemos diluvios de acusaciones en contra de todo lo que les precedió y sobre las cuales construirán los argumentos sobre sus decisiones o los pretextos de sus errores. Heredarán esta tierra, así como el peso descomunal que significa gobernarla. Entonces sabrán que cuando se asume una responsabilidad sobre la construcción o la reforma de instituciones no basta con un decreto para que suceda. Cada decisión tiene impactos presupuestarios y genera transformaciones en la vida de los ciudadanos.
Todos los andamios de poder que conocíamos como inamovibles y omnipotentes, caerán, para que otros levanten los suyos. Sostendrán, los intereses de los nuevos dueños y las nuevas tesis, los gobernantes. Conoceremos a las cortes de los nuevos poderosos y sus excentricidades.
¿Dónde está el ojo de la cerradura que abre la puerta hacia el futuro? Quizá podamos acechar a través de él y ver lo que hay detrás, lo que nos espera; las consecuencias de nuestras decisiones; las repercusiones en las vidas y destinos de las personas que pueblan este país, en donde la sensatez es un bien que parece haber entrado en una etapa de extensión. Esas ventajas no existen. La democracia consiste en confiar en la responsabilidad y madurez de cada individuo al emitir un voto, mediante el cual otorga el mandato a un extenso grupo de personas con determinadas características y cualidades para tomar decisiones trascendentales.
Este periodo de campaña no lleva la divisa de la inclusión. Ni siquiera las alianzas y pactos entre partidos políticos han ponderado la importancia de coaligarse bajo una plataforma política común que proyecte lo que en un futuro pudiera convertirse en una plan nacional de desarrollo. Sólo los discursos y el aplausómetro , acompañados de encuestas con las más rebuscadas interpretaciones, dibujan en nuestras mentes ciudadanas lo que pudiera ocurrir.
Heredarán esta tierra, con sus enormes retos y problemas, con sus grandes recursos y sus inseparables intereses. Quienes auguran grandes cambios podrán constatar que el enorme aparato burocrático que envuelve a un gobierno hace que las decisiones bajen a cuenta gotas y que los beneficios corran el enorme riesgo de diluirse en el camino. La tarea de gobernar es una constante lucha por mantener el poder y por edificar el futuro. Sabrán que traducir un discurso en hechos es un largo y sinuoso proceso, y que pavimentar su camino también está plagado de falsas adhesiones; que existen antiguos acuerdos con amarres intrincados y que es necesario armar escenarios para sumar las voluntades y hacer que las más altas aspiraciones de un país puedan ver su primera luz.
La voluntad política es un dibujo complicado. No basta con ordenar que tal o cual cosa suceda o que deje de suceder. La voluntad política suele ser selectiva, y con frecuencia tropieza con el confort del estatus quo y con los privilegios que crecen al amparo del poder. Esa tan mencionada voluntad política es intermitente y no es otra cosa que la manifestación de un interés cortoplacista.
Estamos muy cerca de ver cuánto dura la popularidad y el temple. El reloj de la política avanza muy rápido, y el poder es una bebida embriagadora. Heredarán el poder, pero también sus riesgos y sus consecuencias.