No vengo a que me hablen del PRI: ¡ya lo conozco!

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Parece que las tendencias que emanan de las encuestas revelan que lo más seguro es que el partido MORENA y sus aliados se alzarán con el triunfo en la elección del presidente de la república. La coalición que encabeza el PAN camina seguro en algunos frentes, y con gran habilidad política ha podido generar confianza y simpatía por un buen número de sus candidatos. Por otra parte, el partido que actualmente gobierna México, el PRI, no ha podido fincar claramente una tendencia que le favorezca. Todo indica que continuará en el tercer lugar de las preferencias en la elección presidencial, y en las gubernaturas en juego no ha sido muy competitivo, excepto en el estado de Yucatán.

El candidato del PRI a la presidencia de la república, José Antonio Meade, claramente es el candidato con mejor trayectoria como servidor público y un perfil profesional que destaca ampliamente sobre todos los demás, se encuentra estancado en el tercer lugar. Los pactos que los líderes internos realizaron en su momento, para armar sus listas de candidatos, no han podido seducir al electorado y arrimarle votos a su candidato presidencial. La estrategia no fue buena, hubo demasiadas concesiones, aseguraron sus propios puestos y los de sus incondicionales, pero no arroparon la candidatura de Pepe Meade.

La enorme loza que Meade ha tenido que cargar, porque así lo ha querido, es el producto de malas decisiones de los gobiernos priístas; de las muestras imborrables de corrupción, el desaseo en las tareas y las finanzas de viejas e icónicas instituciones mexicanas; la irresponsabilidad en el ejercicio del poder en los procesos de desincorporación de algunas de las grandes empresas del estado mexicano; de las omisiones en los más serios problemas que aquejan a la sociedad, de enfrentamientos por cotos de poder y de una desconsideración absurda por quienes han votado por ellos y confiado en sus gobiernos. Habrá que reconocer que, del PRI, han emanado buenos y malos gobiernos, buenos y malos representantes populares. Algunos de ellos continúan en las listas, pero no precisamente aquellos que hubieran podido inyectar pasión y garra a la campaña de su candidato. Una cosa es la operación política, y otra, muy diferente, es frescura política.

Meade debe desmarcarse del cerco que han levantado a su alrededor, aunque  parezca insalvable. Ni una notita puede colarse a través de ese celoso cerco, nada que pueda restar poderes a quienes han edificado esa sólida e infranqueable muralla. La porosidad de los equipos de campaña debe permanecer, para dejar entrar sugerencias, propuestas e información de la militancia, pero se debe tener la seguridad de que ninguna estrategia al interior gotea por algún elemento poco confiable.

Meade debe asumir el papel que le vimos en la entrevista con El Burro Van Rankin hace alrededor de un mes, con un perfil de hombre bromista, echado pa’lante, con salero beisbolístico, buen rollo, sensato, maduro y, al mismo tiempo, un perfecto conocedor de la problemática nacional; en esa oportunidad no vimos al académico riguroso recitador de cifras ni al perpetuo secretario de estado, lustrando sus logros frente a un auditorio. Meade es mucho mejor, en corto y al natural.

Por el contrario, el papel del chico bueno del barrio y el de puros dieces en la calificación, no está permeando lo suficiente en la simpatía de los electores. Parece mentira, pero es así. México no está en busca de un eminente seminarista para ocupar la silla presidencial, quiere a alguien que hable su idioma, que reconozca el sacrificio de los que luchan, que sea considerado con sus esfuerzos y su confianza, que esté dispuesto —desde ahora— a enfrentarse contra todos los intereses que lo rodean y a mostrarse como es.

Enrique Ochoa Reza será relevado de sus responsabilidades al frente del PRI, por un político guerrerense muy experimentado y con fama de buen operador político, René Juárez, quien hasta hace un par de días se desempeñaba como subsecretario de gobernación en el gabinete de Peña Nieto. Juárez conoce los amasijos de la política, la dureza del poder y todos los pasillos del tricolor. René no viene a que le cuenten la historia del PRI: la conoce mejor que muchos, porque ha sido uno de los que aparecen en las antiguas páginas de su siglo de oro (el siglo pasado). La vieja guardia mira con detenimiento este movimiento en la cúpula partidista y mide las posibilidades de que este cambio haga crecer a Pepe Meade en las preferencias electorales.

Ochoa y Meade

El sentido común nos indica que un nuevo presidente del CEN del PRI, a estas alturas de la contienda, no necesariamente acarrearía más adeptos, porque aquellas operaciones políticas de antaño ya no son tan eficaces como solían serlo, hace apenas unos cuantos lustros. Lo contrario sería si viéramos a algunos candidatos plurinominales bajarse de las listas y ser sustituidos por unos más rentables, con capacidad para salir a la palestra del PRI y mostrar una cara más amable y comprometida, con un tono diferente en su discurso.

El cambio en el liderazgo del revolucionario institucional no viene a reforzar la candidatura de Meade, para remontar ese penoso tercer lugar y meterse a la jugada; la misión que René Juárez ha recibido de Peña Nieto, probablemente es la de tejer nuevas alianzas para amarrar mayorías en las cámaras federales, y así impedir el avance de la izquierda morenista y sus aterradoras propuestas.

Nivelar las fuerzas a través de las cámaras federales lleva una enorme dosis de salud democrática, ya que los extremos ideológicos tienden a moderarse en este escenario de contrapesos, a darle seguimiento a cada iniciativa, a pactar los asuntos de las agendas legislativas y a poner brida a un ejecutivo desbocado.

Es probable, mas no podríamos confirmar, que el propio presidente Peña haya entendido finalmente que haber endosado la franquicia priísta a un puñado de egresados del ITAM no fue una muy buena decisión, pero tampoco fue esa la razón de la debacle. Es probable que Ochoa Reza desconociera dónde caramba se encontraba la puerta de acceso al PRI antes de ser postulado para presidente del tricolor, pero ni siquiera eso puede explicar la amarga derrota. Toda historia tiene un principio y un final.

Tal vez, el final del PRI esté siendo escrito en este preciso momento, pero nada que haya sido tan destacado como ese histórico partido muere sin pelear. Se necesitaría ser muy ingenuo para pensar que el PRI, aun en ese lejano tercer lugar, se encuentra postrado en la lona.

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