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Detonar y formalizar al mismo tiempo la economía de México

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Las dos prioridades que hoy tiene nuestro país son: por un lado, hacer el mayor esfuerzo posible para disminuir la mortandad debida al COVID-19, promoviendo el distanciamiento social, atendiendo lo mejor posible a la gente que se va contagiando mientras esperamos el momento en que podamos finalmente vacunarnos contra esta maldita pandemia y, por otro lado, generar más empleos y mejor pagados, pero de manera formal.

En mi opinión, una de las formas más rápidas y eficientes para impulsar el empleo es detonando el consumo, y para que esto suceda se necesita que la gente gaste dinero.

Se puede afirmar que hoy no hay recursos, ha habido mucha pérdida de empleos, también reducción en los salarios, y tardaremos mucho tiempo en recuperarnos.

Sin embargo, podemos aplicar una muy buena fórmula para reactivar la economía rápidamente y al mismo tiempo provocar que se formalice en una buena medida.

billetes mil pesos
Fotografía: Pinterest.

Hoy en día tenemos en circulación entre los billetes de 1,000 pesos y de 500 pesos muchos miles de millones –67,000 millones de pesos en billetes de a 1,000 y 1,400,000 millones en billetes de 500 pesos–, los cuales en una muy buena parte son la herramienta que se usa para transaccionar en la mal llamada economía informal, la cual realmente es ILEGAL, y que creo que por no decirle por su nombre, ha suavizado la gravedad y el daño que le hace al país.

Si se decretara que tanto los billetes de 1,000 y de 500 pesos solamente los honrará el Banco de México durante los próximos 90 días, ¿qué pasaría?

Si ese dinero se ganó de manera legal, simplemente lo depositas en tu cuenta bancaria y no tienes problema, pero si no es así –como supongo que son muchísimos los casos–, entonces te lo tienes que gastar.

Entiendo que es un poco tramposo reactivar el consumo y la economía de esta manera, pero creo que la gravedad de la situación que estamos viviendo lo amerita, esto sería un golpe de una sola vez que mucho nos ayudaría a recuperarnos más rápido y además simultáneamente formalizando la economía en buena medida.

circulación billetes 500
Fotografía: BBVA.

Si analizamos quiénes reclamarían o se opondrían, estoy seguro de que no darían la cara, pues realmente con los instrumentos electrónicos que hoy existen, los cuales se están popularizando muy rápido en todo el mundo, cualquiera que tenga su dinero generado de manera legal, no debería tener impedimento alguno para dejar de usar los billetes de alta denominación. La tendencia mundial es a ir eliminando cada vez más rápido el uso del dinero en efectivo, la pandemia que estamos sufriendo, está acelerando este proceso.

Hay experiencias muy interesantes y exitosas que podemos analizar de países como la India, e incluso varios países africanos. Es sorprendente la velocidad a la que los medios de pago a través del celular se están popularizando.

La realidad es que a la gente que tiene menos recursos o todavía se le complica usar los medios de pago electrónicos, con billetes de 200 pesos y menos, no debiera tener ningún problema para realizar sus operaciones.

pago de dinero tarjeta
Imagen: Freepik.

En mi opinión, estamos viviendo una crisis de tal tamaño que para salir de ella es necesario actuar de manera decidida y con acciones bien pensadas, pero diferentes a lo tradicional que no está funcionando.

Tenemos una oportunidad única y de una sola vez para detonar la economía del país retirando de la circulación los billetes de 1,000 y de 500 pesos, provocando que sean gastados en nuestro mercado interno. Creo que es el momento idóneo para hacerlo y atemperar la crisis y los estragos que estamos sufriendo.


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Impulsos creativos: las ventas, la solución y la ficción

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¿En qué se parece hacer negocios con sentido humano a un boceto de Leonardo da Vinci y una narración de Julio Verne?

Todos, alguna vez, vendemos en la vida. Aunque dicen muchos que todo el tiempo, sin querer, estamos vendiendo algo. Vendemos: ideas, discursos, productos, nuestra persona. Pero me rehúso a creer en una fórmula mercantil como sostén del mundo, a pesar de que sé que va tan cargada de verdad como el carrito de Costco de la señora Ruiz o las compras disparadas durante El Buen Fin. Imaginar un mundo movido por la venta es imaginar un mundo de pavo reales danzantes, de coloridos fanfarrones destinados a asombrar e hipnotizar para obtener más poder, más riqueza y más prestigio. Si bien esa frase –“todos vendemos algo”-  parece estar plagada de verdad es porque describe lo que hoy hacemos pero explicado de una manera superficial; no ayuda a entender por qué lo hacemos.

La mayoría de las veces, para entender el mundo moderno, vale la pena recapitular e imaginar las necesidades humanas primarias. Vender es un acto antiguo pero no tan antiguo como contar historias. Éstas extienden la memoria y brindan identidad.  Tampoco vender es tan antiguo como la danza que surge al  imitar el movimiento de animales con el cuerpo. Así nos mimetizamos con ellos y nos hermanamos, pedimos permiso para cazarlos. Las narraciones  y la danza son primigenios; ni el dinero ni la venta están ahí.

Hay transacciones deseadas que comienzan con el viejo intercambio de mano en mano y de voz en voz. Vendemos para intercambiar algo e intercambiamos para extender relaciones con los otros.  El dinero es un símbolo de mercancía y ésta de materia prima. Para que exista el dinero se necesita un símbolo que acorte la distancia y extienda el terreno del intercambio de esas materias primas, ya decía Marshall McLuhan que el dinero es “el almacén de trabajo, conocimiento y experiencia alcanzados en común”, cuando éste pierde su sentido comunal, como en muchos episodios de la vida, entonces se esfuma su valor tan rápidamente como un relámpago. Así le pasó al norteamericano millonario que quería agua en el desierto y no podía pagarle ni explicarle al bereber, porque para éste no valía nada su papel; como los españoles en Leyden en 1574, que habían acuñado dinero en cuero y entre penurias lo tuvieron que  hervir y se lo comieron (McLuhan). El dinero sólo se sustenta en comunidad.

Ilustración: Vice.

En la Mesoamérica antigua el cacao era la moneda; en la vieja Babilonia existían el trigo y los bueyes. La mercancía se extendió a un símbolo que diera prestigio y seguridad para intercambiar de forma más amplia y así surgió el dinero moneda, después el dinero papel.  En la era del bitcoin ese símbolo ha pasado a ser –de almacén del prestigio de naciones y del  trabajo acumulado de individuos– al almacén de su información. Hoy los bancos valen más por la información de sus transacciones guardadas que por las monedas y lingotes almacenados en sus cajas de seguridad.

Y si lo que precede la venta es el intercambio y éste es una manera de estrechar lazos e interdependencia entre grupos, entonces ¿eso explica por qué hoy todos vendemos algo? En parte sí, pero aún falta explicar un impulso previo. Discúlpame, pues para ello tendré que hacer un viaje largo de conceptos.

Si bien cualquier negocio o empresa es una colectividad que busca un bien, comprender qué hacemos los que creamos los negocios y los mercados, nos puede llevar a explicar un impulso previo al intercambio y la interdependencia, me refiero al impulso de la creación. A pesar de que los negocios sean tan modernos como la Moneda, la empresa y la organización humana, son tan antiguas como la caza de un gran mamut: el hombre se asocia para conseguir el bien común.

El profesor de negocios de Harvard, Clayton Christensen, definió que en este mundo todo el tiempo alguien está buscando una solución y contrata un producto, un servicio o un mensaje para que le resuelva un problema. El mundo así se dibuja como un hervidero de hormigas trabajadoras que al ser llamadas resuelven problemas al otro. Aunque la venta queda implicada, esa acción no es lo más importante en la transacción: es el medio para llegar a dicha solución. El mundo del negocio es así el mundo problema-solución. Los vendedores son contratados para mostrar que en su portafolio llevan algo que soluciona un problema. Sin nada que resolver en su portafolio, sí venden, esos agentes con antifaz están tocando a tu puerta para hacerte creer, embelesarte y embaucarte. La solución es tan antigua como la humanidad, la venta es un medio para llegar a ella.

Clayton Christensen (Imagen: Linkedln).

Otra teoría de los negocios goza ver al mundo como un grupo de médicos y psicólogos que quitan dolores, que encuentran males y los curan con los productos y servicios que brindan: pain reliever o painkiller. Pero aunque la cura es cercana al mundo de la solución, no necesariamente toda reparación o toda sanación te llevan a una solución. Y aunque la cura es tan antigua como la humanidad, el  solucionar a veces es crear, es imaginar a un hombre que hace lo que nunca otros han hecho,  es ir más allá. El mundo de la curación es insuficiente porque no describe cómo hacer mejores cuerpos ni convertir a las personas más sanas en mejores. No explica por qué el cazador que creó la lanza para cazar el mamut la mejoró al extender su distancia y proteger a los suyos al crear el propulsor. 

Julio Verne imaginó al dibujar, con palabras, un globo que transportaba a alguien alrededor del mundo; Leonardo de Vinci esbozó, cientos de años antes, la creación del hombre-helicóptero, ¿acaso no fue eso solucionar? Las mentes prácticas dirán que no, que imaginar y crear no son lo mismo y, en cierto sentido, tienen razón. Imaginar no es igual a crear. Esta palabra más cercana a inventar requiere que ese artefacto sea tangibilizado. Así se pasa de la imaginación a la creación: se inventa. Los esbozos de Da Vinci y Verne tardaron muchos años en ser llevados a la realidad, pero mostraron la dirección correcta. 

El invento es un artefacto de la imaginación que se tangibiliza pero que no necesariamente resuelve o mejora algo; la innovación es una creación que sin dudarlo resuelve y mejora nuestra vida. Muchos inventos inservibles son olvidados por la historia y la memoria colectiva. Las innovaciones se quedan como huellas en el tiempo y marcan a las sociedades. Pero no es la tangibilización lo que institucionaliza la solución. La teoría de la relatividad de Einstein y la explicación de los hoyos negros de Hawking resuelven un problema, aunque éste sea casi intangible y tenga que ser pasado a narrativas y teorías complejas. La convención y el acuerdo de que algo se soluciona son tan tangibles como el acuerdo del intercambio en el que tres bueyes equivalen a cien sacos de trigo. En la solución, la convención comunal y el acuerdo de una realidad son mediados.

Ilustración: Steemit.

Henry Ford imaginó engranajes y ruedas movidos por caballos de fuerza que derivados de la combustión llevarían a millones a desplazarse más rápido y sin necesidad de subirse a un gusano de hierro, porque Ford no sólo creó un medio de transporte sino una línea de producción para hacer millones de su emblemático modelo T.  Eso derivó en otros negocios: otros hacían los caminos, la gasolina y toda una cadena de intercambio de valor. Esas soluciones no mostraban la salida a un laberinto, ni la reparación de un mal, ni la cura a un dolor: eran la ruta a un sueño y una mejora. Anunciaban algo más veloz, para todos, más simple: eran visiones con fines claros. Sueños hechos tangibles: convenciones aceptadas que crearon nuevas realidades. Pero las innovaciones, la mayoría de las veces al alcanzar esos sueños, crean nuevas necesidades y problemas por resolver. Hay innovaciones que crean realidades de magnitudes monumentales, estas creaciones se parecen a la ficción: están más cercanas a las narrativas de Verne y a los bocetos de Leonardo. Permíteme aclarar por qué.

El hombre soluciona los problemas de su relación con la naturaleza, como medir el tiempo, cultivar la tierra, cruzar el mar con un barco o llegar a otros mundos con una nave espacial, pero a la vez cada innovación crea nuevos e inimaginados problemas por solucionar. Al igual el niño inventa todo el tiempo: su mente lo lleva a hacer de unas almohadas y un cartón una barca con la que cruzará un océano de tempestades, y aunque el adulto sepa que ésa no es una barca y que no hay tempestades, en la profundidad de su mente, el niño, soluciona un conflicto creado por sí mismo. Diría Alfonso Reyes que el niño “como el hombre en el sofista griego –fundamento del arte y nuestra dignidad filosófica– es capaz de engañarse solo”. 

El hombre vive en una doble realidad, la objetiva y real, la idílica o imaginada, la de la naturaleza y la de la cultura. Con una interactúa y manipula algo que no depende de él, como la existencia de las flores y los astros. Así resuelve problemas del mundo objetivo; con la otra, un mundo propio, de ficciones, de unicornios y quimeras, se sostiene de las pocas creaciones que ese hombre y otros han creado. Hace de sus ficciones realidades tan objetivas como las rocas del jurásico o del cretácico: soluciones tan objetivas como los intercambios de la vieja Tenochtitlán o la gran Babilonia.

Ilustración: El blog de infobibliotecas.

Los mercados, los autos y el dinero, nos dice Yuval Noah Harari, corresponden con esas realidades imaginadas. Son el equivalente a la almohada y el cartón del niño, pero en donde comunidades enteras jugamos a crear nuestra realidad. El mundo de la ficción humana es el de un espejo en el que el hombre crea problemas a soluciones que él mismo había creado cuando se miraba en el espejo eterno de sus creaciones. Eso es la cultura: juego eterno de creaciones. Creamos primero el dinero, para intercambiar bienes de manera más simple, y luego creamos los bancos para tener dónde almacenar el dinero y así sucesivamente. El  infinito andar del problema y la solución son la normalidad.

Una de esas ocasiones en que Sócrates dialoga con Platón, hablan sobre la poiesis, que no es más que “el crear” del hombre;  indagan en su profundidad, se preguntan qué hace el impulso a crear. Para ellos, esa virtud necesitaba del cultivo de uno mismo y el conocimiento, y se volvía, una meta inalcanzable, una fiera indomable y salvaje, como un caballo salvaje, que se dejaba acariciar por instantes para después alejarse desbocado y no dejarse domesticar. A lo que ellos querían llegar era a descifrar el impulso, esa flama que nos hace arder con pasión para crear sobre lo ya creado; querían  descifrar por qué, en su hacer, el hombre convierte la arcilla en vasijas y a éstas en mercados y banquetes; querían saber por qué del gesto surge la palabra y de ésta la poesía  y con ella la ficción. Y no sólo eso, los demiurgos griegos querían entender el impulso vital de la creación. El hombre prehistórico encuentra un mundo imperfecto, y con sus cortos dientes y con su escaso pelo, no tiene de otra sino crear sus herramientas, sus vestidos y sus flechas; después pintará cuevas y dibujará mitos y los danzará para narrarlos con sus palabras. Espejos que reflejan espejos y hacen un largo túnel de problema-solución. El mono desnudo se arropa con la gramática de su creación.

Clayton Christensen dio en el clavo con su herramienta: cimentó las bases para hablar y diseñar un mundo en el que los negocios están basados en la dignidad humana porque al solucionar un problema nos hacen mejores y aumentan la realidad. Como los griegos, Clayton, volvió a preguntas de fondo y de origen: fue original. Una tarea por hacer o job to be done es un artefacto teórico. Así denominó el profesor de Harvard una de sus soluciones. Para él, toda teoría equivalía a una herramienta. De hecho, varias veces, aconsejó usar nuestra caja de herramientas, y cuando decía eso, se refería a los conceptos con los cuales resolvemos al mundo. Sabía, como lo han afirmado muchos, que al cambiar el lenguaje y acuñar mejores conceptos, es más fácil solucionar problemas. Toda reforma del mundo conlleva una del lenguaje (Octavio Paz). Así, las teorías son como unos lentes que te permiten ver y enfocar una situación de manera adecuada. Si no puedes resolver el problema: cambia de lentes.

Clayton siempre defendió que el trabajo teórico equivale a ponerte los lentes correctos. Recordemos lo que contaba en una de sus obras, “La paradoja de la prosperidad”, nos recordaba que “la buena teoría es útil: ayuda a resolver problemas”. Narraba un ejemplo: la teoría adecuada del vuelo pasó de relacionar formas a entender la causalidad. Una vez que ésta apareció el problema de elevar un cuerpo se resolvió.  Antes que eso, muchos valientes y soñadores quedaron descuartizados al caer de torres y desfiladeros tratando de demostrar que, imitando las plumas de las aves, se podía volar. La teoría equivocada de muchos visionarios voladores, relacionista y no causalista, los condujo a un encuentro sin futuro con el duro terreno de la realidad.

Ilustración: Pinterest.

Clayton tenía más lentes que el oculista y el camarógrafo: su arsenal óptico ayuda a cualquiera a ver y asir el mundo de mejor manera. Se interesó por comprender los diversos tipos de innovación que podría haber. Los clasificó en tres: la de eficiencia, la sostenida y la creadora de mercados. 

De eficiencia: las  innovaciones que mejoran un proceso, como la prensa para hacer tortillas, un microprocesador más rápido, el post it que se adhiere mejor; Sostenida: la que mejora a soluciones existentes en el mercado. Un nuevo café  de Starbucks, o un nuevo olor del  Fabuloso, nuevos modelos o más recientes de un auto. Estas innovaciones por más aditamentos y mejores motores, no traerán nuevos consumidores a esos mercados; por más deliciosos, rápidos o cómodos que sean, ampliarán los beneficios de los consumidores que ya estaban en ese mercado: aseguran el crecimiento del negocio, lo “sostienen” o la hacen más eficiente ante a los embates del tiempo y arrebatan a su competencia un pedazo de un pastel ya existente. Del mercado obtienes o ganas un pedazo más grande: market share.

Como en el juego de la piñata mexicana, si los negocios sólo se repartieran el mercado existente, las frutas, cacahuates y dulces de la piñata pasarían de un niño a otro, a veces dejando a alguno con un dulce y a otros con bolsas desbordantes del bolo. Esos negocios dirigidos a quitar rebanadas del pastel son una triste caricatura de una humanidad guiada por líderes de corta visión.  El juego de la creación de mercados es distinto: invita a niños sin fiesta al banquete. Como la moneda, el tren, el auto, la bombilla eléctrica, el cinematógrafo, las computadoras, el internet, la creación de mercados agranda el tablero de juego: crea nuevas realidades cuando aparece, desarrolla sociedades enteras, invita a más a la pista. Esas innovaciones no van dirigidas a ganar un mayor pedazo del pastel ya repartido; crean un nuevo molde para que el pastelero haga más pasteles. En un mundo dividido entre consumidores y no consumidores, la innovación enfocada en crear mercados observa al no consumidor e intelige cómo llegar a él.  Los líderes de esos negocios pasan a ser creadores: se meten al mausoleo de la historia.

Imagen: Shutter Stock.

Como ya los señalaba George Steiner, al escudriñar en su Gramática de la creación: la cualidad creadora es el signo del hombre y sus dioses; en lo más profundo del ser humano está esa capacidad. Yo añadiría, al argumento del crítico literario, que bien sea que los dioses nos hicieron con su imagen y semejanza o que nosotros los hicimos a ellos con la nuestra: nuestros dioses presentan todas las cualidades humanas. Son entre otros muchos atributos avaros, rateros, desgraciados, vengativos; santos, fieles, prudentes, bondadosos, amorosos, pero sólo una cosa está ausente –nos advierte Steiner– no existen los dioses que no crean. El hombre por igual, y tal vez por eso el profundo aforismo de Wittgenstein: “los hechos del mundo no son, ni nunca serán ‘todo lo que hay’”. El mundo de lo posible, ése de la invención, ése de la imaginación, es el mundo del hombre. La esperanza de la supervivencia como especie también está encerrada en ese mundo: el hombre traza su camino o su destino en la creación y  la innovación. 

Un mundo de negocios que se sostiene por el impulso de la creación es un mundo más humano. Por eso Clayton Christensen, cuando se preocupó por la manera en la que los negocios juegan a la creación para generar bienestar, nos permitió pensar con unos ojos más grandes que los del mercadólogo, con unas hojas contables más amplias que la del financiero, y con un corazón más enfocado y aterrizado que el del dirigente de una organización sin fines de lucro. El lienzo que nos brindó Clayton para diseñar el mundo de los negocios es un lienzo elástico que agranda nuestra realidad y realza nuestra dignidad. Pensar los negocios con la profundidad humana requiere llevar la imaginación más allá del dinero, requiere estrechar los lazos y unir territorios, busca el sentido de unir a personas aisladas. El negocio que tiene un fin más allá del dinero, que no ve a la venta como su meta, amplía su visión y su territorio y abarca algo más que una convención: sacude la realidad y la disrumpe para ordenarla de una mejor forma. Cómo pasar de la competencia a la creación, ahí está la cuestión.


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Que caiga el Billullo

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Así como el coronavirus, también los chinos inventaron, pero en el siglo VII, el papel moneda, el billete, el billullo, o sea “un documento con valor fiduciario reconocido y no solamente al dinero de curso legal”, según la definición.

Si los chinos se adelantaron, para variar, fue porque desde antes ya gozaban de las bondades del papel –otro invento de ellos–, de la tinta y el grabado. En su Libro de las Maravillas (1300), el viejo Marco Polo dedicó un capítulo completo al novedoso invento titulado De cómo el Gran Kan hace gastar papel por dinero. Lo billetes entonces estaban hechos a partir de unas láminas negras sacadas de la corteza de las moreras –cuyas hojas se comían los gusanos que hacen la seda– y estaban grabadas con las firmas de funcionarios importantes. Según el tamaño de la lámina era el valor.

Así pues, si todavía no podemos echarles completamente la culpa a los orientales por aventar a la cancha el maldito bicho con la camiseta número 19, sí les podemos echar la culpa de que gracias a su invento monetario se aceleró la acumulación de riqueza, el déficit presupuestario, la expansión del crédito y por ende tenemos una crisis financiera del carajo.

En fin, tuvieron que pasar más de trescientos años para que el billullo saltara a Europa. Fue en Suecia, a mediados del XVII, que el financiero Johan Palmstruch daba una especie de “recibos” (kreditiv sedlar) a sus clientes, que le dejaban en su banco oro u otro metal. Estos recibos podían intercambiarse cuando quisieran.

La popularidad del “papel crédito” se difundió principalmente por su comodidad: en vez de traer a Igor cargando el costalote de monedas de oro sobre su joroba de un lado a otro, un “billete” con respaldo en metálico parecía ser de lo más mono: “En Francia, John Law introducía el billete respaldado por el oro del Estadoen Italia fue la Hacienda Real de Turín la primera en emitir billetes en 1746, con el objetivo de facilitar el beneficio del comercio público; en España hay que esperar hasta el reinado de Carlos III, apareciendo los primeros billetes en 1780. Con el tiempo, el uso del papel moneda se generalizó por todo el mundo: la expansión de los imperios y el capitalismo fueron elementos clave; las globalizaciones lo aceleraron”.[i]

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El primer papel moneda en Europa, 1666, Swedish Credityf Zedels (Imagen: Wikipedia).

La historia del billete en México comienza con la espeluznante crisis económica que provocó la irrupción de la Independencia, que entre otros desmanes hizo que el trabajo minero, principal fuente de ingreso del Virreinato, se abandonara y las minas fueran saqueadas. Como la moneda física comenzó a escasear, surgió primeramente hacia 1813, en lo que hoy es San Miguel de Allende, Guanajuato, la acuñación de las monedas de necesidad, unos cartones firmados a mano con tinta negra, quizás por algún funcionario, comerciante u oficial, que valían medio real.

Ahora bien, cuestión de imaginarse nuestra situación después de once años de francachelas independistas. El mismo Agustín de Iturbide, entonces jugando a ser el primer emperador mexicano, escribió: (…) no había fondos para mantener el ejército, los funcionarios públicos no estaban pagados, todos los recursos nacionales estaban agotados; no podían negociarse préstamos en el país; los que podían hacerse en el extranjero exigían más tiempo que el que la urgencia de las necesidades podía permitir la esperar.

Aún así en 1822 Iturbide lanzó lo que sería la primera emisión oficial del billete mexicano, un papel de forma casi cuadrada, impreso en una sola cara con la leyenda “Imperio Mexicano” y que valía de uno a diez pesos, con lo que podías comprar suficiente papel para falsificar más cuadrados que dijeran “Imperio Mexicano” con tu letra.

Primera emisión oficial mexicana de billete
Primera emisión oficial mexicana de billetes (Imagen: Banco de México).

Como era de esperarse, la gente inmediatamente desconfió y desconoció la innovación económica, hasta el año siguiente, cuando nos convertimos en República Federal y el nuevo gobierno trató de ganarse la confianza del pueblo con varias medidas, entre ellas la de quitar de circulación el ridículo e impopular billullo imperial. Sin embargo, el nuevo gobierno insistió en hacer uso del billete, y para que la gente lo aceptara se fue por el lado flaco del pueblo: la religión. Entonces los billetes salían impresos en el reverso de bulas papales canceladas que llevaban el sello del Papa. Pues nada: fracaso absoluto también.

billetes de mexico
Billete Republicano (Imagen: Banco de México).

Una de las muchas causas del chasco “billetuario” fue quizás porque su uso era obligatorio, lo que décadas más tarde, en 1864, mandó a quitar nuestro bonachón, opiómano y breve emperador Maximiliano, quien además hizo que la emisión del billete fuera responsabilidad de un banco –Banco de Londres– y no del gobierno. Por fin el billete logró tener cierta aceptación y respetabilidad.

Con don Porfirio, a finales del XIX, se consolidó un sano y sólido sistema bancario y cada Estado contaba por lo menos con un banco certificado, ya sea el de Londres o el de México, que emitían los billetes, convirtiéndose en el medio de pago favorito de la gente. Entonces los billetes eran fabricados en el extranjero por compañías como la American Book & Printing Company o la American Bank Note Company, ambas en Nueva York.

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Billetes emitidos por el Banco de Londres, México y Sudamérica (Imagen: Banco de México).

Con la llegada de la Revolufia todo se volvió a ir al traste. Regresamos a los tiempos de la moneda de necesidad, con la diferencia de que cada caudillo o ranchero calzonudo con lana emitía sus propios billetes, que sólo valían en su región. Ya se puede imaginar uno la pelotera que se armó: era tal la variedad de billetes, reales y falsos, que la gente terminó por decirles a todos Bilimbiques y desacreditarlos. Parte de la solución llegó con los constitucionalistas, en 1916, cuando decidieron que sólo ellos despacharían el único papel válido para hacer billetes, mandándose a imprimir en ellos diseños más complejos para la prevención de falsificaciones.

Ocho años después se fundó el Banco de México, el cual tuvo la exclusividad de emitir los billetes y regular su circulación. La primera serie de billullos del Banco de México, que circuló de 1925 a 1934, se planeó en México, pero se imprimió en Estados Unidos, y su denominación era de 5, 10, 20, 50, 100, 500 y 1000 pesos.

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Billete emitido por el Banco Nacional de México (Imagen: Banxico).

Fue hasta 1969 que por primera vez los billetes se diseñaron y fabricaron en México. La famosa serie Familia A circuló de 1969 a 1991. El primer diseñador que tuvo el Banco de México, fue don Reyes Santana Morales, quien durante veinticinco años diseñó los más emblemáticos billullos: En la década de los 60as, Reyes Santana trabajaba para la Secretaría de Hacienda, supervisaba en Italia una nueva línea de bonos que serían usados en la tesorería y que eran diseñados en el extranjero. En aquellos años diseñó su primer billete, el de 20 pesos, que mostraba imágenes y simbolismo de la cultura mixteca, todo el diseño en tonalidades verdes.[ii]

billetes de méxico
Billetes de la familia A impresos por la Fábrica de Billetes del Banco de México (Imagen: Banxico).

En aquel tiempo los diseños de don Reyes eran hechos en acuarela. Una junta directiva le decía qué personaje se iba a usar y a continuación él se metía por meses a investigar sobre el prócer. El trabajo que más le costó fue el famoso billete de 5 pesos, destinado para que apareciera doña Josefa Ortiz de Domínguez: nomás ninguna imagen de la corregidora le favorecía, pues en todas aparecía con cara de que nunca sonó el despertador. El talento de don Reyes se reconoció internacionalmente y trabajó en Argentina y Suiza.

Josefa Ortiz de Dominguez, billete 5 pesos
Imagen: Revista Empresarial.

Otro de los grandes diseñadores de billetes a nivel mundial es Jorge Peral, quien desde hace veinte años ocupa la dirección creativa de la Canadian Bank Note Company. A los veintidós años, este oriundo de Texcoco, fue seleccionado por Banxico para estudiar en Suiza e Italia y formarse en el arte del grabado con el maestro italiano del grabado de billetes, Trento Cionini. A su regreso a México, se convirtió en una eminencia y colaboró en la confección de la sexta serie de billetes mexicanos, con el billete de 100 pesos (que tenía a Nezahualcóyotl en el anverso) como una de sus más grandes y reconocidas creaciones, ya que Peral se vio en la necesidad de “inventar” el rostro del emperador azteca a partir de relatos, estatuas y de la fisionomía de los habitantes de Texcoco.[iii]

Algunos datos:

-La mayoría de los billetes mexicanos están hechos de algodón, aunque los de mayor utilización, los de 20 y 50, se comenzaron a fabricar de polímero, un compuesto químico que le da la textura y apariencia a plástico, para que duraran más.

-Existen catorce elementos de seguridad y cada billete tiene entre ocho y diez de ellos.

-De todos los personajes históricos que aparecen en los billullos el más frecuente es el de la sotana ligera: Miguel Hidalgo.

-El billullo más común es el de a 20, donde aparece Juárez. El reverso muestra un paisaje de Monte Albán, Oaxaca. En el de 50, donde aparece Morelos, a su reverso vemos el famoso acueducto de Morelia, Michoacán. El reverso del billete de 200, que muestra a la Décima Musa (Sor Juana), poca gente sabe de dónde es la imagen: es la hacienda de Panoya, donde vivió Sor Juana, en el km 58 de la carretera México-Cuautla. El de 500 trae por un lado a Ignacio Zaragoza, que curiosamente nació en Texas, y del otro la Catedral de Puebla.

Cuautla billete 200 pesos
Imagen: Debate.

-Muchos de los billetes traen microtextos, por ejemplo, el de 200, trae al lado de la imagen de Sor Juana el comienzo de su más famoso verso: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis (…)”. El billete de 100 trae un fragmento de la hermosísima poesía de Nezahualcóyotl: “Amo el canto del Zenzontle…”.

billete 200 pesos, verso Sor Juana
Imagen: Global Media.
billete y verso de Nezahualcoyotl
Imagen: Flickr.

-El billullo menos popular en toda la historia es el odioso billete de mil pesos, que trae de un lado, una vez más, a don Hidalgo, y del otro a la Universidad de Guanajuato.

Así bien, ya lo dijo en una ocasión el gran cantante británico Robbie Williams: Por favor no me lancen ositos de peluche, ¡tengo 25 años! ¡Soy un hombre! ¡Láncenme condones o dinero! Preferiblemente billetes, no monedas.


Referencias:
[i] .- Endika Alabort Amundarain, en https://www.aehe.es/el-papel-moneda-una-innovacion-del-lejano-oriente/
[ii] .- Alma Gómez, periódico El Universal de Querétaro, 19/09/2018.
[iii] .- En https://soulsay.com.mx/jorge-peral-el-grabador-de-billetes-mexicanos/


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