*Este artículo fue traducido de la versión original en inglés de Israel News Talk Radio.
Dióxido de cloro, ivermectina, Big Pharma, grandes medios, y la teoría de conspiración…
Las nuevas vacunas contra COVID, con las cuáles se inocula a millones de europeos, estadounidenses, e israelíes, implican riesgos que serían razonablemente soportables, quizá, si no existiere un tratamiento cabalmente efectivo. Pero muchos doctores afirman que sí existe.
En mi artículo anterior, eché un vistazo a la controversia del dióxido de cloro. Compartí que miles de doctores de toda la civilización hispana están recomendando tratamiento de dióxido de cloro (ClO2) para pacientes con COVID-19 y también como profiláctico para proteger a quienes no han sido todavía infectados. Se han organizado como la Coalición Mundial Salud y Vida (COMUSAV). Han recetado dióxido de cloro a muchos miles de pacientes y—dicen ellos—con resultados asombrosamente positivos.
Un país, Bolivia, los ha tomado en serio. En julio, el Senado boliviano votó para volver accesible el dióxido de cloro como protección profiláctica y tratamiento. Si bien la ley no se aprobó finalmente sino hasta después, el dióxido de cloro empezó a usarse mucho a partir del verano. Los casos nuevos diarios de COVID y las muertes cayeron de súbito, desde su pico de 2036 casos el 19 de julio (casi repetido el 20 de agosto) hasta conteos debajo de 100 en algunos días de octubre (fuente: worldometers).
Los conteos permanecieron bajos hasta que los bolivianos, creyendo que el problema había sido resuelto, dejaron de tomar dióxido de cloro como profiláctico al mismo tiempo que se congregaron para las celebraciones decembrinas. Los latinoamericanos son muy sobones. Resultado: reinfección masiva: los conteos de nuevos casos se levantaron por encima, inclusive, de lo visto en el verano 2020. Empero, las muertes permanecieron a la baja. ¿Por qué? Porque, dicen los líderes de la COMUSAV, a los ya infectados con COVID sí les continuaron dando tratamiento de dióxido de cloro.
Luego de las elecciones, el nuevo gobierno boliviano—quien tomara posesión el 8 de noviembre—aceptó esta interpretación y dobló su apuesta. Aconsejado por la COMUSAV, involucró a los militares y a la policía para crear brigadas de salud y llevar dióxido de cloro a todas las comunidades. ¿Está funcionando? Los líderes de la COMUSAV me dijeron a principios de enero que estaban esperando ver una nueva caída súbita de casos durante el mes de febrero. Los casos nuevos llegaron a su pico de 2,866 el 28 de enero y luego, como respondiendo al banderazo de febrero, se desplomaron: 412 casos el día de ayer y siguen cayendo (fuente: worldometers).
Entonces, ¿qué? ¿Tienen razón los doctores de la COMUSAV? Todavía no sé.
Lo que sí sé es que los ministerios de salud—incluyendo a la Organización Mundial de Salud (OMS)—y los grandes medios se han comportado de forma un tanto extraña. Nos han dicho que el dióxido de cloro es un blanqueador industrial con cero valor como medicina. Y los medios añaden que al dióxido de cloro lo promocionan teóricos de conspiración.
Es verdad que algunos teóricos de conspiración recomiendan el dióxido de cloro. Pero ¿por qué siempre los mencionan a ellos y nunca a los médicos? ¿No son más relevantes los últimos? ¿Y por qué nos dicen que el dióxido de cloro es un blanqueador industrial? Sí se usa como blanqueador, pero sólo en concentraciones muy altas (lo revisé). En concentraciones bajas esta sustancia es el purificador de agua por excelencia, utilizado por décadas en todo el mundo para surtir de agua potable a millones de personas en los sistemas municipales. Lo bebemos todo el tiempo. Los ministerios de salud y los grandes medios casi nunca mencionan eso. Sin embargo, como he dicho, es relevante, porque los doctores de la COMUSAV están recomendando un tratamiento de dosis baja, en concentraciones bien por debajo de los niveles establecidos de toxicidad.
Dado que el dióxido de cloro en baja concentración no es tóxico, podemos eliminar cualquier duda sobre la cuestión de su eficacia antiviral—¿Acaso ayuda con el COVID?—con estudios clínicos aleatorizados doble ciego. Pero dichos estudios clínicos deben ser aprobados por los así llamados comités de ética, que a su vez deben seguir los lineamientos de los burócratas de salud, quienes por ende pueden parar en seco los estudios que precisamos. Y así lo han hecho. Con ello, han inspirado a los teóricos de conspiración.
Estos alegan lo siguiente. Los ministerios de salud temen que el dióxido de cloro sí funcione in vivo contra el COVID—y por eso no permiten los estudios clínicos. Porque si el dióxido de cloro, sencillo y barato de producir, resultase ganador, ello atentaría contra los medicamentos y vacunas caras que brindan al Big Pharma sus grandes utilidades, mismas que los ministerios de salud y los grandes medios se esmeran en proteger (porque los ha corrompido el Big Pharma).
La mejor política con cualquier teoría de conspiración, creo yo, es tomársela en serio como hipótesis y preguntar: ¿Qué predice? Ésta, como mínimo, predice consistencia. Si dos sustancias baratas y potencialmente efectivas, A y B, ambas atentan contra las utilidades del Big Pharma, entonces, para proteger dichas utilidades, los ministerios de salud y los grandes medios, de haber sido corrompidos, debieran estar saboteando ambas sustancias, no solo una.
Véase entonces: la ivermectina.
¿Qué hay de la ivermectina?
La ivermectina es un muy recetado fármaco antiparasitario.
Su historia tiene una estructura similar, porque son muchos los doctores en todo el mundo que han estado diciendo, al unísono, y por bastante tiempo, que la ivermectina es efectiva contra el COVID (ahí se incluyen muchos doctores de la COMUSAV). En Estados Unidos, el empuje principal viene del Front Line COVID-19 Critical Care Alliance (FLCCC), una coalición de doctores organizados por el médico y profesor Paul E. Marik.
El FLCCC fue creado para, “en aras de desarrollar un protocolo de tratamiento para el COVID-19, revisar de manera continua los datos clínicos, transnacionales, y de ciencia básica que están emergiendo a toda velocidad.” Se quería explorar si algunos fármacos ya empleados como medicamento podían ser reposicionados para combatir la pandemia. Al revisar la literatura, “descubrimos que la ivermectina, una medicina antiparasitaria, tiene un alto potencial antiviral y propiedades antinflamatorias contra el COVID-19.”
Lo que ha convencido a estos doctores es, por un lado, varios impresionantes estudios clínicos, y, por el otro, “múltiples ‘experimentos naturales’ de amplia escala” cuyos resultados han sido dramáticos. En esto último, el mundo hispano nuevamente juega un papel importante. Como dicen los doctores del FLCCC,
“[fueron] varios alcaldes y ministros de salud regionales en países sudamericanos [quienes] iniciaron campañas de ‘distribución de ivermectina’ a sus ciudadanos en la esperanza de que el fármaco fuera efectivo. Los caídas en conteos de casos y en decesos, temporalmente asociadas en cada una de esas regiones, comparando con las regiones que no vieron esas campañas, nos sugieren que la ivermectina bien pudiera ser una solución global a la pandemia.”
Una diferencia interesante aquí es que los ataques retóricos comúnmente empleados contra el dióxido de cloro no pueden ser utilizados contra la ivermectina, por tres razones.
Primero, porque la ivermectina no tiene usos industriales que puedan ser reclutados para distraer a la gente de sus aplicaciones médicas.
Segundo, porque nadie puede negar que es una medicina reconocida. Ha sido aprobada por la FDA y está en la lista modelo de medicamentos esenciales de la Organización Mundial de la Salud. Se ha usado como antiparasitario en todo el mundo por décadas, y es tan asombrosa que sus creadores recibieron, en 2015, el Premio Nobel.
Y tercero, porque la ivermectina es famosamente inofensiva.
Ah, y es barata. Al igual que la solución de dióxido de cloro (CDS), sin protección de patente pues Andreas Kalcker, quien la registrara, la ha regalado, la ivermectina tampoco tiene protección de patente, pues expiró hace 10 años. La puede fabricar quien sea.
En resumen, la ivermectina es un caso que pone a prueba a los ministerios de salud y a los medios. ¿Cómo se han comportado?
El New York Times y la ivermectina
Consideremos al New York Times, “the newspaper of record”—quizá la publicación más influyente de todo el mundo.
El 8 de diciembre, el senador republicano por el Estado de Wisconsin, Ron Johnson, quien preside el comité de Homeland Security en el Senado, organizó una audiencia sobre enfoques alternativos a la crisis de COVID. El New York Times tachó esto de “promoción de fármacos sin efectividad demostrada y afirmaciones dudosas” y se regodeó de los detalles sórdidos en todo lo que fuera fácil de atacar, haciendo su mejor esfuerzo de ligarlo todo a Donald Trump (quizá porque Trump es kriptonita para los lectores sesgo izquierda del NYT).
Un segmento fue señalado como un horror especial:
“En una jugada que provocó inclusive a la mayoría de sus correligionarios de partido en el comité a evitar la audiencia, el Sr. Johnson llamó testigos a promover el uso de la hidroxicloroquina y la ivermectina.”
Pero los detalles de este momento supuestamente tan loco—que incluyó al Dr. Pierre Kory del FLCCC—fueron todos omitidos. El NYT escribió tan sólo esto:
“Los lineamientos de los National Institutes of Health [NIH] recomiendan en contra de usar cualquiera de los dos fármacos para tratar pacientes con coronavirus excepto en estudios clínicos. … La ivermectina se usa para tratar parásitos en humanos y prevenir los parásitos nemátodos en perros; las investigaciones sobre su efectividad para tratar coronavirus han dado resultados variopintos.”
La presentación del Dr. Kory no tenía propiamente nada que ver con la hidroxicloroquina—se trataba de ivermectina. ¿Por qué entonces agrupar las dos sustancias? ¿Sería porque Trump había promovido la primera y los medios, famosamente, se habían burlado de él? ¿Acaso el Times buscaba enlodar la ivermectina con la vergüenza pública y odio anti Trump que se adhiere a la hidroxicloroquina? Es una hipótesis.
Cabía anticipar, por lo menos, suponiendo que la ivermectina fuera tan ridícula, que el New York Times se hubiese divertido, haciendo gala de la presentación de Kory. Pero no. Silbó la mecha y se cebaron, sin detonar, los fuegos artificiales de escarnio que uno hubiera podido esperar. El ‘Dr.’ New York Times dice nada más, con la contundencia de un oráculo, y sin ensuciarse con la evidencia, que la ivermectina ha dado “resultados variopintos.”
Nótese que de ser una apreciación justa, no supondría una gran vergüenza para la ivermectina, pues los “resultados variopintos” implican que en algunos estudios la ivermectina ha derrotado al COVID. ¿Sería injusto sospechar, entonces, partiendo del sesgo tan obvio del reportaje, que la efectividad de la ivermectina pudiera ser bastante mejor que “variopinta”?
¿Qué tan buena es la ivermectina? Así lo expresa la FLCCC
Aquí lo dicho por el Dr. Pierre Kory al comité del Senado:
“Hemos llegado a la conclusión, luego de nueve meses, … que tenemos una solución para esta crisis [del COVID-19]. Existe un fármaco que está demostrando tener un impacto milagroso. Y cuando digo ‘milagro’ no uso el término a la ligera. Y no quiero que se me asimile, cuando digo eso, al sensacionalismo. Es una recomendación científica basada en montañas de evidencia que han emergido en los últimos tres meses. … [La ivermectina] en resumidas cuentas oblitera la transmisión de este virus. Si la tomas, no te enfermas.” (los énfasis son todos de Kory)
El Dr. Kory en absoluto representó los resultados sobre la efectividad de la ivermectina como “variopintos.” Se trataba, pues, de una riña intelectual. Los doctores del FLCCC se quejaban de las recomendaciones del NIH contra la ivermectina, y el Times, como vimos, citó (y con aprobación) tan sólo la posición del NIH, y no la respuesta de Kory, que fue ésta:
“¡Y me dicen… que estamos promoviendo cosas que la FDA y el NIH no recomiendan! Seré bien claro: el NIH, su recomendación sobre la ivermectina—que no la usemos salvo en estudios controlados—es del 27 de agosto. Ahora estamos en diciembre. … Montañas de datos han emergido [en el inter] de todos, de muchos centros y países de todo el mundo, mostrando la efectividad milagrosa de la ivermectina.”
¿A quién le vamos a creer: a los ministerios de salud o a la FLCCC?
¿Será que el Dr. Kory y los otros médicos de la FLCCC son todos unos lunáticos? No parece. Como testifica el Dr. Kory:
“Somos un grupo de doctores de entre los más publicados del mundo. Entre nosotros sumamos casi dos mil publicaciones con revisión de pares. … Yo estuve aquí en mayo … y recomendé que era crítico usar corticosteroides en esta enfermedad, cuando todos las organizaciones de salud nacionales e internacionales dijeron que no podíamos usar eso. Esa recomendación [que hicimos] resultó ser un salvavidas.”
Pero el New York Times prefiere pintar a estos doctores, indirectamente, como una banda de extremistas locos, y prefiere tomar partido—por fíat—con los mismos ministerios de salud, necios y errados, que otrora enfrentaran estos talentosos médicos para ayudar a los pacientes con COVID.
Sobre dichos ministerios de salud, el Dr. Kory dijo:
Debo señalar [que] me encuentro severamente turbado por el hecho de que ni el NIH, ni la FDA, ni la CDC—no conozco ningún equipo que haya sido creado [por ellos] para revisar el reposicionamiento de fármacos en aras de tratar esta enfermedad [COVID-19]. Todo ha sido para las drogas de ingeniería farmacéutica nuevas y/o caras. Cosas como Tocilizumab y remdesivir y anticuerpos monoclonales y vacunas. … Les diré que mi grupo, y nuestra organización, diré que nosotros hemos llenado ese vacío.” (énfasis original)
Esto no requiere mucha traducción. El Dr. Kory denuncia que toda la política pública, en medio de una pandemia, se haga no para beneficiar a los enfermos sino a las compañías del Big Pharma que producen “drogas de ingeniería farmacéutica nuevas y/o caras… y vacunas.”
¿Por qué no mejor un poco de ciencia? Eso y nada más pedían el Dr. Kory y el FLCCC: “Sólo pido que el NIH haga una revisión de los datos que hemos reunido.”
¿Qué hay de estos datos?
Para muestra, un ejemplo compartido por el Dr. Kory en su presentación. En un estudio profiláctico (preventivo) cuyos resultados el Dr. Héctor Eduardo Carvallo presentó a las autoridades en su país, Argentina, ya muy atrás, en julio 2020, un grupo experimental de 800 trabajadores de salud recibieron ivermectina. Ninguno de los 800 se enfermó de COVID, mientras que el 58% de los 400 trabajadores de salud en el grupo de control, que no recibieron ivermectina, sí se enfermaron de COVID.
En septiembre 2020, el periódico argentino El Tribuno entrevistó a Carvallo, quien compartió que, en otro estudio, habían encontrado que los pacientes más delicados de COVID se morían 7 veces menos si les daban ivermectina.
En el mismo mes de septiembre, dos líderes de investigación en este campo, David Jans y Kylie Wagstaff, reportaron: “De momento hay más de 50 estudios clínicos en todo el mundo que están testeando los beneficios clínicos de la ivermectina para tratar o prevenir el SARS-CoV-2,” el virus que causa el COVID. En octubre, los mismos investigadores reportaron los resultados de muchos de esos estudios clínicos. Eran bastante consistentes con las observaciones de Carvallo. Uno de ellos, por ejemplo, había encontrado que “dos dosis de ivermectina separadas por 72 horas” protegían efectivamente al 90% de los parientes de pacientes con COVID, mientras que en el grupo de control, que no recibió ivermectina, a más de la mitad les dio COVID, “subrayando el potencial de la ivermectina como profiláctico.”
Éste y muchos otros estudios constituyen la bonanza de evidencia que el Dr. Kory refirió—y que muchos médicos australianos también avalan—cuando mencionó que habían surgido “montañas de datos” en las últimas fechas favoreciendo la hipótesis de que la ivermectina para en seco al COVID.
Pero esto es una controversia. Así que eché un vistazo a los argumentos que desde el otro lado exponen los ministerios de salud. Para muestra, un reporte del Departamento de Salud Sudafricano publicado el 21 de diciembre (a la postre de la comparecencia, fechada 8 de diciembre, del Dr. Kory en el Senado). Los autores no consideran datos epidemiológicos, como si existieran nada más los ensayos controlados aleatorizados (RCTs, por sus siglas en inglés). Cierto que los RCTs son el estándar de oro, pero la ciencia no se limita a ellos.
En todo caso, la revisión que hace este reporte de los RCTs me parece bastante pobre. Examina sólo cuatro estudios (es todo), escogidos, parece ser, por tener defectos obvios y fácilmente criticables. Aun así, uno de los cuatro sí muestra un resultado a favor de la ivermectina, desestimado por el reporte con base en que los autores del estudio infirieron la dosis efectiva después de recabar sus datos en vez de predecirla de antemano (esta objeción es una tontería, y no afecta que el estudio encontrara una dosis efectiva). El reporte, además, no considera evidencia sobre el potencial profiláctico de la ivermectina. A Carvallo ni lo menciona. ¿Acaso se trata de una revisión honesta de las “montañas de datos” que ahora existen sobre este fármaco?
Por lo menos el NIH, luego de arrastrar los pies durante meses, sí revisó las “montañas de datos.” Ello sucedió sólo gracias a la audiencia del ‘loco’ Ron Johnson (misma que tanto enfureció a los otros senadores y al New York Times). En dicha audiencia, el Dr. Kory hizo la siguiente declaración apasionada:
“Tenemos ahora mismo cien mil pacientes en el hospital, muriéndose. Soy especialista de pulmones. Soy especialista de cuidado intensivo. Nadie puede imaginar cuántos pacientes que mueren de COVID he velado. Están muriendo porque no pueden respirar. No pueden respirar. Les ponen dispositivos de entrega de oxígeno de alto flujo, les ponen ventiladores no invasivos y/o los sedan y paralizan, conectándolos a ventiladores mecánicos que respiran por ellos. Y los veo todos los días. Se mueren. Para cuando me llegan a terapia intensiva, ya están muriendo, y es casi imposible recuperarlos. El tratamiento temprano es la clave. Tenemos que aligerar a los hospitales. Estamos cansados. No puedo seguir así. Si echan ojo a mi manuscrito, y tengo que regresar a trabajar la semana entrante, todas las muertes que sigan serán muertes innecesarias.” (énfasis mío)
Este influyente—y muy enojado—doctor en pocas palabras les dijo: todas las muertes que sigan serán la responsabilidad de ustedes, burócratas y políticos. La amenaza implícita, al parecer, fue la efectiva. El NIH examinó el manuscrito de Kory et al., mismo que pronto será publicado por la revista Frontiers in Pharmacology, y que contiene una revisión experta de la evidencia sobre la ivermectina que él y otros doctores del FLCCC prepararon.
¿Y qué creen? A mediados de enero, transcurriendo apenas una semana de haber examinado aquello, el NIH cambió su recomendación sobre la ivermectina de ‘en contra’ a ‘ni a favor ni en contra.’ Se menearon lo menos posible, como si cualquier movimiento a favor de la ivermectina les diera tirria; pero aun así, como señalan los doctores del FLCCC, la recién adoptada neutralidad del NIH convierte a la ivermectina en opción de tratamiento. Y eso es muy importante.
Este resultado parece haber causado algo de vergüenza en Sudáfrica. Sin que hubiese transcurrido un mes, Bloomberg reportó que “Sudáfrica Permite el Uso de Fármaco para Parásitos [Ivermectina] en Pacientes con COVID,” como “terapia compasiva”—es decir, para personas que ya mueren y no tienen esperanza de recuperación—. Anótense otro gol para el FLCCC.
También le dio vergüenza, diría yo, a la OMS. El día de ayer se anunció que la Organización Mundial de Salud emitirá (por fin…) lineamientos para tratamiento con ivermectina. Pero es nada más para los recién infectados de COVID. De profiláctico, nada. Y sin prisas: se tomarán unas 4—o quizá 6—semanas (¡pos ni que fuera pandemia! ¡ni que hubiera gente muriendo!). Pero algo es algo. Anótense otro gol para el FLCCC.
Los médicos del FLCCC no son los únicos perplejos por la actitud de los burócratas hacia la ivermectina. Cuando El Tribuno preguntó a Carvallo por qué los ministerios de salud arrastraban los pies, demorando una recomendación oficial a favor de la ivermectina, él contestó:
“Eso te lo dejo para que lo investigues como periodista… A nosotros, hay dos cosas que nos preocupan, derivadas de la lentitud de las entidades gubernamentales para oficializar los protocolos. El 4 de julio, cuando elevamos los resultados a las autoridades pertinentes, había 1,452 muertes. Hoy hay 26 mil. Eso nos quita el sueño… Al no oficializarlo, no sólo le restamos a la gente la posibilidad de hacer algo que ha demostrado ser efectivo, sino que además corremos el riesgo de la automedicación.”
Si bien la ivermectina no es una vacuna, “oficia de tal,” señala Carvallo. Ello implica que, si los burócratas de salud en Argentina se hubiesen meneado en julio, pudieron haber salvado 24 mil vidas (más ahora). La ivermectina todavía no ha sido aprobada por la ANMAT, el equivalente argentino de la FDA, aunque los argentinos—y especialmente los trabajadores de salud—al parecer todos están corriendo a tomarla de cualquier manera.
Pero quizá fuera un error decir que los burócratas de salud no se interesan en la ivermectina. Fue en agosto—inmediatamente después de que Carvallo reportó sus resultados—que el NIH se tomó la molestia de emitir su recomendación en contra de usar la ivermectina para el COVID. ¿Será que los burócratas de salud sí tienen un interés (negativo) en el reposicionamiento de fármacos…?
¿Esto qué tiene que ver con las vacunas?
Si el NIH, la FDA, la CDC, y otros ministerios de salud en el mundo se hubiesen meneado a tiempo para reposicionar fármacos baratos y generalmente disponibles, y hubiesen promovido, en particular, el protocolo de ivermectina, quizá millones de europeos, estadounidenses, e israelíes no habrían sido inoculados. ¿Sería entonces que los ministerios de salud actúan para proteger las utilidades que el Big Pharma cosecha con sus vacunas? Eso dicen los teóricos de conspiración.
¿Tienen razón? No sé.
Pero consideremos lo siguiente. Los efectos secundarios de la ivermectina son muy conocidos. Son muy infrecuentes, y, cuando ocurren, leves. Además, son consecuencia, típicamente, del rápido actuar del fármaco contra los patógenos que causan la ceguera de río (onchocerciasis) y los gusanos intestinales (strongyloidiasis). Usado como profiláctico por gente que no padece ni una ni la otra, por lo tanto, es todavía más inofensivo. ¿Por qué entonces se muestran tan reacios los gobiernos a probarlo?
Es por lo menos interesante—¿o no?—que los ministerios de salud manejen la ivermectina con guantes para tóxicos, como si fuese más peligrosa que las nuevas vacunas del Big Pharma, cuyo desarrollo los mismos ministerios de salud apresuraron, a pesar de que emplean—en el caso de Pfizer-BioNTech y Moderna—una tecnología de ARNm totalmente nueva cuyos peligros conocemos mal.
No sorprende que mucha gente no quiera estas vacunas COVID del Big Pharma, y muchos trabajadores de salud, si bien en altísimo riesgo de contraer COVID, se están rehusando a ser inoculados (en EE.UU., 1 de cada tres se rehúsa). ¿Son muy paranoicos? No sé. Pero las vacunas han causado algunas reacciones adversas fuertes y quizás algunas muertes (por ejemplo, en Noruega, y en Estados Unidos).
¿Son por lo menos efectivas estas vacunas contra el COVID? Otra vez: no sé. Es posible que sí. Habrá que ver. Pero ya nos están diciendo que, puesto que el virus está mutando, en el mejor de los casos no serán efectivas por mucho tiempo. El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, quien a toda velocidad vacuna a su país entero, ha dicho: “Anticipo que esto será exactamente como la influenza, que requiere vacunación cada año.” ¿Por qué? Porque este coronavirus, como la influenza, muta mucho, y se necesitan nuevas vacunas todo el tiempo para seguirle la pista. De acuerdo al CDC (Centers for Disease Control), la efectividad de las vacunas de influenza varía entre el 19% (2014) y el 60% (2010).
Eso es buenísima noticia para el Big Pharma, no tanto para nosotros. Sobre todo cuando recordamos el jonrón de Carvallo para protegernos con ivermectina: 800 de 800.
Me parece que lo ético y prudente, por no decir económico, era que los burócratas de salud invirtieran en el reposicionamiento de fármacos—fuese nada más como un seguro—.
¿Pero en realidad todo esto sería para el Big Pharma?
Quizá veremos, al final, que la ivermectina no nos protege del COVID. No sé. Pero sea como sea, sí puede armarse un caso circunstancial de que los burócratas de salud han estado protegiendo los intereses del Big Pharma.
1.Los burócratas de salud nunca establecieron un equipo de trabajo para estudiar el reposicionamiento de fármacos baratos ya existentes (los cuales, de ser efectivos contra el COVID, representan un costo de oportunidad gigante, y la pérdida de su inversión en vacunas, para el Big Pharma);
2. cuando los doctores investigan el reposicionamiento por su cuenta, los ministerios de salud hacen como si no estuviera sucediendo y arrastran los pies; luego
3. prohíben estudios clínicos sobre el baratísimo dióxido de cloro y fingen que se trata de un blanqueador tóxico, cuando en realidad es muy usado como purificador de agua; y
4. emiten recomendaciones absurdas en contra de un fármaco muy empleado y muy seguro, la ivermectina, al tiempo que este fármaco está dando señales de ser efectivo contra el COVID; por contraste,
5. careciendo de casi toda evidencia, los ministerios de salud sí dan luz verde para el reposicionamiento de fármacos prohibitivamente caros del Big Pharma—por ejemplo, el remdesivir, que ya había fracasado contra el Ébola, y que tampoco sirve contra el COVID-19 (aunque su venta para tratamiento de COVID permitió que el Big Pharma recuperara algo de su inversión en remdesivir); y además,
6. los ministerios de salud dieron autorización de emergencia, y mucho dinero, para el desarrollo apresurado de vacunas muy caras del Big Pharma que usan una tecnología novedosa de ARNm cuyos riesgos desconocemos; y finalmente,
7. otorgan inmunidad legal a las compañías de Big Pharma por las personas que salgan heridas o muertas al inyectarles sus nuevas vacunas de COVID (ver aquí y aquí).
Los grandes medios, como vimos, cooperan con todo esto, y repiten todo lo que dicen los ministerios de salud sobre dióxido de cloro e ivermectina, como si los burócratas no pudieran equivocarse jamás o ser corrompidos, como si ser periodista y ser vocero de gobierno fueran lo mismo.
Pero eso no es todo.
En el texto que el Dr. Pierre Kory envió al Senado estadounidense, escribió:
“Otra barrera [que obstaculiza el reposicionamiento de fármacos] ha sido la censura de todos nuestros esfuerzos por diseminar información científica crítica en Facebook y otros medios sociales, pues nuestras páginas han sido repetidamente bloqueadas.”
Y la cosa no se quedó ahí. Luego del testimonio del Dr. Kory en la audiencia del senador Ron Johnson el 8 de diciembre, y luego de que el video de dicha audiencia sumara rápidamente más de 8 millones de visitas, YouTube decidió, a finales de enero, eliminar aquel video de los canales de Johnson y de FOX NEWS. YouTube lo explicó así:
“Estamos aplicando nuestros Lineamientos de Comunidad de forma consistente, sea quien sea el presentador y sin miras a las posturas políticas. De acuerdo con nuestra política sobre desinformación en el tema de COVID-19, hemos removido los dos videos en cuestión.”
Es falso, empero, que YouTube esté aplicando sus Lineamientos de Comunidad—sean los que sean—de forma consistente, pues el canal de YouTube de PBS, donde fue posteado el mismo video de aquella audiencia, no ha sido censurado.
¿Cuál sería la diferencia? ¿Que la mayoría de la gente, o bien ubica a FOX NEWS, cuyo público es el más grande, o bien irá directamente al canal del senador Johnson? La versión de PBS, el día que escribo, tiene apenas 57,000 visitas. ¿O sería que, en términos políticos, ambas fuentes censuradas sesgan del lado derecho y YouTube del lado izquierdo? Quizá sean ambas.
Te censuran en YouTube, parece ser, si juegas en la derecha y tienes mucha audiencia. Da la impresión de que YouTube, contrario a lo que afirma, está haciendo política.
Es apremiante considerar qué significa para la democracia que las compañías de medios sociales—quizá debiéramos llamarlas ‘Dr. Facebook’ y ‘Dr. YouTube’—decidan cuál de los contrincantes en una disputa médica y científica está produciendo “desinformación” censurable. (Y al margen de la libertad de expresión, ¿existe realmente un argumento para impedir que los ciudadanos estadounidenses escuchen testimonio presentado ante ellos mismos a través de sus instituciones constitucionales y representativas?) Esto es cancel culture vuelto loco.
En todo caso, hemos de señalar que esta jugada nuevamente beneficia al Big Pharma. ¿Entonces? ¿Será que atinan los teóricos de conspiración?
Abordaré esta pregunta en mi siguiente entrega.
Francisco Gil-White es el investigador más citado del ITAM (Instituto Tecnológico Autónomo de México).
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