Somos una sociedad bullanguera y ruidosa y, como diría mi abuela, “nos encanta el mitote”.
En las tres últimas semanas he leído las más variopintas teorías de conspiración en torno al COVID-19, para muchos no existe, para otros existe pero es parte de un complot internacional.
Unos dicen que los chinos lo liberaron, pues con las medidas que luego de propagarlo debieron tomar, consiguieron que las acciones de las empresas de Occidente radicadas en China bajaran a tal grado, que se les podía comprar por un puñado de dólares, lo que aseguran que hicieron los chinos y se apoderaron así de dichas empresas.
Es decir, ahora los chinos son más ricos que nunca, pues se apoderaron del control de miles de empresas americanas y europeas, y lo hicieron de una manera tan fácil, como quitarle una paleta a un niño.
Otros, por el contrario, dicen que es un virus creado por la “inteligencia” –lo que quiera que ello signifique– de Estados Unidos, con la intención de doblegar a China en favor de los intereses americanos. Los seguidores de esta teoría creen firmemente que eso ya se logró.
Ya lo dijo el Director General de la OMS, Tedros Adhanom, más allá de la pandemia, tenemos que aprender a vivir con la “infodemia”, otra forma de pandemia derivada de las noticias falsas en torno al tema del COVID-19. Por cierto, la OMS también es objeto de escrutinio y duda, muchos afirman que es precisamente desde este tipo de organismos donde se fraguó la gran mentira del coronavirus.
Jaime Mausan aseguró que los extraterrestres nos alertaron sobre esta pandemia, pero no quisimos o no supimos escucharlos. Todas estas historias nos encantan, nos atraen, las creemos a ciegas. Y la ciencia, ¿esa qué?, parece que dirían muchos, son más sabrosas las historias de conspiraciones que las aburridas explicaciones científicas.
Es curioso, negamos la existencia del coronavirus, pero aceptamos ideas como que Juan Gabriel no está muerto, y que en realidad está vivito y coleando. Precisamente la semana pasada, corrió como reguero de pólvora el video de un supuesto Juanga que, lindo como el original, manda mensajes de aliento y de amor a “toda su gente”, particularmente en este momento de crisis.
Negamos los datos y la información científica y abrazamos sin el menor pudor ideas tan extravagantes como la no existencia del COVID o la sí existencia de Juan Gabriel. En mis épocas no era Juanga, era Pedro Infante, al que por cierto, son los derechos de autor los que no dejan que Pedro Infante muera, pero ésa es otra historia.
Y, claro, eso sí, para muchas de estas personas, si algún familiar muere en un hospital, no es que murió, se lo mataron. Abundan también las noticias –o falsas noticias– de gente que entró sana y con un malestar diverso, pero terminó muerta por COVID-19.
En fin, reitero, somos una sociedad en la que en muchos sentidos preferimos la mentira a la verdad, preferimos historias del chupacabras, o que el 5G y el COVID-19 tienen relación, o bien, que Bill Gates es uno de los responsables de la pandemia porque pretende instaurar un sistema de videovigilancia global aprovechándose de la contingencia sanitaria, o hasta se sospecha que en el IMSS nos están robando el líquido de las rodillas.
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