Leviatán

La prohibición de la prohibición o el Estado de Naturaleza

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¿Nace el hombre por naturaleza bueno y es a lo largo de su vida que va degradándose y corrompiéndose bajo la enseñanza de sus primeros directores y su ambiente o nace, según su animal naturaleza, con instintos perversos que deben ser limitados para evitar la depredación sobre sus congéneres?

Viene a colación el cuestionamiento para entender la razón de existir del Estado, de las instituciones y las leyes que rigen los intercambios sociales, cuyo fin último es el establecimiento de las reglas del juego de la vida en comunidad.

Se ha hecho popular en el discurso político de la actual administración el estribillo “prohibido prohibir” como una manera de expresar la vocación liberal del gobierno en turno, pero sobre la cual surge la reflexión de su real significado y cuáles son los alcances y consecuencias de tal aseveración, sobre todo cuando atañe a la responsabilidad del Estado el establecimiento de medidas que procuren el bien público, como sería, para el caso específico, el uso obligatorio del cubrebocas.

No podemos entender la existencia de las instituciones y de las leyes sin su función reguladora de la convivencia social y ello implica, por razón natural, derechos y obligaciones, pero también restricciones y prohibiciones de conductas específicas.

estado de naturaleza, Hobbes
Imagen: El Grafo.

Lo que no se prohíbe, según el derecho positivo, lo que específicamente no está restringido o abiertamente cancelado por la norma está permitido a la sociedad. Por el contrario, a la autoridad de cualquier tipo, sólo le es permitido hacer lo que la ley expresamente le faculta, por lo que, intrínsecamente, cualquier otra cosa le queda prohibido.

Entonces, prohibir que se prohíba, sería pretender la permisión de conductas extremas, de la volición natural del ser humano en su estado más primitivo: despojar, depredar, agredir, robar o asesinar sin restricción alguna y sugeriría el retorno al estado de naturaleza hobbesiano, la negación de la razón de ser de las instituciones y de la autoridad Estatal.

¿Acaso prohibir que se prohíba no deja entonces abierta la puerta a la desregulación total y a la anarquía? ¿Acaso no echaría por tierra cualquier cuerpo normativo por perfecto que se pretendiere, cualquier limitación a la conducta más indeseable o al cumplimiento de reglas indispensables en el trato con su otredad en busca del bien colectivo?

hombre pensando, libertad, opresion
Imagen: teleSUR.

Ciertamente, la vocación liberal y democrática del mundo moderno debe tender a la ampliación de las libertades de los individuos, mediante la generación de ambientes de armonía, certeza, seguridad y paz, que, en mucho, es responsabilidad del gran Leviatán, al que los súbditos, simples mortales, le han cedido, precisamente, parte de su soberanía individual y colectiva con expectativas de una mejor vida, pero esto implica también el acatamiento de las reglas y por consiguiente de restricciones y prohibiciones indispensables de comportamientos perniciosos para la vida en común, tanto para la sociedad como para los gobiernos.

En todo caso, es deseable pensar que la expresión tan coloquial tiene una interpretación positiva y no la pretensión de vulnerar el imperio de la ley.


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El estado del malestar

Lectura: 3 minutosDesde 2008 el mundo occidental ha manifestado un malestar ciudadano generalizado contra el sistema capitalista vigente. En los países desarrollados esto se inició con las afectaciones inmobiliarias y bancarias que la crisis en sí generó; dando paso a quiebras y niveles de desempleo no vistos desde la gran depresión de 1929. Millones de estadounidenses y europeos vieron perdidas sus viviendas y se enfrentaron con obligaciones crediticias imposibles de cubrir. En los países en desarrollo, como los latinoamericanos, la crisis financiera al haber afectado la producción y el empleo de los países desarrollados generó una caída en el precio de materias primas y el comercio, subiendo el desempleo y abatiendo los ingresos fiscales, además de perpetuar con ello la pobreza a ciudadanos.

La atención de la crisis conllevó a socializar las pérdidas financieras en Estados Unidos y Europa, al salvar a las instituciones financieras, abultando así sustancialmente las deudas públicas. En los países como el nuestro de pronto se descubrió una deuda pública que había venido incrementándose conforme se creyó que la expansión económica y el aumento de la demanda de materias prima era infinita. Hoy, después de la voracidad en el gasto, hay que enfrentar la trampa de la deuda, que se ha obviado con relativo éxito, en tanto se mantengan las tasas de interés a la baja y los bancos centrales de los países ricos sigan inyectando dinero. Si los ingresos crecen menos que las deudas habrá la eventualidad de repudiarlas o no pagarlas; una trampa recién vivida con la crisis inmobiliaria y sufrida en México en 1995.

Deuda.
Ilustración: El País.

El malestar social ha mudado a la esfera política, alentando las promesas de las soluciones fáciles, pero que son irrealizables o más costosas a lo esperado. Ello explicaría el neopopulismo que se ha generalizado en el discurso y acción por doquier, agudizando las carencias sociales e incrementando aún más el desencanto ciudadano, no sin antes polarizar a la sociedad.

Cuando haya que pagar las deudas, en una condición de actividad económica a la baja y altas tasas, como en México, se descubrirá el elefante que se crio y alimentó en la cocina desde antes de la crisis. La única solución es sacar de la cocina al elefante muerto, que fue prohijado desde el capital financiero y el gobierno, alentando la inequidad y la pobreza. La solución para un fin de ciclo es iniciar otro ciclo. Los paliativos sólo elevarán los costos ciudadanos e incrementarán su malestar.

Migrantes.
Fotografía: SWI.

El Estado del malestar sufrido en los pasados 10 años, ha migrado en la identificación original de sus causas. “Los otros, no nosotros, han sido y son los culpables”, pareciera el regreso a solucionar el pasado. Los migrantes que hacen perder el trabajo; los que producen y nos venden ilegalmente desde el extranjero sus productos; los políticamente contrarios que abusaron del gobierno lapidando las arcas públicas y engañándonos; son los culpables de nuestros males pasados, presentes y de los que pronto vendrán.

El adagio al ladrón ha sido siempre una buena estratagema para buscar culpables y crear distracciones. La otredad siempre será la culpable de todos nuestros males. Mientras la domeñamos para resolver la crisis se incrementan las deudas sociales y monetarias, e impávidos comenzamos a ver el tsunami que no escuchamos a tiempo por el clamor de nuestros malestares y la abulia de nuestros desencantos. ¿Mal de muchos, consuelo de tontos? O ¿aviso de nuevos males?

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