Es el año 2099. Noé se despierta temprano. Un nuevo grupo saldrá del refugio al área de amortiguamiento y quiere ver las expresiones cuando se enfrenten por primera vez con el mundo exterior. Por nada se perdería el asombro, el éxtasis en las miradas. Últimamente las pesadillas han vuelto… necesita confirmar que el sacrificio valió la pena. Se asoma a la ventana para observar el patio donde la luz tenue simula el amanecer después de una noche de lluvia y hojea su libro predilecto: El mito del dolor. El contacto con el papel le causa una sensación parecida a lo que llamaban culpa. La elimina diciéndose que su misión merece una recompensa. Lee una frase, cierra los ojos y piensa en ella como en un mantra: El sufrimiento es tan solo una ilusión. Tú puedes controlarlo. Cuando las palabras se graban en su mente, pone el libro en su lugar y, juntando las manos, se inclina en señal de agradecimiento. Recuerda el tiempo en que los rituales habían perdido importancia, una era sin disciplina, a la deriva. La Nueva Era es distinta. Él la hizo posible. Debe alejar las dudas, debe impedir la invasión de ideas negativas. Todo es perfecto, se repite, lo único necesario para ser felices es liberarnos de las ataduras.
La profecía fue el detonante. Noé recuerda los refugios en la península, la decepción cuando las tormentas solares se estrellaron contra los campos magnéticos sin causar los estragos anunciados. En cuanto a la alineación de los planetas… tan solo un hermoso espectáculo. Cómo olvidar el desconcierto de las comunidades preparadas para sobrevivir a la hecatombe, esa raza de humanos más evolucionados que el resto. Él fue el único en comprender que el Universo necesita manos para ejecutar sus designios.
Robar el virus del laboratorio y propagarlo fue tarea fácil para su mente brillante. Lo demás era cuestión de disciplina y, gracias al sistema de entrenamiento ideado por él, los iniciados habían logrado altos niveles. Así, mientras los miles de millones de cadáveres le regresaban a la madre Tierra lo que le habían robado, ellos preparaban a la siguiente generación. Noé formaba parte de los humanos que habían dado un salto evolutivo. Lo descubrió en la secundaria y a partir de entonces se dedicó a encontrar a sus iguales entre adolescentes y niños solitarios. Convencerlos de que su inadaptación social se debía a que eran seres superiores fue más difícil que el resto del proyecto entero, pero una vez que la idea germinó en ellos, se pusieron en sus manos con una devoción enternecedora. Esto piensa Noé y luego se recrimina por utilizar una de las antiguas palabras.
La última etapa se llevará a cabo en la conmemoración del cincuentenario de la Nueva Era. Los expedicionarios le han reportado la excelente recuperación de nuestra madre Tierra, el canto de los pájaros en la zona de amortiguamiento lo atestigua.
La luz simula ahora una mañana de cielo despejado. Ha llegado el momento. Noé se alisa la barba blanca con los dedos, coge su báculo y se dirige al salón donde lo esperan los futuros iniciados. Han cerrado los círculos y esperan en paz lo que el destino les depare. Confían en su guía. Antes de entrar, Noé observa sus manos firmes… en el tiempo donde la culpa imperaba, esa época de conceptos absurdos, las sentía manchadas de sangre ahora cada recuento de los expedicionarios le confirma que esa sangre debía ser derramada. Levanta la frente y se encamina con paso alerta a la silla de terciopelo rojo para desde ahí alentar a su gente a no caer en la tentación de querer doblegar a la naturaleza. Ya han sido debidamente aleccionados, pero su voz les servirá de recordatorio.
Un olor nuevo acompaña las últimas palabras de Noé. Los maestros abren la compuerta muy lentamente, es peligroso enfrentarse de golpe con el mundo real. Las primeras en salir son las mujeres. Detrás de ellas, los hombres titubean, algunos caen de rodillas y se cubren la cara con las manos. La belleza los ciega. Ellas se quitan las lágrimas a manotazos y siguen adelante. Noé observa su creación desde el refugio y también llora; quisiera tener a su lado al alguien con quien compartir el orgullo que lo embarga, pero está solo. La inmensidad de su sacrificio lo conmueve, aceptó incluso no tener descendencia. Debía poner el ejemplo, la sobrepoblación era la culpable del deterioro que él, en su infinita sabiduría, ha revertido. Frunce el ceño. Los iniciados son más de los habituales, es increíble la obsesión de los humanos por reproducirse, pronto será necesaria otra siega. Noé observa de nuevo sus manos y suspira.
[box type=”shadow”]Este cuento forma parte del libro Antología de ciencia ficción 2009, publicado en España en septiembre del 2012. [/box]