“Dime cuál aparato usas y te diré quién te controla”, leí en alguna parte. Ninguna revolución tecnológica ha sido tan veloz como la digital. Estar fuera de los avances es comparable al analfabetismo y cada vez será más difícil vivir sin teléfonos móviles o internet. Las redes sociales que dependen de este último han llegado a comunidades remotas y viajar ha perdido una buena parte del encanto de la aventura. La literatura, el cine y el teatro han tenido que adaptarse. Autores modernos de Romeo y Julieta enfrentan el reto de armar una historia en donde los protagonistas estén incomunicados, al grado de morir por una situación que se puede resolver con una llamada o un correo electrónico. En cuanto a Los supervivientes de los Andes, lo más probable es que los personajes en los que se basó la película no hubieran llegado al extremo de comer carne humana para sobrevivir: los habrían encontrado antes. En las series de televisión, las policiacas son las que más rápidamente han tenido que transformarse para mantener el suspenso. Jack Bauer y su inseparable teléfono móvil (que nunca se descargaba, por cierto) es un ejemplo de ello.

En áreas como la del mercado laboral, la inteligencia artificial preocupa, pero no será la primera vez que encontremos la manera de salir de una crisis. Cuentan que justo antes de la Revolución Industrial, la cantidad de estiércol en Londres era un problema grave y que, de no ser por el surgimiento del automóvil, la situación hubiera sido intolerable. Pasó mucho tiempo antes de que los gases y el humo derivados de la combustión se convirtieran en el nuevo problema y que fuera necesario buscar estrategias para solucionar lo que había solucionado otro problema…

Cada época tiene aciertos, errores, crisis y resoluciones. Uno de los elementos positivos de la actual es estar comunicados con gente de todas partes del mundo. Aunque siempre existirán personas que le cedan su libertad a alguien más, como lo explica La Boétie en Servidumbre voluntaria, en general el acceso a culturas distintas de las nuestras y el fácil intercambio de puntos de vista nos hace menos vulnerables a la manipulación por medio del adoctrinamiento. La comunicación nos enriquece como especie.

Sin embargo, el desarrollo de nuestra época causa sentimientos distintos y se presta a discusiones. Para unos, es emocionante; otros comparan el nuevo mundo con el de Aldous Huxley, con todo lo que implica; hay quienes quisieran regresar al siglo XIX y quienes ya se imaginan a la conquista del espacio. A mí lo que me agobia es que perdamos la capacidad de asombro y que, en lugar de liberarnos, olvidemos lo maravilloso de observar el mundo con nuestros ojos como única herramienta. Cuando veo hordas de turistas tomándose fotos sin el menor interés por los lugares a los que se esforzaron por llegar, me pregunto qué sentido tiene recorrer al mundo para verlo detrás de una pantalla. Quizás el mayor reto de este siglo sea no olvidarnos de levantar la cabeza, mirar a nuestro alrededor y escuchar los sonidos reales del mundo sin intermediarios. Es demasiado tarde para que una respuesta a la pregunta de cuál aparato usamos sea “ninguno”, pero ¿es posible utilizar a la tecnología como una herramienta y no sucumbir a su dominio?
Magnífica reflexión de Susana Corcuera con quien coincido parcialmente con su conclusión de que “Quizás el mayor reto de este siglo sea no olvidarnos de levantar la cabeza, mirar a nuestro alrededor y escuchar los sonidos reales del mundo sin intermediarios.” Sólo que yo le agregaría el reto primordial de mirar a los otros con el interés de entendernos, sin prejuicios y sin juicios.
Gracias por el comentario, Antonio. Estoy de acuerdo, ese es el mayor reto, aunque creo que, a tropezones, la humanidad ha avanzado en ese sentido.
Así es. Me parece que en ese tema la humanidad avanza en el sentido correcto: rumbo a la tolerancia y la inclusión.