Hoy, estando de oquis, pensé (Porque para eso sirve estar de oquis, para pensar).
Pobres de esos muchos, que no toman y no fuman, de esos que jamás han pecado, ni han hecho maldades (ojo, no me refiero a los delincuentes crónicos). Aquellos quienes nunca han hecho nada, y consecuentemente, nunca se han equivocado.
Me refiero a esas personas que, desde la comodidad de la inacción, desde el no riesgo, tienen el valor de cuestionar, de censurar y, peor aún, de criticar. De esos hay muchos, lamentablemente muchos, que se yerguen como sensores morales, como guías espirituales, esos que se creen senséis y, por lo mismo, creen poder cuestionar cualquier cosa (o todo) al otro, sin verse a sí mismos.
Esa gente me da pena, son los que no dudan un segundo en usar el dedo índice para señalar lo que en su infinita ignorancia creen que está mal, esos que siempre están prestos para cuestionar al prójimo. Son el tipo de personas que siempre tienen respuestas, pero para su desgracia, nunca se les han ocurrido las preguntas. Criticar es fácil, de hecho, es evidente que resulta más fácil destruir que construir y así, desde la supuesta crítica sana, esta gente sólo destruye.
Yo amo la crítica, siempre he creído que aprendo de la divergencia y no de la convergencia, es como cuando en una plática tu interlocutor siempre te da la razón, jamás discrepa de ti, siempre asiente, de esa persona no aprendes nada; es la típica persona de la que hablo, quien sin vacilar te dice que sí, pero una vez que das la media vuelta te critica.
Por desgracia, me ha tocado conocer varios así y su vida, aunque quizá ni cuenta se dan, es miserable, es una vida ensimismada, en donde “ellos están convencidos de siempre tener la razón”, una vida en la que lo bueno no existe, el amor y la bondad les parecen ajenos, porque en su egoísmo y egocentrismo, el Sol gira en torno a la Tierra, o bien, todos giramos en torno a ellos.
Es el típico amigo que no es capaz de apreciar los triunfos, que no es capaz de darte un abrazo cálido, sincero y afectuoso cuando hiciste algo bien, para estas personas el éxito de los demás es siempre motivo de duda, el éxito siempre tiene algo oculto. Si las exitosas son mujeres, tienen siempre un argumento que les parece irrefutable, “de seguro se acostaron con alguien”, las mujeres no pueden tener cerebro, creatividad, éxito, son mujeres pues. Pero si son varones, la historia es similar, el éxito o el triunfo, sólo lo alcanzaron como “lame-botas”, como achichincles sumisos de un poderoso que seguramente los está usando.
Así, siempre he creído que esos que señalan con el dedo índice a los que nos equivocamos, lo hacen porque ellos desde su inacción, jamás podrían cometer errores, pero no los cometen precisamente porque son personas que jamás han vivido, transitan simplemente por la vida, pero jamás viven.
A propósito del próximo día de muertos. De todos ellos presumo que el día que cuelguen los tenis, invariablemente preguntarán a la huesuda:
“¿Calaca, parca innombrable; por qué tuve que morir?”
Y la muerte, que no tiene modales, seguramente responderá:
“Crees que llegué antes de tiempo porque jamás aprendiste a vivir”.
Y una vida como la tuya, egocéntrica y miserable, ¡jamás lo comprenderá!
He aquí una respuesta que, seguramente, queridos lectores, no les va a gustar.
¡Me encantó! Creo que muchos coincidimos con la amplia descripción del autor.