Hace algunos lustros, no siendo un consumidor informado, actuaba como tal o al menos con algunos chispazos de consumidor racional. Es indudable, quería todo aquello que tenían o querían los demás. Recuerdo perfectamente que estando en la prepa, entré a trabajar a una pizzería y después de dos meses logré comprarme mi reproductor de casetes, la peculiaridad es que era reversible; es decir, se acababa un lado y en automático empezaba a reproducir el otro lado. En ese momento ya empezaba a estar de moda los reproductores de CD´s y los llamados Mini-CD, por lo cual el reproductor de casetes no me salió tan caro como lo era en su lanzamiento.
Lo mismo me pasó con los video-juegos, ya estaba en venta la última generación y yo accedía a la anterior; indudablemente esa conducta tenía un porqué, y era mi restricción de ingresos. Así me pasó durante muchos años adelante, posteriormente entré a trabajar a otros lugares y el poder adquisitivo de mi salario, se incrementaba, aún y con la inflación creciente año con año. Mi patrón de consumo no se modificó mucho en cuanto acceder a precios menos castigados por la inflación y sigo queriendo lo que quieren los demás, teléfonos de última generación; principalmente tecnología de última generación, esperando que vean reducidos sus costos en el mercado, sería la única gran diferencia con otros consumidores, sé esperar o más bien aprendí a esperar.
En general, podría decir que es conducta de acceso a la tecnología, generaciones posteriores y a precios más bajos, pueden generalizarse a toda la economía. Es decir, no producimos tecnología, la gran mayoría la importamos, y accedemos aquella que como país no es más fácil comprar. Somos un país que ensambla productos altamente tecnológicos, pero si sólo los ensamblamos, lo hacemos bien, tenemos mano de obra calificada en esos temas y los salarios son competitivos (80.04 pesos el día) para que se consolide esta industria, y siga atrayendo capitales. Jugamos el rol que nos dio la economía glogal, el que nos asignó con consentimiento propio.
Aunque seguimos siendo importadores de tecnología, dependemos de esos grandes descubrimientos, que se hacen en otros lares y pagamos por los mismos. Si disfrutamos de esa tecnología es porque pagamos por ella, pero no somos capaces como país de hacerla internamente. ¿Tiene eso algo de malo? Al final logramos acceder o tener esa tecnología, pagándola, pero accedemos. ¿Qué de malo tiene pagar por lo que se quiere? Nada, absolutamente no tiene nada de malo.
Sí, somos consumidores de tecnología, pero sólo aquellos que tienen los recursos para hacerlo. Cabe aclarar que son 53.4 millones de mexicanos los que se encuentran en situación de pobreza para 2016, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL). Ellos no acceden a la tecnología que se está importando, aunque no les importa (no es pleonasmo) porque no tienen acceso a la misma, la desconocen.; tal vez la necesitan, pero no la conocen. Ellos no saben de parrillas eléctricas cuando siguen usando el carbón para calentar sus alimentos.
Paradójicamente, muchos de esos mexicanos (más de 70 millones) tienen un teléfono celular (obviamente muchos no son de última generación). Esto es así porque las mismas empresas tienen productos para todos los sectores de ingresos, y porque existen otras empresas que dan financiamiento a pagos semanales o quincenales para aquellos que aspiran a mejores tecnologías en eso de la comunicación, sacrificando parte de su ingreso futuro.
Insisto, aun y esos 70 millones de mexicanos con teléfono móvil, son importadores de tecnología y basan su consumo a un producto de moda. Hacen un esfuerzo para estar comunicados, o para no quedarse atrás, dependerá del patrón de consumo de cada uno de ellos, el telefono que adquieran.
Cabe mencionar, que esos patrones de consumo, los trajo consigo la llamada globalización económica. Por lo mismo es muy sencillo llegar a creernos en condicines de igualdad con los habitantes de otras latitudes sólo por usar las mismas marcas y tecnología que ellos. Sin embargo, sus ingresos determinan el diferencial real de las economías. La importación de patrones de consumo y con ellos de tecnología, es un espejo que refleja una realidad que no es nuestra o que no nos pertenece.
Lo que realmente debemos dejar de importar, no es la tecnología, sino los patrones de consumo, para poder entender de esta manera nuestras necesidades reales como nación, y lograr impulsar una estrategia de desarrollo tecnológico, y no seguir adaptándonos a la tecnología que importamos. Esto debe ser impulsado por el Gobierno, pero nuestro papel como consumidores es demandárselo. Si Trump hace efectivo su amenaza de sacar a su país del TLCAN, no nos quedará más remedio que dejar de importar sus patrones de consumo para que ése sea nuestro único “Plan B”.