Es curioso pensar cómo en la actualidad convivimos y nos regulamos como sociedad. ¿Qué hubieran pensado en los años 60 y 70 esas generaciones de jóvenes, productivos, casados, universitarios, con familia, posiblemente practicantes de alguna religión respecto a cómo se viviría en el futuro, en el siglo XXI? ‒claro está, no omito saber que en la década de los 70 y 80 también tuvieron su “lado B” respecto a diversos excesos humanos y sociales‒.
Seguramente muchos habrían podido imaginar autos voladores y robots como parte del tejido social. Pero casi estoy seguro que pocos habrían pensado que de manera inesperada y desesperadamente volveríamos a buscar reencontrarnos con la moralidad, la ética y los valores como sociedad. La nueva revolución tecnológica iniciada por el internet y maximizada por las redes sociales, ha cambiado la manera en la que convivimos como sociedades. Ha costado trabajo entender el rol de las redes sociales, las cuales han mostrado nuestras más básicas vulnerabilidades humanas al sumarnos a una causa, conversación o señalamiento que, aun sin saber de dónde vino, por el simple hecho de que suena bien, útil u obvio, nos ha hecho errar y multiplicar falsas verdades.
Pero también han rescatado una parte interesante de nuestra naturaleza social, la capacidad de reunirnos, coordinarnos y denunciar aquello que consideramos trastorna o va en contra de un buen ecosistema para vivir. Desde hace tiempo veo con interés, la cada vez más latente preocupación que tenemos por autorregular nuestro entorno. Criticamos, como sociedad, con mucha más dureza la inmoralidad sobre la ilegalidad. Pareciera que queremos regresar a nuestros orígenes o a una mejor época. Y como colectivo somos fuertes y las nuevas formas de comunicarnos nos han dado nuevo tono de voz y penetración, pero creo que aún nos falta dar el paso individual que nos lleva como personas y organizaciones a transformar verdaderamente nuestro entorno de forma positiva.
Hoy no basta con ser legal, necesitamos ir más allá. Necesitamos construir nuestra realidad con cimientos sólidos que nos ayuden verdaderamente a ser percibidos de manera diferente, a ganar la confianza de nuestras comunidades y a desarrollar territorios de conversación innovadores, propositivos, retadores y evolutivos.
El asunto no está en debatir si está bien o mal, ser legal o moralmente inadecuado, el tema está en aceptar esta realidad y sacar buena partida de ella. Estamos viviendo cambios, no sabemos si son de corto o de largo plazo, pero no debemos de perder tiempo ni como individuos ni como organizaciones tomando una postura contraria. Es casi la ley de selección natural.
Las nuevas estrategias de gestión reputacional, comunicación y prevención de crisis, deben de considerar este contexto, entenderlo, analizarlo y usarlo. Lleva ya varios años acuñado el concepto de licencia social que va pasando de ser no sólo una manera de hacer más y mejores cosas, sino un activo indispensable y fundamental para nuestro futuro.
¿Estamos realmente preparados para dejar de crear campañas mediáticas y ganar la voluntad social?