¿Quién que haya ido a la playa no ha padecido los efectos del vital y bello sol? El color dorado que genera en nuestra piel, sin duda es sinónimo de un buen descanso, relajación, e incluso hasta envidias genera. Sin embargo, en muchas ocasiones nos hemos desprevenido sin usar productos adecuados para, además de broncearnos, podamos también protegernos. Por eso, en vez de relajarnos nos estresamos y hasta sufrimos del dolor y ardor que se siente por nuestra piel quemada.
Una primaveral y hasta veraniega analogía, me da pie a reflexionar acerca de lo que las organizaciones hacen para actuar en situaciones de crisis. En mi experiencia, los criterios que nos permiten evaluar si una situación se debe denominar así son dos:
- Debe afectar (o tener potencial de) la continuidad de las operaciones de nuestra organización y/o,
- Puede afectar la reputación de nuestra organización.
Casi cualquier otro hecho fuera de esta clasificación, no es crisis.
Dicho lo anterior y continuando con la analogía, ¿qué tanta atención ponemos en los preparativos de nuestro largo viaje? Sin duda tendemos a enfocarnos en lo más obvio: tener un hotel listo y pasajes para llegar a nuestro destino, que harían las veces de tener un negocio con clientes y colaboradores. Mientras que esos elementos existan, nada nos preocupa y nos parece que el viaje será placentero y exitoso.
El riesgo de la obviedad y la inercia de resolver el día a día de las organizaciones muchas veces limita la capacidad de prevención y atención al detalle que, en diversas ocasiones, es lo que nos permite regresar una y otra vez, cada año, al tan añorado destino de descanso. Puede ser que los primeros tres viajes nos salgan como planeamos y ganemos confianza, pero puede convertirse en una peligrosa confianza que nos lleva a tomar cada vez menos precauciones, dejamos de revisar las condiciones del transporte en que iremos a nuestro destino y hasta las propias condiciones climáticas del mismo puede ser incluso que nos parezca que nuestra piel está más que acostumbrada al sol y decidamos dejar de aplicar algo que nos proteja.
Así de simple y sencillo me ha tocado ver cómo diversas organizaciones dejan de prestar atención a detalles que dieron por sentados o que simplemente se cuestionaron si realmente merecía la pena invertir en ellos y dejaron de hacerlo.
Es entonces cuando lo imprevisto sucede, y mientras que el negocio y el día a día sigue su curso, al cabo de un par de horas sentimos los dañinos efectos de una sobreexposición a la luz solar y, peor aún, nos vemos obligados a acudir al médico, asustados, esperando que de la manera más rápida y eficaz nos alivie con un remedio casi mágico que debería tener listo y no fallar, pues para eso es médico. En el mejor de los casos, el experto nos ayudará y efectivamente aliviará nuestro sufrir, pero eso no garantiza que no quede alguna cicatriz.
Una marca debe ser un recordatorio de lo relevante que es cuidar los pequeños detalles de la organización y del viaje que a través de ella emprendemos. Desafortunadamente pocos directivos se detienen a invertir tiempo, recursos económicos y esfuerzo en preparación, blindaje y gestión de riesgos. El mejor riesgo es aquél para el que estamos preparados.
Casi es vital que esa marca quede para ser capaces de verla en el espejo y tener un recordatorio de lo peligroso que es tomar el sol sin bloqueador.