Recientemente tuve la oportunidad de ver uno de los últimos documentales lanzados en Netflix llamado “Nada es privado” (“The Great Hack” en inglés). Es una pieza interesante que relata la generalidad de los hechos que materializaron el “escándalo” de Cambridge Analytica que, entre otras consecuencias, hizo que durante 2018 Facebook perdiera USD 37 mil millones de dólares en capitalización, en 24 hrs., de acuerdo con la BBC.
Siguiendo la narrativa del documental, es interesante detenerse un momento a reflexionar sobre varios dilemas que se presentan. Dilemas que fácilmente pueden pasar por circunstancias y hechos ilegales, perseguidos por la justicia internacional pero, desde mi punto de vista, donde los más relevantes se basan en la inmoralidad o la falta de ética en el actuar de las partes involucradas.
El mundo digital, hasta el momento, nos ha demostrado que no tiene límites, ni para bien ni para mal. Ha revolucionado la manera en la que convivimos como sociedades globales, pero se desarrolla tan rápido que nos ha rebasado respecto a la forma correcta de usarlo, hoy nada de lo que sabemos sobre este universo virtual es cierto, todo es hipótesis. De momento, la mayoría de la interacción la hemos dejado en manos de la autorregulación, casi, me parece, pensando en la posibilidad de ver si ahí logramos ser mejores miembros sociales.
Regresando al asunto puntualmente, sí, es cierto que Cambridge Analytica infringió reglas de uso de los datos a los que accedió, pero no del 100% de ellos. Aproximadamente 250 mil personas, usuarios de la citada red social, accedieron a realizar un test de personalidad y con ello brindaron su consentimiento para que el algoritmo detrás accediera a sus datos personales, pero dicho algoritmo se extendió hasta poder extraer datos de los amigos de las personas que originalmente habían interactuado con la prueba.
Viene lo interesante, es casi innegable en la historia identificar qué cosas fueron ilegales o lo pueden ser, no hace falta ser abogado para aplicar una buena dosis de sentido común. Sin embargo, la narración de los hechos plantea en varias ocasiones que, con base en ese tipo de datos personales, la entonces firma consultora de campañas y comunicación política en varias partes del mundo pudo perfilar la personalidad de individuos que, durante procesos electorales, se agrupaban como indecisos. El éxito del algoritmo y la metodología del equipo de esta firma se veía reflejado al momento de la votación final, donde alcanzaron resultados exitosos ya sea de abstinencia o de votación, pues la información que le habían hecho llegar a esos votantes perfectamente analizados incidió en el resultado final deseado.
El dilema es interesante, ¿hubo robo de información?, todo indica que sí, ¿hubo información sesgada e información falsa?, sí, aunque esto último es más inmoral que ilegal. Y por último, ¿obligaron a las personas a votar como lo hayan hecho o no, en los días de las elecciones?… la respuesta es no. Entonces, resulta curioso ver cómo un recurso tan antiguo, casi como la civilización moderna, convive y reta a la tecnología que nos llevará al futuro; la Ética sigue estando vigente.
Una de las conclusiones más claras del documental es que, al día de hoy, las compañías más valiosas del mundo, tienen como activo fundamental “información”, en la mayoría de los casos, “nuestra información”. ¿Será acaso que los usuarios deberíamos de tener capacidad y derecho a monetizar nuestra información?
¿Cómo podemos empezar a regular el mundo digital? ¿Cuándo? ¿Quién? Lo que es cierto es que estamos viviendo el comienzo de un nuevo mundo, es como un niño que aprende a caminar, por cada paso con fuerza hay dos con debilidad. Qué interesante será verlo andar por completo.