La encuesta a anual a CEOs de PricewaterhouseCoopers (PwC) dice mucho sobre los aires de inestabilidad que se viven en el mundo, desde su título: “Navegando la creciente ola de incertidumbre”. A diferencia de un relativo optimismo en los mercados financieros, si bien moderado, aquí, por primera vez, más de 50% de los más de mil 500 consultados cree que el PIB mundial disminuirá y sólo 27% tiene “mucha confianza” en que aumenten los ingresos de su organización, lo que no se veía desde 2009.
“En 2018, la Encuesta Global Anual a CEOs de PwC reveló un nivel récord de optimismo con respecto al crecimiento económico mundial”, se refiere en el reporte. “Este año, a medida que los CEOs miran hacia 2020, vemos un nivel récord de pesimismo”.
Lo que causa mayor ansiedad: sobrerregulación, conflictos comerciales e incertidumbre sobre el crecimiento, en ese orden. Las diferencias de perspectiva entre el sector financiero y el corporativo parecieran hablar de mundos distintos, pero como se ha constatado una y otra vez en la historia, están inevitablemente conectados, aunque haya desfases que hagan que lo olvidemos por algún tiempo.
El optimismo tampoco fue dominante en la convención de la American Economic Association, que reúne a miles de economistas a inicio de año. Según la crónica del New York Times: “Un sentimiento generalizado de que la expansión actual se basa en una combinación potencialmente inestable de altos déficits y bajas tasas de interés, y cuando termine, como lo hará eventualmente, podría hacerlo dolorosamente”.
¿Y “el ciudadano de a pie”? Una muestra es lo que reporta el Barómetro de la Confianza de Edelman 2020, que se publica cada año en línea con el Foro de Davos, perfilando las implicaciones de la vinculación entre las desigualdades y ansiedades en la cohesión social en todo el mundo, tanto en países pobres como ricos.
De entrada, el 56% de los encuestados considera que el capitalismo, en su forma actual, está haciendo más daño que bien en el mundo. El 83% de los trabajadores está inquieto por la eventual pérdida de su empleo. Al 57% “les preocupa perder el respeto y la dignidad que alguna vez disfrutaron en su país”. Según Richard Edelman, afrontamos una gran prueba de confianza: “Los temores están sofocando la esperanza.”
Disrupción
En esencia, como apuntamos en el anterior comentario, se presentan un panorama de relativa mejora para inversiones de cartera, pero de mucha cautela entre las multinacionales. Con una fuerte preocupación por una regresión en materia de comercio internacional, ante un renovado auge nacionalista, impulsado por una creciente competencia geopolítica entre Estados Unidos y China.
Si para algunos analistas financieros esa perspectiva de vuelta al proteccionismo pareciera destensarse, para quienes gestionan cadenas de suministro internacionales, la preocupación no cede. Lo que se teme es ir de una orientación al libre comercio y la globalización, tendencias que definieron a las últimas décadas, a una de comercio administrado. Justo a lo que apuntan el TMEC o la Fase 1 del acuerdo Estados Unidos- China, con las medidas de cuotas y obligaciones que incorporan, precisamente acotando la flexibilidad de los encadenamientos y los intercambios.
Desde luego, aunque menor, persiste la aprensión sobre una eventual recesión en Estados Unidos, que sin duda sería letal para México, y todo ello se da en un entorno de grandes dudas sobre cuestiones que se tenían por ciertas –casi dogmas– sobre la economía, ante los cambios disruptivos por temas como la tecnología.
Eventos que por su naturaleza generan mucha incertidumbre, como las elecciones en Estados Unidos y el auge de movimientos populistas. Variables emergentes que cada vez influyen más en la economía y la política, como el cambio climático y un gran malestar por las desigualdades económicas y sociales.
En enero, como cada año, el reporte de la organización humanitaria Oxfam sobre la desigualdad, alertó sobre ese problema estructural que está detrás de muchos de los conflictos que tienen lugar en el mundo: la riqueza del 1% de la población global es más del doble que la de 6 mil 900 millones de personas; 2 mil 153 billonarios tienen más dinero que 4 mil 600 millones de personas; la mitad de la humanidad vive con menos de 5.5 dólares al día.
En México no podemos desentendernos de estos dilemas. No sólo porque nos atañen directa o indirectamente, sino porque en algunos casos explican algunos de nuestros más acuciantes retos internos.
La economía mexicana en la encrucijada
Los pronósticos de crecimiento para México rondan entre 0.6 y 1 por ciento, muy por debajo del pronóstico para el mundo, que pasa de 3% y, más importante, lejos del 2% con el que se construyó el Paquete Económico 2020.
Con esos resultados, muy probablemente no se cumplirían las previsiones de ingresos fiscales para cubrir el presupuesto federal. De ser así, haría falta recurrir a deuda nuevos recortes –más “austeridad republicana”– o volver a usar el Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios (FEIP), ahorro para desajustes o situaciones de crisis.
Así las cosas, no se trata sólo de recuperar el crecimiento, sino de llegar al menos a un 1.5%. Por debajo de lo que se calificaba de “mediocre” (2% anual por más de dos décadas), pero al menos suficiente para pagar las cuentas y evitar un deterioro más importante en los balances del gobierno que arrastre a la economía a una recesión más pronunciada.
Hay que tomar en cuenta que la Secretaría de Hacienda y Crédito Público ya se gastó 57% del FEIP. El problema es que la brecha entre las necesidades presupuestarias y el crecimiento potencial y la recaudación puede ser aún mayor, si lo que vimos el año pasado tiene continuidad: una trayectoria de constantes reducciones en las estimaciones sobre el PIB y en la dinámica real de éste.
Todo se complicaría si no se cumple con la meta de producción de Pemex, que también luce aventurada, al proyectar llegar a cerca de 2 millones de barriles diarios desde apenas cerca de 1.7 millones diarios actual.
Ese gap de 300 mil millones de barriles habría que llenarlo en 1 año: llevamos 15 de constante caída en este indicador, además de la precariedad financiera de Pemex. Otra reducción en su calificación sería de enorme impacto. La deuda soberana queda bajo gran presión.
La clave: inversión y confianza
Urge una reactivación de la inversión. Otros motores no van a jalarnos. El de Estados Unidos, como hemos visto, sigue activo, aunque con menor fuerza, y con riesgos de más desaceleración. El sector público tiene poca capacidad para incidir en un mayor dinamismo a través de una política contracíclica, ya que sus niveles de inversión son históricamente bajos. Más aún: la inversión gubernamental representa sólo una séptima parte de lo que invierte la IP.
La clave de la debilidad de nuestra economía, que nos llevó a una contracción en el 2019 de -0.1%, está plenamente identificada: la caída de la inversión, y en particular de la privada. Según los últimos datos, en 11 meses del 2019 la inversión bajó más de 5% anual. La mayor caída desde 2009.
Difícilmente puede dejarse de ver en todo esto el efecto de la incertidumbre y la falta de confianza en las políticas públicas y las actitudes prevalecientes en la nueva etapa de la conducción nacional. Ahí también reside una buena parte de las causas de que 2019 fuera el año con la menor creación de empleos formales desde hace 10 años.
Como señaló un artículo de Wall Street Journal de diciembre del 2019: “El acuerdo comercial no rescatará a México”. Ahí se argumenta que no es suficiente, ante otras fuentes de desconfianza para invertir.
Lo mismo hablan de la delincuencia que de la nueva legislación que equipara evasión fiscal con crimen organizado, con extinción de dominio, cárcel y congelamiento de cuentas en inmediato.
En esa línea, en dicho editorial se destaca que la proporción de inversión en México en relación al PIB apenas llega a 22%, muy baja respecto a otras naciones emergentes, y de ésta, sólo 3 puntos porcentuales vienen de extranjeros. Más de la mitad corresponde a empresas locales que no son grandes corporaciones.
Hay que ir a las causas: enorme incertidumbre, desconfianza y pesimismo para la inversión. La percepción de que estamos ante una fase de intensa politización y de discrecionalidad del poder político para alterar de forma radical e intempestiva reglas, instituciones y mercados. Eso no ayuda a la inversión.
Estamos a tiempo de hacer que las tendencias mejoren, de alinear el proyecto político que actualmente está al frente de México en lo político con un proyecto económico racional y sustentable. Se requiere, sobre todo, de realismo y sentido práctico: dejar atrás las consideraciones electorales e ideológicas y poner por delante la realidad y el progreso de México.
Desde el sector empresarial y la ciudadanía, poner por delante la verdad y asumir un protagonismo en la vida pública, al mismo tiempo que responsabilidad con nuestras empresas. Todo eso más visión de largo plazo ante las mega tendencias que trascienden lo coyuntural.
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